Eduardo
Febbro. Página/12
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Les
sugiero que lean detenidamente el contenido del texto que les
presento a continuación. Se trata de un texto en el que su autor,
periodista progresista de un medio argentino, también progresista,
retrata la imagen mediáticamente “carismatizada” de la dirigente
fascista francesa Marine Le Pen.
Llamativamente
Eduardo Febbro cae en la trampa de colaborar en el ungimiento
fervoroso de la figura representada en su artículo, institucionalizar al FN y dotarle de un aura de modernizada respetabilidad, deseo creer que
de forma involuntaria, aunque a mi edad hace ya demasiado tiempo que casi nada puede sorprenderme.
¿Han
acabado ya su lectura? Les propongo que respondan ahora a tres
interrogantes:
1º)
¿Por qué los medios del capital aúpan figuras populistas o
abiertamente fascistas? ¿Cuál es el objetivo de todo ello?
2º)
¿Les recuerda a ustedes algún caso reciente o actual dentro de
nuestra realidad política nacional?
3º)
¿Qué ha pasado en eso que llaman “la izquierda” para que esto
sea posible y el discurso que estas debieran hacer haya sido
envilecido, sustituido o deformado por este tipo de nuevas figuras,
partidos y movimientos “emergentes”?
Pues
bien, les dejo con esta lectura que espero resulte provechosa a su
intelecto.
LOS
MEDIOS AGRANDAN A MARINE LE PEN
Hija
del fundador del Frente Nacional, la actual presidenta del partido se
mueve cómoda en los estudios de televisión. Indigesta a los
biempensantes, corroe la vida política y, sin embargo, atrae a
partidarios y adversarios.
Hay
un instante en la vida de un dirigente político en que una suerte de
leyenda empieza a posarse sobre su cabeza como la corona de un santo.
Algo que, de pronto, está por encima de sus ideas y de la rama
política que representa. Es él, emancipado de su ideología. Allí
comienza la fascinación de adversarios y partidarios. En este caso
se trata de ella: Marine Le Pen, la presidenta del partido de extrema
derecha Frente Nacional. La hija del fundador del partido, Jean-Marie
Le Pen, indigesta a los bienpensantes, corroe la vida política,
acorrala a la derecha, deja amordazados a los socialistas y fascina a
todo el mundo, empezando por los medios. Su mejor escenario es la
televisión y los mitines, el peor, su plataforma política. Pero el
efecto que produce en el primero borra las asperezas y aproximaciones
del segundo.
En
pocos años, la dirigente francesa humanizó a la extrema derecha, le
sacó los velos negros que la cubrían, izó al FN a cimas
electorales inéditas e hizo pasar a la ultraderecha del patíbulo al
patio común de la casa de los ciudadanos. Allí donde su padre era
una suerte de diablo, ella es una figura normalizada. Que los
semanarios políticos le hayan consagrado primeras planas es una
obviedad, pero que las revistas para mujeres como la célebre Elle o
el semanario conservador Le Figaro Magazine, o que el semanario Paris
Match le consagre une sesión de fotos matinal, además de las
innumerables invitaciones que recibe para participar en programas de
radio por la mañana o esas emisiones de televisión donde acuden
futbolistas, cantantes humoristas y políticos, dice mucho acerca del
ascenso que esta mujer de 47 años tiene en la sociedad.
Ese
ha sido hilo conductor de su ascenso y el de la renovación del
partido. En el entorno del palacio presidencial se comenta que la
prensa ha hecho de Marine Le Pen “una heroína romanesca”. Primer
partido de Francia en las elecciones europeas de 2014, el Frente
Nacional encara la línea final hacia las elecciones regiones de los
próximos 6 y 13 de diciembre en las mejores condiciones, con Marine
Le Pen como su mejor bandera y el populismo xenófobo como resorte
argumental. Su eficacia escénica y la combinación de una palpable
irritación social, el desempleo, la obsesión por el ocaso de
Francia, el colapso de los partidos políticos, el terror al islam,
la idea fija de que Francia desaparece en un mundo globalizado y el
rechazo masivo a la inmigración hacen el resto. Y como se ha vuelto
una sensación normativa desechar a los políticos del sistema, cada
vez que ella aparece en los medios para arremeter contra ese sistema,
Marine Le Pen se lleva la bolsa de las apuestas. Con ello, la mujer
encarna la lucha de clases, empezando la lucha contra las castas
privilegiadas y gobernantes. Analistas, estrategas y dirigentes
políticos siguen empecinados en combatirla en el terreno de los
valores sin que el “valor” de referencia de las encuestas de
opinión se mueva a favor de ellos.
La
historia de la hija de Jean-Marie Le Pen es la trama de un ascenso
imparable desde aquella noche del 22 de mayo del 2002 cuando su padre
salió electo para disputar la segunda vuelta de la elección
presidencial contra el mandatario saliente Jacques Chirac. Esa noche
apareció por primera vez ante las cámaras para no dejarlas jamás.
De una mala fe prodigiosa y una osadía monumental, Marine Le Pen
eligió su primer domicilio político en la pantalla chica. En 2004,
su mismo padre decía: “A Marine Le Pen la hicieron los medios”.
Su punto de inflexión también lo alcanzó en la televisión, en el
año 2006, durante un programa nocturno. Con expresión compungida y
una mirada triste, Marine Le Pen contó las etapas de su vida: a los
8 años, cuando el departamento familiar fue volado por una bomba; a
los 16, cuando tuvo que enfrentar el abandono del hogar por parte de
su madre, Pierrette Le Pen, quien se escapó con un periodista que
había venido a escribir la biografía del padre; o a los 18, cuando
descubrió a su madre posando desnuda en la primera plana de Playboy.
Poco a poco, Marine Le Pen se convirtió en la hija del pueblo. Por
eso nunca rehusó identificarse con Eva Perón y con el peronismo. No
hay nada común entre ambos, pero Marine Le Pen aceptó la
interpretación de “un peronismo a la francesa”. En varios
momentos coqueteó con el aura de Evita, y hasta se acercó a su
prosa política con recurrentes mensajes sobre la unión del pueblo.
Marine Le Pen entró en la vida de Evita mediante un libro escrito
por un autor ligado a la extrema derecha, Jean-Claude Rolinat (Evita
Perón, editorial Dualpha, 2010).
No
hay puentes entre el Frente Nacional y el peronismo. El FN es clara e
inobjetablemente una fuerza política reaccionaria y xenófoba,
carece de bases sindicales masivas y más que los derechos de las
clases trabajadoras defiende el derecho de la nación a no ser
tragada por la obsesiva y obsesional figura del extranjero. Pero esa
centralidad del pueblo y el hecho de que Evita sea mujer empapan el
aura de “Marine”. Lo paradójico es que Marine Le Pen no proviene
del pueblo. Se educó en un hogar burgués pero cada vez que aparece
logra hacer que el otro, quien la interroga, salga retratado como un
miembro del sistema de privilegios, totalmente alejado de las
realidades populares que ella conoce y representa.
Periodistas
de radio o de televisión, quienes la entrevistaron testimonian de su
eficacia: “viene a jugar un partido y a ganarlo”, cuenta Bruce
Toussaint, un periodista del canal ITelé. La mujer es todo un
espectáculo: firmeza, humor, agresividad, vivezas, suavidad o
rectitud, Marine Le Pen sabe interpretar en pocos minutos muchas
emociones humanas. Sus intervenciones son vistas por el público no
ya como un mensaje político, sino como un espectáculo. Aunque hoy
se haya peleado irreconciliablemente con Jean Marie Le Pen, Marine Le
Pen aprendió de él muchas de sus técnicas actuales. El padre le
decía: “toma cursos de ortofonía porque tus frases se caen al
final, por falta de aliento”. Atribuirle todo el éxito político
que ha tenido desde que, en enero de 2011, fue electa presidenta del
Frente Nacional, sería inexacto y superficial. Marine Le Pen
prosiguió la obra de su padre transformando las zonas tenebrosas en
áreas políticamente digeribles. Modernizó a la ultraderecha, la
desvistió de sus uniformes, cambió el antisemitismo original por un
anti Islam arraigado en la sociedad y supo capitalizar el terror
social ante un ultraliberalismo asumido hasta por los socialistas.
Marine Le Pen, dicen, está convencida de que será presidenta de
Francia. Nada es hoy imposible con una mujer que ha captado la voz
popular que los socialistas, y los conservadores abandonaron a sus
masivas incertidumbres.
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