Armando B. Ginés. Diario-Octubre
Las primarias están de moda, siguiendo la tendencia que marcan desde hace décadas los usos y las costumbres inveteradas en EE.UU. Nos quieren vender a diestra y siniestra que celebrar primarias es lo más in en el mercado democrático, hurtando los debates y la confrontación argumentada de ideas, proyectos y programas.
Todo se reduce a lides dialécticas de mucho ruido y pocas nueces entre personajes mediáticos o con gran poder orgánico que entran en liza con palabras rimbombantes y huecas aliñadas con puestas en escena muy estéticas, publicitarias y sofisticadas, donde solo tienen posibilidad de ganar los rostros más reconocidos y carismáticos de cada formación política.
Las conferencias de un día o fin de semana abrieron la veda del espectáculo total. Esas reuniones precocinadas se realizan para acaparar espacios suplementarios en la prensa a través de declaraciones ampulosas que son recogidas en los medios de manera grandilocuente.
Ahora nos encontramos en la fase de primarias a tutiplén. A bombo y platillo se presentan candidatos con ínfulas de liderazgo sin pasar por el escrutinio sereno de un proceso de abajo arriba ponderado y auténticamente democrático, con participación profunda y mesurada de los militantes de cada agrupación política.
Los líderes, dirigentes o cabezas de cartel que llegan al estrellato tras unas primarias se sienten dioses aupados al pedestal de los elegidos, avalados por votos cuasi plebiscitarios que no han tenido la oportunidad de asistir a debates de ideas de largo recorrido y a varias bandas, con tiempo suficiente para llevar a cabo propuestas discutidas y aprobadas de manera colectiva.
El show de las primarias es muy agradecido. Varios púgiles se enfrentan entre sí, y muchos serán a buen seguro flor de un día, tirándose mandobles en forma de palabras superficiales ante un público extasiado por el magnífico escenario de toma y daca trucado: todos los candidatos persiguen lo mismo, la gloria efímera, dejando el humus ideológico aparcado sine die.
Una vez alzado como gran triunfador de la justa, el candidato o candidata enarbola su bastón de mando, toma las riendas del trono y encarga a expertos que le redacten un programa atractivo que enganche a las masas. Y los militantes y adeptos al show se transforman por arte de magia en súbditos o fans del nuevo ídolo o icono al que adorar.
Por enésima vez, el sistema capitalista nos está dando gato por liebre. Votar sin previa participación dialogada ni argumentos colectivos fruto de la libre discusión e intercambio de pareceres es dividir a la ciudadanía en dos esferas distantes e irreconciliables: la vanguardia elitista con su legión de expertos y el populacho sediento de espectáculos fuertes, vitalistas e intrascendentes.
Las primarias son el nuevo paradigma o cauce para obturar la verdadera democracia participativa. Únicamente ganarán las caras con resonancia pública o aquellos francotiradores con aval de los aparatos organizativos que estén dispuestos a ser más ocurrentes, disparatados o agresivos con los rivales de turno. El más osado, el más ambicioso o el más sinvergüenza partirán siempre con un plus significativo de ventaja.
El show de las primarias condena a las ideas a hibernar indefinidamente en el limbo del olvido. Y eso es lo que quiere el régimen capitalista, que consumamos espectáculos políticos a dosis adecuadas para calmar, ahogar o adormecer nuestra capacidad crítica, reivindicativa o rebelde en baños de fans que se dejan seducir por los irresistibles cantos de sirena de líderes guapos o resultones con mucha labia y saber estar en plan aquí estoy yo que gritan a los cuatro vientos con prestancia torera, va por vosotros pueblo llano.
Una idea colectiva surgida del conflicto social jamás podrá ser sustituida por liderazgos basados en el populismo de la indefinición y por programas redactados a posteriori por un club selecto de gurús, sabios, expertos o especialistas en la sombra que dan lustre con su palmito intelectual a las presentaciones públicas de proyectos no consensuados por todos previamente.
La izquierda ha caído en la trampa de las primarias como un bebé que busca el sonajero tanteando el aire que le rodea. Levantará ligeramente el vuelo mediático a corto plazo, pero a mitad de camino los proyectos sin ideas o argumentos están condenados al fracaso absoluto. El desencanto se halla ahora mismo en estado larvario, pero estallará en cuanto se desinfle el globo carismático del líder salido de cualquier primaria que haya eludido el debate sereno a base de ideas y sólidos argumentos. Mucha salsa y poca carne jamás resulta un condumio nutritivo a la larga.
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