Diana Johnstone. CounterPunch
Los dirigentes de la OTAN presentan
actualmente una farsa deliberada en Europa, hecha para reconstruir una Cortina
de Hierro entre Rusia y Occidente.
Con sorprendente unanimidad, los
dirigentes de la OTAN fingen sorpresa ante eventos que planificaron durante
meses por anticipado. Eventos que provocaron deliberadamente están siendo
falseados como una repentina, sorprendente, injustificada “agresión rusa”.
EE.UU. y la Unión Europea acometieron una provocación agresiva en Ucrania a
sabiendas de que obligaría a Rusia a reaccionar defensivamente, de una u otra
manera.
No podían estar exactamente seguros de
cómo el presidente ruso Vladimir Putin reaccionaría al ver que EE.UU. estaba
manipulando un conflicto político en Ucrania para instalar un gobierno pro
occidental resuelto a unirse a la OTAN. No se trataba solo de un asunto de
“esfera de influencia” en el “extranjero cercano” de Rusia, sino de un asunto
de vida y muerte para la Armada Rusa, así como una grave amenaza para la
seguridad nacional en la frontera de Rusia.
Habían preparado una trampa para Putin.
Estaba condenado si caía en ella, y condenado si no lo hacía. Podía reaccionar
pasivamente, y traicionar los intereses nacionales básicos de Rusia,
permitiendo que la OTAN avanzara sus fuerzas hostiles a una posición ideal de
ataque.
O podía reaccionar exageradamente,
enviando fuerzas rusas para invadir Ucrania. Occidente estaba listo para esto,
preparado para gritar que Putin era “el nuevo Hitler”, listo para invadir la
pobre, indefensa Europa, que solo podía ser salvada (de nuevo) por los
generosos estadounidenses.
En realidad, la acción defensiva rusa fue
un curso medio muy razonable. Gracias al hecho de que la abrumadora mayoría de
los crimeos se sentían rusos, por haber sido ciudadanos rusos hasta que
Jruschov obsequió frívolamente el territorio a Ucrania en 1954, se encontró una
solución democrática. Los crimeos votaron por su retorno a Rusia en un
referéndum que fue perfectamente legal según el derecho internacional, aunque
violaba la constitución ucraniana, que para entonces estaba por los suelos
porque acababa de ser violada por el derrocamiento del presidente debidamente
elegido del país, Victor Yanukovych, facilitado por violentas milicias. El
cambio de estatus de Crimea fue logrado sin derramamiento de sangre, mediante
las urnas.
Así y todo, los gritos de indignación de
Occidente fueron en todo tan histéricamente hostiles como si Putin hubiera
reaccionado exageradamente y sometido Ucrania a una campaña de bombardeo al
estilo estadounidense, o invadido el país completamente – lo que pueden haber
esperado que hiciera.
El Secretario de Estado de EE.UU., John Kerry,
dirigió el coro de indignación farisaica, acusando a Rusia del tipo de actitud
que su propio gobierno acostumbra adoptar. “No se invade otro país utilizando
pretextos falsos a fin de imponer sus intereses. Es un acto de agresión que es
totalmente inventado en términos de su pretexto”, sermoneó Kerry. “Es realmente
una conducta del Siglo XIX en el Siglo XXI”. En lugar de reírse ante esta
hipocresía, los medios, políticos y expertos estadounidenses retomaron
fervorosamente el tema de la inaceptable agresión expansionista de Putin. Los
europeos se sumaron con un eco débil, obediente.
Todo fue planificado en Yalta
En septiembre de 2013, uno de los
oligarcas más ricos de Ucrania, Viktor Pinchuk financió una conferencia
estratégica elitista sobre el futuro de Ucrania que fue realizada en el mismo
Palacio en Yalta, Crimea, donde Roosevelt, Stalin y Churchill se reunieron para
decidir el futuro de Europa en 1945.The Economist, uno de los medios de
la elite, al informar sobre lo que calificó de “demostración de diplomacia
feroz”, señaló que: “El futuro de Ucrania, un país de 48 millones de
habitantes, y de Europa estaba siendo decidido en tiempo real”. Los
participantes incluyeron a Bill y Hillary Clinton, al ex jefe de la CIA,
general David Petraeus, al ex secretario del Tesoro de EE.UU. Lawrence Summers,
al ex jefe del Banco Mundial Robert Zoellick, al ministro sueco de exteriores
Carl Bildt, Shimon Peres, Tony Blair, Gerhard Schröder, Dominique Strauss-Kahn,
Mario Monti, la presidenta de Lituania
Dalia Grybauskaite, y el influyente
ministro de exteriores de Polonia Radek Sikorski. Tanto el Presidente Viktor
Yanukovych, depuesto cinco meses antes, y su recientemente elegido sucesor
Petro Poroshenko estaban presentes. El secretario de energía de EE.UU. Bill
Richardson participó para hablar sobre la revolución del gas de shale que
EE.UU. espera utilizar para debilitar a Rusia al sustituir el fracking en lugar
de las reservas de gas natural de Rusia. El centro de la discusión fue el
“Profundo y Exhaustivo Acuerdo de Libre Comercio” (DCFTA por su sigla en
inglés) entre Ucrania y la Unión Europea, y la perspectiva de la integración de
Ucrania con Occidente. El tono general era eufórico por la perspectiva de
romper los vínculos de Ucrania con Rusia a favor de Occidente.
¿Conspiración contra Rusia? En ningún
caso. A diferencia de Bilderberg las reuniones no fueron secretas. Frente a
algo como una docena de VIP estadounidenses y una amplia muestra de la elite
política europea se encontraba un consejero de Putin llamado Sergei Glazyev,
quien dejó perfectamente en claro la posición rusa.
Glazyev inyectó una nota de realismo
político y económico a la conferencia. Forbes informó durante
esos días sobre la “extrema diferencia” entre los puntos de vista rusos y
occidentales “no sobre la conveniencia de la integración de Ucrania con la UE
sino sobre su probable impacto”. En contraste con la euforia occidental, el
punto de vista ruso se basaba en “críticas económicas muy específicas y muy
específicas” sobre el impacto del Acuerdo de Comercio en la economía de
Ucrania, señalando que Ucrania tenía un inmenso déficit en sus cuentas
externas, financiado con préstamos del extranjero, y que el resultante aumento
sustancial en las importaciones occidentales solo podría aumentar el déficit. "Ucrania cesará el pago de su deuda externa o necesitará el rescate"
El periodista de Forbes llegó
a la conclusión de que “la posición rusa está mucho más cerca de la verdad que
la chanza proveniente de Bruselas y Kiev”.
En cuanto al impacto político, Glazyev
destacó que la minoría rusoparlante en Ucrania Oriental podría actuar para
dividir el país en protesta contra el corte de los lazos con Rusia, y que Rusia
tendría derecho legítimo a apoyarla, según The Times de
Londres.
En breve, mientras planificaban incorporar
Ucrania en la esfera occidental, los dirigentes occidentales sabían
perfectamente que esa acción involucraría serios problemas con los ucranianos
rusoparlantes y con la propia Rusia. En lugar de tratar de encontrar un
compromiso, los dirigentes occidentales decidieron seguir adelante y culpar a
Rusia por cualquier cosa que saliera mal. Lo que salió mal para comenzar fue
que Yanukovych se acobardó ante el colapso económico implicado por el Acuerdo
de Comercio con la Unión Europea. Postergó la firma, esperando conseguir un
mejor trato. Ya que nada de esto fue explicado claramente al público ucraniano,
se produjeron protestas indignadas, que fueron rápidamente aprovechadas por
EE.UU…. contra Rusia.
Ucrania como puente… o
talón de Aquiles
Ucrania, un término que significa zona
fronteriza, es un país sin fronteras claramente fijadas históricamente que ha
sido estirado demasiado lejos hacia el Este y demasiado lejos hacia Occidente.
La Unión Soviética fue responsable por esto, pero la Unión Soviética ya no
existe, y el resultado es un país sin una identidad unificada y que emerge como
un problema para sí mismo y para sus vecinos.
Fue extendido demasiado lejos hacia el
Este, incorporando territorio que muy bien podría haber sido ruso, como parte
de una política general para distinguir la URSS del imperio zarista, aumentando
Ucrania a costa de su componente ruso y demostrando que la Unión Soviética era
realmente una unión entre repúblicas socialistas iguales. Mientras toda la
Unión Soviética fue dirigida por una dirigencia comunista, esas fronteras no
importaban demasiado.
Fue extendida demasiado lejos hacia Oeste
a fines de la Segunda Guerra Mundial. La victoriosa Unión Soviética extendió la
frontera de Ucrania para que incluyera regiones occidentales, dominadas por la
ciudad diversamente llamada Lviv, Lwow, Lemberg o Lvov, dependiendo de si
pertenecía a Lituania, Polonia, el Imperio Habsburgo o la URSS, una región que
fue un foco de sentimientos anti-rusos. Esto fue indudablemente concebido como
una acción defensiva, para neutralizar a elementos hostiles, pero creó la
nación fundamentalmente dividida que hoy constituye el río revuelto perfecto
para la pesca hostil.
El informe Forbes antes
citado señala que: “Durante la mayor parte de los últimos cinco años, Ucrania
estuvo básicamente jugando un doble juego, diciendo a la UE que estaba
interesada en firmar el DCFTA mientras decía a los rusos que estaba interesada
en sumarse a la unión aduanera”. O Yanukovych no podía decidirse, o estaba tratando
de conseguir el mejor trato de ambos lados, o estaba buscando el mejor postor.
En todo caso, nunca fue “el hombre de Moscú”, y su caída indudablemente se debe
en gran parte a su papel al enfrentar a uno con el otro para ganar ventaja.
Se puede afirmar que lo que se necesitaba
era algo que hasta ahora parece faltar totalmente en Ucrania: una dirigencia
que reconozca la naturaleza dividida del país y que trabaje diplomáticamente
para encontrar una solución que satisfaga a las poblaciones locales y sus vínculos
históricos con el Oeste Católico y con Rusia. En breve, Ucrania podría ser un
puente entre Este y Oeste – y esto, a propósito, ha sido precisamente la
posición rusa. La posición rusa no ha sido dividir Ucrania, mucho menos
conquistarla, sino facilitar el papel del país como puente. Esto involucraría
un cierto grado de federalismo, de gobierno local, que hasta ahora falta
totalmente en el país, con gobernadores locales seleccionados no por elección
sino por el gobierno central en Kiev. Una Ucrania federal podría desarrollar
relaciones con la UE y mantener sus vitales (y lucrativas) relaciones
económicas con Rusia.
Pero esta configuración requiere la
disposición occidental de cooperar con Rusia. EE.UU. ha vetado explícitamente
esta posibilidad, y ha preferido explotar la crisis para calificar a Rusia de
“el enemigo”.
Plan A y Plan B
La política de EE.UU. que ya fue evidente
en la reunión en Yalta de septiembre de 2013, fue impuesta en el terreno por
Victoria Nuland, ex consejera de Dick Cheney, embajadora adjunta en la OTAN,
portavoz de Hillary Clinton, esposa del teórico neoconservador Robert Kagan. Su
papel dirigente en los eventos de Ucrania prueba que la influencia
neoconservadora en el Departamento de Estado, establecida por Bush hijo, fue
retenida por Obama, cuya única contribución visible al cambio de la política
exterior ha sido la presencia de un hombre de ascendencia africana en la
presidencia, calculada para impresionar al mundo con la virtud multicultural de
EE.UU. Como muchos otros presidentes recientes de EE.UU., Obama ocupa el puesto
de vendedor temporario de políticas hechas y ejecutadas por otros.
Como alardeó Victoria Nuland en
Washington, desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, EE.UU. ha
gastado cinco mil millones de dólares para obtener influencia política en
Ucrania (lo que se llama “promover la democracia”). Esta inversión no es “por
petróleo”, o por alguna ventaja económica inmediata. Los motivos primordiales
son geopolíticos, porque Ucrania es el talón de Aquiles de Rusia, el territorio
con el mayor potencial para causarle problemas.
Lo que atrajo atención pública al papel de
Victoria Nuland en la crisis ucraniana fue su uso de una mala palabra, cuando
dijo al embajador de EE.UU. “¡Qué se joda la UE!”. Pero el alboroto por su
lenguaje ofensivo ocultó sus malas intenciones. El tema era quién debiera sacar
del poder al presidente elegido Viktor Yanukovych. El partido de la canciller
alemana Angela Merkel había estado promoviendo al ex boxeador Vitaly Klitschko
como su candidato. El grosero rechazo de Nuland dejó en claro que EE.UU., no
Alemania o la UE, debía elegir al nuevo dirigente, y ese no era Klitschko sino
“Yats”. Y por cierto el que obtuvo el puesto fue Yats, Arseniy Yatsenyuk, un
tecnócrata de segunda fila. Eso colocó a un gobierno patrocinado por EE.UU.,
impuesto en las calles por milicias fascistas con poca influencia electoral
pero mucha maldad armada, en condiciones de manejar las elecciones del 25 de
mayo, que excluyeron en gran parte al Este rusoparlante.
El plan A para el golpe de Victoria Nuland
era probablemente instalar, rápidamente, un gobierno en Kiev que se uniera a la
OTAN, preparando el camino para que EE.UU. tomara posesión de la indispensable
base naval de Rusia de Sebastopol en Crimea. Reincorporar Crimea en Rusia fue
la acción defensiva necesaria de Putin para impedirlo.
Pero la estratagema de Nuland era en
realidad un ardid con el que no podía salir perdiendo. Si Rusia no se defendía,
arriesgaba perder toda su flota del sur – un desastre nacional. Por otra parte,
si Rusia reaccionaba, lo que era lo más probable, EE.UU. obtendría una victoria
política, probablemente su principal objetivo. La acción totalmente defensiva
de Putin es presentada por los medios dominantes occidentales, haciéndose eco
de dirigentes políticos, como “expansionismo ruso” no provocado, que la
maquinaria propagandística compara con la captura de Checoslovaquia y Polonia
por Hitler.
Por lo tanto una flagrante provocación
occidental, utilizando la confusión política ucraniana contra una Rusia
fundamentalmente defensiva, ha tenido un éxito sorpresivo al producir un cambio
total en el espíritu artificial de nuestra era, producido por
medios de masa occidentales. Repentinamente, se nos dice que “Occidente amante
de la paz” se ve enfrentado por la amenaza del “agresivo expansionismo ruso”.
Hace unos cuarenta años, los dirigentes soviéticos regalaron la tienda bajo la
ilusión de que una renuncia pacífica por su parte podría conducir a una
cooperación amistosa con Occidente, y especialmente con EE.UU. Pero aquellos en
EE.UU. que nunca quisieron terminar la Guerra Fría se están vengando. No
importa el “comunismo”; si, en lugar de propugnar la dictadura del
proletariado, el actual líder de Rusia es simplemente a la antigua de cierta
manera, los medios occidentales pueden fabricar un monstruo. EE.UU. necesita un
enemigo para salvar el mundo.
Vuelve la extorsión por
intimidación
Pero ante todo, EE.UU. necesita Rusia como
un enemigo a fin de “salvar Europa”, lo que es otra manera de decir, a fin de
seguir dominando Europa. Los responsables políticos en Washington parecen estar
preocupados de que el giro de Obama hacia Asia y el descuido de Europa podrían
debilitar el control estadounidense de sus aliados de la OTAN. Las elecciones
al Parlamento Europeo del 25 de mayo revelaron considerable desapego hacia la
Unión Europea. Ese desapego, notablemente en Francia, está vinculado a una
creciente comprensión de que la UE, lejos de ser una alternativa a EE.UU., es
en realidad un mecanismo que fija a los países europeos en una globalización
definida por EE.UU., la decadencia económica, y la política exterior de EE.UU.,
incluyendo guerras y todo.
Ucrania no es la única entidad que ha sido
sobre-extendida. Lo mismo ha pasado con la UE. Con 28 miembros de diversos
lenguajes, cultura, historia y mentalidad, la UE es incapaz de ponerse de
acuerdo en ninguna política exterior diferente de la propuesta por Washington.
La extensión de la UE a ex satélites europeos orientales ha roto totalmente
todo profundo consenso que pueda haber sido posible entre los países de la
Comunidad Económica original: Francia, Alemania, Italia y los Estados del
Benelux. Polonia y los Estados bálticos ven la membresía en la UE como útil,
pero sus corazones están en EE.UU. – donde muchos de sus dirigentes con más
influencia han sido educados y entrenados. Washington puede explotar la
nostalgia anticomunista, anti-rusa e incluso pro nazi de Europa del nordeste
para enarbolar el falso grito de “¡los rusos vienen!” a fin de obstruir la
creciente cooperación económica entre la vieja UE, notablemente Alemania, y
Rusia.
Rusia no constituye ninguna amenaza. Pero
para los vociferantes rusófobos en los Estados del Báltico, Ucrania occidental
y Polonia, la existencia misma de Rusia es una amenaza. Alentada por EE.UU. y
la OTAN, esa hostilidad endémica es la base política de la nueva “cortina de
hierro” que debe lograr el objetivo señalado en 1997 por Zbigniew Brzezinski
en El Gran Tablero de Ajedrez: mantener dividido el continente
eurasiático a fin de perpetuar la hegemonía mundial de EE.UU. La vieja Guerra
Fría servía ese propósito, afirmando la presencia militar y la influencia
política de EE.UU. en Europa Occidental. Una nueva Guerra Fría puede impedir
que la influencia de EE.UU. sea diluida por buenas relaciones entre Europa
Occidental y Rusia.
Obama ha ido a Europa prometiendo
ostentosamente que la “protegerá” colocando más tropas en regiones lo más cerca
posible de Rusia, mientras al mismo tiempo ordena a Rusia que retire sus
propias tropas, en su propio territorio, aún más lejos de la atribulada
Ucrania. Esto parece tener el objetivo de humillar a Putin y privarlo de apoyo
político en el interior, en un momento en el que aumentan las protestas en
Ucrania oriental contra el dirigente ruso por abandonarlos a la merced de los
asesinos enviados de Kiev.
Para reforzar el control estadounidense de
Europa, EE.UU. está utilizando la crisis artificial para exigir que sus aliados
endeudados gasten más en “defensa”, en especial comprando sistemas de armas
estadounidenses. Aunque EE.UU. todavía está lejos de ser capaz de satisfacer
las necesidades de energía de Europa con el nuevo boom del fracking, esta
perspectiva está siendo saludada como un sustituto para las ventas de gas
natural ruso – estigmatizadas como una “manera de ejercer presión política”,
que se presume que no es ejercida por las ventas energéticas de EE.UU. Se
presiona a Bulgaria e incluso a Serbia para que bloqueen la construcción del
gasoducto South Stream que llevaría gas ruso a los Balcanes y a Europa
meridional.
Del Día-D al Día de la
Condena
Hoy, 6 de junio, el 70 aniversario del
desembarco del Día-D está siendo conmemorado en Normandía como una gigantesca
celebración de la dominación estadounidense, en la cual Obama encabeza un
reparto estelar de dirigentes europeos. Los últimos ancianos sobrevivientes
soldados y aviadores presentes son como los fantasmas de días más inocentes
cuando EE.UU. estaba solo al comienzo de su nueva carrera como amo del mundo.
Eran reales, pero el resto es una payasada. La televisión francesa está
inundada de lágrimas de jóvenes aldeanos en Normandía a los que se ha enseñado
que EE.UU. es una especie de Ángel Guardián, que envió a sus muchachos a morir
en las playas de Normandía por puro amor hacia Francia. Esta imagen idealizada
del pasado es implícitamente proyectada hacia el futuro. En setenta años, la
Guerra Fría, una dominante narrativa propagandística y sobre todo Hollywood,
han convencido a los franceses, y a la mayor parte de Occidente, de que el
Día-D fue el punto de inflexión que ganó la Segunda Guerra Mundial y salvó
Europa de Alemania nazi.
Vladimir Putin fue a la celebración, y ha
sido ampulosamente eludido por Obama, autoproclamado árbitro de la virtud. Los
rusos están rindiendo homenaje a la operación del Día-D que liberó Francia de
la ocupación nazi, pero ellos –y los historiadores– saben lo que la mayor parte
de Occidente ha olvidado: que el Ejército Alemán no fue decisivamente derrotado
por el desembarco en Normandía, sino por el Ejército Rojo. Si el grueso de las
fuerzas alemanas no hubiera sido inmovilizado librando una guerra perdida en el
frente oriental, nadie celebraría el Día-D como está siendo celebrado en la
actualidad.
Se reconoce ampliamente que Putin es “el
mejor jugador de ajedrez”, quien ganó la primera vuelta de la crisis ucraniana.
No cabe duda que ha hecho todo lo posible, enfrentado con la crisis que le ha
sido impuesta. Pero EE.UU. controla una multitud de peones que Putin no tiene.
Y no se trata solo de un juego de ajedrez, sino de ajedrez combinado con póker,
combinado con ruleta rusa. EE.UU. está dispuesto a correr riesgos que los más
prudentes dirigentes rusos prefieren evitar… mientras sea posible.
Tal vez el aspecto más extraordinario de
la actual charada es el servilismo de los “viejos” europeos. Abandonando
aparentemente toda la sabiduría acumulada de Europa, resultante de sus guerras
y tragedias, e incluso haciendo caso omiso de sus propios intereses, los
actuales dirigentes europeos parecen estar dispuestos a seguir a sus protectores
estadounidenses a un Día-C… C como condena.
¿Puede ser importante la presencia de un
dirigente ruso en busca de la paz en Normandía? Bastaría con que los medios de
masa dijeran la verdad, y que Europa produjera dirigentes razonablemente sabios
y valerosos, para que toda la facticia maquinaria bélica perdiera su lustre, y
para que la verdad comenzara a aparecer. Una Europa pacífica sigue siendo
posible, ¿pero por cuánto tiempo?
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