Clara Mallo. La izquierda diario
Hace unos días, una noticia saltó a las redes
sociales. Un grupo antisistema ataca una tienda de cereales en Londres. Detrás
de la noticia, un fenómeno: la gentrificación y la desigualdad de clase en las
ciudades. Aquí una aproximación al fenómeno.
Más allá de la risa que provocó en algunos la
noticia, tras la primera carcajada comenzamos a plantearnos: ¿Por qué unos
antisistema atacan una tienda de cereales para el desayuno? ¿Puede haber algo
más inocente que un lugar donde venden kellogg’s y leche? Y ¿Quién decide
montarse un negocio donde solo se venden cereales?
Cereal Killer Cafe es una de esas rarezas que
causan simpatía. Un negocio donde solo puedes tomar un bol de cereales con
leche, eso sí, la elección es difícil. Más de cien tipos de cereales y unos
treinta tipos de leches. Además, sus simpáticos propietarios son una pareja de
hípsters norirlandeses, unos cariñosos barbudos expertos en cereales. Esta
cafetería fue abierta en el barrio de Shoreditch, unos de los lugares más de
moda en la capital británica. Junto a él, el distrito de Tower Hamlets, una
zona con grandes índices de pobreza entre sus habitantes. Shoreditch es uno de
los barrios londinenses que como Hackney o Dalston antes eran considerados
‘deprimidos’, donde nadie quería pasear, pero que sin saber muy bien cómo, en
poco tiempo, se han convertido en espacios cool donde todo el que quiera una
hacer una foto a su taza de café, ponerle el filtro slumber y colgarla en
instagrm debería ir.
Así es Cereal Killer, un extraño lugar que fue
hace unos días diana del grupo anarquista Class War (Guerra de Clases).
El pasado sábado 3 de octubre, Class War organizó
una movilización contra la gentrificación, y uno de los puntos de su recorrido
fue Cereal Killer. Uno de esos lugares extravagantes que se instalan en un
barrio donde la renta de la mayoría de los vecinos les impide visitarlo.
Algunas de esas tazas de cereales pueden costar 5 libras.
La marcha se convocó para protestar contra la
apertura de ciertos negocios que consideran elitistas. Una lucha contra la
gentrificación que se viene desarrollando en Londres desde hace unos años, y no
es casual. Londres es uno de los centros del capitalismo mundial y cuna del
neoliberalismo que expresa en su trama y en su ‘anatomía’ las consecuencias y
límites del neoliberalismo aplicado a la ciudad como espacio.
La gran Babilonia del capital es expresión de los
negocios de las grandes compañías. Obras megalómanas, sistemas de vigilancia,
fragmentación por estratos sociales y proyectos propagandísticos del poder. Grandes
mutaciones urbanas al servicio del capital que en pro del negocio expulsan,
aíslan y despojan de servicios a ciertos sectores en favor del negocio
inmobiliario.
Gentry es un término que en inglés hace referencia
a la alta burguesía, y gentrificación hace alusión al aburguesamiento o
elitización como fenómeno. Un término relativamente nuevo en castellano pero
que en lugares donde el neoliberalismo se ha desarrollado de manera más
concentrada como Londres, Nueva York o París, ya se conocía.
Más allá de esto, el fenómeno es relativamente
nuevo. Es cierto que la burguesía siempre ha buscado y generado sus propios
espacios en las ciudades. La ciudad en toda su amplitud siempre ha reflejado
las desigualdades sociales. Desde la trama, el alzado, sus espacios y servicios
han sido pensados para la fragmentación y separación de las poblaciones. Por
clase, origen y generación. Pero la novedad del fenómeno reside en la
reorganización, el desplazamiento y la reutilización de ciertas zonas ocupadas
por sectores sociales muy concretos, especialmente sectores de la clase obrera
más empobrecidos. Espacios que ahora son ‘invadidos’ por sectores sociales más
privilegiados.
Revalorizar cierto espacio, para reintroducirlos en el mercado
es uno de los fines de estos procesos pero no el único.
Saca brillo a tu coche y valdrá unos cientos de
euros más. Pero la gentrificación es algo un poco más complejo en realidad. La
mayoría de estos proyectos de renovación o reorganización responden a
operaciones inmobiliarias a gran o mediana escala que buscan revalorizar
espacios perdidos para el gran capital. Una serie de operaciones en las que
intervienen el sector privado con las inmobiliarias a la cabeza y los
ayuntamientos, quienes regulan las políticas urbanas, otorgan licencias de
locales, y dan beneficios para la implantación o no de ciertos tipos de
negocios.
Es un buen negocio para los ayuntamientos ya que
permite que el sector privado “regenere” la ciudad. Un “embellecimiento” de los
centros urbanos hace que las operaciones inmobiliarias sean más rentables, y se
atraiga mayor inversión relacionada con la relocalización como centros
turísticos y de ocio de élite. Esto ha ocurrido en decenas de ciudades. Barrios
que antes estaban olvidados y muy empobrecidos como Malasaña o Chueca en
Madrid, Brooklyn en Nueva York, Borneo en Amsterdam, o Canary Wharf en Londres.
Los ayuntamientos tienen una gran responsabilidad
en estos procesos. Eliminan restricciones burocráticas, adaptan las normativas
urbanísticas a las necesidades de los inversores y otorgan beneficios a ciertos
tipos de proyectos mientras restringen a otros.
Esto ocurre sobre todo en las grandes ciudades
donde en el centro se concentraba una importante actividad turística, pero al
mismo tiempo había quedado “abandonados” por parte de los ayuntamientos. Porque
la dinámica de la burguesía desde mediados del siglo xx fue la de alejarse de
los centros urbanos y crear sus propios barrios con mejores servicios, nuevos
sistemas de alcantarillados e infraestructuras, calles más espaciosas y lugares
más verdes. Esto hizo que los centros de la ciudad se quedaran sin muchos
servicios o se degradaran al no recibir inversión por parte de los
ayuntamientos para su mantenimiento y mejoras. La limpieza viaria, los
controles y limpiezas en los sistemas de canalización, los centros de salud,
colegios, etcétera, eran deficitarios.
Pero ahora los ayuntamientos tienen especial
interés en regenerar un área degradada de la ciudad y estimulan fiscalmente a
“empresas de vanguardia”, especialmente tecnológicas, audiovisuales y de
comunicaciones, para que se instalen en esos barrios. Esto atrae a nuevos
sectores sociales de características muy concretas. Además, todo ello se apoya
con una serie de operaciones de rehabilitación y embellecimiento ligadas al
fomento de las artes y la cultura que serán garantía del buen nivel adquisitivo
de los nuevos inquilinos.
Este interés no solo se debe a la sed de inversión
privada más rentable en las ciudades, también en ocasiones los ayuntamientos
desean eliminar “elementos molestos”. Un doble beneficio, ya que además de
conseguir inversión se pretende desarticular centros sociales que generalmente
son considerados por los vecinos como espacios propios. Lugares donde se
desarrollan actividades política, activismo y una cultura de una manera un poco
más libre.
La “cultura” juega un papel fundamental en estos
procesos. La instrumentalización que de esta se hace a favor de estos procesos
tiene un objetivo claro, desarticular al mismo tiempo la mayoría de las
propuestas críticas que se formulan desde la acción artística, o desde la
acción vecinal. Se expulsa a los sectores más populares y todos “los peligros”
que los rodean. Del mismo modo que desaparecen esas expresiones culturales, las
asociaciones y otros tipos de ocio de un sector empobrecido de trabajadores y se
les condena a las periferias, también se asumen lo propio de los nuevos
sectores sociales que ocupan estos espacios gentrificados.
Quienes se instalan en los bohemios barrios
responden a un sector muy concreto. Clase media, joven, con gran poder adquisitivo
y sobretodo nada molesta para las instituciones.
Por ello una de las herramientas más utilizadas
por parte de los ayuntamientos para abrir paso a los “nuevos inquilinos” es la
persecución, la continua presencia policial, las redadas y los cierres de locales
de ocio más populares, que hacen que esos espacios ya no sean cómodos para sus
habitantes.
¿Qué
hay detrás de todo esto?
La gentrificación no es casual. Contra la idea de
que se trata de un “fenómeno natural”, cabe decir que este hecho responde a la
revalorización de ciertos espacios y del mismo modo a la voluntad de expulsar a
ciertos sectores de la clase obrera de los centros de las ciudades, dejándolos
libres para inversores. Un negocio redondo en el que además de enriquecerse
expulsan lo “molesto” del centro, invisibilizan y abren paso a sectores de
clase media con inquietudes muy concretas: el consumo. Grandes consumidores de
tecnología, cultura y ocio de manera elitista y que otorgan un toque bohemio a
la imagen de la ciudad. Los beneficios para las instituciones que atraen nuevos
inversores y empresas junto con nuevos consumidores son obvios. Pero ¿cómo
justificar esto?
Estos procesos responden a teorías económicas que
aplicadas a lo urbano producen el aburguesamiento, gentrificación o elitización.
La teoría del trickle down, filtración o goteo es una idea neoliberal que
teoriza en general sobre la necesidad de beneficiar a los sectores más
privilegiados, para que de este modo el sobre enriquecimiento repercuta o ‘se
filtre’ hacia los pobres.
En lo urbano, se trata de instalar espacios
elitistas en los lugares empobrecidos. Espacios culturales, cafeterías yuppies,
librerías bohemias, escuelas de fotografía, tiendas exclusivas, y lugares donde
tomar una taza de cereales.
Pero el efecto que causan es el opuesto. Los
sectores más pobres, con la llegada de los nuevos negocios elitistas a sus
barrios, se empobrecen aún más, privándoles de los pocos servicios que
disponían. Un modo de privatizar los espacios urbanos y sus servicios.
El caso de Cereal Killer es bastante
ejemplificador. Introducir un negocio tan elitista en el que solo la clase alta
podrían gastar 5 libras en un bol de cereales priva a los sectores populares de
parte de su espacio urbano, ya de por sí privatizado pero ahora tremendamente
elitizado.
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Puede que también le interese:
"Gentrificación, resistencias y desplazamiento en España"
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