Immanuel Wallerstein. Kaosenlared.net/ La Jornada
Los medios nos dicen que la crisis económica ya pasó, y que la economía-mundo está de regreso a su modo normal de crecimiento y ganancia. El 30 de diciembre, Le Monde resumió este sentir en uno de sus acostumbrados y brillantes titulares: Estados Unidos quiere creer en una recuperación económica. Exacto, ellos quieren creer, y no es solamente gente Estados Unidos. ¿Pero es esto así?
Primero que nada, como lo he estado diciendo en repetidas ocasiones, no estamos en una recesión sino en una depresión. La mayoría de los economistas tienden a tener definiciones formales de estos términos, basados primordialmente en el aumento de los precios en los mercados bursátiles.
Utilizan estos criterios para demostrar el crecimiento y la ganancia. Y los políticos en el poder se ponen felices de explotar este sinsentido. Pero ni el crecimiento ni la ganancia son las medidas apropiadas.
Siempre hay algunas personas que obtienen ganancias, aun en el peor de los tiempos. La cuestión es cuántas personas, cuáles personas. En los tiempos buenos, la mayoría de la gente disfruta de mejoras en su situación material, aun cuando haya diferencias considerables entre quienes están en la cima y los que están en la base de la escalera económica. Una marea creciente levanta todos los barcos, como dice el refrán, o por lo menos la mayoría de los barcos. Pero cuando la economía-mundo se estanca, como lo ha sido la economía-mundo desde la década de 1970, varias cosas ocurren. La cantidad de gente que está empleada con ganancia y que por tanto recibe un ingreso mínimamente adecuado, baja de modo considerable. Y debido a esto, los países intentan exportarle su desempleo unos a otros. Además, los políticos intentan privar de ingreso a los ancianos retirados y a los jóvenes que aún no están en edad de trabajar, con tal de apaciguar a sus votantes, que caen en las categorías comunes con edad de trabajar.
Si valoramos la situación país por país, es por eso que hay siempre algunos de éstos donde la situación se mira mejor que en la mayoría de los otros. Pero cuáles países parecen estar en mejor situación es algo que varía con alguna rapidez, como ha estado ocurriendo durante los últimos 40 años. Es más, mientras continúa el estancamiento, el cuadro negativo crece y se agranda, razón por la cual los medios comienzan a hablar de crisis y los políticos a buscar remedios prontos. Hacen llamados a la austeridad, lo que significa recortar todavía más las pensiones, la educación y la atención a la niñez. Deflactan sus divisas, si eso les es posible, con el fin de reducir momentáneamente sus tasas de desempleo a expensas de las tasas de desempleo de otro país.
Veamos el problema de las pensiones gubernamentales. En 2009, un pequeño poblado en Alabama agotó su fondo de pensión. Se declaró en bancarrota y dejó de pagar sus pensiones, con lo que violó la ley estatal que le requería hacerlo.
Como apuntó el New York Times, no son sólo los pensionistas los que sufren cuando un fondo de pensiones se seca. Si una ciudad intenta obedecer la ley y pagarle a un pensionista con dinero de su presupuesto anual de operación, probablemente tendrá que adoptar vastos incrementos en sus impuestos, o realizar enormes recortes en los servicios, para juntar el dinero. Los actuales trabajadores urbanos pueden terminar pagando un plan de pensiones que no estará ahí para su propio retiro.
Pero éste es un problema que se avizora en cada uno de los estados de Estados Unidos que, por ley, deben contar con presupuestos balanceados, lo que significa que no pueden recurrir a préstamos para cumplir con sus actuales necesidades presupuestarias. Y hay un problema paralelo en toda nación que se encuentre en la zona del euro que no puede deflactar sus divisas con el fin de cumplir con sus necesidades presupuestarias, lo que ha significado que su capacidad de obtener préstamos conduzca a costos insostenibles y exorbitantes.
Pero qué hay, pueden ustedes preguntar, de aquellos países donde se dice que la economía florece, como Alemania, y más en lo particular dentro de Alemania, en Bavaria –llamado por algunos el planeta de los felices. ¿Por qué ocurre entonces que los habitantes de Bavaria sientan un malestar y parezcan avasallados e inseguros de su salud económica? El New York Times anota que (en Bavaria) está muy extendida la visión de que la buena fortuna de Alemania... llegó a expensas de los trabajadores, que en los últimos 10 años han sacrificado salarios y beneficios para hacer a sus empleadores más competitivos... De hecho, parte de la prosperidad proviene de que la gente no obtenga la seguridad social que debería tener.
Bueno, entonces, por lo menos está el buen ejemplo de las economías emergentes que han mostrado un crecimiento sostenido durante los últimos cuantos años, especialmente en los llamados países BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Miremos de nuevo. El gobierno chino está muy preocupado por las sueltas prácticas de otorgamiento de préstamos de los bancos chinos, que parecen ser una burbuja, y que conducen a la amenaza de una inflación. Un resultado es el marcado incremento en los despidos, en un país donde la red de seguridad de los desempleados parece haber desaparecido. Entre tanto, la nueva presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, dice perturbarle que la sobreevaluación de la divisa brasileña se conjunte con lo que ella percibe como deflactación de las divisas estadounidense y china amenazando la competitividad de las exportaciones brasileñas. Y los gobiernos de Rusia, India y Sudáfrica, todos enfrentan los primeros síntomas de descontento por parte de grandes segmentos de sus poblaciones que parecen no haber recibido los beneficios de su supuesto crecimiento económico. Finalmente, y no es menor, hay aumentos marcados en los precios de la energía, los alimentos y el agua. Esto es el resultado de la combinación de un crecimiento en la población mundial y el aumento en los porcentajes de gente que exige contar con ellos. Esto implica una lucha en pos de estos bienes básicos, una lucha que puede tornarse mortal.
Hay dos posibles resultados. Uno es que gran cantidad de gente reduzca el nivel de su demanda –lo que es de lo más improbable. Otro es que lo mortal de la lucha termine reduciendo la población mundial y por lo tanto haya menos escasez –una solución malthusiana de lo más desagradable.
Conforme entramos en esta segunda década del siglo XXI, parece poco probable que hacia 2020 miremos hacia atrás a esta década como una en que la crisis fue relegada a recuerdo histórico. No ayuda mucho querer creer en una perspectiva que parece remota. No ayuda para intentar entender qué es lo que debemos hacer al respecto.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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