Ariel
Noyola Rodríguez. Global Research
Se
ha insistido en promover la idea de que la recuperación de la
economía de Estados Unidos viene cobrando fuerza desde hace tiempo.
Incluso funcionarios de alto nivel de organismos financieros
internacionales llegaron a declarar que la economía norteamericana
había conseguido desacoplarse de la tendencia de bajo crecimiento
que prevalece en el resto de los países industrializados. Sin
embargo, ese optimismo desenfrenado contrasta con la realidad: la
inflación no consigue aumentar de modo significativo y el desempleo
se ha vuelto crónico en más de 30 estados de la Unión Americana,
con lo cual, persisten los peligros de la deflación y una nueva
recesión.
La
economía norteamericana ha incrementado los riesgos de convertirse
en el epicentro de la próxima recesión global. A pesar de que la
tasa de interés de los fondos federales (‘federal funds rate’)
se mantiene en un nivel históricamente bajo, entre 0,25 y 0,50 por
ciento, los bancos continúan negándose a otorgar crédito a las
empresas. Es que los banqueros no confían en que los préstamos les
serán devueltos, simplemente no encuentran señales contundentes de
recuperación en la esfera productiva.
En
estos momentos, a los magnates de las finanzas de Estados Unidos les
resulta más rentable realizar fusiones y adquisiciones (‘mergers
& acquisitions’) entre corporaciones, adquirir sus propias
acciones, o bien comprar bienes raíces en los países emergentes. El
incremento de la productividad no es suficiente, la inversión
empresarial es demasiado débil y los salarios permanecen estancados.
En consecuencia, la
inflación sigue muy por debajo del objetivo del 2 por ciento.
Esta situación tiene desesperada a la presidenta de la Reserva
Federal (FED), Janet Yellen, quien ya no encuentra cómo dinamizar la
economía.
El
proceso de recuperación es tan frágil que a mediados de marzo el
Comité Federal de Mercado Abierto (FOMC, por sus siglas en inglés)
de la FED dejó intacta la tasa de interés de los fondos federales.
Recordemos que apenas en diciembre pasado, cuando se llevó a cabo el
primer aumento de la tasa de interés de referencia en casi una
década, Dean Turner, analista de la firma de servicios financieros
UBS, pronosticó
que los integrantes del FOMC iban a subir por lo menos cuatro veces
los tipos de interés a lo largo de 2016.
Sin
embargo, hoy los inversionistas bursátiles más optimistas
consideran que como máximo habrá dos incrementos: siempre y cuando
el mercado laboral mejore y la inflación aumente, será durante la
segunda mitad del año cuando la FED eleve otra vez la tasa de
interés de referencia en no más de un cuarto de punto porcentual.
Es que el panorama ahora es más sombrío. Toda vez que la confianza
puesta en la recuperación de la economía global bajo el liderazgo
de la locomotora norteamericana se ha venido desvaneciendo, incluso
hay quienes anticipan que Estados Unidos volverá a caer en recesión.
De
acuerdo con los cálculos del equipo de asesores de Citigroup a cargo
de Willem
Buiter, la economía mundial únicamente se expandió 2 por
ciento durante el último trimestre de 2015, la cifra más baja desde
que la zona euro padeció los mayores estragos de la crisis de deuda
soberana durante los años 2012 y 2013. A los economistas de
Citigroup no deja de sorprenderles que los países industrializados,
aquellos que venían disfrutando de un crecimiento más sólido del
Producto Interno Bruto (PIB) en los meses recientes, ahora se estén
desacelerando dramáticamente, en especial Estados Unidos.
Para
el famoso empresario norteamericano Jim
Rogers, el escenario es todavía más pesimista. A su juicio,
existe una probabilidad de ciento por ciento de que la economía de
Estados Unidos vuelva a sumergirse en la recesión a lo largo del año
en curso. ”No hay que prestar atención a las cifras del
gobierno, hay que prestar atención a los números reales”,
declaró en una entrevista.
Sucede
que durante los primeros tres meses del año la economía
estadounidense manifestó nuevas señales de vulnerabilidad. La
evolución del mercado de trabajo no es tan boyante como todo el
mundo piensa. De acuerdo con los datos publicados por el Departamento
del Trabajo, la nómina no agrícola añadió un récord de 242,000
empleos en febrero, con lo cual, la tasa de paro oficial se mantuvo
por segundo mes consecutivo en 4,9 por ciento, el registro más bajo
de los últimos ocho años. Por añadidura, según los datos
actualizados de los meses previos, en enero las contrataciones
aumentaron a 172,000, mientras que en diciembre de 2015 subieron a
271,000, una revisión al alza de 30,000 empleos en ambos casos.
Aparentemente,
todo se desenvolvía de modo favorable para la economía
norteamericana. El incremento de la nómina no agrícola del mes
pasado superó con creces los 230,000 puestos de trabajo, el promedio
mensual obtenido a lo largo de 2015. Sin embargo, de acuerdo con las
propias cifras del Departamento del Trabajo, 80 por ciento de los
nuevos empleos de febrero corresponden a los sectores con los
salarios peor pagados: cuidado de la salud, asistencia social,
comercio minorista, servicios de alimentación y servicios educativos
privados. Por otro lado, si se contabilizan aquellas personas que han
abandonado la búsqueda de empleo (1,8 millones) así como las
ocupadas a tiempo parcial (6 millones), el subempleo alcanza una tasa
de 9,7 por ciento.
Es
evidente que Estados Unidos no goza de “pleno empleo”. En
la actualidad 36 estados de la Unión Americana padecen de desempleo
crónico, pues su tasa de paro promedio (en términos anuales) fue
superior en 2015 que en 2007. De hecho, una investigación
realizada por Danny Yagan y publicada por la Universidad de
California (Berkeley) hace unos días, apunta que bajo el ritmo
actual de recuperación, no será sino hasta el año 2020 cuando el
mercado de trabajo de las regiones más deprimidas vuelva a la
normalidad: más de una década después de la Gran Recesión, la
misma que amenaza con regresar más fuerte que nunca.
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