George Orwell, escritor, anticomunista y chivato |
Jorge
Ángel Hernández. La pupila insomne
El
afamado escritor británico George Orwell, autor de la igualmente
célebre novela 1984, se empleaba de lleno y con
conocimiento de causa en el entramado de la Guerra Fría cultural.
Desempeñaba su papel de colaborador activo de la CIA, sobre todo a
través del intelectual agente Arthur Koestler, con quien bromeaba
calculando el grado de traición que podrían alcanzar las “bestias
negras favoritas” de su lista de denuncias. En su meticuloso
diario, Orwell compiló los nombres de treinta y cinco personas en
1949, pero engrosó rápidamente el número en ese mismo año, hasta
llegar a 125 sospechosos de simpatizar con el comunismo o de
colaborar con él directamente. La abultada lista sería entregada
por él mismo al Departamento de Investigación de la Información
(IRD, por sus siglas en inglés).
Orwell
denunciaría así a quien se consideraba su amigo, el poeta Stephen
Spender, por su “tendencia a la homosexualidad” y por ser
“muy poco fiable” y “fácilmente influenciable”.
El célebre e incluso autor superior a él mismo, John Steinbeck,
fue incluido en su nómina de bestias negras por considerarlo
“espurio, pseudoingenuo”, y asimismo Upton Sinclair,
apenas por calificarlo de “muy tonto”. El político y
periodista panafricanista George Padmore, radicado en Londres luego
de haber abandonado el comunismo soviético, pasa a su lista por
“antiblanco” y probable amante de Nancy Cunard.
Kingsley
Martir, director del New Statesman and Nation, donde Orwell
publicaba, quedaría en su lista como “liberal degenerado. Muy
deshonesto”. El intelectual, actor y cantante negro Paul
Robeson también fue víctima de sus acusaciones por ser muy
“antiblanco, partidario de Wallace”, y J. B. Prestley por
“simpatizante convencido”, “muy antiamericano” y con
posible vínculo organizativo con el anticomunismo. Michael Redgrave,
quien aparecería después en el filme 1984, también quedaría
enlistado por el paranoico colaborador de la CIA. A esas alturas,
Orwell sabía que lo aquejaba una tuberculosis que no había
respondido favorablemente al tratamiento especial que desde los
Estados Unidos le enviaran. Pronto, la enfermedad lo llevaría a lo
que, con despiadado humor negro, Mary McCarthy consideraría, por la
fuerza del giro a la derecha de sus últimos actos, una feliz muerte
prematura.
Coincidiendo
en el tiempo con la lista de Orwell, organizaciones racistas de los
Estados Unidos boicotearon conciertos de Paul Robeson, quien, a pesar
del peligro que corría, se negó a refugiarse en la Unión
Soviética, donde, según declaró públicamente, se sintió
verdaderamente tratado como una persona. Sus motivos respondían a un
patriotismo vital: consideraba un deber heredado reconstruir su país.
La
filmación y distribución de Rebelión en la granja
(Animal farm) estuvo totalmente orientada por la CIA. Primero, con la
gestión que acometieron los agentes Carleton Alsop y Finis Farr,
cumpliendo orientaciones de su superior E. Howard Hunt, de conseguir
los derechos a través de la viuda, Sonia Brownell, con quien Orwell
se había casado en 1949, en el hospital donde se hallaba ingresado.
El propio Hunt revela en detalles las gestiones en sus Memorias,
publicadas en 1974.
Las
más famosas novelas, Rebelión en la granja (Animal
farm) y 1984 no fueron sino parte de su plan de trabajo
como colaborador del IRD. Cada una cumple a cabalidad las normas de
comunicación de requisito, así como la dirección de contenido que
establecía al socialismo como un experimento fallido. Si bien en
ambas es posible hallar referencias al entorno británico inmediato,
que el público podía relacionar y disfrutar sin demasiado esfuerzo,
muchas de las cuales fueron suprimidas en las respectivas versiones
cinematográficas, el superobjetivo de ambas obras se enfoca en el
anticomunismo. En ninguna de ellas da paso a la más mínima
esperanza.
Arthur
Koestler, artífice de las nuevas direcciones de guerra fría que el
IRD alentaba, recibió en su círculo a George Orwell desde 1940. Los
propósitos del Departamento estaban enfocados justamente en atraer a
los rebeldes de tradición izquierdista que se habían declarado en
contra del poder central socialista. El uso de desertores y
descontentos liberales era objetivo central de su política, aunque
muchos de ellos no fuesen avisados de que el financiamiento de sus
obras procedía de la CIA. El propio Koestler, quien venía de
Hungría y de un periplo comunista activo, se lanzaría al objetivo
con la novela El cero y el infinito (Darkness at Noon),
centrada en los excesos de los llamados procesos de Moscú.
El
biógrafo autorizado de George Orwell, Bernard Crick, lo consideraba
“un hombre profundamente reservado, austero, sencillo, y en cierto
modo, inhibido.” Visto así, pueden tratarse de rasgos de
personalidad común, incluso estos que añade: “Es de dudarse
que tuviera amigos íntimos con los que pudiera desahogarse y
discutir problemas y dificultades”. Sabidas sus aventuras de
colaboración con Koestler, estas características adquieren un matiz
diferente, que bien remiten al comportamiento del espía con
objetivos definidos.
“Hablaba
con sus amigos sobre cuestiones de carácter público: libros,
política y rarezas de la historia natural o de la vida urbana
–agrega Crick–. Podía disertar incansablemente sobre pájaros, y
Cyril Connolly, maliciosamente, comentó una vez que Orwell
difícilmente podía sonarse la nariz sin sospechar y denunciar un
cartel de los fabricantes de pañuelos”. Su radio de acción se
extendía a varios círculos de relaciones, como lo revela el propio
Crick: “Tenía diversos círculos de amigos y conocidos: poetas
bohemios pobres y aspirantes a novelistas en los pubs de Bloomsbury,
la elegante camarilla de las revistas literarias, en la que figuraban
Connolly y Spender, los periodistas de Tribuney una variada fauna de
activistas de izquierda, algunos anarquistas británicos relacionados
con Freedom Press y la librería, y su viejo círculo de Southwold”.
Spender
figuraría en la lista, lo que demuestra que ese hombre, reservado y
austero, desarrollaba una plena habilidad de atraer a las personas,
fingir amistad y sonsacarles sus criterios para, como planteaba el
objetivo del IRD, sacarlos primero de las publicaciones y
denunciarlos y juzgarlos una vez que se les comprobaran vínculos
reales con organizaciones o personas comunistas. Horizon, de Cyril
Connolly fue la primera de las revistas en desaparecer por falta de
financiamiento en 1950. Agrega incluso Crick que, en general, Orwell
“mantenía separados estos mundos y quizás era anormalmente
reservado acerca de a quienes conocía y a quienes no pero,
ocasionalmente, podían coincidir en su piso para un té de las cinco
(al que era muy aficionado)”.
La
compartimentación de amistades y relaciones de trabajo es algo
natural en el medio, desde luego, y servía a su verdadero objetivo
de hacer de vigilante, lo que cumplió cabalmente con su lista a
menos de un año de su muerte. La compartimentación es, por demás,
un requisito indispensable para el espionaje. Si hay, como lo han
advertido algunos críticos posteriores, desgarramiento en estas
novelas, se debe sobre todo a que Orwell cumplía parte de las
funciones que se satirizan en ellas: denunciaba a quienes diferían
en criterios políticos, excluía a los homosexuales y camuflaba su
racismo con acusaciones de extremismo activista.
El
propietario editorial Fredric Warburg, quien publicara Animal
farm, con Secker & Warburg, se tomaría activo interés
en su posterior producción cinematográfica, completamente
financiada por la CIA y, por tanto, con un guión minuciosamente
revisado por el Consejo de Estrategia Psicológica (Psychological
Strategy Board), programa secreto aprobado por el presidente Truman
para llevar a cabo la guerra sicológica con el bloque socialista.
Este proceso de revisión provocó cambios sustanciales en sus
perspectivas ideológicas y, sobre todo, en los giros simbólicos que
actuaban en los patrones de juicio de la masa. Secker & Warburg
sería, además, uno de los elementos del llamado “triple pase”
de tapadera para el financiamiento de la revista Encounter, que
editaría el supuestamente peligroso Stephen Spender.
Orwell,
quien falleció en la noche del 21 de junio de 1950, dejó
inconcluso, apenas esbozado, un proyecto de novela en tres volúmenes
cuyo tema era la decadencia del viejo orden, la revolución
traicionada y el análisis del totalitarismo inglés. Así,
continuaría siendo fiel al objetivo del IRD y buscaría, con la fama
de apoyo, elevar el nivel de sus propuestas literarias por encima de
la trilogía de preguerra. Pero este proyecto no consiguió
abultarse, ni siquiera al punto que lo hiciera su primera lista de
bestias negras anticomunistas.
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