Por Marat
1.-Crisis de
la razón dialéctica:
Pido disculpas por
anticipado por el largo retraso en la atención dedicada a este blog. Cuestiones
de índole política, con sus propias repercusiones personales, me han dejado
fuera de combate durante algún tiempo.
Pero las
convulsiones políticas, económicas y sociales, que se precipitan sin pausa unas
sobre otras, obligan a volver al compromiso con la realidad a quienes carecemos
de la opción de aislarnos del mundo.
He de advertir al lector de que seguramente sea éste el texto más largo de cuantos haya publicado en este blog. Por este motivo, y por respeto al tiempo de quien se pasea por este sitio, le sugiero que decida si realmente puede merecerle la pena embarcarse en la lectura y digestión de un tocho más abultado que los ya habitualmente sobrecargados textos con los que suelo castigar a mis menguantes lectores.
En 1927 Sigmund
Freud publica una de sus últimas y más transcendentales obras: “El porvenir
de una ilusión”. En ella examina el papel asignado a la religión como forma
de representación ilusoria que responde a las necesidades y pulsiones humanas.
A su modo de ver, para una nueva normatividad que permita controlar el estado
de naturaleza en el ser humano no es necesaria la religión. Puede serlo una
cultura secularizada, siempre según Freud y, dentro de ella, ejercer el
psicoanálisis su papel redentor.
En esto Freud no
era original. Otros muchos antes, desde Platón hasta Tomás Moro, de Licurgo a
Babeuf, de Campanella a Marx, todos ellos buscaron un fundamento moral que encuadrase la acción del individuo y la
colectividad con el fin de hallar una existencia más justa y racional. Y la
rueda de esa búsqueda ha continuado imparable hasta hoy.
El esfuerzo de la
parte más progresiva de la Humanidad por establecer explicaciones racionales y
aportar ciencia a los hechos sociales, la realidad material o cualquier otro
fenómeno de alcance humano y por basar en esa racionalidad un conocimiento de
sí misma que le permita una convivencia que merezca la pena ser llamada tal, se
ha enfrentado desde el origen del pensamiento humano al oscurantismo, la
superstición, la irracionalidad, el pensamiento mágico, la reacción, la
religión y la estupidez.
La lucha entre el
conocimiento y la ciencia, aún en sus fases incipientes, por un lado, y las
falsas creencias y los modos ilusorios de explicar la realidad, por el otro, se
ha mantenido de un modo oscilante durante siglos o incluso milenios, sin que
fuera posible el triunfo definitivo del saber y la razón sobre la ignorancia y
la superchería.
De hecho, la
historia ha conocido tanto etapas marcadas por el progreso –finales del siglo
XVIII- como por la reacción –primera mitad del siglo XX y período que va, al
menos, desde el inicio de la crisis del 2007 hasta el presente-, aunque en
medio de la tormenta hayan existido algunos elementos de esperanza para la
Humanidad, como la revolución rusa. Pero en ningún momento, el progreso ha sido
capaz de construir un nuevo escenario estable capaz de romper definitivamente
la fuerza negativa de la tradición y la opresión. Quizá la línea de la historia
tenga más de discontinua que de constante.
La crisis de la
razón, -una manifestación de la crisis de civilización en la que vivimos
atrapados desde hace más tiempo que en esta crisis sistémica y económica del
capitalismo- hace que esa búsqueda de la emancipación del ser humano de sus
necesidades y temores mediante el saber científico, el método y la acción
política hayan entrado en crisis porque han fallado los vehículos políticos
capaces de actuar como vanguardia en la transformación social cuando más
necesaria resultaba ésta.
Si quienes nos reclamamos
hijos de la rabia y de la idea, de la razón y la revolución, hubiéramos
encontrado en el pensamiento emancipador un camino seguro hacia la humanización
del mundo no habríamos dependido de un modo tan desesperado de la fe y la
esperanza irracionales. Nuestro avance hacia la superación de la necesidad y de
la opresión se hubiera sustentado en algo más demostrable, menos accesorio y
precario.
La realidad es que
tras los fracasos de los proyectos de ruptura con la opresión, la explotación y
el dolor evitable, no hemos sido capaces de reconstruir ni la línea de
pensamiento para la acción ni la superioridad social de unos valores de
justicia e igualdad sociales. Todo un mundo conocido, transitoriamente menos
primitivo y criminal que habíamos edificado y en el que la lucha de clases fue
decisiva, se ha venido abajo.
Hace ya decenios
las ideas de progreso, igualdad y fraternidad se batían en retirada pero sólo
ahora es posible ver el efecto de la devastación sobre el proyecto
transformador en toda su extensión.
Cuando uno se
considera heredero de la razón y la ilustración y del método de análisis y
transformación de la realidad concreta que ha representado desde hace más de
150 años el marxismo, se siente profundamente descorazonado al comprobar cómo
las sectas de diseño New Age, el populismo y la demagogia antidemocráticos, el
nuevo auge de los fascismos, la fabricación de “disidencias controladas” y de
“verdades” hegemónicas mediante la repetición mediática “ad nauseam”, se
imponen en el discurso social y político como falsas apariencias de rebelión
que, al no dirigir la protesta hacia el corazón de la tormenta, sirven para
perpetuar las formas de dominación del capital.
2.-Sobre la
crítica a la democracia política y otras cuestiones:
Si el capital ha
demostrado, con su fuerza aplastante, su capacidad para imponer a los gobiernos
políticas antisociales ante la crisis, la respuesta de los propagadores del
populismo más indecente ha sido, en lugar de ir frontalmente contra el capital,
salvo en la versión simplista y absurda de limitar el capitalismo al
financiero, la de culpar a lo que llaman “clase política”, sin distinciones ni
matices, negando la existencia de democracia política y promoviendo la consigna
maximalista de “que se vayan todos”.
La democracia
política bajo el capitalismo ha sido siempre una democracia burguesa, lo que la
ha hecho compatible con situaciones de mayores dosis de igualdad en lo social y
económico y con otras de la mayor desigualdad en ambos ámbitos, de acuerdo a la
correlación de fuerzas en la lucha de clases que se producía en el interior de
las sociedades con esa forma de gobierno.
La democracia
política es sólo la forma de representación política que garantiza ciertos
derechos (de reunión, de asociación, de expresión, de manifestación,...);
derechos que siempre han sufrido mayores o menores dosis de restricción y
represión pero sin llegar a alterar lo esencial de ser democracia política
mientras no se alterasen sus formas legales o se suspendiesen de forma general
sus garantías. Ninguna democracia política ha sido jamás plena, siendo en
ocasiones muy plebiscitaria, en otras muy institucional, en unos casos muy
oligárquica, en otros muy participativa.
Han existido a lo
largo de la democracia política bajo el capitalismo democracias muy liberales
en lo económico y otras más intervencionistas y de Estado social, de acuerdo no
sólo a los niveles de lucha de clases sino también a las necesidades
estratégicas y de desarrollo del capital y de su realización del beneficio.
Es cierto que las
instituciones políticas y los gobiernos de los países del capitalismo en crisis
con democracias políticas han perdido prácticamente toda capacidad de control
sobre la economía pero no fue nunca dicho control un elemento constitutivo
esencial de la democracia política. En todo caso el pacto social
trabajo-capital se reflejó en determinadas Constituciones en la forma de
“Estados sociales y de derecho” durante determinados períodos. Y las formas de
planificación y control de la actividad económica que en esas etapas del
capitalismo se dieron no fueron otra cosa que cesiones del capital para
facilitar cierta ordenación de la actividad económica, una implicación de los
Estados en la propia potenciación de los intereses económicos privados, un
mejor flujo de la concurrencia del capital en los mercados y una relativa
regulación del caos que siempre acompaña a la actividad del capitalismo.
Hablar de “golpe de
Estado de los mercados” responde bien a la ignorancia política más profunda,
bien a una demagogia que busca el efectismo político. ¿Acaso la “revolución
neoliberal” (liberal a secas) no fue iniciada por los gobiernos de Thatcher y
Reagan? ¿Acaso no fueron estos los primeros en iniciar la desregulación del
sistema financiero mundial? ¿Acaso la desregulación del comercio mundial
dictado por la OMC (Organización Mundial del Comercio) y por el GATT no fueron
aprobados por gobiernos? ¿Acaso los tratados de Maastricht y de Lisboa no
fueron impulsados por los gobiernos de la UE? Y esto ha ocurrido tanto con gobiernos
liberales/conservadores como con gobiernos social-liberales (nominalmente
socialistas o socialdemócratas)
Caracterizar a las
democracias políticas bajo el capitalismo como democracias burguesas no
significa simplemente que acepten los límites del juego de este sistema
económico sino que, de un modo casi general, sus gobiernos representan los
intereses de la gran burguesía capitalista y de sus grandes corporaciones
industriales, de servicios y financieras.
Por tanto, no ha
existido “golpe de Estado de los mercados” alguno . Simplemente el largo brazo
del capital ha actuado en su beneficio, a través de los gobiernos, logrando
vuelta al Estado mínimo (minarquistas), de desregulación de toda forma de
actividad económica y de reapropiación por el capital del, ya cadáver, Estado
del Bienestar.
Dicho lo anterior,
desde una posición revolucionaria es aberrante convertir la crítica hacia el
papel del Estado burgués y sus gobiernos en una negación y deslegitimación
global de las libertades políticas. Por mucho que éstas y las garantías
jurídicas estén siendo recortadas de modo creciente (chantajes contra los
derechos de los pueblos y su autodeterminación, prohibiciones del derecho de
manifestación, represión sindical y de las movilizaciones de trabajadores,
atentados a la libertad de expresión,...), aún están en pie la mayoría de los
espacios de libertades políticas que es necesario defender. Y especialmente por
parte de la clase trabajadora, que es la que más necesita de ellas para llevar
a cabo sus luchas de un modo abierto.
Hay una tendencia
creciente a trasladar el mito de la “dictadura de los mercados”, del que antes
hablábamos, a la consideración del Estado democrático-burgués como dictadura
política. Si bien Marx comparó lo que denominó “dictadura del proletariado” con
la “dictadura burguesa”, lo hizo en términos de clase y nunca minusvaloró ni
desprecio la defensa por los trabajadores de las libertades políticas. Sabía
muy bien la diferencia entre las luchas sociales bajo situaciones carentes de garantías
legales de otras sin protección
jurídica alguna de la persona.
Cuanto más aumente
el combate de los trabajadores en términos de lucha de clases, más se
incrementará el carácter represivo del Estado burgués y más tenderán a
limitarse sus libertades formales pero éstas han de ser defendidas con el mismo
encono por los trabajadores y sus organizaciones. Pasar a negar su existencia
sin más conlleva el riesgo de la vuelta a su desprecio, fenómeno que
caracterizó buena parte de la deriva política de un sector de las izquierdas
alemanas en el período que fue de la República de Weimar hacia su fin, con las
trágicas consecuencias que para los trabajadores tuvo el nuevo orden surgido
tras ella.
Entiendo que estos
argumentos no sean válidos para quienes siguen aferrados a las experiencias
autoritarias de “socialismo de cuartel” y que, en la polémica
entre Rosa Luxemburgo y Lenin respecto a las libertades políticas, se
inclinarán por el segundo y mucho más por el siniestro personaje que sucedió al
gran revolucionario ruso. Pero entiendo mucho menos su coincidencia con sujetos
y corrientes populistas y prefascistas con los que coinciden en el desprecio hacia
dichas libertades, una vez que la lección del fin de la República de Weimar
hubiera debido dejar algún poso de aprendizaje en ellos.
De la incapacidad
de las izquierdas para dar una respuesta revolucionaria y para ofrecer una
alternativa de clase a la crisis capitalista deriva en gran medida la expansión
de fenómenos como el del cómico, y emblema del más depurado “ciudadanismo
indignado”, italiano Beppe Grillo, con su prefascista Movimiento de
las 5 Estrellas, hoy ya segunda fuerza en expectativa de voto en su país,
que ha recogido un descontento social para proyectarlo hacia la antipolítica
-presentándose como regenerador de la vida política y las instituciones, cuando
sólo es uno de tantos aventureros demagógicos como los que poblaron Europa en
los años 20 y 30 del pasado siglo en el proceso de ascenso de los fascismos-
Otro tanto sucede con una fuerza con una fuerza arrolladora como la de Amanecer
Dorado en Grecia. Más allá del éxito de sus redes de asistencia “solidaria”
sólo para griegos, que ha penetrado en los espacios y territorios de la
izquierda radical griega, lo cierto es que los neonazis helenos han logrado
aportar una épica a la rabia social, canalizándola en sus propios intereses,
algo que están empezando a perder las izquierdas griegas, unas por la
respetabilidad de la que intentan investirse ante su posible futura llegada al
gobierno (Syriza), otras por su grave sectarismo y aislamiento del resto de las
izquierdas (KKE). El panorama no es mejor en el resto de Europa: Hungría,
Finlandia, Francia, Holanda, Austria,...El aviso de los antifascistas más
activos en Europa sobre el renacido despertar de la serpiente no parece estar
siendo recogido por las izquierdas con la necesaria respuesta ante tan grave
realidad.
3.-Creación,
auge y caída del mito de las clases medias:
La ignorancia
inducida hacia amplios sectores de los trabajadores desde los ideólogos del
capital, muchos de ellos bien integrados dentro de las corrientes de
“izquierdas”, ha fabricado el mito todoterreno y multiclases de las clases
medias.
Durante muchos
decenios se ha maquillado el antagonismo esencial capital-trabajo bajo la
fórmula de sustituir la auténtica división social en clases –trabajadores y
empresarios- en una categoría que es ajena al antagonismo de intereses básico
capital-trabajo y que expande su dimensión y composición estructural del mundo
del trabajo al del consumo.
Las clases medias
son, en su origen, aquellos estratos que no pertenecen a los sectores
asalariados de rentas más bajas ni a los grandes capitalistas: profesionales
liberales, pequeños y medianos terratenientes y empresarios; en definitiva,
quienes sin ser grandes capitalistas, no estaban sujetos a las relaciones
salariales.
Con posterioridad,
el desarrollo capitalista, el acceso de amplios sectores de la población al
consumo de masas, el incremento de los salarios en una gran variedad de
sectores productivos, el desarrollo del welfarismo (Estado del Bienestar)
posibilitaron introducir un criterio que ya no era el estructural –es decir,
falsear y pervertir el criterio del origen y carácter de las clases bajo el
capitalismo-, para redirigir el concepto básicamente a la cuestión de las
rentas (el dinero poseído/ganado) y la capacidad de consumo. Nacía así la
ideología mesocrática. Max Weber, como gran referente intelectual de la
sociología legitimadora del capitalismo intenta crear un marco teórico global
que se contraponga a las tesis del pensamiento crítico de Marx y que enmascare
la realidad estructural de las clases sociales desde lo que no es sino su
consecuencia: la renta y su distribución como fundamentos del acceso no a la
producción sino a la reproducción social. Y para ello Weber acudió al esquema
de la determinación de renta y salarios en función de la ocupación y del nivel
de estudios. Apunto sólo una primera andanada que cuestiona el esquema básico
de la sociología burguesa sobre las clases sociales: la ocupación y el nivel
de estudios tienen un carácter dinámico continuo bajo el capitalismo que
finalmente afecta tanto a valorización económica de la ocupación y el puesto
del trabajador en cuanto a niveles de renta y a capacidades adquisitivas.
La ideología
mesocrática –tomado el concepto de ideología en su sentido marxiano (de Marx,
no de las corrientes posteriores) de “falsa conciencia”- ha sido durante la
mayor parte del siglo XX el reflejo superestructural del paso a la producción y
al consumo de masas, así como de la incorporación del Estado al papel
incentivador en el desarrollo y crecimiento del capitalismo y al impulso de las
políticas contracíclicas (1933).
Si para su
legitimación el Estado capitalista necesitaba la transición del sufragio
censitario al sufragio universal, para su desarrollo el capitalismo necesitaba
de la reproducción ampliada del capital y esto sólo era posible mediante un
acceso creciente de sectores más amplios de la población al consumo. Y, de modo
acelerado, a un consumo secundario (vehículos, primera y segunda viviendas,
ocio,...)
Nace de este modo
la ficción de la continua expansión de las clases medias y del achatamiento
paulatino de las clases trabajadoras. ¿Qué ha cambiado en la realidad para
afirmar esto? Nada determinante en lo que a la realidad estructural de la
salarización de las relaciones laborales de producción se refiere.
Lo que sí se ha
producido es una esforzada “creatividad” para establecer una composición de la
clase media lo bastante amplia y “flexible” para que casi cualquiera que no
viva bajo el umbral de la pobreza o que no sea un archimillonario pudiese ser
encuadrado dentro de tal categoría.
De entrada para qué
limitarse a una única estratificación de la clase media. Clase media-baja,
clase media-media y clase media-alta. Por amplitud de la clase media que no
quede.
El objetivo es
“morder” por abajo, clase media-baja, amplios sectores de la clase trabajadora
a los que se les considera clase media por tener un piso en propiedad, un
vehículo y una televisión de plasma.
Llamativamente, sin
embargo, a la clase media se le tiende a achatar hacia arriba. Hay una
tendencia marcada a excluir de ella, en su tramo más alto, a los propietarios
de la mediana empresa (según la UE con un número de empleados que oscila entre
más de 50 y menos de 250, si bien deben añadírsele otros criterios para su
clasificación dentro de la mediana empresa tales como la facturación o su valor
patrimonial, entre otros). O, cuando los incluyen, lo hacen a regañadientes
bajo la denominación de “viejas clases medias”, opuestas a las “nuevas”.
En 2006, las 500
compañías transnacionales más importantes del mundo empleaban a casi 53
millones de personas, lo que daba un ratio por multinacional que superaba los
100.000 empleados. Ni que decir tiene que hay muchas más multinacionales y
multitud de grandes empresas que no lo son pero que superan con creces los 250
empleados de la mediana empresa. No digamos nada de las diferencias respecto a
valor patrimonial, volumen de ventas o beneficios de unas y otras.
La lógica, la
simple y palmaria lógica, sugiere que, siguiendo el absurdo de la clasificación
de clases weberiana, las rentas de propietarios y principales accionistas de
buena parte de las grandes empresas y transnacionales deben de ser lo bastante
elevadas como para que no se ubique a estos en la misma clase social que a los
propietarios de empresas de hasta 250 empleados, salvo que dentro de la clase
alta, sigamos haciendo subdivisiones: clase alta-baja, clase alta-media y clase
alta-alta. Pues sí, algo así hacen buena parte de los estudiosos burgueses de
la estructura social de clases.
Después, en vez de
un único criterio de conformación de las clases sociales, cuantos más mejor:
criterio de ocupación, criterio educativo, criterio de capacidad de
consumo/ahorro/renta, criterio de propiedad o no de los medios de producción,
criterio de posiciones ocupadas dentro de la estructura productiva (grupos de
ocupaciones),...En ocasiones, se priorizan unos criterios sobre otros, a veces
se prescinde de algunos, otras se agita y se hace un cóctel con todos ellos.
Un esquema de
clasificación que emplee factores variables y cambiantes en la detección de las
distintas tipologías –unos
criterios para definir a unas clases, otros criterios para delimitar a otras- que
integran un mismo aspecto del análisis de la realidad presenta, como mínimo,
dudas respecto a su adecuación y validez explicativa.
Ecléctico en lo
teórico, inconsistente en lo intelectual, oportunista en su implicación
político-ideológica, el modelo de clases sociales de la sociología burguesa
confunde mucho más de lo que explica.
Y esa es precisamente su intención: crear una confusión sobre el origen de las
clases y las desigualdades sociales.
La ausencia de una
regla general válida y explicativa de la realidad social respecto a las clases
sociales y su origen es una cuestión de importancia menor porque lo que importa
de las teorías vigentes actuales sobre la estructura de clases no es su
potencia analítica sino su capacidad para crear ideología al servicio de la
clase dominante.
Rechazar el modelo
teórico de la propiedad o no de los medios de producción y de las relaciones
sociales de producción que se producen en el interior de la empresa y apostar
por otros enfoques que insistan sobre cuestiones como los niveles de renta, la
educación o el consumo persigue diferentes objetivos.
En primer lugar
busca difuminar la existencia de contradicciones en los intereses de clase
entre trabajadores y empresarios.
En segundo lugar
busca, a través del diseño conceptual de una larga escala de estratificación
múltiple, enfatizar la ilusión de la posibilidad de ascenso social vertical
desde los niveles sociales más bajos hasta otros medios o altos.
Esa estratificación
múltiple puede llegar hasta las 10
u 11 categorías básicas de agrupamientos ocupacionales. Según el esquema que enlazo, los parados
forman una categoría de clase. ¿Independientemente de su origen ocupacional o
de que provengan de ser empleados por cuenta propia o ajena? Habría que echarle
una mirada al concepto, ¿no creen? Lo cierto es que, ya puestos, bien podrían
los partidarios de este sistema de clasificación de clases seguir afinando
hasta llegar al listado
de actividades profesionales del CNAE e integrar dentro de cada actividad
profesional las distintas categorías
profesionales. Y determinar tantas clases sociales como productos de cruzar
ambas variables resulten. Pero como hay sectores en los que no existen
convenios colectivos (están desapareciendo de todos) podrían incluir a capón o
mediante encuesta el salario y beneficios, en el caso éste último de los
patronos, que recibe cada categoría dentro de cada actividad profesional. De
este modo, descenderemos hasta el detalle más concreto, homogeneizando al
máximo cada estrato social, lo que nos dará un perfil más “realista” de las
clases sociales.
Lo que pretendo
expresar con esta irónica argumentación es que la “ciencia social burguesa”
puede ser muy eficaz como “propaganda” pero como ciencia social es
manifiestamente mejorable.
Y cierto que es muy
eficaz propagandísticamente hablando. Ha logrado por muchos años generar el
espejismo de que los estratos de clase dentro de la trabajadora son ya tan
grandes que muchos de ellos han escapado a la misma y ésta última se ha
convertido en minoritaria frente a lo que se conoce como viejas y nuevas clases
medias.
En definitiva, la
utopía capitalista se cumple porque hay tantos escalones que subir en la
pirámide social que alguno se alcanzará...., con suerte. Aunque tal y como
están las cosas con la crisis capitalista, quizá haya que esperar a mejor
ocasión en las aspiraciones arribistas de algunos de los estratos sociales
diseñados por la “ciencia social” burguesa.
Por otro lado, la
supuesta extracción de diferentes estratos de las filas de la clase
trabajadora, ha buscado históricamente convencernos de que, a la vez que la
clase trabajadora descendía, década tras década, en número, se fragmentaba en
múltiples clases con intereses sociales y políticos divergentes, pero
reconciliadas de un modo casi general con el capitalismo, creciendo las
llamadas clases medias, viejas, nuevas o por venir, hasta convertirse en el
sector social mayoritario.
De aquí a la
eternidad, se prometieron a sí mismos los teóricos de la sociología burguesa,
al imaginar las implicaciones ideológicas de todo su montaje intelectual. La
parodia de una democracia postindustrial de masas alcanzada a través de un
ascenso social que posibilitase a las clases trabajadoras abandonar su realidad
mediante un renta creciente que les permitiese el acceso al pleno consumo.
Frente al comunismo de la alpargata el capitalismo del cuerno de la abundancia
del que salen interrumpidamente televisores de plasma, móviles de última
generación e implantes mamarios de silicona a cascoporro. Pero no parece que la
actual realidad a la que nos devuelve la crisis vaya en esa dirección. Actualmente más del 21% de
la población de la UE se encuentra bajo el umbral de la pobreza. La gran
mayoría de los integrantes de esta sangrante cifra pertenece a familias en las
que sus ingresos provienen de los salarios.
Pero siempre
resultó más sencillo hablar de pobres y ricos, de” los de arriba” y “los de
abajo” o de categorías ridículas como el genérico “pueblo” (equivalente a la
nación, a la que pertenecen todos, ricos y “pobres”, trabajadores y
empresarios, tras la Revolución francesa), términos siempre muy efectivos para
la demagogia, la caridad pública o las buenas intenciones filantrópicas pero
inútiles para abordar el origen social de la desigualdad, que no es otro que el
de la propiedad y, en concreto, de la propiedad de los medios de producción,
pues la del trabajo es una realidad no libre (el asalariado sólo puede vender
en el mercado laboral su fuerza de trabajo y nunca en situación contractual
igualitaria respecto a la parte contratante) mientras la situación del
empleador es siempre la de quien puede imponer sus condiciones.
El esquema de la
ideología de la mesocratización social, camino hacia el valle de El Dorado,
nombre de alguna urbanización de adosados a pie de playa, funcionó razonablemente bien, en los países
centrales del capitalismo, desde Bretton Woods hasta la primera gran crisis del
capitalismo en 1973. Cerca del 60 ó 65% de la sociedad pareció comprar el mito
del supermercado de la abundancia y las oportunidades. Las tensiones sociales
capital-trabajo se difuminaron en gran medida bajo la fórmula de
reivindicaciones básicamente salariales. Los espasmos sociales previos al 73
tendrían que ver más con conflictos de valores intergeneracionales, propios de
un malestar cultural que luego daría con sus huesos en la pesimista
postmodernidad, que con conflictos nacidos en la base material de la
desigualdad social real.
Ni siquiera 30 años
duró el modelo expansivo del capitalismo que garantizaba cierta redistribución
de la riqueza entre los sectores más favorecidos de la clase trabajadora por el
“bienestar” creciente del crecimiento económico. Las crisis posteriores
pondrían en evidencia las esperanzas en la amplitud y consistencia de los
períodos de recuperación económica señalados en las tablas Kondratieff.
Una serie de crisis
–asiáticas, latinoamericanas, europeas y mundiales- acortaron los períodos
expansivos y extendieron de forma aritmética la duración de las primeras. Sus
efectos mostraron que sólo era posible sostener consumo y bienestar sobre
graduales endeudamientos de las familias mediante el crédito, mientras los
salarios iban descendiendo en términos relativos, hoy ya absolutos en Europa y
USA.
Hoy, con la crisis
sistémica del capitalismo se empieza a
venir abajo el cuadro estructural de la configuración de clases tal y cómo nos
la habían diseñado los científicos sociales burgueses.
El criterio
antagónico de clase frente a clase, de capitalistas frente a trabajadores
asalariados –en este orden porque es la burguesía la que está ganando la
batalla frente a la clase trabajadora- le estalla en la cara a la vieja
sociedad burguesa que escondía la naturaleza real de la formación social y
económica actual bajo la alfombra del pacto social entre las tropas que debían
contender.
Si algo se está
demostrando en este momento actual del capitalismo es que ni la ocupación, ni
la formación académica, ni la capacidad de consumo o renta son ya seguros
baluartes del ideologismo burgués en la categorización social. Ser empleado o
empleador, al menos dentro de las empresas que resisten en la crisis económica,
determinan el escenario social principal. Y formar parte del ejército laboral
(industrial en expresión de Marx) de reserva (parados) es parte de la
expectativa de ser asalariado o trabajador, salvo que se opte por la salida
desesperada del falso “emprendedor” sobrevenido, no del hijo de papá, que busca
su sitio en el mundo empresarial bajo el manto protector de sus mayores.
Hay una falsa
utopía dorada que se despeña por el barranco de la realidad hasta quebrar sus
huesos en el Hades de una dominación de clase que nace del trabajo asalariado o
del ansia esclava de formar parte de él a cualquier precio..
Cómo expresó Marx:
“El proceso
capitalista de producción, pues, reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión
entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con
ello, las condiciones de explotación del obrero. Lo obliga, de manera
constante, a vender su fuerza de trabajo para vivir, y constantemente pone al
capitalista en condiciones de comprarla para enriquecerse. Ya no es una
casualidad que el capitalista y el obrero se enfrenten en el mercado como
comprador y vendedor. Es el doble recurso del propio proceso lo que
incesantemente vuelve a arrojar al uno en el mercado, como vendedor de su
fuerza de trabajo, y transforma siempre su propio producto en el medio de
compra del otro. En realidad, el obrero pertenece al capital aun antes de
venderse al capitalista. Su servidumbre
económica está a la vez mediada y
encubierta por la renovación periódica de la venta de sí mismo, por el cambio
de su patrón individual y la oscilación que experimenta en el mercado el precio
del trabajo”
Y sin embargo,
cuando las condiciones objetivas se acercan a la necesidad de la revolución
social....
4.-Los
actores políticos que debieran levantar el antagonismo contra el capital no
existen:
Los últimos meses
están conociendo una reactivación de las luchas de la clase trabajadora que,
desde un planteamiento puramente resistencial, y sin otras proyecciones
ideológicas que impliquen un nivel de oposición más global, hasta el momento,
al capital, que está situando a dicha clase en el centro del escenario
político.
Pero lo hacen a
pesar de la oposición sindical y de las “izquierdas” a un planteamiento
clasista más nítido y radical. La centralidad de la clase trabajadora en las
movilizaciones sociales es el resultante de las agresiones que ésta sufre a
manos de los gobiernos conservadores y del propio capital, y de su respuesta, a
pesar del planteamiento ciudadanista de unas falsas izquierdas políticas y
sindicales, degeneradas hasta la abyección.
El proceso
económico-social que hace que se den las condiciones materiales que posibiliten
el enfrentamiento trabajo-capital está en marcha.
Pero la nueva
subjetividad colectiva que ha de surgir para lograr ese enfrentamiento
capital-trabajo ha sido capada.
Lo ha sido por
movimientos tutelados por el capital, que colocan el señuelo de un único
malvado que no será sacrificado al acabar el último acto de esta farsa -el
capital financiero mundial desregularizado e imposible de embridar desde los
gobiernos- y que pretenden redirigir la rabia social casi exclusivamente contra
la representación política, que es el camino hacia una demanda sin respuesta
por falta de poder real.
Lo ha sido cuando
las demandas que debieran corresponder a un partido (corriente, pensamiento,
organización, tendencia social) revolucionaria ha ido derivando hacia un
populismo que pretende “que se vayan todos” pero que no denuncia lo
esencial de nuestro drama colectivo como trabajadores: que nunca nuestras
condiciones de contratación, salariales y laborales fueron tan neofeudales como
en estos tiempos y que jamás los parados desearon con tanta desesperación pasar
a la nueva esclavitud.
Lo es ante un
sindicalismo que no mira a su presente ni a su futuro en términos de clase sino
de ciudadanismo propio de consumidores bancarios, que se niega a llevar la
rabia de clase al centro de la pelea, la empresa, y que pretende mezclar o
sustituir trabajadores por todo tipo de estratos de descontentos que jamás
pasarán del que hay de lo mío si no se produce una radicalidad de confrontación
que nazca del clase contra clase y que obligue a polarizarse, subsidiariamente
y no priorizando sus intereses como clase, a los sectores intermedios en ese
combate.
Cuando hablo de ese
sindicalismo me refiero al conjunto del mismo. Hablo del reformista que cacarea
lucha pero desea volver a una mesa de negociación que ya murió o trata de
desviarnos hacia ridículos referéndum carentes de salida política que expresan
su concepción de la lucha como mera institucionalidad. Y me refiero también al
radical que sustituye trabajadores por indignados ciudadanos, opuestos a las
formas tradicionales de organización de la clase trabajadora, partidarios del
espontaneismo y con un fuerte componente interclasista. Sus últimos encuentros
con las organizaciones sindicales no son fruto de un proceso de maduración sino
de la inevitable irrupción en escena de la clase trabajadora que les va
situando a la cola de las movilizaciones.
Quiero referirme
ahora a los convocantes de la reciente Huelga General del pasado 14 de
Noviembre, como poco de desiguales resultados. Su lema “Nos dejan sin
futuro. Hay culpables. Hay soluciones” muestra todo el cinismo y las
evidentes contradicciones de quienes la han afrontado en clave reformista y
ciudadanista (“una tarea común”)
Si “nos dejan sin futuro” es
evidente, entonces, que dentro del capitalismo no hay soluciones. ¿Qué sentido
tiene entonces plantear que “hay soluciones”, si las que se
plantean no lo son en clave de destrucción del capitalismo y de apuesta por un
nuevo orden social no capitalista que no puede ser otro que el socialismo? ¿O
es que de verdad se creen que sus políticas fiscales alternativas y de
actuación frente a la evasión de capitales tendrían la más mínima oportunidad
de llevarse a cabo si gobernase algún partido favorable a estas políticas?
Pregúntenle a Hollande qué política está haciendo ahora. Si pretenden
justificar los bandazos desde los gobiernos social-liberales en términos de
“traición” a sus programas y a sus electores es que son más estúpidos de lo que
imaginaba y les aseguro que mi imaginación al respecto es ilimitada.
Sencillamente no hay posibilidad de hacer otras políticas dentro del
capitalismo porque los gobiernos carecen de poder ejecutivo sobre la economía.
Éste está sólo en manos de un capital que se independizó hace ya tres decenios
del remedo de “supervisión” gubernamental. Si algún “indignado” pretende volver
con la martingala del caso “islandés” habrá que exigirle que deje de mentir y
sugerirle que se informe porque los loros son animales que hablan sin saber lo
que dicen.
Esto es algo que
está más que claro para la inmensa mayoría de la población en los países que
sufren la crisis y para la mayoría de los trabajadores de los mismos, más allá
de que sigan o no creyendo en lo que el capitalismo puede ofrecerles. Sus
elecciones políticas las establecen en clave de castigo a sus gobiernos y no de
crédito otorgado a los partidos “alternativos”; sencillamente porque estos no
existen o sólo lo son aceptando los límites que el sistema económico les
permite.
Para entender la
aún limitada respuesta en forma de luchas sociales, manifestaciones, protestas,
encierros o huelgas hay que comprender que los sectores más castigados por la
crisis no ven salida a ofrecer soluciones diferentes dentro del sistema
económico actual, sencillamente porque dentro de él no existen. En definitiva,
lo que los trabajadores y la gran mayoría de la sociedad percibe es que no hay
soluciones creíbles a la crisis por las que luchar. Más claro aún, la gente lo
que percibe es que “esto son lentejas” y que “el que venga hará lo mismo”. El
ciudadano medio, se limitará a explicarse el porqué bajo el simplista argumento
de “la corrupción” o el de que “todos son iguales” pero, en definitiva, lo
decisivo es que vivimos bajo la batuta del “no hay más cera que la que arde”.
Si se aceptan las reglas del juego, el orden establecido y la legalidad del
capitalismo y sus instituciones lo que queda es una ausencia de alternativas y
de “soluciones”
Pero volvamos sobre
el asunto del lema. “Hay culpables” dicen CCOO y UGT, emulando el
repertorio de tonterías de la 15Memez. Para unos y otros el problema real no es
sistémico sino de mala fe personal. Si hubiera capitalistas buenos, piensan,
esto sería el reino de Jauja. Unos cuántos capitalistas y banqueros avaros,
algunos políticos malvados y corruptos. Ese es todo el problema que le
encuentran al capitalismo. Revertir los recortes sociales, recuperar el
Estado del Bienestar y volver a la etapa de consumo despreocupado y modorra
social, aquél de “el mejor de los mundos sociales”, ese es su objetivo.
Pero eso ya no
es posible. Por mucho que
se empeñen en ello el sindicalismo pequeñoburgués, las izquierdas sistémicas y
el populismo indignado ese barco ya zarpó. Sus protestas sociales no son otra
cosa que un intento de reequilibrar la homeostasis sistémica mediante una
catarsis colectiva que evita, como si fuera fuego, tocar el centro neuronal de
la propiedad privada de los medios de producción del capital. ¿Cuántas
ocupaciones –reales, no ridículas flash mob- de grandes empresas han producido
estos 5 años de crisis capitalista en España? Ni una sola. El chivo
expiatorio son políticos (estos sacrificables en alguna medida) y banqueros
(estos sólo en el caso de algún individuo cuando el capital necesite perder
lastre) pero lo esencial, el capitalismo como tal, no es cuestionado y, cuando
lo es, la consigna es evitar responder porqué sistema sustituirlo.
Quizá por una
conciencia de fin de época o para envenenar el debate político sobre la vieja
cuestión del qué
hacer esté surgiendo últimamente una serie de iniciativas de distintos
“reformadores sociales” (emprendedores sociales), utopistas comeflores, dispuestos
a descubrirnos de nuevo el Pacífico, ese Pacífico con olor a “socialismo
utópico” reeditado en ecoaldeas, huertos urbanos, huertos compartidos,
creación de moneda
social y bancos de tiempo, entre otras muchas “genialidades” Esta
gente es al socialismo lo que las Hermanitas de la Caridad a la idea de
justicia social: un sarcasmo.
Si algo tienen
en común este tipo de emprendimientos es la intención de construir pequeños
jardines de Armida, islotes de feliz Arcadia, en las esquinas poco iluminadas
de las ciudades del capitalismo. Falansterios de
paz, amor, buenas intenciones e idílica convivencia de patronos y trabajadores
en armonía con un capitalismo de rostro humano.
Si después de
conocer el pensamiento de burgueses filántropos y bienintencionados como
Saint-Simon (no tengo porqué compartir todas las posiciones de Engels ni de
Marx, al menos en este caso), Fourier u Owen aún se sigue el sendero del
convencimiento como vía hacia el cambio social, la negación de la violencia
revolucionaria, la conciliación de contrarios en pos de un interés común bello,
noble y justo, es que se niega más de 150 años de experiencia de lo que son el
capitalismo y los capitalistas. Y esta negación sólo puede obedecer a dos
cuestiones: colonización de las mentes de los esclavos mediante basura ideológica
o cretinismo e ignorancia o ambas cosas a la vez.
¿A qué demonios
obedece saltarse toda la experiencia de las revoluciones socialistas para,
haciendo una finta histórica, enclavarse, sin el añadido otros aprendizajes
históricos posteriores, en el cierre categorial y dogmático de las experiencias
de la Revolución Francesa (ciudadanismo integrador, pueblo disolvente de las
diferencias de clase, procesos constituyentes agotados en lo institucional,...)
o en los utopismos del siglo XIX de los que acabo de hablar, pasados por la
turmix del neohippysmo antiglobalización y las sectas de la Era de Acuario? Es
evidente. Los dirigentes de la protesta ni son
revolucionarios, ni quieren la revolución social, digan lo que digan y
proclamen lo que proclamen. La reivindicación y las “alternativas” que van
surgiendo son demandas correctoras a un capitalismo que se desnivela por
completo por la parte del reparto de la tarta social. Ignoran los dirigentes de
la protesta que el repostero que la hizo la quiere así y no necesita ni desea
volver a restituir la situación al momento previo a la crisis. Estamos ya de
lleno en una fase del capitalismo que ha encontrado una nueva vía de
realización del beneficio mediante la minorización casi completa del Estado y
la explotación de nuevos segmentos de mercado que antes eran públicos y que muy
pronto serán exclusivamente privados. ¿Acaso no es ya el momento de aceptar
que el regreso de los trabajadores a unas condiciones de vida del siglo XIX se
va a producir sí o sí y, en consecuencia, elevar ya la reivindicación, los
objetivos políticos de la lucha y el enfrentamiento con el capital a un nivel
superior y total? Eso no ocurrirá sencillamente porque quienes dirigen la
protesta y elaboran las “alternativas” no quieren otra cosa que recuperarse de
las pérdidas.
Los primeros
intentos de construir el socialismo fracasaron, aunque se demostró que era
posible edificar una sociedad bajo esquemas distintos a los del capitalismo tal
como entonces era conocido. En ese intento de socialismo y en la lucha por su
consecución están las experiencias más enriquecedoras de la historia del
movimiento obrero y de la clase trabajadora en defensa de sus derechos.
Las conquistas
sociales fueron posibles porque amplios sectores de las clases trabajadoras no
querían sólo migajas y porque en el pasado (España en esto es una anomalía de
casi 40 años de noche) hubo partidos y corrientes que quisieron arrebatar el
poder al capital y tomar el cielo por asalto, no simplemente asegurar una cuota
del PIB para la parte del trabajo.
5.-Muerte de
las izquierdas:
Este proceso de
degradación en las luchas contra el capital no se debe tanto a la acomodación
ideológica y social de los trabajadores como a la degeneración de lo que
entendemos como las izquierdas.
Hace tiempo que
vengo definiendo como izquierdas
sistémicas a aquellas que han fraguado su identidad durante la etapa de
construcción y desarrollo del Estado del Bienestar. Provienen de la experiencia
del pacto social entre clases antagónicas en sus intereses y su período de
vigencia ha sido el que, partiendo de la socialdemocracia de finales del siglo
XIX, se ha ido asentando durante buena parte del siglo XX, especialmente a
partir del New Deal y de un modo más marcado de Bretton Woods.
Su mecanismo de
intervención principal ha sido el de las políticas fiscales, mediante la
redistribución de la riqueza nacional a través de mecanismos impositivos que
permitieran el desarrollo de políticas sociales.
Sus variantes
postcomunista, comunista ortodoxa y de la izquierda radical no han representado
una opción sustancialmente diferente, fuera de sus retóricas “revolucionarias”.
A partir de la
revolución conservadora de los años 70, encarnada en Reagan y Tatcher, esas
izquierdas empezaron a perder su norte y a revelar su patética carencia de
proyectos propios. Ya no era posible hacer política mediante la ocupación de
las instituciones porque éstas habían empezado a ceder sus pequeñas cuotas de
control sobre la economía.
Los
socialdemócratas y social-liberales empezaron a teorizar la emergencia de la sociedad
de los tres tercios (dos instalados, siendo uno de ellos clase trabajadora
y el otro clase media) y uno excluido, que no llegaba a formar. según este
esquema basado en la capacidad adquisitiva de los así segmentados, siquiera
parte de una clase social como tal por cuanto provenía de las dos anteriores y
estaba formado por infraclases y segmentos de clases que habían caído o podían
caer bajo el umbral de la pobreza (familias monoparentales o desestructuradas,
parados de larga duración, jóvenes y mayores con especiales dificultades de
inserción social y laboral, pensionistas pobres,…). Sus políticas irían en
buena medida a paliar estas lacras sociales mediante el gasto social por
cuotas.
Aunque una parte de
la exclusión o amenaza de exclusión social tuviera un origen en los recortes
sociales que ya se iniciaban en Estados como UK o USA,
dominaba en los ex
socialdemócratas la tendencia a considerar su existencia como derivada de los
propios recortes o incluso como productos de disfuncionalidades de la
modernidad (sistema educativo, ruptura de los núcleos familiares,…) y en ningún
caso de la evolución del capitalismo hacia una nueva forma social y
económica.
Tiene importancia
en ese contexto la aparición de las terceras vías (Blair) entre
socialdemocracia clásica y liberalismo. En el contexto de ellas y del abandono
de funciones clásicas del Estado social se produce la gran explosión de las
ONGs y proliferan, de modo renovado, las empresas del llamado “tercer sector de
la economía”. Colaboración Estado-sociedad en la externalización de
atenciones y coberturas sociales que antes daba el primero. Más tarde se
hablará de colaboración Estado-sociedad civil o, lo que es lo mismo,
colaboración público-privado. Maastricht y reformas constitucionales para el
control del gasto público después, por fin el Estado del Bienestar ha muerto y
ahora es lo privado lo que marca la vida de las personas.
De los ex
comunistas y comunistas nominales (sólo en las siglas) qué decir que no fuera
no fuera el relato desesperado de los viejos rockeros por sustituir a los
antiguos poperos en una melodía no tan distinta. El eurocomunismo y sus
variantes más o menos socialdemocratizadas buscaban la supervivencia de sus
organizaciones a través de lo sindical, municipal o ciudadano. Ya no se
trataba de alcanzar el Valhalla proletario sino de mantener viva la
organización y la cuota de mercado político.
¿Qué decir de los
más puros entre los más puros? Los M-L acabaron siendo el depósito de la
ortodoxia y la esperanza congelada de un despertar tras la larga glaciación del
capitalismo “wonderfull”. Ello sin una sola autocrítica respecto a que su
idea del hombre nuevo acabará en un nomenklaturista.
¿Qué fue de la
izquierda radical (que era
más radical, al estilo de Marco Panella y Emma Bonino, que de izquierda)?
Se hizo antiglobalización, feminista, ecologista, okupa, partidaria de los
pueblos indígenas y de la estética de la pobreza de América Latina frente al
extractivismo del socialismo del siglo XXI (mejor pobres y decentes que
desarrollados si no era bajo una lógica que no fuera la del decrecimiento)
¿Qué vino luego? El
desastre para una izquierda hacía ya demasiado tiempo meramente nominal.
Crisis de 1973 en
Europa y USA, crisis asiáticas, crisis latinoamericanas y, por fin, crisis
mundial. Llegó durante la recuperación de Latinoamérica y en plena
efervescencia de China. Pero los indicadores económicos mundiales mostraban el
agotamiento sistémico. Ahora China y América Latina acusan el agotamiento de
una etapa de sustitución de escenarios de crisis localizada y desarrollo local.
Es el sistema en su conjunto el herido de muerte.
Socialdemocracia/social-liberalismo
sin recursos que redistribuir y pasadas ya al bando “recortador”,
postcomunistas que van recogiendo “las hierbas” que aquella arrojó
(postkeynesianismo capitalista), comunistas fetén pillados infraganti en la
peor de sus pesadillas (la
obligación de hacer la revolución y padecer el mismo miedo escénico que un
socialdemócrata ruso), izquierda radical que no sabe cómo conjugar su bonita
red de movimientos sociales integrados con una sociedad que se está dualizando
(patronos/proletarios) y que carece de presencia real en el mundo de los
trabajadores.
Estamos ya en la
etapa de degradación de las izquierdas y en el camino hacia su muerte.
Mucho antes habían
eclosionado gran parte de esos rasgos de degeneración: el 68 francés, con sus
divinas palabras, forjará una de las prometedoras vías para las sucesivas
derrotas de las izquierdas; surgen extraños intentos de fusión entre marxismo e
islamismo (Garaudy), de los que aún hoy pagamos sus consecuencias en forma de
subordinación del pensamiento revolucionario a líneas de pensamiento que lo
combaten frontalmente; el situacionismo degenera en postmodernidad; el
Presidente Gonzalo, cuarta espada de la revolución mundial, socializa el horror
del mundo delirante del Coronel Kurtz de Apocalypse
Now (Marlon Brando); campesinos indígenas, guiados por
universitarios con pasamontañas hijos de la burguesía, irrumpen en la historia
de Chiapas y, después de que su entrada deja decenas muertos propios, acaban
convirtiendo su revolución para los indígenas y para las clases populares de
Méjico en una especie de movimiento esotérico-virtual. Son la más depurada
plasmación de la aberración de “cambiar
el mundo sin tomar el poder”. John Halloway, el autor de esa tesis,
expuesta en el libro del mismo nombre, es un agente del derrotismo porque su
“revolución de colorines” es una vía muerta, diseñada para la derrota. Pero la
izquierda Cumbayá no tiene problemas con esto último. Es heredera del “Viva la
gente” y del espíritu Coca-Cola.
Carece de sentido
seguir exponiendo la deriva “izquierdista” para explicar lo que ha pasado. Me
limitaré, en el caso español, a unos pocos ejemplos que evidencian la
degradación ideológica de estas corrientes, degradación que, finalmente, ha
recalado en su propia miseria moral.
- El oscuro, en origen, Colectivo
Prometeo convierte en dirigente
del Frente Cívico del iluminado Anguita a Jorge Verstrynge. Un ex
nazi, ex secretario general del PP, ex miembro sin cargos del PSOE (Guerra
fue listo y le condenó a ser un don nadie en la agrupación de su partido
en Moncloa), ex asesor de Francisco Frutos y síntesis de Ahmadineyat y
Chavez. Se entiende que por el imperativo de la real politik Chávez deba
encontrar aliados incluso en el fundamentalismo iraní. Pero no se entiende
este cruce ideológico en un sujeto que ha hecho tantas transiciones
políticas y he elaborado tantas macedonias mentales. Sólo se alcanza por
su lastimosa ambición de seguir, a cualquier precio, en el mercado
mediático, aunque se soporte sobre una televisión como Cutre-5. Lo
degenerado de los ex comunistas es que tengan en sus filas a un sujeto
como él, aunque si está en el grupo de Anguita, el que renuncia a ser
republicano, a hablar de socialismo y de comunismo todo adquiere sentido.
- Alberto Casillas, el camarero militante
y votante del PP que actuó de defensor de los asaltacongresos del 25-S cae
del caballo en su viaje por el Damasco popular y expresa
su intención de afiliarse a IU, aspecto éste que la propia IU difunde
con orgullo, tras recibirle en su Asamblea madrileña en loor de multitudes
(no olor de multitudes. Eso se lo encuentran ustedes en el fútbol todas
las semanas). Es mucho menos relevante el grado de coherencia política de
un individuo que da tal salto político pero lo es mucho más el de una
organización que le recibe con los brazos abiertos. Más allá de que ello
ponga de manifiesto el modo en que los oportunistas captan que el
régimen de partidos mayoritarios se descompone y buscan un nuevo acomodo,
es sintomático que una organización vinculada al PCE encuentre este hecho
como algo natural y que no parezca plantearse ni siquiera la necesidad de
un período de aclimatación ideológica del futuro miembro.
- La degeneración total de la izquierda
se encuentra en algunas páginas oficiales de Izquierda Anticapitalista.
Me
refiero en concreto a esto y también a esto. De la
secta Zeitgeist (Proyecto Venus) de Peter Joseph, Jacque Fresco y
Roxanne Meadows) es de la que extraen organizaciones territoriales de la
sección española de una de las corrientes más buenrollistas de la 4ª
Internacional el cuento para almas cándidas que explica la peculiar
versión New Age sobre las supuestas conspiraciones que crearon la crisis,
“los poderes ocultos” o su peregrina idea sobre el origen y la creación
del dinero.
- Cuando un grupo político se degrada hasta tal punto no debe sorprendernos que sus webs oficiales desciendan hasta actuar de voceros de una secta libertariana y globalista como Zeitgeist, muy vinculada al Tea Party.
- Es llamativo que siendo Izquierda Anticapitalista un grupo político pretendidamente de origen marxista, divulgue basuras intelectuales como las aludidas. El alejamiento del análisis de Marx sobre las crisis capitalistas o el dinero y su origen como equivalente general de todas las mercancias. hace pensar que el proceso de degeneración política de estos trotkistas light es imparable. No creo que propagar las tonterías de una secta se deba a una imbecilidad colectiva sino al más repugnante oportunismo que les lleva a unirse a la difusión de los vídeos de la misma porque “son populares” y les parece un modo de simple de explicar la crisis, aunque esa explicación se base en una indecente mentira. Estos “anticapitalistas”, modelo Pocoyó, debieran saber a) que el dinero no nace de la nada porque antes existen otras mercancías que lo representan, b) que siempre hay más dinero en circulación que el conjunto de la deuda porque, si no fuera así, el dinero se pillaría a sí mismo permanentemente, c) que el dinero no lo crean los bancos privados sino los centrales o el Tesoro (USA) y que, d) que no se puede crear sin límite porque se desvalorizaría, ya que representa a las mercancías a través de la relación oferta-demanda.
Sirvan los
anteriores ejemplos, no como análisis, sino como evidencias del “estado del
arte” en los sectores más importantes de las autoproclamadas “izquierda real” e
“izquierda de la izquierda”.
Del estalinismo
poco que decir fuera de su esclerotización ideológica y de su pasión
antidemocrática, de su desconfianza respecto al debate político abierto y de su
autoconcepción como vanguardia indiscutible que exige la renuncia a la libertad
de pensamiento y crítica, dado el virus pequeñoburgués y librepensador que tal
libertad supone para su catecismo ideológico.
En cuanto a los
social-liberales sólo queda señalar que, tras ver a ex presidentes del gobierno
de esas formaciones avalar a los principales capitalistas del mundo, sus
ridículas reflexiones en torno a la gestión (¿de qué, cuando ya no queda nada
que gestionar?), la comunicación o las relaciones partido-sociedad indican que
no hay vida inteligente dentro de ella. Si quedaban algunas dudas respecto a la
podredumbre de esa corriente, el eterno poli, señor Rubalcaba, las ha
despejado, en un intento de pirueta izquierdista para evitar ser abrasado por
la “renovación” de su partido, declarando a éste “anticapitalista” y partidario
de un “radicalismo reformista”, término éste que debe equivaler al de cupletero
solista. Que otro ex poli, el señor Mesquida, se postule como tercera vía entre
Chacón y Rubalcaba expresa muy bien el tipo de vocación de este partido
respecto al Estado.
6.-Necesidad
de reconstrucción del proyecto emancipador de clase:
Frente a unas
izquierdas devenidas conservadoras, que se limitan a reivindicar la vuelta al
pacto social y la reposición de lo pignorado a su sujeto mantra -los
“ciudadanos” (se mueren de puro interclasismo)-, lo que les convierte en
cómplices “de facto” del capital, negándose a aceptar que sólo la lucha
para derribar, no este capitalismo, sino el capitalismo como sistema, puede
salvarnos colectivamente de la barbarie. Frente a otros segmentos reducidos de
la izquierda, cuyo acto más revolucionario es sacar a pasear las herramientas a
la calle y cuya tendencia a la exaltación de los santos de la patristica M-L la
sitúa en la dogmática política. Frente a unas y otras izquierdas no parece
descabellado actuar como si éstas hubieran muerto ya hace tiempo, dada su
incapacidad política para constituirse en vanguardias de las luchas de la clase
trabajadora, a cuyo rebufo se sitúan, y asumir activamente la necesidad de una
posición de refundación del partido de los trabajadores.
Esta organización
tendría seguramente como tarea prioritaria la reconstrucción de un discurso de clase y el esfuerzo por elevar
la conciencia de los trabajadores como clase y en relación a los objetivos
últimos y políticos de las luchas sociales.
Sólo a partir de
ahí y de la recuperación del discurso revolucionario, de su teoría y praxis,
será posible poner los cimientos para reorientar la acción política hacia una
salida dirigida frontalmente contra el capital que -hay que recordarlo una vez
más porque hay un empeño planificado en que se entienda otra cosa- no son sólo
los bancos, sino muy especialmente el conjunto de estructuras productivas que
se desarrollan dentro del sistema capitalista y que perpetúan unas relaciones
sociales de producción determinadas y de dominación de clase.
Sin organización no
existe revolución. La llamada “autoorganización desde abajo” no es otra cosa
que una variante de la teoría del espontaneismo de las masas. La creencia en
que los trabajadores son capaces por sí mismos de organizar las revueltas y
dotarlas de dirección no es otra cosa que la infantil creencia en el “espíritu
colectivo de la masa”. Sencillamente éste no existe. La experiencia de las
luchas populares desde el siglo XIX hasta demuestra que la organización no
nace, de manera natural, del grupo humano durante las ellas sino que ha de ser
creada y planificada, aunque deba estar imbuida y enriquecida por el propio
proceso y aprendizajes de las luchas.
Pero la idea de
vanguardia de la organización de los trabajadores de hoy necesita ser
inteligente y, a la vez, humilde, lejos de ese tono fatuo y autosuficiente que
durante tanto tiempo han exhibido muchas corrientes del marxismo con guión
(M-L, M-L-M, 4ª Internacional en todas sus variantes,...). La vieja concepción
aristocratizante de vanguardia ha degenerado hacia un desprecio innato, y no
siempre tácito, de quienes no son parte de ella. De ahí al espíritu de secta
que cree estar en posesión de la verdad hay un solo paso.
Recuperar
renovadamente la idea de vanguardia es obligado, tras las experiencias de
movilizaciones incapaces de crecer en proyecto, en elevación de la
confrontación a un nivel político superior y de establecer una estrategia de
lucha que no suponga el recurso a la asambleitis en permanente espiral sin
progresión.
Pero la vanguardia
de hoy debe ser consciente de que las clases trabajadoras del presente han
alcanzado un acceso al conocimiento, la cultura y la información muy superiores
a la de algunos que creen formar parte del viejo concepto de vanguardia.
Pueden cuestionarse
esos mismos criterios de información, educación y cultura alcanzados, pues es
muy cierto que el saber no siempre va acompañado del sentido crítico necesario,
pero la posesión de ese saber, incluso cuando es el de la ideología dominante,
es ya un hecho que cambia cualitativamente todo en la relación entre una nueva
vanguardia y la clase trabajadora actual.
Esa relación
requiere ser abierta y no autoritaria sino basada en la capacidad de seducir
desde la fuerza de los argumentos, la madurez de las propuestas y el proyecto,
la capacidad para adquirir el liderazgo desde lo reputado y no desde lo
impuesto, la aptitud para aprender de las enseñanzas que los trabajadores le
transmiten, con el talento necesario para debatir y examinar las propias tesis
que se defienden,...Sólo así se puede alcanzar hoy la condición de auténtica
vanguardia, reconocida por el colectivo, y no meramente autoproclamada y esperada
de sumisa aceptación.
No me siento capaz
de aportar más en relación a todo lo que he expuesto en este texto, al menos
por el momento. Pido disculpas, de nuevo, por su extensión. Pero creo que era
ya necesario alzar la voz frente a tanta mendacidad que ha podrido a las
autoproclamadas izquierdas y proponer el reinicio de la tarea revolucionaria de
reconstrucción de una vanguardia del siglo XXI al servicio de y con la clase
trabajadora porque de los mimbres que quedan en pie poco hay ya que aprovechar.