Pedro Montes. Rebelión
Si se observa con atención, todas las propuestas que se ofrecen para superar la crisis pasan por cambios y reformas que no ponen en duda la supervivencia del sistema, del orden actual de cosas, desde los mercados globalizados hasta el mantenimiento del euro como clave de la unidad europea.
Los tecnócratas, pero con ideología bien definida, designados por las instituciones y poderes económicos europeos para administrar los ajustes de Grecia e Italia no tienen objetivo más prioritario que evitar que la unión monetaria se desarbole. En nuestro país, con independencia de lo que posteriormente haga el PP en contra de la propaganda electoral o de las contradicciones en que incurre el PSOE con su política pasada, todos los discursos políticos en esta campaña tienen como frontispicio recuperar la economía dentro del marco actual capitalista. Con más demagogia: todos resaltan que el objetivo es crear empleo, si bien ninguno es capaz de ofrecer un programa solvente para conseguirlo.
El PP habla de la necesidad del cambio de gobierno, y se deja la rendija de la «herencia recibida». El PSOE subraya que hay una diferencia entre la política social que practicará y los ajustes y recetas de la derecha, tratando de cubrir con un espeso manto los 5 millones de parados. IU llama a rebelarse, pero todavía ve posible crear 3 millones de nuevos empleos a partir de una reforma fiscal. A su izquierda, paradójicamente, sólo se llama a desobedecer, pero se valora conveniente y necesario salvar a Europa de Maastricht con cambios que acentúen la cohesión social y refuercen la gobernabilidad.
Los sindicatos mayoritarios, como si este mundo no fuera con ellos, inciden una y otra vez en la utilidad de pactos y su disposición a ceder salarios, rogando al mismo tiempo que no suceda lo peor. Los intelectuales y los llamados «expertos», unos mirando descaradamente a la derecha y otros a la izquierda, también echan su pinito al aire y —con una letanía interminable de propuestas que tocan todos los campos, incluidas, como no, las reformas estructurales pendientes— nos indican dónde se puede encontrar una luz en el laberinto tenebroso de la crisis.
Hasta el movimiento 15-M, en su bisoñez e ingenuidad [demasiado benevolente me parece el autor del artículo con este movimiento tan pacífico, títere de los globalistas y reforzador de la próxima barrida de Rajoy, con sus llamamientos al voto nulo, abstención o en blanco. Nota del editor del blog], demanda reformas sensatas que chocan con la quiebra financiera en que están atrapadas la mayoría de las administraciones públicas. Rechazan los ajustes y recortes por muy injustos e indeseables, y afirman que hay que combatirlos, pero sin comprender que también son inevitables.
En suma, con reformas de un tipo u otro, en ello residen las diferencias políticas del momento, la crisis es complicada pero superable. Hay confrontación política, ideológica incluso, y de contenidos sociales en las diferentes propuestas, pero dentro del orden del sistema. Y es lógico que no se vaya más allá: la derecha, por intereses, la izquierda, por su debilidad.
No obstante, todas las fuerzas, organizaciones y colectivos de la izquierda tendrían que plantearse —siquiera como hipótesis racional— si el sistema está socavado al punto de que inevitablemente se hundirá.
Si se ha desatado ya un tsunami, y así parece ponerlo de manifiesto la incontenible crisis financiera europea, ¿qué sentido tiene hablar de reformas y no de las bases sobre las que reconstruir un país devastado?
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