Alberto Rabilotta. Alainet
En el anterior artículo (¿Signos
de desbandada neoliberal?) pasamos revista a la grave y
persistente situación de las economías reales en los países del llamado
“capitalismo avanzado”, y del comienzo de reconocimiento -por parte de
economistas y políticos-, que el neoliberalismo y las recetas de austeridad han
puesto el capitalismo a la defensiva y que los ingredientes para estallidos
sociales ya existen en muchos países. En ese contexto se escuchan ahora voces
de la clase dominante que afirman que ya se superó la crisis, y otras que
plantean hacer cambios para mantener un sistema que comienza a tambalearse.
Hace siete décadas, al analizar las causas y los efectos del
desplome de las economías durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo
20, Karl Polanyi escribía que en el momento en que la sociedad comenzó a buscar
cómo protegerse de los peligros inherentes a un sistema de mercado
autorregulado, cada país del capitalismo industrial fue tomando –cada uno por
su cuenta- medidas de orden social y económico, pero las diferencias políticas
tenían como contrapartida una “semejanza entre los regimenes nacientes, el
fascismo, el socialismo y el New Deal, pero esta era únicamente su común
abandono de los principios del laissez-faire” (1)
La respuesta común a la dictadura de los mercados que había puesto
la sociedad al servicio de los intereses económicos, provocando con ello un
desastre social y político de dimensiones mundiales, fue el abandono de los
“mercados autorregulados” y la adopción del dirigismo estatal, que en el mundo
capitalista asumió formas corporativistas que entretejían los intereses de
determinados sectores y grupos sociales con los intereses de sectores
económicos del capital, como los industriales, con el Estado arbitrando estas
relaciones y planificando la economía para alcanzar objetivos tales como crear
empleos, desarrollar industrias (con fines armamentistas en los países del “eje
fascista” en primer lugar, y luego en Estados Unidos y Gran Bretaña) y superar
la pauperización de la Gran Depresión.
El corporativismo estuvo al servicio de regimenes totalitarios –la
Alemania nazi, la Italia fascista, entre otros más-, y en Estados Unidos
(EE.UU.), con el New Deal, la planificación económica permitió llevar a cabo
transformaciones económicas, fiscales y sociales de carácter progresista
destinadas a impedir que las masas populares abrazaran el socialismo o el
fascismo. El New Deal se expandió a otros países antes y después de la Segunda
Guerra Mundial. La experiencia socialista, en la Unión Soviética, fue la
planificación quinquenal de la economía, adoptada en 1928 y aplicada a partir
de 1929.
Es evidente que la creación de millones de empleos mediante el
desarrollo industrial y la mecanización del campo, que en EE.UU. logró el New
Deal, no es reproducible en la actualidad en los países del capitalismo
avanzado: los “ejércitos” de robots que reemplazan a los asalariados existentes
y a los jóvenes que debían reemplazarlos, es una realidad prácticamente
irreversible. Y tampoco son realistas las propuestas que circulan en ciertos
países de “repatriar” las industrias que desde hace décadas las transnacionales
vienen mudando a los países en desarrollo para explotar la mano de obra barata,
apropiarse de mercados y repatriar las ganancias para Wall Street y sus
ejecutivos. Lo que frecuentemente se olvida es que con esas mudanza no solo se
mudaron los empleos, sino que se perdió la acumulación y capacidad de
transferir la experiencia y el conocimiento de los trabajadores y técnicos, entre
muchas otras cosas más.
Pero, como veremos a partir de las opiniones y propuestas de
economistas, y de políticos y funcionarios del sistema imperante, el
reconocimiento de que el neoliberalismo fracasó y constituye una amenaza al
sistema capitalista los lleva nuevamente a proponer alguna forma de dirigismo
estatal, de capitalismo de Estado –nunca la planificación económica que tenga
en cuenta los intereses de la sociedad, por el momento-, o sea un retorno al
corporativismo envuelto en engañosos conceptos, como el de un “capitalismo
global administrado”.
¿Qué nos dicen los economistas?
Para economistas como Joseph Stiglitz, esta crisis estructural y
las crisis que estamos pasando por alto –en particular el cambio climático-, se
exacerbaron después de la Gran Recesión del 2008 y no serán resueltas por el
mercado. Son crisis de tipo mundial y para resolverlas se necesitan
transiciones estructurales, o sea que “es necesario que los gobiernos
desempeñen un papel más activo”. Su colega Paúl Krugman piensa algo similar,
aunque comienza a acercarse al problema de fondo de esta crisis estructural:
“¿Qué es lo que está sucediendo? De la mejor forma que lo puedo decir, hay dos
explicaciones plausibles, y hasta cierto punto ambas pueden ser verdad. Una es
que la tecnología hizo un viraje que ha puesto el trabajo (asalariado) en
desventaja; la otra es que estamos viendo los efectos de un neto aumento en el
poder de los monopolios. Pensemos en esas dos narrativas como una que enfatiza
a los robots, y en la otra a los “magnates ladrones” (robber barons)” (2).
El analista económico William Greider (3) reporta que en una de
las principales cunas del pensamiento neoliberal, el Institute Peterson (IP) en
Washington, hubo el 7 de enero pasado una reunión sobre “ética y globalización”
en la cual economistas y cientistas sociales presentaron sus opiniones y
trabajos. Algunos de ellos describieron al sistema global como en medio de
graves problemas y advirtieron que “si las cosas no cambian” habrá rebeliones
populares, incluso en EE.UU.
Greider apunta que habiendo perdido la confianza en las promesas
del sistema de libre comercio, “muchos están volviéndose hacia los gobiernos
para que los salven del capitalismo global”. Howard Rosen, investigador
visitante del IP, describió las consecuencias negativas de las últimas décadas
y concluyó recomendando reformas: un salario mínimo en todo el mundo, aumentos
de salarios vinculados a los aumentos de productividad, seguro contra el
desempleo, adopción de estándares laborales internacionales, promoción de la
sindicalización, y compromisos de Wall Street y demás
instituciones financieras internacionales de que no darán financiamiento a las
naciones que no acepten tales reformas.
En esta reunión del IP el economista David Branchflower, de la
Universidad Dartmouth, denunció el terror que viven los trabajadores, jóvenes y
viejos, porque “jamás se recuperarán de esta falta de empleos”, y advirtió que
la clase trabajadora en Europa está “ardiendo” y que se está frente a una
“potencial rebelión”, lo que también puede ocurrir en EE.UU. Y el nuevo
presidente del IP, el ex economista de la Reserva Federal Adam Posen, admitió
que hay problemas en el basamento político de la globalización
porque “uno de los alarmantes efectos de la crisis financiera global es que
hubo una amplia erosión de la confianza del capitalismo en sí mismo”.
El economista Dani Rodrick, de Harvard (4), contrapone el
“liberalismo económico” reinante en los países capitalismo avanzado al
mercantilismo aplicado por los países emergentes de Asia, concluyendo que se ha
llegado “al final de esta feliz coexistencia. El modelo liberal ha perdido su
brillo, debido al aumento de la desigualdad y la difícil situación de la clase
media en Occidente, junto con la crisis financiera producida por la
desregulación () Como resultado, el nuevo entorno económico producirá más
tensión que acomodamientos entre países que busquen vías liberales y
mercantilistas. Pueden
también despertarse debates latentes desde hace mucho tiempo sobre el tipo de
capitalismo que genera una mayor prosperidad.”
Para el economista Anatole Kaletsky (5), de la actual crisis
saldrá “un nuevo modelo de capitalismo global, no basado en la ciega fe en las
fuerzas del mercado que siguió a la Gran Inflación de los años 70, ni tampoco
en la excesiva intervención gubernamental inspirada por la Gran Depresión”, y
afirma que “la tragedia del 2008 estuvo en que la ciega fe en los mercados
disuadió a los gobiernos de manejar adecuadamente esos ciclos de
expansión-implosión”, y que habiendo desaparecido el comunismo y siendo la
crisis cosa del pasado, los decidores políticos y los votantes han reconocido
ya que no se puede dejar que los mercados se guíen por sus propios
instrumentos: “Las economías deben ser administradas. Como resultado, un
nuevo modelo de capitalismo global administrado está en evolución y
gradualmente reemplazará el fundamentalismo de mercado que dominó el mundo
desde la era Reagan-Thatcher hasta el 2008”.
Con el título ¿Está ganando el capitalismo de
Estado?, el
economista Daron Acemoglu y el analista James A. Robinson (Proyect Syndicate,
31 diciembre 2012) recuerdan que algunos países asiáticos, “apoyándose en
varias versiones del dirigismo” han crecido rápidamente y de manera constante
en décadas mientras los países centrales del capitalismo liberal “continuaron
su anémico desempeño” en el 2012, y seguidamente se preguntan si no ha llegado
la hora de actualizar los libros de economía y estudiar las formas de
“capitalismo de Estado”.
¿Qué nos dicen los gobernantes y tecnócratas?
A mediados de enero Jean-Claude Juncker –saliente presidente del
Consejo de ministros de Economía y Finanzas de la zona euro (Eurogrupo)-
criticó las políticas neoliberales aplicadas en la zona euro (ZE) y advirtió
que si no hay cambios “perderemos el apoyo de las clases trabajadoras”.
Después le llegó el turno al profesor de economía neoliberal y
también saliente primer ministro italiano Mario Monti, quien dijo a los
embajadores latinoamericanos en Italia que América latina se ha ganado hoy un
rol central y activo que genera admiración, por no decir envidia, porque “ha
sabido construir un modelo de desarrollo basado en el crecimiento, la justicia
social, la modernización y el respeto ambiental” (6).
Difícil creer que el enviado por la Troika (Comisión Europea,
Banco Central Europeo y FMI), para aplicar la austeridad neoliberal en Italia
pueda elogiar las políticas de países latinoamericanos que tienen decentes
tasas de crecimiento económico y de creación de empleos precisamente porque han
rechazado los postulados básicos del neoliberalismo, porque los Estados
intervienen activamente en sectores de la economía real, nacionalizan empresas
cuando hay que nacionalizar, responden a las presiones sociales y, más grave
aun, controlan la política monetaria y regulan la actividad bancaria y financiera
para ejecutar una política de desarrollo socioeconómico.
En el caso de Monti, con su extenso curriculum vitae como ideólogo
de las ideas neoliberales en la Comisión Trilateral y el Grupo Bilderberg,
fundador del “grupo de ideas” Bruegel, asesor de Goldman Sachs, Moody’s,
Coca-Cola, etcétera, y miembro clave de muchas comisiones que consolidaron el
rígido modelo neoliberal de la Comisión Europea (CE), este elogio del
intervencionismo estatal sudamericano no puede ser una conversión ideológica,
pero quizás sea puro oportunismo político o una manifestación más de
divergencias profundas en la cúpula del sistema neoliberal.
De la guerra monetaria al proteccionismo y...
Quien sabe Juncker y Monti se están confesando y reconvirtiendo al
intervencionismo estatal para renacer políticamente, siguiendo la receta del
nuevo primer ministro japonés Shinzo Abe, recientemente electo para sacar la
economía real de su país del estado “zombi” en que se encuentra desde hace dos
décadas. Abre ganó porque amenazó con nacionalizaciones de empresas y hasta con
quitarle la sacrosanta independencia al Banco Central de Japón si no aceptaba
lanzar un tsunami monetario y devaluar el yen para crear empleos.
Abe adoptó este programa a pesar de la deuda de Japón (a finales
del 2012 y según el FMI, la deuda gubernamental equivalía al 237 por ciento del
PIB) porque busca abaratar las exportaciones japonesas para competir con Corea
del Sur y Alemania en nichos de alta tecnología, y de paso encarecer las
importaciones, generar inflación y crear empleos.
Y no olvidemos que Japón fue el primer país del capitalismo
avanzado (2001) que recurrió a emisiones masivas de dinero (flexibilización
cuantitativa o quantitative easing) y tasas de interés muy bajas para reactivar
la economía, con muy poco éxito. Política copiada desde la crisis financiera
del 2007 por EE.UU., Gran Bretaña y los países de la UE para salvar de la
insolvencia los grandes bancos y el sistema financiero, y devaluar sus monedas
para poder seguir exportando. Tales políticas no reactivaron las economías
reales, pero alimentaron el capital financiero que especula en los mercados
financieros y monetarios de los países emergentes.
Al apreciar las monedas de los países emergentes, estos flujos
especulativos encarecieron las exportaciones y abarataron las importaciones,
desequilibrando aun más las tradicionalmente negativas balanzas de comercio y
de pagos de estos países, lo que explica que en el 2010 el ministro de Finanzas
de Brasil, Guido Mantera, denunciase estas políticas como una “guerra
monetaria”, que causan estragos económicos.
Las devaluaciones competitivas amenazan ahora extenderse como un
“fuego de praderas”: el pasado 15 de enero el vicegobernador del Banco Central
de Rusia, Alexei Ulyukayev, afirmó que el mundo está en el umbral de una
“guerra monetaria” por las políticas del primer ministro Abe en Japón y una
declaración de Jean-Claude Juncker, quien –según la agencia Bloomberg- se había
quejado del “peligrosamente alto” valor del euro, opinión que comparten ministros
del gobierno francés, para quienes la apreciación del euro (7.0 por ciento
frente al dólar estadounidense en los últimos seis meses) impide frenar el
desempleo en Francia. Desde septiembre del 2011 Suiza viene manipulado su
moneda para evitar que continuara apreciándose frente al euro, y ahora los
países nórdicos se quejan de lo mismo: el ministro de Finanzas de Noruega,
Sigbjoern Johnsen, y el vicegobernador del Riskbank (Banco central de Suecia),
Lars E. O. Svensson, expresaron que ven con temor la apreciación de sus monedas
nacionales y que las economías de ambos países funcionarían mejor con tasas de
interés más bajas y monedas más débiles. Corea del Sur hizo saber que no se
quedará impasibles ante la devaluación competitiva del yen.
El (saliente) gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King,
afirmó que pronto “veremos el aumento de la administración
activa de las
tasas de cambio”, perspectiva que está “provocando inquietud entre quienes
toman las decisiones políticas a nivel global”, según el gobernador del Banco
de Australia, Gleen Stevens.
De ahí a alguna forma de corporativismo.
Devaluación competitiva, medidas para proteger las exportaciones
que se sumarán a las existentes, amenazas de cerrar las fronteras a ciertos
productos industriales y a la mano de obra extranjera, y una vez que esto se
ponga en marcha a escala regional o mundial, las consecuencias se harán sentir
en el comercio, las finanzas y toda la cadena de producción mundial, y es en
ese momento de pánico que serán aceptables las medidas para imponer ese
“capitalismo global administrado” que proponen Howard Rosen y Anatole Kaletsky,
que en definitiva es el corporativismo global implícito en los “acuerdos de
libre comercio” ya existentes y en tren de ser negociados, en particular el
Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (AETPAE).
El corporativismo de ese “capitalismo global administrado” solo
podrá ser uno que respete el marco legal estadounidense para proteger la
propiedad privada en todas sus formas, como es bien claro en el AETPAE. Y aquí
reproduzco la cita de A. T. Hadley (6), que Karl Polanyi incluye en el libro
citado anteriormente, para describir la historia de la protección de la
propiedad comercial e industrial en Inglaterra, y luego en EE.UU.: la separación
de poderes, inventada mientras tanto (1748) por Montesquieu, fue de ahí en
adelante utilizada para separar al pueblo del poder sobre su propia vida
económica. La Constitución estadounidense, creada en un medio de
agricultores-artesanos por una clase dirigente bien al tanto de lo que sucedía
en la escena industrial inglesa, aísla totalmente la esfera económica de la
jurisdicción de la Constitución, ubicando así la propiedad privada bajo la más
alta protección concebible y creando la única sociedad de mercado en el mundo
que fue fundada legalmente. A pesar del sufragio universal, los electores
estadounidenses serán impotentes contra los poseedores.
¿Cómo será el proceso para presentar y hacer pasar el siniestro capitalismo
global administrado de Kaletsky, o algo diferente que será
lo mismo? Pues bien, en una entrevista periodística que tuve en mayo del 2004
con el Nóbel de economía (1992) Gary Becker, en el marco de la Conferencia de
Montreal, él me confió -con ese aplomo señorial y seguridad de los Nóbel de la
Universidad de Chicago, que en aquel entonces todavía se comportaban como
enviados divinos-, el método para que en la sociedad capitalista controlada por
los monopolios de prensa se aceptaran ideas y propuestas radicales y contrarias
a los intereses de las mayorías: Se lanza el tema en un artículo o un
panel, y probablemente será juzgado utópico, irrealizable, pero volverá a ser
puesto sobre la mesa si la idea es apoyada por gente influyente. El tema será
nuevamente atacado por intelectuales de izquierda pero entonces saldrán voces
de académicos, expertos y empresarios para defenderlo, en los think-tanks, las
páginas de diarios respetables y en la televisión. Este ciclo se repetirá e irá
ampliándose hasta que lo que Usted dice es un tema controvertido terminará
siendo convencional, por lo tanto aceptable, finalmente será aceptado y llevado
a la práctica.
Eso funcionó demasiadas veces en las últimas décadas, así que
estamos avisados.
La Vèrdiere, Francia.
Notas
1.- Karl Polanyi, La Grande Transformación, Edition Gallimard,
página 314.
2.- Joseph Stiglitz, Las crisis posteriores a la crisis. Project Syndicate, 7 de enero 2013; Paul
Krugman, New York Times, 9 de diciembre 2012.
3.- William
Greider, “Is the Global Economic Establishment Taking a Progressive Turn? The
Nation, 15 de enero 2013.
4.- Dani Rodrick, “El desafío mercantilista”, Project Syndicate,
enero 2013.
5.- A.
Kaletsky, “2013: When economic optimismo will finally be vindicated”. http://blogs.reuters.com/anatole-kaletsky/2013/01/10/2013-when-economic-optimism-is-finally-vindicated/
El autor escribe en The Economist y Reuters, y dirige el Institute
of New Economic Thinking, creado y financiado por George Soros, Paul Volcker y
otros financieros.
6.- Elogios de Monti a América latina, Elena Llorente, Página/12,
16 enero 2013.
7.- A.T. Daley,
Economics: An account of the Relations between Private Property and Public
Welfare, 1896, citado por Karl Polanyi en la página 292 de La Grande
Transformation.
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