Rolando
Astarita. rolandoastarita.wordpress.com
En
varios escritos que circulan dentro de la izquierda, se define al
capital ficticio como todo tipo de acreencia o título financiero;
esto es, se lo identifica con los títulos (bonos, acciones) que
proporcionan rentabilidad a quienes los poseen. Se sostiene que, a
diferencia del capital real, el ficticio no constituye riqueza
social, ya que los títulos no poseen valor intrínseco.
El
objetivo de esta nota es precisar, en primer lugar, cual es la noción
de capital ficticio en Marx, y en segundo término, presentar algunas
conclusiones relacionadas con la idea de que sería posible salir de
las crisis capitalistas, o solucionar los problemas fundamentales
vinculados a la acumulación del capital, mediante inyecciones de
capital ficticio.
La
noción en Marx
La
expresión capital ficticio fue introducida por Marx para designar
aquellos activos financieros cuyo valor no se corresponde con algún
capital real; el caso paradigmático son los títulos públicos. Es
que cuando un gobierno emite títulos para cubrir sus gastos
corrientes, el dinero que recoge no entra en algún circuito de
valorización, y por lo tanto no es capital. Por eso Marx destaca que
el precio del título no representa capital, o valor en proceso de
valorización. Un pagaré o un bono del Estado solo dan a su
propietario el derecho a participar de una parte de la plusvalía,
bajo la forma de los impuestos que recaude el gobierno. Por otra
parte, los valores de los títulos públicos pueden modificarse,
según las oscilaciones de la tasa de interés, o según varíe la
confianza en que el Estado podrá hacer frente a sus obligaciones.
Estos cambios en los valores pueden, por lo tanto, no tener una
relación directa con la acumulación del capital. Por ejemplo, la
suba de los títulos del Tesoro de EEUU, desde mediados de la década
de 1980, estuvo vinculada a la caída progresiva de la tasa de
interés, a lo largo de casi tres décadas. La demanda internacional
de los títulos -EEUU es considerado un refugio seguro para los
capitales líquidos- explica en buena medida la caída de la tasa.
Pero ese aumento del stock de títulos no tuvo como contrapartida un
incremento del capital real. Incluso en períodos de crisis o
incertidumbre, los precios de los bonos del Tesoro de EEUU
continuaron en aumento, a contramano de lo que sucedía con muchos
otros activos financieros, que caían al compás de la
desvalorización del capital real.
La
segunda variante del capital ficticio analizada por Marx es el
capital accionario. Recordemos que una acción da derecho a
participar en los beneficios de la compañía. En palabras de Marx,
“la acción no es otra cosa que un título de propiedad, pro
rata, sobre el plusvalor que se ha de realizar por intermedio (del)
capital” (Marx, 1999, p. 601). Las empresas emiten las acciones
para financiarse (la oferta inicial), y luego pasan a negociarse
diariamente en el mercado. Por lo tanto, solo lo recaudado en la
emisión inicial pasa a integrar el capital real de la empresa. Sin
embargo, los precios de las acciones pueden despegarse (y es lo que
sucede en la realidad) del valor del capital realmente invertido. Las
ganancias realizadas, y las expectativas de mayores ganancias
futuras, por lo general, generan olas de optimismo, que pueden llevar
a que el precio bursátil de la empresa (esto es, el precio que
debería pagar un inversor si quisiera adquirirla comprando las
acciones) sea superior a su valor real (también llamado valor libros
o contable), determinado por los costos de reposición de equipos,
planta y capital circulante en existencia. Marx parece referirse a
esta diferencia como capital ficticio. Esto es, si el valor de la
acción se corresponde con el valor libro, no cabe hablar de capital
ficticio. “Las acciones de compañías ferroviarias, mineras, de
navegación, etc., representan capital real, a saber, capital
invertido y operante en estas empresas, o la suma adelantada por los
participantes para ser gastada como capital en tales empresas”
(ídem). Marx aquí está diferenciando entre capital ficticio y
real. Y subraya que en el caso del capital en acciones, el capital no
existe dos veces, una como capital real, y otra como capital
accionario. Pero esto no debe interpretarse como que el título no
expresa capital real. Aunque si el valor de la acción supera al
valor del capital real, podemos hablar de capital ficticio. Para
expresarlo con un ejemplo, si el valor bursátil de la empresa es
$1000, pero su valor contable, o de reposición real, es $400, el
capital ficticio sería $600. Desde el punto de vista práctico, en
los mercados se considera que existe sobrevalorización bursátil
cuando la relación entre el valor bursátil y la ganancia anual de
la empresa (lo que se llama price/earning) supera sus promedios
históricos (que en Wall Street, por ejemplo, se ubican entre 8 y
10). El p/e indica el número de años que son necesarios para pagar,
con la ganancia anual de la empresa, su valor bursátil. En vísperas
del derrumbe bursátil de las acciones tecnológicas, de 2000-01,
algunos p/e eran absolutamente “disparatados”, superando
los 100 años. Se trataba entonces de un caso típico de crecimiento
de capital ficticio.
Capital
ficticio de los bancos y la propiedad inmobiliaria
Por
extensión, Marx también consideró como una forma de capital
ficticio a la mayor parte del dinero que figura como depósitos en
los bancos, ya que los créditos concedidos por el banco no existen
como depósitos. Si bien este aspecto del asunto no es tomado en
consideración cuando se evalúa el capital ficticio, tiene interés
darle cierta atención. Aquí lo importante sería no incurrir en
“doble contabilidad”. Lo explicamos con un ejemplo.
Supongamos que $100 que conforman un depósito son prestados por el
banco a una empresa A, que los invierte en ampliar su capital fijo.
Para el ahorrista, propietario del depósito, los $100 constituyen un
“capital dinerario potencial”; pero en la realidad estos
$100 solo existen como capital en proceso de valorización, y no
deberían contabilizarse dos veces. Y si el banco invirtió el
depósito en comprar títulos públicos, la acreencia solo es capital
ficticio. Por otra parte, y esto tal vez sea más interesante, se dan
los casos en que el activo del banco es “doblemente ficticio”, si
se quiere. Sucede cuando al banco se le permite seguir cotizando el
título a su valor nominal, aunque su valor de mercado esté muy por
debajo. Pero si los precios de los títulos no se recuperan, el banco
no puede evitar la pérdida.
Naturalmente,
otra forma de capital ficticio es la que está relacionada con la
propiedad inmobiliaria. Es que el precio de la tierra está vinculado
a la tasa de interés (al bajar la tasa, sube el precio), y la
propiedad inmobiliaria muchas veces está sometida a la misma lógica
de cualquier otro activo financiero. De ahí las burbujas
especulativas, y su posterior desplome. Como resultas de esto, a
veces se puede asistir a una suba durante años de los precios de las
propiedades inmobiliarias, esto es, del stock de “capital”
(aunque en términos marxistas la tierra no es capital) invertido en
las mismas.
Los
títulos de deuda
A
diferencia de los casos discutidos en el anterior punto, las
acreencias que están en propiedad de los prestamistas no
necesariamente representan capital ficticio. Supongamos un
capitalista dinerario que presta $1000 a un empresario, el cual
adquiere medios de producción y fuerza de trabajo para generar
plusvalía. El título de deuda que posee ahora el capitalista
dinerario representa capital real, esto es, valor en proceso de
valorización; no es capital ficticio. Por supuesto, si estalla una
crisis y el empresario no puede vender las mercancías, el capital se
desvaloriza. Pero esto no cambia la naturaleza del asunto, ya que en
última instancia, todo capital es pasible de desvalorizarse, y no
por ello todo capital es ficticio. Por esta razón, Marx señala que
el certificado de deuda “no representa capital meramente
ilusorio, como en el caso de las deudas públicas”. Lo cual,
hay que insistir en ello, tampoco significa que el capital exista dos
veces, una bajo la forma del capital en funcionamiento (los $1000
invertidos), y la otra como valor del título. Pero lo importante es
que en el caso del préstamo al capital productivo, a diferencia de
lo que sucede con los títulos públicos, hay capital que se está
valorizando, esto es, explotando al trabajo y obteniendo plusvalía.
Por eso, es un error identificar sin más todo crecimiento del
crédito (que implica crecimiento de todo tipo de papeles) con
aumento del capital ficticio. Tampoco tiene sentido asimilar el
crecimiento del crédito con estancamiento del capitalismo. El
crédito es una palanca de la acumulación del capital, que a su vez
es la forma social que adquiere el desarrollo de las fuerzas
productivas. Esto no se modifica por el hecho de que el crédito
también sea una palanca de la especulación y de la sobreacumulación
(esta cuestión la trataré con más detalle en otra nota).
Los
nocionales de los derivados
Actualmente
existen instrumentos financieros que Marx no conoció, y que a veces
se consideran también capital ficticio. Los más significativos son
los nocionales, que subyacen a los derivados que se negocian en los
mercados financieros. Para explicar qué es un nocional a los
lectores no familiarizados, lo explicamos con un ejemplo sencillo, el
de un swap de intereses de tasa flotante contra fija. El swap de
intereses es un contrato realizado entre dos partes, por el cual una
de ellas se compromete a pagar periódicamente una tasa de interés
fija, y la otra una tasa variable, durante un lapso de tiempo
establecido. Por ejemplo, A paga 4% y B paga Libor + 0,25%. Pues
bien, el contrato se establece sobre un valor nocional de,
supongamos, 1 millón de dólares, y las partes solo intercambian
flujos en caso de que haya variación de la tasa (por ejemplo, si la
tasa de interés variable ha subido 0,10 puntos porcentuales, B
pagará a A 0,10% de un millón de dólares). Lo importante es que el
nocional no tiene por qué ser necesariamente capital ficticio. B,
por caso, puede ser un banco que ha prestado un millón de dólares a
una empresa a tasa variable, y con el contrato se protege contra una
eventual caída de la tasa Libor. Si la empresa que recibió el
préstamo ha invertido productivamente el millón de dólares, no
estamos en presencia de capital ficticio. Dada la dimensión de las
sumas involucradas en los nocionales (los contratos en tasa de
interés en 2011 implicaban nocionales por 500 billones de dólares,
y cuando se incluían los contratos en tipo de cambio y los seguros
contra default, o CDS, se llegaba a 648 billones), es necesario tener
presente esta distinción. Lo importante aquí es saber en qué
consisten estos activos. Por ejemplo, si se trata de papeles
inmobiliarios inflados, estaremos ante un típico caso de capital
ficticio; pero no siempre será así.
Capital
ficticio y demanda durante el auge
Lo
discutido hasta aquí sirve para explicar por qué el capital
ficticio, por sí mismo, no puede solucionar los problemas
fundamentales que están asociados a la acumulación. Sin embargo,
alguna gente piensa que durante las fases de auge del ciclo
económico, el aumento de capital ficticio bursátil o inmobiliario
(esto es, el incremento de sus precios) genera nuevo poder de compra,
lo que a su vez permite expandir la producción y por lo tanto
generar más plusvalía. Por eso se piensa a veces que hay
expansiones puramente “ficticias”. El razonamiento es que
si el valor total de las acciones en el momento t es $1000, y en el
momento t + 1 es $1200, el poder de compra se habrá incrementado en
un 20%. De manera que las burbujas tendrían el efecto milagroso de
generar más y más plusvalía. Pero de nuevo, esto es ilusorio. Se
puede decir que en estos casos estamos ante un típico fenómeno de
“fetichismo” del capital: el valor parece crecer y crecer
por la sola acción de inversores que compran más y más acciones (o
tierras), sin intervención del trabajo humano. La ley del valor
trabajo “a lo Marx” parece caerse. Pero no hay tal cosa. La
valorización bursátil (o de la tierra) no puede generar nuevo poder
de compra. Para ver por qué, supongamos que A ha invertido $20 en
acciones, y al cabo de un cierto tiempo las mismas se han valorizado
un 50%. Entonces A decide vender, a fin de adquirir un bien de
consumo. Cuando A vende las acciones, tiene un poder de compra de
$30, pero el comprador de las acciones ha resignado el mismo poder de
compra. No hay inyección nueva de valor, cuando se considera el
asunto desde el punto de vista global. Algo similar ocurre con la
inflación de los precios de la tierra.
Naturalmente,
esto no significa que el crecimiento del capital ficticio no pueda
incidir en la acumulación. Una forma en que afecta a la acumulación
es que el crecimiento de los precios bursátiles puede favorecer el
financiamiento de las empresas, ya sea porque éstas utilizan los
títulos como colaterales para obtener préstamos y ampliar la
producción, o bien porque emiten nuevas acciones para ampliar su
capital en las mejores condiciones. Desde el punto de vista del
consumo, está lo que se llama el “efecto riqueza”, que
consiste en que los inversores pueden sentirse más confiados para
aumentar el gasto cuando se valorizan sus tenencias. Por otra parte,
el crecimiento del capital ficticio también genera las condiciones
para que aumente la especulación, para que se desaten “manías
inversoras” y se desarrollen todo tipo de fraudes y estafas
que, por regla, terminan en gigantescas catástrofes y quiebras.
Las
crisis y el capital ficticio
La
inflación de capital ficticio tampoco puede sacar a las economías
de la crisis. Si se trata de las acciones, lo característico es que
ya con el inicio de las crisis sus precios se derrumben. Esto es, el
viraje hacia el descenso económico va acompañado por el colapso de
enormes masas de capital ficticio.
En
cuanto a los títulos públicos, su crecimiento no puede solucionar
las cosas durante la crisis. Para ver por qué, supongamos que en una
economía ha caído la demanda (los capitalistas no reinvierten la
plusvalía, y el desempleo se está incrementando). El gobierno
decide entonces inyectar gasto público, financiado con la colocación
de títulos; éstos son comprados con plusvalía (los asalariados no
compran títulos). Supongamos que el Estado recoge así $1000, con
los que paga subsidios a desocupados o salarios a los empleados
estatales. Esta inyección activa la demanda de bienes por $1000 (los
desocupados o los empleados consumen bienes). Sin embargo, si la
acumulación capitalista no se recupera, en la siguiente ronda hay
que volver a inyectar gasto fiscal para sostener la demanda. Y
además, hay que pagar los intereses por los bonos colocados en la
primera ronda. Por eso, la recuperación de la demanda por esta vía
tiene alcance limitado. Además, si la economía continúa en crisis,
y crece el stock de deuda del gobierno, lo más probable es que los
capitalistas dinerarios comiencen a exigir una tasa de interés cada
vez más alta para seguir prestando. La cuestión de fondo es que el
gasto del Estado es financiado con plusvalía que está generada por
el trabajo productivo, y en tanto éste no se reactive, los problemas
seguirán agravándose. El gasto fiscal puede ayudar a reactivar la
demanda, pero no es la solución del problema. En este respecto hay
que destacar la importancia de no caer en el fetichismo financiero, o
del Estado y sus posibilidades de evitar, o solucionar, las crisis
capitalistas. El gasto estatal no puede constituir nunca una fuente
autónoma de demanda, dado que los impuestos solo son una fracción
de la plusvalía generada por el trabajo asalariado. Vinculado a esta
cuestión, también hay que aclarar que la emisión monetaria (por
ejemplo, para monetizar un déficit fiscal) tampoco es salida, ni
significa incremento de capital ficticio, sino la simple
desvalorización del signo monetario. Pero por esto mismo no impide
la desvalorización del capital, ni constituye una fuente de demanda
adicional. Por ejemplo, supongamos que se está en una crisis, en que
hay mercancías sin vender, y que el gobierno emite dinero para
financiar gasto, de manera que las mercancías se venden. De esta
forma se impide que bajen los precios de estas mercancías, y por lo
tanto que no se desvalorice este capital mercancía. Pero esto ocurre
al costo de la desvalorización del capital dinero. Por supuesto, se
puede sostener que es preferible una desvalorización por vía de la
inflación, que la deflación. Pero lo importante es que la inyección
no frena la caída de los valores.
Subrayamos,
solo si se reanuda el gasto de plusvalía (esto es, si baja el
atesoramiento), habrá una reactivación genuina de la demanda. Por
ejemplo, desde el estallido de la crisis en 2007 los bancos centrales
han aumentado sus balances al comprar principalmente deuda soberana y
deuda de bancos. Según el FMI, estas compras fueron financiadas con
expansión de la base monetaria, que aproximadamente se duplicó, en
términos de porcentaje del PBI, entre 2007 y 2011. Se ha calculado
que hoy habría unos 15 billones de dólares en títulos y préstamos
de muy dudosa calidad, en poder de los bancos centrales (Winter,
2012). Se trata de una inmensa masa de capital ficticio, que no tiene
contrapartida en la riqueza ni en el capital real, y que por sí
misma no ha logrado, ni logrará, sacar a las economías del
estancamiento.
En
conclusión, el capital ficticio no tiene las propiedades “mágicas”
que muchos le asignan. Su incremento no puede sostener por sí mismo
la acumulación del capital, ni sustituir la producción de
plusvalía. Por eso mismo, las gigantescas masas de “papeluchos”
creados desde 2007 no han salvado al modo de producción capitalista.
Textos
citados:
Marx,
K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI, tomo III, vol. 7.
Winter,
R. (2012): Largest Central Banks Now Hold Over 15 Trillion in Fictius
Capital, The Wall Street Examiner, 27 January
Gran artículo del gran Astarita. Si no fuera por sus inclinaciones trotskas sería aún más grande, pero actualmente la cosa no está para sectarismos absurdos. Saludos.
ResponderEliminarHoy se podría decir que todo el capital es ficticio. (Es verdad con un % de error)
ResponderEliminar