Pedro
Miguel. La Jornada
Uno no querría
describirlo así porque suena desorbitado, pero ahí están las pruebas: entre las
administraciones de George W. Bush y las de Barack Obama, Estados Unidos se ha
vuelto el gobierno más paranoico del mundo y hoy lo es mucho más que en los
tiempos del macartismo y de la guerra fría, cuando poseía, al
menos, argumentos verosímiles –aunque no necesariamente verdaderos– para mantener
a millones de personas, estadunidenses o no, bajo un régimen de vigilancia
estrecha y secreta: en aquellos tiempos la confrontación entre las
superpotencias tenía entre sus perspectivas la del cataclismo nuclear o
destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés) y era
propagandísticamente fácil dividir al mundo en buenos y malos. Ese telón de
fondo dio a Washington pretextos para espiar y hostigar a individuos tan ajenos
a una bomba atómica como Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, por ejemplo.
En los años 90 del siglo
pasado tuvieron lugar dos fenómenos que habrían debido reorientar en forma
radical la política exterior y la estrategia de seguridad estadunidenses: la
desaparición del bloque soviético y el inicio de la masificación de Internet. El
primero hacía obsoleta tanto la fuerza armada como la enorme infraestructura
mundial de vigilancia y espionaje montada por Washington y la segunda
conllevaba dos reglas de signo contrapuesto: si por un lado la proliferación de
nodos de Internet facilitaba la tarea de espiar a los usuarios, por otro
colocaba en un nivel de gran vulnerabilidad una gran cantidad de secretos de
Estado, toda vez que éstos, de una forma u otra, irían a parar a contenedores
(servidores) conectados a la red mundial.
Pero, en vez de
redimensionar a la baja sus fuerzas ofensivas y de vigilancia, la Casa Blanca,
entonces a cargo de George Bush padre, optó por proyectar a Estados Unidos como
superpotencia única, autoerigida en promotora de unnuevo orden mundial de
matriz neoliberal. Esta decisión se tradujo, en el ámbito del espionaje
electrónico, en la reorientación de los sistemas deinteligencia de señales (Signint)
hasta entonces usados para espiar a la URSS y sus aliados, cuyo conjunto se
conoce popularmente como Echelon. Operado por los integrantes del Acuerdo Ukusa
(EU, Inglaterra, Canadá, Australia y Nueva Zelanda), actualmente es empleado
para monitorear señales satelitales, telefónicas, celulares y
de microondas, lo que pone a sus operadores en posibilidad de espiar el
contenido de toda suerte de mensajes. En diversas ocasiones se ha señalado que
Echelon es usado por sus socios como mecanismo de espionaje industrial y
comercial que ha sido aplicado contra la Unión Europea. Ya en 2001 un informe
del Parlamento Europeo recomendaba a ciudadanos y corporaciones del viejo
continente que usaran sistemas de encriptación en sus telecomunicaciones, a fin
de evadir la vigilancia ilegal por medio de Echelon (http://goo.gl/BVwRn).
En el ámbito interno, la
FBI instaló en 1997 un software conocido como Carnivore (DCS1000) para monitorearlos
intercambios de correo electrónico en territorio estadunidense. Tres años más
tarde la Electronic Frontier Foundation presentó un documento al Congreso, en
el que señalaba los peligros del sistema y la respuesta de la FBI fue que no
había motivos de preocupación, porque el programa permitía a las autoridades
distinguir entre las comunicaciones que pueden ser legalmente
interceptadas de las que no. Durante el gobierno de George W. Bush, Carnivore
fue remplazado por NarusInsight, software desarrollado por una subsidiaria de
Boeing de origen israelí.
Los programas de
espionaje masivo dados a conocer el mes pasado por Edward Snowden se refieren a
llamadas telefónicas dentro y fuera del territorio estadunidense (Verizon,
Sprint y At&t), así como la intromisión mundial en correos electrónicos,
chats, videos, fotos, videoconferencias y transferencias de archivos, e
involucra a las compañías Microsoft, Yahoo, Google, Facebook, Paltalk, Youtube,
Skype, Aol y Apple. De acuerdo con lo revelado por Snowden, el gobierno de
Washington ha espiado por igual a estadistas, universidades, empresas y
ciudadanos privados de un sinnúmero de países.
Uno de los problemas obvios
de esa red de espionaje es que su operación requiere de grandes cantidades de
personas. Hoy, casi 5 millones de personas –tanto empleados públicos como
personal de empresas contratistas– tienen acceso a información confidencial
y secreta del gobierno de Washington, en tanto que un millón 400 mil
empleados gubernamentales tienen acceso a información clasificada
comoultrasecreta. La debilidad estructural del sistema es evidente.
En cuanto a su debilidad política y moral, nada la ilustra mejor que el hecho de que el gobierno de Obama haya presentado contra Snowden cargos por... espionaje.
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