La crisis capitalista –cuyo curso se parece a los dientes de un serrucho– abarca todo el planeta y todos los grandes centros de la economía (Estados Unidos, Europa, Japón, China), pero no lo hace con la misma magnitud ni tiene simultaneidad, ya que, por ejemplo, China reduce su ritmo de crecimiento pero éste sigue siendo muy alto; Europa se precipita en la depresión y Estados Unidos, en cambio –como Japón–, está estancado y con grandes problemas, pero se sostiene fundamentalmente gracias al apoyo chino, que mantiene el valor de los bonos del tesoro estadounidenses que, si Pekín no los comprase, se derrumbarían.
Ahora está estallando la Europa “unida” que aparecía ante todos como un territorio de gobiernos e incluso de estados, pero que no era en realidad sino una unión –una banda– de banqueros, financieros y especuladores trabajando a espaldas de los pueblos del viejo continente e imponía e impone su política a las autoridades electas, muchas de las cuales están formadas por miembros de esa camarilla.
Ahora está estallando la Europa “unida” que aparecía ante todos como un territorio de gobiernos e incluso de estados, pero que no era en realidad sino una unión –una banda– de banqueros, financieros y especuladores trabajando a espaldas de los pueblos del viejo continente e imponía e impone su política a las autoridades electas, muchas de las cuales están formadas por miembros de esa camarilla.
Décadas de esfuerzos de los trabajadores se hacen humo, junto con los ahorros y buena parte de los salarios reales y con las esperanzas ilusorias en un futuro de progreso y abundancia. El Banco Central Europeo (BCE) presta dinero con el uno por ciento de interés para quien quiera invertir. Pero, ¿quién va a hacerlo en países donde el consumo general se reduce drásticamente, al igual que el gasto público, debido a los nuevos impuestos, la restricción de subsidios, los despidos, los cortes en educación, asistencia social, protección del territorio, las rebajas de los salarios reales? En realidad, el BCE le da dinero a los bancos, pero éstos de lo único que se preocupan es de tratar de recuperar el máximo del dinero prestado aunque, actuando de ese modo, desangren a los países y coloquen a los gobiernos en situación de extrema debilidad política ante las inevitables protestas populares. Brasil ofrece ayudar a la Unión Europea, pero esa ayuda, además de insuficiente si no hay un cambio en la gestión capitalista de la crisis, equivaldrá a quemar dinero para calmar a los dioses. En cuanto a China, que compró bonos españoles e italianos, no puede salvar al mismo tiempo a Estados Unidos y a la Unión Europea (UE), aunque su apoyo a ésta le pudiera servir en lo inmediato para ampliar su mercado si esa entidad la reconoce como economía de mercado. Tampoco es posible seguir como hasta ahora porque nadie cumplió con las normas elementales impuestas en Maastricht, de un déficit de 3 por ciento y un endeudamiento máximo del 60 por ciento del producto interno bruto (PIB). Quedan, pues, dos opciones fundamentales: correr hacia adelante para tratar de salir de la crisis o retroceder en pánico, pero lo más ordenadamente posible, para salvar lo salvable.
En una maratónica sesión, la UE eligió por ahora la primera, y elaborará un nuevo tratado en marzo que impondrá disciplina fiscal y sanciones al país que no cumpla con las reglas. El déficit estructural permitido se limitará a 0.5 por ciento del PIB, el Banco Central Europeo administrará un fondo de emergencia de 500 mil millones de euros, a los que se sumarán otros 150 mil millones del Fondo Monetario Internacional, y las sanciones se aplicarán, salvo en el caso en que dos tercios de los países miembros se opongan a ellas.
Tras la cesión parcial de la soberanía al crear el euro, se llega ahora al control de las economías y las políticas económicas y fiscales por una entidad burocrático-financiera internacional, lo cual acaba de hecho con las soberanías nacionales. Inglaterra se agarra de esto para no participar en el nuevo tratado, con el pretexto de no perder su independencia (en realidad, para dar rienda libre a los capitales especulativos y mantener su papel de torpedo estadounidense dirigido contra la Unión Europea). Ésta estará constituida ahora por 17 países, a los cuales se sumarían quienes quisiesen (los países bálticos, más Rumania y Polonia ya lo hicieron). El resultado es una Europa de primera y otra de segunda, con una semilla francoalemana y una pulpa con diversos grados de deterioro.
¿Qué presagia esta aventura? Presenciaremos el aumento de los nacionalismos de derecha y extrema derecha. También el crecimiento paralelo de la violencia de los enfrentamientos sociales ante la evidencia de que los gobiernos capitalistas están tratando de salvar a los bancos y al capital a costa de todo lo demás. Habrá igualmente crisis políticas en cada país (Sarkozy tiene los días contados, y en Italia y España resurgirá a medio plazo una izquierda anticapitalista) y aumentos de los localismos y regionalismos como expresión deformada de la defensa de la democracia eliminada centralmente y también de la defensa de los intereses de los sectores capitalistas medios y pequeños, productivos y locales, sacrificados al gran capital. La xenofobia estará igualmente al orden del día en buena parte de Europa, y Rusia se sentirá más débil y cercada, por lo que endurecerá la dictadura de Putin y su enfrentamiento geopolítico con Estados Unidos. Tendremos así algo parecido a una mezcla entre los explosivos años 30 y el comienzo de la guerra fría después de la Segunda Guerra Mundial, con la incógnita de cuál será el efecto real de la crisis europea sobre la economía y la estabilidad social en China.
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