Alex
Anfruns. Investig´action
La
renta básica (o prestación universal), ¿ sería la reforma
milagrosa que permitiría reducir las desigualdades sociales y sacar
a millones de personas de la pobreza? Tanto a derecha como a
izquierda, el proyecto sedujo. El candidato del Partido Socialista,
Benoît Hamon ha hecho de la renta básica una propuesta estrella de
su programa para las próximas elecciones presidenciales. Manuel
Valls y Marine Le Pen también se habían mostrado igualmente
favorables a la idea. ¿Sorprendente? Para entender mejor lo que
esconde la renta básica y los detalles de una propuesta
aparentemente progresista, hablamos con Mateo Alaluf, autor de
“Prestación Universal. Nueva etiqueta de la precariedad”
y co-director del libro colectivo “Contra la Prestación
Universal”.
Según
usted la Renta básica, tal como la presenta el candidato Hamon,
¿representa una alternativa real de izquierdas? ¿Cuáles son sus
orígenes históricos?
Mateo
Alaluf : No es una alternativa de izquierdas sino una alternativa a
la izquierda. En primer lugar, si se pone al lado la mitología
idealizada que se le ha dado a posteriori: Tomás Moro, Charles
Fourier… La idea de una renta básica es más reciente y se
relaciona con la aparición del pensamiento neoliberal y en especial
de Milton Friedman en la década de 1960. Sin embargo, más tarde,
los economistas críticos del neoliberalismo como James Tobin o
pensadores de derecha e izquierda se unieron a la idea de una renta
básica incondicional.
Además,
la concepción de la justicia social que vehicula la renta básica
reposa en el principio de que cada individuo recibe de manera
incondicional un mismo ingreso en efectivo, del que es responsable
del uso que realice. La concesión de una renta básica se basa pues
en el principio de la igualdad de oportunidades que caracteriza el
pensamiento liberal. Esta idea difiere del principio de igualdad
basado en la redistribución de las riquezas y que supone que cada
uno aporta según sus capacidades y se beneficia según sus
necesidades.
La
igualdad a secas, no la igualdad de oportunidades es, en mi opinión,
el principal marcador de la izquierda. Esta visión de la igualdad ha
impregnado nuestros sistemas de protección social. Así, por
ejemplo, cotizamos un seguro de salud en función de nuestros
ingresos y nos beneficiamos según estemos o no enfermos. Desde este
punto de vista la propuesta de una prestación universal de Benoît
Hamon supone abandonar el principio de igualdad en favor del de la
igualdad de oportunidades.
En
teoría se nos presenta esta idea como casi milagrosa. En la
práctica, ¿ha sido ya ha implementada en otros países? Si es así,
¿con qué resultados?
La
idea de un ingreso básico no se ha implementado en ningún sitio, a
menos que consideremos el caso de Alaska en los Estados Unidos, donde
se concede una renta petrolera a los residentes del Estado. Así que
los “experimentos” que habitualmente se mencionan consisten en
conceder ingresos a los pobres en la India y Namibia, por ejemplo, y
constatar que su situación mejora. O aún observar que los parados
que reciben ingresos sin someterse a los controles a los que están
normalmente obligados, buscan, sin embargo, activamente trabajo sin
ser animados a ello. No se trata, pues, de un ingreso remunerado sin
ninguna condición tanto a los pobres como los ricos.
La
experimentación de una renta básica de 560 € al mes concedida a
una población de 2.000 desempleados en Finlandia es actualmente muy
comentada. Se lleva a cabo por un gobierno de derechas que une a tres
partidos, Kesk (centro), Verdaderos Finlandeses (extrema derecha) y
Kok (nacionalista conservador), en el marco de una política de
austeridad con miras a reducir el gasto público y contener los
salarios.
La
motivación esencial de esta iniciativa reside en el hecho de que un
parado actualmente goza de muchas ayudas (desempleo, vivienda, los
niños …) y que un puesto de trabajo, para alcanzar el nivel de las
asignaciones acumuladas por un parado, debe corresponder a un salario
de 2.300 € brutos. El propósito de la concesión de este ingreso
básico es reducir el gasto en desempleo, contener los costes
salariales y reducir el desempleo, que se eleva al 9%. Estamos aquí
bien lejos de las promesas maravillosas de una prestación universal.
Alrededor
de esta idea, habría pues varias ofertas bajo horizontes políticos
diversos: renta básica, Prestación universal, salario de por vida…
Con el riesgo para el elector de encontrarse frente a un engaño
sobre el producto. ¿Cómo no ser engañado?
Hay
tantas versiones de la renta básica como de personas que las
promueven. Se diferencian principalmente por su grado de
incondicionalidad, su montante, su grado de sustitución de la
seguridad social y su modalidad de financiación.
Algunos
sostienen que para una formulación de izquierdas la renta básica se
caracterizaría principalmente por el carácter “suficiente”, es
decir, elevado, de los ingresos asignados y el mantenimiento de las
prestaciones de la seguridad social. Ahora bien, a medida que
aumentase la renta, su financiación afectaría a las prestaciones
sociales. Así por ejemplo, en Bélgica Georges-Louis Boucher (MR)
propone una subvención de 1.000 € en lugar de todas las otras
ayudas y el seguro de enfermedad limitado solo a los grandes riesgos.
Por contra Felipe Defeyt (Ecolo) se pronuncia por 600 €, que
Philippe Van Parijs propone alcanzar en etapas, para tratar de
preservar la seguridad social.
La
paradoja, entonces, consiste en si hay que abogar por una prestación
universal de una cantidad alta, cuya viabilidad implica el
cuestionamiento de la seguridad social y los servicios públicos y
por lo tanto aceptar una regresión social importante; o bien
conformarse con un modesto subsidio que podría conciliarse en su
totalidad o en parte, con el sistema de protección social. En este
último caso, la cantidad modesta de la prestación necesitaría,
para vivir o sobrevivir, recurrir a trabajos complementarios
condenando así a los beneficiarios a aceptar “pequeños trabajos”
precarios y mal pagados.
En
lugar de permitir a cada uno elegir entre ocupar o no un trabajo y
consagrarse a actividades que podría haber escogido determinar, con
plena autonomía, su finalidad, los beneficiarios de una asignación
universal estarían limitados a aceptar no importa que trabajo a
tiempo parcial. Tal sistema, por lo tanto, es un poderoso incentivo
para aceptar un empleo y lleva a la institucionalización de la
precariedad.
Concretamente,
¿cuál es la oferta propuesta por el candidato francés Benoit
Hamon?
La
prestación universal propuesta por Benoît Hamon parece por el
momento muy imprecisa. Ha variado mucho en sus versiones e incluso ha
planteado la idea de que su sistema podría estar condicionado por
los recursos y sólo afectaría a los salarios por debajo de 2.000 €.
Se trata, de hecho, en estas formulaciones, de ingresos para los
jóvenes de entre 18 y 25, resultantes de la fusión de los mínimos
sociales y la ampliación de la base del RSA (ingreso de solidaridad
activa) para cualquier grupo de edad .
Estamos,
en efecto, lejos de los principios que fundamentan generalmente la
renta incondicional. Un tal sistema, aún muy edulcorado, conlleva el
riesgo de disminución de los salarios y de constituir una subvención
a los empleadores. Suponiendo que un joven perciba una prestación de
750 €, por ejemplo, ¿podemos suponer que su empleador no lo tendrá
en cuenta para fijar su salario? La puerta estaría en cualquier caso
abierta en Francia para el SMIC joven que había sido hasta ahora
combatido por los jóvenes y por toda la izquierda.
Ciertamente
uno puede concebir fórmulas de renta incondicional que, al
apartarse del principio de incondicionalidad dura defendido por sus
promotores, pueden ser concebidos sin socavar demasiado las
protecciones sociales. Pero cuando la izquierda se inscribe en esta
perspectiva pierde su brújula que no es la igualdad de
oportunidades, sino la igualdad y abandona el terreno del conflicto
entre capital y trabajo.
Usted
afirma categóricamente que la defensa de una prestación universal
equivale al abandono de la lucha contra las desigualdades. ¿Por qué
razones?
Al
hacer suyo el principio de la prestación universal, la izquierda
hace confesión de impotencia. Bajo su presidencia, Francois Hollande
ha capitulado ante su “enemigo la finanza”. Su gobierno ha
hecho pasar a la fuerza la ley Macron “crecimiento y actividad”
que subvenciona largamente sin contrapartidas a las empresas y la
“ley del trabajo” que desmonta la legislación laboral.
La
renta universal aparece entonces como un señuelo bajo las
apariencias de la renovación que oculta su impotencia ante las
políticas de austeridad. Consiste en hacer un paso a un lado en
lugar de repensar el sistema de protección social, para frenar la
inversión en servicios públicos y, especialmente, oculta la
cuestión central de los salarios.
Sin
embargo, este concepto tiene la ventaja de desplazar la orientación
de los debates políticos bajo el ángulo de la emancipación social,
en lugar de la estrategia del miedo y la regresión prometida por
Valls, Fillon y Le Pen. ¿Podríamos considerar la aplicación de
esta medida complementándola con otras prestaciones?
Vale
más, efectivamente, discutir sobre la renta universal en lugar de
exacerbar como Valls, Fillon y Le Pen las luchas identitarias y
estigmatizar a los musulmanes. Además este debate tiene el mérito
de poner de relieve la necesidad de un ingreso mínimo -diferente de
la renta básica-, que comparto plenamente.
También
es posible, aunque su montante sea modesto, considerarlo como
complemento de las otras prestaciones de la seguridad social. Yo
pienso, no obstante, que hay que ser más ambicioso. En lugar de una
cantidad irrisoria concedida a todos ¿no es mejor dedicar todos los
recursos que podrían ser liberados para unos mínimos sociales
dignos bajo la condición de los recursos económicos y dar más
autonomía a los jóvenes mediante la concesión de una prestación
que les permita financiar sus estudios y su formación continua?
Frente a la ofensiva
neoliberal todavía vigente a escala europea y en el contexto de la
construcción de una alternativa progresista, ¿qué acciones están
a nuestro alcance para avanzar hacia una dinámica de conquistas
sociales?
En
función de todo lo precedente, se ve bien que una nueva dinámica de
las conquistas sociales debe romper con las políticas de austeridad
y poner el acento en los salarios y el aumento de los mínimos
sociales. La izquierda, en la tradición que le es propia, debería
imaginar en el presente el estado de bienestar en un nuevo contexto
mundializado.
La
abolición del concepto de convivencia en la reglamentación del
desempleo, la individualización y la universalización de los
regímenes de seguridad social deben inscribirse en la ampliación de
los derechos sociales. La inversión en los servicios públicos y un
sistema fiscal más justo son también elementos esenciales.
La
cuestión principal sigue siendo, no obstante, el de la reducción
colectiva del tiempo de trabajo. En un pequeño libro escrito en 1930
y titulado “carta a nuestros nietos” John Meynard Keynes
preconizaba para nuestra época el pleno empleo de 15 horas a la
semana. Es, en mi sentido, la perspectiva que debería movilizarnos.
La renta básica no es sino otro dispositivo más de conveniencia al servicio de la clase dominante. No queremos la parte proporcional dictada por dicha clase en base a sus intereses, lo queremos todo, pues todo nos pertenece.
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