17 de febrero de 2017

NEOLIBERALISMO Y CRÍTICA MARXISTA

Rolando Astarita. rolandoastarita.wordpress.com

Los gráficos sobre aumento relativo del gasto estatal en las economías capitalistas, que he presentado en la nota anterior (aquí), han movido a algunas personas a preguntarse si estoy negando la existencia del neoliberalismo. En realidad, en ningún momento negué el neoliberalismo. Simplemente defiendo una caracterización de ese fenómeno distinta de la que sostiene la mayoría de la izquierda. En particular, sostengo que lo distintivo del neoliberalismo no fue la mayor o menor participación del Estado en la economía; y que es equivocado interpretarlo en términos de ascenso del capital financiero sobre otras formas del capital.

Traté este asunto en varios lugares. Por ejemplo, en El capitalismo roto, donde critiqué la tesis de la financiarización; o en la nota reciente sobre keynesianismo (aquí). También incorporaré el tema en la segunda edición (corregida y aumentada) de Keynes, poskeynesianos y keynesianos neoclásicos, que espero se publicará en 2017. Allí escribo:

El ascenso desde mediados de la década de 1970 del neoliberalismo -englobando con este término al conjunto de doctrinas que desembocan en el nuevo consenso neoclásico keynesiano- ha sido interpretado por buena parte del pensamiento progresista y de izquierda como un asalto del sector financiero a los puestos de mando del capital.

Nuestra interpretación es diferente. Consideramos que el neoliberalismo expresa una política de todo el capital, no solo de una de sus fracciones. Esto es, el apoyo que tuvieron, y tienen, las políticas recomendadas por monetaristas, nuevos clásicos, nuevos keynesianos y similares excede en mucho al capital financiero. Los ataques a los derechos sindicales; los ajustes que implican caídas del salario; las legislaciones para flexibilizar las relaciones laborales; la reducción o supresión de subvenciones a los desempleados; el empobrecimiento de pensionistas y jubilados; las ofensivas contra los inmigrantes, fueron medidas que apuntaron a restablecer la rentabilidad del capital de conjunto. Por esta razón fueron apoyadas a nivel global no solo por los bancos y financistas, sino también por las cámaras empresarias de la industria, el comercio, el agro, la minería, el transporte, más amplios sectores de las clases medias y de las patronales pequeñas y medianas.

Por otra parte, las privatizaciones, las aperturas comerciales y las libertades para el movimiento transnacional de los capitales tuvieron como efecto someter de manera más abierta y plena a todas las economías a la ley de la ganancia. Y esta orientación fue alentada por capitales industriales, comerciales, agrarios, junto al capital financiero. Incluso las fracciones más débiles de los capitales nacionales buscaron insertarse en esta mundialización del capital.

La reacción neoliberal, a su vez, fue acompañada por una movilización reaccionaria en la política, la cultura y la ideología. En muchos ámbitos se impuso la consigna “que gane el mejor y el más fuerte”, que por lo general son los más ricos. Se rechazaron los movimientos críticos y las culturas contestatarias; resurgieron movimientos racistas y xenófobos; y se exaltaron valores conservadores burgueses. Todo ello contribuyó a que el trabajo fuera subsumido de forma más completa al capital de conjunto, sin distinciones. Por eso pensamos que el neoliberalismo expresa el programa de la clase capitalista global frente a la crisis de rentabilidad que estalló en los 1970, y la posterior profundización de la mundialización del capital”.

Lo esencial: aumento de la tasa de explotación
En esta descripción el tema de si el gasto del Estado tuvo más o menos intervención en la economía no tiene mayor relevancia para la caracterización de las políticas que se aplicaron en los países capitalistas en las últimas décadas. Lo esencial es que el programa del capital pasó por aumentar la tasa de explotación del trabajo. Lo cual explica también por qué el neoliberalismo tuvo la adhesión de prácticamente todas las facciones del capital; naturalmente, el aumento de la tasa de explotación del trabajo es la raíz de la hermandad del capital.

En este respecto, en la nota en la que analizo el libro de Piketty (aquí) señalé que hay mucha evidencia empírica del aumento de la participación de los beneficios en el ingreso a nivel global; eso es, hubo una tendencia al aumento de la relación beneficios / salarios, que nos da un proxy a la tasa de plusvalía. Escribí:

Según Kristal (2010), y para 16 países industrializados, la relación W/Y aumenta en promedio en la posguerra y hasta los 1970, pero baja desde el 73% en 1980 al 60% en 2005. Sostiene que en las dos últimas décadas los aumentos de productividad superaron a los aumentos salariales.

Por otra parte, de acuerdo a Karabarbounis y Neiman (2013) la participación de los salarios ha estado declinando a nivel global desde 1980: tomando su participación en el valor bruto añadido de las corporaciones, habría caído un 5% en los últimos 35 años, desde el 64% al 59%. De 59 países con al menos 15 años de datos entre 1975 y 2012, 42 muestran tendencias decrecientes en la participación del trabajo. La tendencia se verifica también en China, India y México. Blanchard y Giavazzi (2003) también encuentran la caída de la participación de los salarios en los países desarrollados en las últimas décadas. Otra manera de ver el aumento de la participación de los beneficios en el ingreso es a través de la distancia entre los ingresos de los CEO de las grandes corporaciones (plusvalía) y los salarios promedio. En EEUU, en 2013, la paga de los altos ejecutivos es 343 veces mayor que la de la media de los empleados y 774 veces mayor que la de aquellos que menos cobran. En 1983 la diferencia con la media era 46 veces (Executive Paywatch, de la AFL-CIO).

También el “Informe mundial sobre salarios 2012-2013” de la OIT muestra esta dinámica. En 16 economías desarrolladas la proporción media del trabajo disminuyó del 75% del ingreso nacional a mediados de los 1970 a 65% en los años previos de la crisis de 2007. En Japón la participación del salario en el ingreso pasó del 68,4% en 1970 al 79,93% en 1977, para bajar al 54,5% en 2010. En EEUU pasó del 71,98% en 1970 al 63,27% en 2010; y en Alemania fue del 69,75% en 1970 al 63,66% en 2010. A su vez, en 16 economías en desarrollo y emergentes, disminuyó del 62% del PBI en los primeros años de los 1990 al 58% justo antes de la crisis.

Por otra parte, la evolución de la plusvalía relativa parece clara. Según la OIT, el índice de productividad del trabajo (producto por trabajador) en las economías desarrolladas, con base 100 en 1999, se había elevado a 114,6 en 2011; en tanto que el índice de los salarios, en el mismo período, había aumentado a 105,9. En EEUU la productividad real por hora en el sector empresarial no agrícola aumentó 85% desde 1980 a 2011, y la remuneración salarial lo hizo el 35%. En Alemania, en las dos últimas décadas, la productividad se incrementó cerca del 25%, pero los salarios reales permanecieron sin cambios. Esto está indicando que la tasa de plusvalía aumenta, aun cuando aumenta la canasta de bienes salariales. Incluso en China, a pesar de que los salarios se triplicaron en la última década, el PBI aumentó a una tasa superior, de manera que W/Y disminuyó” (W: salario; Y: ingreso).

Subrayamos entonces que la cuestión de si el Estado tuvo más o menos participación en las economías capitalistas es secundaria a la hora de definir en qué consiste el neoliberalismo. Más importante aún es que no tuvo un papel neutral en la ofensiva contra el trabajo. Contra lo que piensa el sentido común del izquierdismo progresista, el Estado no está por fuera de las relaciones de clase; no se lo puede pensar haciendo abstracción de su carácter de clase. De hecho, a lo largo de las últimas décadas el Estado contribuyó (y sigue haciéndolo) al fortalecimiento de las posiciones del capital frente al trabajo. Así, por ejemplo, las empresas que se mantienen bajo control estatal se rigen cada vez más según la lógica de la rentabilidad: compiten con empresas privadas, cotizan en bolsa, establecen relaciones con el mundo financiero según las reglas del mercado, subcontratan trabajo y lo precarizan, y remuneran a sus ejecutivos como cualquier otra empresa capitalista. De la misma manera, cada vez más en reparticiones del Estado encontramos trabajo precarizado y trabajadores con derechos laborales mínimos. Todo apunta a la misma conclusión: el Estado no está por fuera de la unidad orgánica que conforma el modo de producción capitalista.

Por eso, el punto de partida del análisis deben ser las relaciones entre las clases sociales fundamentales de la sociedad moderna. Y por eso también, y contra lo que imaginan los ideólogos del reformismo pequeño burgués, el aumento de la explotación del trabajo es perfectamente compatible con la no reducción o el aumento de la participación del gasto estatal en el producto. Más aún, la participación del gasto social en el producto ha tendido a aumentar, en el promedio de los países de la OCDE, entre 1980 y 2015. Las razones de por qué sucedió así deberán investigarse, pero de nuevo esto no impidió el aumento de la tasa de explotación (en Argentina esta cuestión tiene particular relevancia a la hora de caracterizar a la política del gobierno de Macri). En otras palabras, el aumento del gasto público no está en contradicción con la ofensiva del capital desde mediados de los 1970.

Textos citados
Blanchard, O. y F. Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation and Deregulation in Goods and Labor Markets”, Quarterly Journal of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”, NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall, T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of National Income in Capitalist Democracies”, American Sociological Review, vol. 75, pp.729-763.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
A pesar de la vileza del furibundo ataque de Astarita contra el Presidente sirio Al Assad y contra quienes defendemos su legítimo gobierno, en el pasado mes de diciembre, en dos artículos que encontrarán en su blog, considero a Rolando Astarita como uno de los más notables teóricos marxistas en el plano económico. Hoy los marxistas no estamos sobrados de especialistas en este área, dado que muchos de los que se identifican como tales son meros propagandistas de la vulgata keynesiana, postkeynesiana o neokeynesiana. No soy sectario y, aunque Astarita, pueda decir barbaridades en determinadas cuestiones, en mi opinión es enormemente interesante en otras.