Rolando
Astarita. rolandoastarita.wordpress.com
Los
gráficos sobre aumento relativo del gasto estatal en las economías
capitalistas, que he presentado en la nota anterior (aquí),
han movido a algunas personas a preguntarse si estoy negando la
existencia del neoliberalismo. En realidad, en ningún momento negué
el neoliberalismo. Simplemente defiendo una caracterización de ese
fenómeno distinta de la que sostiene la mayoría de la izquierda. En
particular, sostengo que lo distintivo del neoliberalismo no fue la
mayor o menor participación del Estado en la economía; y que es
equivocado interpretarlo en términos de ascenso del capital
financiero sobre otras formas del capital.
Traté
este asunto en varios lugares. Por ejemplo, en El capitalismo
roto, donde critiqué la tesis de la financiarización; o en la
nota reciente sobre keynesianismo (aquí).
También incorporaré el tema en la segunda edición (corregida y
aumentada) de Keynes, poskeynesianos y keynesianos neoclásicos,
que espero se publicará en 2017. Allí escribo:
“El
ascenso desde mediados de la década de 1970 del neoliberalismo
-englobando con este término al conjunto de doctrinas que desembocan
en el nuevo consenso neoclásico keynesiano- ha sido interpretado por
buena parte del pensamiento progresista y de izquierda como un asalto
del sector financiero a los puestos de mando del capital.
Nuestra
interpretación es diferente. Consideramos que el neoliberalismo
expresa una política de todo el capital, no solo de una de sus
fracciones. Esto es, el apoyo que tuvieron, y tienen, las políticas
recomendadas por monetaristas, nuevos clásicos, nuevos keynesianos y
similares excede en mucho al capital financiero. Los ataques a los
derechos sindicales; los ajustes que implican caídas del salario;
las legislaciones para flexibilizar las relaciones laborales; la
reducción o supresión de subvenciones a los desempleados; el
empobrecimiento de pensionistas y jubilados; las ofensivas contra los
inmigrantes, fueron medidas que apuntaron a restablecer la
rentabilidad del capital de conjunto. Por esta razón fueron apoyadas
a nivel global no solo por los bancos y financistas, sino también
por las cámaras empresarias de la industria, el comercio, el agro,
la minería, el transporte, más amplios sectores de las clases
medias y de las patronales pequeñas y medianas.
Por
otra parte, las privatizaciones, las aperturas comerciales y las
libertades para el movimiento transnacional de los capitales tuvieron
como efecto someter de manera más abierta y plena a todas las
economías a la ley de la ganancia. Y esta orientación fue alentada
por capitales industriales, comerciales, agrarios, junto al capital
financiero. Incluso las fracciones más débiles de los capitales
nacionales buscaron insertarse en esta mundialización del capital.
La
reacción neoliberal, a su vez, fue acompañada por una movilización
reaccionaria en la política, la cultura y la ideología. En muchos
ámbitos se impuso la consigna “que gane el mejor y el más
fuerte”, que por lo general son los más ricos. Se rechazaron los
movimientos críticos y las culturas contestatarias; resurgieron
movimientos racistas y xenófobos; y se exaltaron valores
conservadores burgueses. Todo ello contribuyó a que el trabajo fuera
subsumido de forma más completa al capital de conjunto, sin
distinciones. Por eso pensamos que el neoliberalismo expresa el
programa de la clase capitalista global frente a la crisis de
rentabilidad que estalló en los 1970, y la posterior profundización
de la mundialización del capital”.
Lo
esencial: aumento de la tasa de explotación
En
esta descripción el tema de si el gasto del Estado tuvo más o menos
intervención en la economía no tiene mayor relevancia para la
caracterización de las políticas que se aplicaron en los países
capitalistas en las últimas décadas. Lo esencial es que el
programa del capital pasó por aumentar la tasa de explotación del
trabajo. Lo cual explica también por qué el neoliberalismo tuvo la
adhesión de prácticamente todas las facciones del capital;
naturalmente, el aumento de la tasa de explotación del trabajo es la
raíz de la hermandad del capital.
En
este respecto, en la nota en la que analizo el libro de Piketty
(aquí)
señalé que hay mucha evidencia empírica del aumento de la
participación de los beneficios en el ingreso a nivel global; eso
es, hubo una tendencia al aumento de la relación beneficios /
salarios, que nos da un proxy a la tasa de plusvalía. Escribí:
“Según
Kristal (2010), y para 16 países industrializados, la relación W/Y
aumenta en promedio en la posguerra y hasta los 1970, pero baja desde
el 73% en 1980 al 60% en 2005. Sostiene que en las dos últimas
décadas los aumentos de productividad superaron a los aumentos
salariales.
Por
otra parte, de acuerdo a Karabarbounis y Neiman (2013) la
participación de los salarios ha estado declinando a nivel global
desde 1980: tomando su participación en el valor bruto añadido de
las corporaciones, habría caído un 5% en los últimos 35 años,
desde el 64% al 59%. De 59 países con al menos 15 años de datos
entre 1975 y 2012, 42 muestran tendencias decrecientes en la
participación del trabajo. La tendencia se verifica también en
China, India y México. Blanchard y Giavazzi (2003) también
encuentran la caída de la participación de los salarios en los
países desarrollados en las últimas décadas. Otra manera de ver el
aumento de la participación de los beneficios en el ingreso es a
través de la distancia entre los ingresos de los CEO de las grandes
corporaciones (plusvalía) y los salarios promedio. En EEUU, en 2013,
la paga de los altos ejecutivos es 343 veces mayor que la de la media
de los empleados y 774 veces mayor que la de aquellos que menos
cobran. En 1983 la diferencia con la media era 46 veces (Executive
Paywatch, de la AFL-CIO).
También
el “Informe mundial sobre salarios 2012-2013” de la OIT
muestra esta dinámica. En 16 economías desarrolladas la proporción
media del trabajo disminuyó del 75% del ingreso nacional a mediados
de los 1970 a 65% en los años previos de la crisis de 2007. En Japón
la participación del salario en el ingreso pasó del 68,4% en 1970
al 79,93% en 1977, para bajar al 54,5% en 2010. En EEUU pasó del
71,98% en 1970 al 63,27% en 2010; y en Alemania fue del 69,75% en
1970 al 63,66% en 2010. A su vez, en 16 economías en desarrollo y
emergentes, disminuyó del 62% del PBI en los primeros años de los
1990 al 58% justo antes de la crisis.
Por
otra parte, la evolución de la plusvalía relativa parece clara.
Según la OIT, el índice de productividad del trabajo (producto por
trabajador) en las economías desarrolladas, con base 100 en 1999, se
había elevado a 114,6 en 2011; en tanto que el índice de los
salarios, en el mismo período, había aumentado a 105,9. En EEUU la
productividad real por hora en el sector empresarial no agrícola
aumentó 85% desde 1980 a 2011, y la remuneración salarial lo hizo
el 35%. En Alemania, en las dos últimas décadas, la productividad
se incrementó cerca del 25%, pero los salarios reales permanecieron
sin cambios. Esto está indicando que la tasa de plusvalía aumenta,
aun cuando aumenta la canasta de bienes salariales. Incluso en China,
a pesar de que los salarios se triplicaron en la última década, el
PBI aumentó a una tasa superior, de manera que W/Y disminuyó” (W:
salario; Y: ingreso).
Subrayamos
entonces que la cuestión de si el Estado tuvo más o menos
participación en las economías capitalistas es secundaria a la
hora de definir en qué consiste el neoliberalismo. Más
importante aún es que no tuvo un papel neutral en la ofensiva contra
el trabajo. Contra lo que piensa el sentido común del izquierdismo
progresista, el Estado no está por fuera de las relaciones de clase;
no se lo puede pensar haciendo abstracción de su carácter de clase.
De hecho, a lo largo de las últimas décadas el Estado contribuyó
(y sigue haciéndolo) al fortalecimiento de las posiciones del
capital frente al trabajo. Así, por ejemplo, las empresas que se
mantienen bajo control estatal se rigen cada vez más según la
lógica de la rentabilidad: compiten con empresas privadas, cotizan
en bolsa, establecen relaciones con el mundo financiero según las
reglas del mercado, subcontratan trabajo y lo precarizan, y remuneran
a sus ejecutivos como cualquier otra empresa capitalista. De la misma
manera, cada vez más en reparticiones del Estado encontramos trabajo
precarizado y trabajadores con derechos laborales mínimos. Todo
apunta a la misma conclusión: el Estado no está por fuera de la
unidad orgánica que conforma el modo de producción capitalista.
Por
eso, el punto de partida del análisis deben ser las relaciones entre
las clases sociales fundamentales de la sociedad moderna. Y por eso
también, y contra lo que imaginan los ideólogos del reformismo
pequeño burgués, el aumento de la explotación del trabajo es
perfectamente compatible con la no reducción o el aumento de la
participación del gasto estatal en el producto. Más aún, la
participación del gasto social en el producto ha tendido a aumentar,
en el promedio de los países de la OCDE, entre 1980 y 2015. Las
razones de por qué sucedió así deberán investigarse, pero de
nuevo esto no impidió el aumento de la tasa de explotación (en
Argentina esta cuestión tiene particular relevancia a la hora de
caracterizar a la política del gobierno de Macri). En otras
palabras, el aumento del gasto público no está en contradicción
con la ofensiva del capital desde mediados de los 1970.
Textos
citados
Blanchard,
O. y F. Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation
and Deregulation in Goods and Labor Markets”, Quarterly Journal
of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis
L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”,
NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall,
T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of
National Income in Capitalist Democracies”, American
Sociological Review, vol. 75, pp.729-763.
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
A pesar de la vileza del
furibundo ataque de Astarita contra el Presidente sirio Al Assad y
contra quienes defendemos su legítimo gobierno, en el pasado mes de
diciembre, en dos artículos que encontrarán en su blog, considero a
Rolando Astarita como uno de los más notables teóricos marxistas en
el plano económico. Hoy los marxistas no estamos sobrados de
especialistas en este área, dado que muchos de los que se
identifican como tales son meros propagandistas de la vulgata
keynesiana, postkeynesiana o neokeynesiana. No soy sectario y, aunque
Astarita, pueda decir barbaridades en determinadas cuestiones, en mi
opinión es enormemente interesante en otras.
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