Vadim
Somadurov/Svobodnaya Pressa.Slavyangrad
Traducción
de Nahia Sanzo
Pese
al gran fervor militarista, en la sociedad ucraniana no han
desaparecido tampoco las tendencias pacifistas. Según los datos de
una encuesta sociológica realizada por el Centro Razumkov a finales
de marzo, el apoyo a la separación de Donbass del resto de Ucrania
ha aumentado del 17,9% al 21,5% en el último año. Hay motivos para
creer que los deseos de la élite ucraniana de que ATO continúe
hasta el final son imposibles debido al estado real de las fuerzas
armadas del país.
Pese
a los vehículos cedidos por la OTAN que ha registrado la OSCE, el
Ejército Ucraniano no ha conseguido restablecer completamente la
capacidad de combate tras la derrota de Debaltsevo. Los napoleónicos
planes de producir 125 tanques “Oplot” al año en la planta de
Malysheva de Járkov se quedaron en los planes y desde entonces la
compañía ya ha reemplazado a tres directores. Pese a que el
presidente del Consejo de Defensa y Seguridad Nacional, Oleksandr
Turchinov, prometió recientemente nuevas armas para las fuerzas del
orden de Ucrania y el primer ministro Yatseniuk habló del aumento de
hasta 300 millones de dólares del presupuesto para la Guardia
Nacional, los oficiales tendrán que esperar para el prometido rearme
de las fuerzas armadas ucranianas.
Es
difícil hablar de un rearme del ejército a gran escala en un
momento en que, según datos conservadores aportados por el
presidente Petro Poroshenko, a finales de 2015 Ucrania había
destruido el 10% de su capacidad industrial y, según datos
oficiales, la producción había caído un 16,4%, con gran parte de
la industria militar en permanente guerra por la propiedad. La
consecuencia es que en estos momentos Ucrania no cuenta con recursos
suficientes para dar un golpe definitivo que destruya las Repúblicas
Populares. Además, en caso de reintegración forzosa de Donbass en
el espacio ucraniano, Kiev se encontraría con tres o cuatro millones
de residentes absolutamente desleales al sistema político
postmedieval actual.
Incluso
ahora, a pesar de las periódicas redadas del SBU, en la parte del
sudeste del país controlado por Ucrania el Bloque Opositor [que
sustituyó al antiguo Partido de las Regiones de Yanukovich tras el
golpe de Estado de 2014-Ed] sigue consiguiendo con obstinada
persistencia victorias electorales y se mantiene un fuerte
sentimiento antiucraniano. Y la población de la RPD y la RPL, para
los que las nuevas autoridades ucranianas traen a la memoria el
desagradable recuerdo de los bombardeos de barrios residenciales y
víctimas civiles, puede ser para Kiev como una bomba colocada bajo
el ya de por sí frágil sistema político ucraniano.
A
pesar de todos estos evidentes puntos, políticos ucranianos, líderes
de partidos y funcionarios del Estado rivalizan con militaristas
exigencias de que “ATO continúe hasta el final” y las tropas
ucranianas infringen con envidiable regularidad la tregua exigida por
los acuerdos de Minsk. Roman Bezsmertny, representante oficial de
Ucrania en Minsk, habló recientemente de la “presunción de
culpabilidad” de las milicias. El propio Poroshenko exigió a Moscú
“salir de Donbass” y los comentaristas progubernamentales llaman
a las autoridades a actuar de forma más valiente y más agresiva.
Ni
la crisis política, ni el conflicto entre las diferentes facciones
del Gobierno, las recurrentes huelgas y protestas o el precario
estado de la economía han enfriado el fervor de los defensores de la
Ucrania unida. Pero parece haber llegado el momento de dejar de mirar
a Donbass y solucionar los muchos problemas que aún existen en el
territorio que Ucrania sí controla. Pese al aumento del sentimiento
pacifista, según una encuesta realizada en febrero por el Instituto
Gorshenin, una parte significativa de la sociedad ucraniana (34,1%)
sigue apoyando la idea de que las tropas ucranianas ataquen las
Repúblicas Populares. Pese a las derrotas militares en Ilovaisk y
Debaltsevo y los numerosos problemas internos en el país, la
retórica militarista sigue encontrando fieles oyentes.
No
se trata de dañar el orgullo nacional de los ucranianos. Maidan, que
fue principalmente la consecuencia de la negativa del entonces
presidente de Ucrania, Viktor Yanukovich, de firmar el Acuerdo de
Asociación con la Unión Europea (un documento similar al firmado,
por ejemplo, por Túnez, lo que no supuso que el país se convirtiera
en miembro de la UE), acarreó una serie de consecuencias negativas.
Tras
la masacre de Odessa y los bombardeos de Donetsk y de Lugansk, la
percepción general que en Rusia se tiene de Ucrania está firmemente
asociada a la guerra y a la muerte. Si la agresión de Kiev se evitó
en Crimea por la presencia de tropas regulares rusas, la guerra en
Donbass se ha convertido en el paradigma de la política ucraniana.
La existencia de las Repúblicas permite, en primer lugar, que los
tozudos miembros de los batallones territoriales aprendan
regularmente su lección. En segundo lugar, permite recibir pequeñas
cantidades de dinero de la OTAN y, finalmente, la ley marcial que de
facto existe en las regiones adyacentes a la línea de contacto abre
numerosas oportunidades para diferentes tramas de corrupción.
Sigue
sin saberse en qué gastó Poroshenko los millones presupuestados en
otoño para la restauración de Donbass. Los soldados ordinarios del
Ejército Ucraniano y de la Guardia Nacional tampoco van a la zaga
del jefe de Estado: la venta de vehículos robados a la población de
la llamada “zona ATO” y el reparto de “trofeos” se hace
visible de vez en cuando para el público. Y de ahí a la negativa a
dejar ir a las Repúblicas o a cumplir con los compromisos adquiridos
con la firma del acuerdo de Minsk. Donbass se ha convertido en la
razón de ser del régimen ucraniano y, por desgracia, el significado
de todo ello se limita a la guerra, la muerte y la destrucción.
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