La
economía japonesa es un gran experimento sobre la evolución del
capitalismo. Desde los orígenes de su proceso de industrialización
a partir de la restauración Meiji en el siglo XIX hasta las
políticas recientes para salir del estancamiento, las lecciones se
multiplican. Nadie interesado en el devenir del capitalismo debe
ignorarlas.
Durante
el periodo 1950-1973 la economía japonesa mantuvo tasas de
crecimiento del PIB superiores a 11 por ciento en promedio. Pero
después de esos años el ritmo de la expansión comenzó a
debilitarse. El crecimiento en la década de los 80 ya estuvo marcado
por la ralentización, con tasas promedio de 4.6 por ciento. Ese
crecimiento estuvo impulsado por episodios de inflación en los
precios de bienes raíces, mejor conocidos como burbujas. El efecto
riqueza que acompañó esos eventos proporcionó un impulso
artificial al crecimiento.
En
1990 una de esas burbujas creció de manera desorbitada y reventó
con mayor fuerza. Le siguió un proceso de crecimiento mediocre (0.73
por ciento anual entre 1993-1999). Los economistas no podían
interpretar la causa de esta “década perdida”. A pesar de
mantener bajas tasas de interés y un persistente déficit público,
la economía japonesa siguió sin responder. Después de 10 años de
crecimiento cercano a cero, entre 2000 y 2007 se presentaron síntomas
de una mediocre recuperación con tasas de expansión de 1.5 por
ciento. El enigma se hacía más interesante porque en esos años se
introdujeron recortes en el gasto público, lo que en teoría debería
haber frenado más el crecimiento. Y después vino la crisis de 2008:
a partir de ese año el crecimiento volvió a su ritmo letárgico,
con una tasa promedio anual de 0.22 por ciento. Hoy los economistas
tradicionales siguen sin poder identificar las causas de la
enfermedad que aqueja la economía japonesa.
En
2012 el nuevo primer ministro, Shinzo Abe, comenzó a aplicar un
paquete de medidas de política económica para sacar a Japón del
estancamiento en el que se encuentra desde 1992. Fue anunciada como
una mezcla de “tres flechas”: dos de inspiración
keynesiana y una de tipo neoliberal y con un enfoque sobre el lado de
la oferta (que en la jerga anglo-sajona se conoce como supply-side
economics). A esa combinación la entusiasta prensa internacional
de negocios la bautizó con el nombre de Abenomics.
El
primer componente es de política monetaria ‘no convencional’.
Consistió en inyectar mayor liquidez y reducir tasas de interés a
cero (y hasta terreno negativo) para inducir a un mayor consumo. La
meta era alcanzar una inflación de 2 por ciento anual. La postura de
flexibilidad cuantitativa ha llevado a una expansión aparatosa de la
base monetaria, pero su impacto sobre el crecimiento ha sido nulo.
El
segundo elemento fue un incremento del gasto público y condujo a un
fuerte déficit público. Pero al mismo tiempo, el paquete incluyó
un aumento del IVA de 5 a 8 por ciento con un efecto recesivo y
regresivo a la vez. Se planteó por ley un aumento de 10 por ciento
en abril de este año, pero lo más probable es que no se aplique
dicha medida.
El
tercer componente del paquete es de corte neoliberal: introducir
“reformas estructurales”, reducción de impuestos a
corporaciones y desregulación de mercados, especialmente del mercado
laboral.
Abenomics
es una mezcla de toda clase de medidas aplicadas simultáneamente:
Keynesianas en el lado fiscal (aunque con impuestos recesivos),
neoliberalismo y “supply-side economics”, política
monetaria expansiva no convencional y una postura cambiaria
devaluatoria.
¿Cuáles
han sido los resultados? Para empezar, el crecimiento del PIB sigue
siendo mediocre. Incluso la tasa de expansión sigue situándose por
debajo del nivel que se tenía antes de iniciar la aplicación del
paquete de medidas de Abenomics. El gasto de los hogares no se
ha podido estimular y sigue estancado. Además, el objetivo de
alcanzar una inflación de 2 por ciento tampoco se ha podido cumplir.
Y como era de esperarse, tampoco se ha logrado la anhelada reducción
del déficit fiscal y la deuda pública como porcentaje del PIB sigue
en aumento.
La
expansión monetaria del Abenomics condujo a una devaluación
del yen japonés. Pero el efecto sobre el sector exportador no pudo
contrarrestar el impacto de la contracción del mercado internacional
provocada por la crisis. La balanza comercial pudo arrojar un
superávit en 2016 pero sólo porque las importaciones se redujeron
16 por ciento.
En
general, el paquete Abenomics presenta un saldo negativo. Ese
resultado era de esperarse porque la economía japonesa sufre una
deflación crónica que se acompaña de una crisis de hojas de
balance en la que todos los sectores de la economía tratan de
reducir sus niveles de endeudamiento. Y ese tipo de crisis, como bien
lo ha señalado Richard Koo, tarda muchos años en superarse. Lo más
importante es que desde el punto de vista de la clase trabajadora, el
impacto es más bien tenebroso. Y es que el objetivo del paquete era
simple y llanamente aumentar la tasa de explotación de la fuerza de
trabajo.
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