Armando
B. Ginés.
Diario Octubre
El
populismo de izquierdas se mueve a golpe de coyuntura, mediante mensajes
radicales inconexos pero sin horizontes ideológicos que tracen una estrategia
política coherente a medio y largo plazo.
Su terreno propicio reside en un anticapitalismo
de discurso puntual, vestido de truenos muy sonoros vacíos de convicciones
sólidas y contenido real.
Ese nuevo populismo no es más que la vieja
socialdemocracia adaptada a los tiempos posmodernos de la crisis y el caos
permanente. Por esa razón resulta necesaria una reivindicación consecuente del
concepto comunista: para dar la batalla ideológica de una forma más o menos
organizada al sistema imperante en la globalidad neoliberal con objetivos
claros y concretos de alcance internacional. Sin la unión de diversas fuerzas
representativas de la clase trabajadora en todo el mundo, la lucha será
ineficaz y meramente testimonial.
Ahora mismo, la clase trabajadora no tiene
conciencia de sí. La inmensa mayoría de la población se encuadra dentro de las
denominadas sociológicamente clases medias, un espacio amorfo donde cabe todo y
en el cual se diluyen las capacidades y energías políticas del pueblo llano.
El momento actual, plagado de contradicciones
ideológicas, tiene como motivo fundamental y causa preponderante para la
situación a la deriva de la izquierda en su conjunto la ausencia de un sujeto
político que otorgue consistencia plena a sus programas de acción social.
Decir que no existe sujeto actuante es una evidencia
más que manifiesta al haber desertado de sus funciones históricas la antigua
clase trabajadora, tanto por razones internas como externas: el capitalismo
subvencionado de los estados del bienestar creó unas elites sindicales abocadas
al pacto como única meta política, mientras que la propaganda capitalista
vendía su producto de progreso constante como la panacea de todos los males
inherentes al régimen.
A través del consumo masivo de fetiches materiales
e inmateriales la clase trabajadora ha ido olvidando sus horizontes ideológicos
y sus reivindicaciones por una sociedad de iguales sin explotadores ni
explotados.
Ganar unas elecciones generales no es vencer al
capitalismo ni deshacer de cuajo las contradicciones de clase. Véase el ejemplo
de Syriza: mucho ruido mediático para pocas nueces políticas. Y ahora, otra vez
a aliarse con la derecha o el bipartidismo clásico.
El populismo de izquierdas nos ofrece más de lo
mismo con ropajes muy chics que van de la sofisticación intelectual a la
campechanía popular para llegar a diferentes esferas ambientales o nichos
particulares de la sociedad actual.
Los votos son importantes, sin embargo lo esencial
sería saber reunir voluntades concienciadas de cuáles son las colosales fuerzas
reaccionarias que hay que enfrentar y adónde se pretende llegar en el impulso
político contra la derecha y las castas dominantes.
Los atajos en política siempre han terminado
dándose de bruces con las estructuras capitalistas y la cultura cotidiana que
le ofrece cobijo ideológico. Nunca hay que olvidar que los votos en las
democracias occidentales son veleidosos y coyunturales, prisioneros de las
directrices emanadas de los principales medios de comunicación. La masa se
mueve mejor a través de emociones inmediatas y siguiendo las consignas fáciles
de los gurús e iconos más populares del momento.
Pensar, así a lo bruto e ilusionado, que el
monárquico PSOE más la heterogénea amalgama de Podemos, con el concurso parcial
de las huestes rosas de IU, pueden reformar el capitalismo español de un modo
radical y socialista es creer en el misterio de la santísima trinidad (*)
¿Qué sujeto político llevará a cabo la
transformación de las estructuras estatales, incluidos el ejército y la
policía? ¿Los parados? ¿Los inmigrantes? ¿Los activistas de cualquier noble
causa? ¿Los trabajadores en precario? ¿Los intelectuales mediáticos
posmodernos? ¿Las personas desencantadas o las abstencionistas recurrentes? ¿La
burguesía ilustrada de oenegé biempensante y solidaria?
Una mezcla tan variopinta y con intereses a veces
contrapuestos no toma cuerpo de la noche a la mañana ni se convierte en sujeto
político por arte de magia. Las mayorías electorales sin base ideológica fuerte
suelen evaporarse en un santiamén: lo que dura duro el populismo de miras
cortas.
¡Qué fácil sería hacer la revolución con eslóganes
creativos y música alternativa de cantautor underground de buen rollo! Que los
empresarios cesaran en sus roles y menesteres habituales y los mercados
saltaran por los aires a voluntad propia. Como en el cuento tradicional del
flautista de Hamelin, que todas las ratas y contradicciones capitalistas (¡y
también las castas!) siguieran la melodía de la armonía populista de izquierdas
y se autoinmolaran en el ancho río de la fraternidad, la solidaridad y la
libertad. Demasiado bonito para que fuese cierto. ¿O no?
(*) El asterisco y su desarrollo es introducción del editor de este blog. Los partidos sistémicos, y los 3 citados en el artículo lo son, no es que no "puedan" "reformar el capitalismo español". Es que no se les pasa por la cabeza ni en un ataque de escarlatina, que produce manchas de color rojo en la piel. Otra cosa es que haya personas en sus bases, cada vez quedan dentro de ellos menos personas que tal piensen, que se lo planteen. De revolución socialista ni hablamos. La combatirían frontalmente, como en su día hizo el SPD alemán con la Liga Espartaquista de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
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