12 de febrero de 2018

SOBRE EL CUENTO, QUE ALGUNOS COMPRAN COMO CIERTO, DEL MILAGRO ECONÓMICO PORTUGUÉS

Por Marat

Desde que llegó al gobierno el Partido Socialista Portugués (PSP), el 24 de Noviembre de 2015, con el apoyo externo del Partido Comunista Portugués (PCP) y del Bloco de Esquerda (BE), diferentes voceros del reformismo, como antes del fiasco de Syriza sucedió para los progres de Podemos e IU con el pretendido gobierno de la “izquierda radical” griega, parecen querer convencernos de las bondades progresistas de dicho gobierno en materia social, económica y laboral.

Es fácil mantener la ficción de una realidad inventada cuando se conoce muy poco o casi nada sobre ella. Sobre Portugal los españoles conocemos muy poco, mucho menos que los portugueses sobre España, fuera de que en ese país hubo una revolución de los claveles, que la capital está en Lisboa y que hay en él otras ciudades importantes como Oporto. Desafío a muchos de mis lectores a que me digan cómo se llama el Primer Ministro portugués actual sin consultarlo en la wikipedia, gran referente cultural de muchos internautas.

Poco parece importarles el hecho de gobierne ahora en Portugal el mismo PSP que traicionó la revolución del 25 de Abril. Que la historia no nos destroce una esperanza por poco fundamentada que esté ésta.

Las razones que esgrimen quienes consideran progresista al gobierno portugués son básicamente las siguientes:
  • Reducción de la jornada laboral semanal a 35 horas...en la administración pública. Precisamente donde no se producen choques con el capital empresarial.
  • Subida importante de los salarios tanto a funcionarios como en el caso del salario mínimo interprofesional en el sector privado
  • Subida de las pensiones
  • Reducción del desempleo desde el 17,3% registrado en 2013 a un 8,6% en 2017. Pero según un estudio del Observatorio de Crisis y Alternativas del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, el 63,3% de los contratos que se han firmado en el país vecino desde finales de 2013 son a tiempo parcial, temporales, o de obra. Sólo un tercio de los nuevos contratos son indefinidos ¿Les suena esto? Y son los sectores del turismo y la construcción fundamentalmente los que crean empleo, los cuáles concentran los salarios más bajos. ¿Les sigue sonando?
  • Subida de impuestos de dos puntos porcentuales, del 7 al 9%, a las grandes empresas, lo que ha afectado a un número muy reducido de compañías. La subida ha logrado una recaudación de 70 millones de euros.
  • Descenso del IRPF a las familias con bajos salarios, no al tramo más inferior que cobra 7.091 €, en 12 pagas, y aumento del mismo a las rentas medias y altas.
  • Tarifa solidaria en gas y electricidad para las familias de bajos recursos, más libros gratuitos y mejoras en cuanto a la prestación del desempleo a los parados que lleven más de 6 meses cobrándola.
Un dato importante que debe ser tenido en consideración en relación con los éxitos del actual ejecutivo luso es el descenso de la desigualdad económica a niveles previos a la crisis, lo que contrasta con el caso español, en el que a pesar de la supuesta recuperación económica, ha seguido incrementándose esta desigualdad social.

Negar el impacto paliativo de dichas medidas respecto a a los efectos sociales provocados por la crisis capitalista sería estúpido, además de injusto. Hablar de milagro me parece, como poco, absolutamente fuera de la realidad. Voy a explicarme.

La inversión productiva por parte del capital luso no se ha reactivado, ya que no se crean apenas industrias portuguesas de capital propio y la inversión privada propia en I+D+i brilla por su ausencia. La Inversión en Capital Fijo de las empresas (equipos y maquinaria) cayó en el tercer trimestre de 2017 hasta un 16% de su PIB, situándose solo por encima de Grecia y Chipre.


Se asume, como en España, que el país debe vivir del turismo. Así El País del 27 de Febrero de 2017 informaba de cómo en el último año los jubilados extranjeros residentes en Portugal la mayor parte del año (fundamentalmente franceses, alemanes y nórdicos) había crecido un 44%, atraídos por la no tributación de sus pensiones ni en el país de acogida ni en el de origen. Lo curioso es que cuando se publicó la noticia hacía ya año y medio que gobernaba el actual equipo socialista, el cuál mantenía una ley de 2009 del gobierno socialista de José Sócrates que hacía posible este efecto llamada. Yo diría que esta no es una medida muy socialista sino más bien liberal.

La inversión pública fue en Portugal en 2016 del 1,5%, situándose como el último país de la UE (España solo le superó en 4 décimas, 1,9%) en este ratio, siendo la media de la zona el 2,7%. Si el conjunto del gasto público era en 2014 del 51,8%, con el gobierno de Costa se redujo hasta el 45,1% en 2016. En diciembre de 2017 el gobierno socialista portugués había gastado 4.400 millones de euros en rescatar a la banca; evidentemente mucho menor que el gasto realizado por el gobierno español del PP, más de 77.000 millones, de los que se han recuperado menos de 5.000 millones. No obstante, conviene considerar el diferente tamaño de la banca lusa y española. Los ajustes impuestos por La Troika sí que fueron obedecidos, no solo en España. Ninguna rebelión del gobierno de izquierda luso, como tampoco lo hizo Syriza. En diciembre de 2017 Portugal ya había reembolsado el 76% del rescate financiero del FMI. Si los recortes sociales durante el gobierno progresista luso han sido suaves y se han mejorado los ratios sociales, lo cierto es que Portugal los ha asumido en su tejido productivo nacional propio, en sus inversiones públicas, salvo las ligadas a la atracción de capital extranjero (construcción de polígonos industriales y logísticos en zonas fronterizas con Galicia, pero también con Andalucía, Castilla-León y Extremadura, y en nudos de comunicaciones y en proximidades a zonas portuarias, fundamentalmente en la zona norte).

En este sentido, las principales medidas expansivas del gobierno progresista portugués no se han diferenciado sustantivamente de las realizadas por los gobiernos conservadores y de centro de la República de Irlanda tras el rescate de su economía y los duros años de ajuste: atracción de capital extranjero, suelo empresarial casi gratuito, bajada drástica de impuestos de sociedades... El caso de la atracción masiva de empresas gallegas a hacia polígonos industriales al otro lado de la raya es paradigmático en este sentido, aunque se ha extendido también al capital europeo y norteamericano (atraídos por los bajos salarios comparativos portugueses frente a los de los países de origen, a pesar de varias subidas de los mismos) e incluso chinos. La práctica, de tipo liberal, es pan para hoy y hambre para mañana, como nos han enseñado las políticas de deslocalización industrial y de servicios a nivel mundial, sus capacidades de presión a medio plazo sobre los gobiernos, la evolución de los salarios a posteriori en casos de contracción de la demanda y la reversabilidad de los asentamientos de capital extranjero. Pero la clave no está en lo salarial, de momento, sino en la “flexibilidad” de las relaciones contractuales. Recuérdese el carácter de empleo a tiempo parcial, temporal o de obra del 63,3% de los contratos firmados en Portugal desde 2013.

La diferencia sustancial de Portugal con Irlanda es que, mientras Irlanda priorizó asentamientos de empresas tecnológicas (con alto nivel de I+D), fundamentalmente las ligadas a las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), éste no es el caso de Portugal, que aportan alto valor añadido y que pueden llegar a redundar en la potenciación, a medio plazo, en un desarrollo económico propio...siempre que existan políticas gubernamentales que impulsen esta estrategia.

Los procesos de gentrificación (elitización residencial) y turistificación que expulsan a los trabajadores y sectores populares de las grandes ciudades de Portugal, encabezados de forma galopante por Lisboa, se han acelerado con el gobierno de izquierda luso. La propia Municipalidad de Lisboa (Ayuntamiento), en manos del PSP-BE, es un elemento impulsor del fenómeno al actuar “más como un mero agente inmobiliario que como un gestor de barrios, vendiendo parte del patrimonio inmobiliario y guardando el resto sin usar para futuras ventas.” Las políticas de Estado del gobierno progresista, destinadas a paliar los efectos de sustitución de viviendas de clases populares por rehabilitaciones de edificios destinadas a clases medias y altas o para estudiantes anglosajones, de la concentración de comercio de lujo de grandes franquicias internacionales y de tiendas para turistas, son parches con más intención propagandística que real. Esto es algo que se inserta en una lógica concreta, que no es otra que la de atraer inversión extranjera y proyectar una imagen “moderna” e internacional de Portugal, al precio que sea. Ya saben..."No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato." Deng Xiao Ping, gran destructor del socialismo chino. En cualquier caso, no parece que expulsar a los jóvenes, los trabajadores y las clases populares del centro de las grandes ciudades portuguesas hacia los suburbios haga mucho por reducir la desigualdad. En esto, de Bairro Alto a la Alfama, pasando por Mouraria o Santa Catarina, las políticas del PSP no se diferencian de las de Lavapiés o Malasaña con Ahora Madrid o de Chueca con el PP en el pasado. Eso sí, en Lisboa y en Madrid, con mucha bici municipal y con mucha participación empoderadora ciudadana, que es el modo de pasarle la patata caliente a los vecinos para que sean ellos los que se parten la cara con plataformas como Airbnb o con la mafia inmobiliaria, mientras se pacta con ella o, en el mejor de los casos, se mira municipalmente para otro lado. Y el PP o el PSP, en sus respectivos gobiernos del Estado, se frotan las manos, vendiendo a parcelas sus  países a la inversión extranjera.

En paralelo a estos procesos de elitización residencial y turistificación de los centros de las grandes ciudades portuguesas, vemos cómo el mercado inmobiliario de lujo se expande espectacularmente en el país vecino, no solo en Lisboa, el Algarve y Oporto sino desde Sintra hasta la ría de Aveiro, la zona de Albufeira, Volamoura o Comporta. Grandes villas de lujos, complejos residenciales, casas de vacaciones, resorts conforman un entramado de residencial para ricos y grandes fortunas en las que los precios del metro cuadrado pueden oscilar entre los 2.000 y los 14.000 €. Mientras tanto, las clases populares son expulsadas cada vez más lejos de sus anteriores asentamientos por la brutal subida de los precios destinados a vivienda hacia suburbios con deficientes equipamientos y medios de transporte.


Si hasta no hace mucho tiempo Gibraltar y Andorra (éste ultimo ha dejado de serlo) eran los paraísos fiscales conocidos que teníamos más cerca de España, Portugal lo es de un modo discreto desde hace más de 20 años, por ejemplo en la isla de Madeira, aunque ésta queda algo lejos del continente. Más de 100 millonarios españoles emplean sociedades fantasma para gestionar sus territorios en esta zona. Muchas de esas sociedades carecen de empleados y no tienen gastos de explotación. Durante muchos años el impuesto de sociedades era el 0%, aunque actualmente ha io evolucionando hacia tipos impositivos del 1 al 5% tras una inspección llevada a cabo por la UE entre los años 2000 y 2002. En cualquier caso, muy por encima de los tipos impositivos medios de cualquier país. Esto se mantiene con el actual gobierno socialista luso.

Desde 2009 Portugal ofrece a los residentes no habituales el pago de un tipo único impositivo del 20% sobre todos sus ingresos obtenidos en el país. Según las autoridades monetarias portuguesas esto tiene el siguiente objetivo: «Mediante la aplicación de un régimen tributario ventajoso sobre el impuesto de las rentas de las personas físicas (IRPF) se pretende fomentar un nuevo espíritu de competitividad en Portugal, con el que se estimule la economía y el tejido empresarial, atrayendo a profesionales no residentes cualificados en actividades de valor añadido, inversores con elevados rendimientos o un patrimonio o poder adquisitivo elevados»

Aunque no estemos hablando de un paraíso fiscal puro, lo cierto es que hoy Portugal reúne un régimen fiscal para extranjeros, fortunas y empresas que tiene ciertas características de tal. No parece que el mantenimiento de estas políticas impositivas sea muy socialista, aunque quizá sí de izquierda, tal y como va actuando la izquierda desde hace decenios, al menos en el mundo capitalista más desarrollado.

Hay una diferencia evidente entre las políticas sociales del gobierno socialista portugués y del último gobierno del PSOE y los dos posteriores del PP que debe ser señalada.

Mientras Zapatero finalizó su gobierno con recortes y ataques a las pensiones (elevando los años para poder jubilarse) y unas reformas laborales absolutamente antiobreras y Rajoy apretó las tuercas del gasto público y las contrarreformas hasta lo inimaginable, el gobierno de Costa no ha repercutido directamente sobre la clase trabajadora las medidas de austeridad en la misma medida, si bien la reducción del gasto público y de la inversión pública algún efecto negativo han tenido que tener necesariamente. En cualquier caso, los recortes sociales fueron realizadas anteriormente por el gobierno conservador de Passos Coelho.

Hasta ahí los éxitos comparativos del gobierno socialista portugués con su predecesor y con el español.

Las debilidades del gobierno luso actual son harina de otro costal.

La primera de ellas es el no haber aprovechado la crisis para potenciar un desarrollo económico propio, tanto de sus servicios como de su industria, acometiendo una modernización de su infraestructura económica y un fuerte incremento del I+D+i.

La segunda es que sus éxitos no son tanto consecuencia de sus medidas sociales, posibles por estar experimentando un repunte de la acumulación capitalista mundial a partir de 2015, por mucho que la economía del país vecino haya confiado en parte su recuperación en la demanda interna, como de las medidas estabilizadoras de los bancos centrales europeo y norteamericano que han favorecido un repunte de la acumulación capitalista mundial a partir de 2015.

Ello ha facilitado tanto la ingente inversión extranjera que ha experimentado Portugal como sus exportaciones.

Por otro lado, el rescate portugués ha sido muchísimo menos doloroso que el griego, no solo por su diferente situación sino porque, una vez domesticado el gobierno de Syriza, no era necesario aplicar por parte del capitalismo internacional y sus instituciones de La Troika escarmiento posterior similar en otros países de la UE a supuestas veleidades izquierdistas (el doble juego de Tsipras, rebelde en casa, lacayuno en el exterior indicaba la tetralidad política de la llamada izquierda radical griega). Costa y su gobierno son “pragmáticos” (liberales en la macroeconomía, levemente socialdemócratas en sus políticas sociales).

La fortísima entrada de capital extranjero, el boom inmobiliario para residentes extranjeros de rentas altas y muy altas, las bajas políticas impositivas al capital nacional y foráneo van a tener a medio plazo un impacto sobre la situación de las clases populares.

No abundaré aquí en cómo la expulsión de las clases populares de los centros históricos de las ciudades portuguesas influirán en sus condiciones económicas y de vida pero sí creo necesario señalar el modo en el que la dependencia brutal del capital extranjero que se está instalando en la economía lusa y las bajas políticas impositivas sobre las empresas impactarán sobre la clase trabajadora de dicho país.

Por un lado, la recaudación fiscal se resentirá, afectando de lleno al gasto público, que ya se ha visto notablemente reducido.

Por otro lado, la dependencia del capital extranjero acabará por impactar negativamente más temprano que tarde sobre los salarios y la calidad del empleo , ya muy deteriorada, incluso más que la española. El chantaje de las empresas extranjeras sobre las políticas gubernamentales en estos dos ratios sociales no se hará esperar, amenazando con nuevas deslocalizaciones en cuanto se planteen subidas salariales o los hoy dormidos sindicatos portugueses amarrados ahora, como los españoles, al pacto social, presionen por la mejora de la estabilidad del empleo.

Nada diré del tamaño de la deuda portuguesa (un 271% del PIB la privada y un 130% la pública) porque la deuda mundial afecta a casi todas las principales economías del mundo y, por mucho que se empeñen los neoliberales, es evidente que la deuda mundial es impagable y que la economía global actúa como un zombie que desconoce este problema.

La economía portuguesa, como la española, vive en gran medida de la aparente bonanza del capitalismo mundial que, sin embargo, no ha encontrado nuevos segmentos de mercado que generen un auténtico crecimiento y que se ha limitado a poco más que una acumulación por desposesión. Cuando los vientos de la crisis amenacen con una nueva fase de contracción de una economía mundial que, recordemos, lleva en crisis desde 1973, y cuyas fases expansivas se hacen cada vez más cortas, veremos a dos países desmantelados, Portugal y España, con economías nacionales propias absolutamente raquíticas, sin sectores emergentes con suficiente valor añadido en I+D+i y escasamente competitivos y con fuerte huida de los capitales extranjeros hacia lugares en los que la inversión les resulte más estimulante.

La crisis capitalista, y las aparentes salidas a la misma han confirmado, que tanto Portugal como España son países enormemente dependientes de las economías centrales europeas y del papel que éstas les han conferido dentro del reparto de cada país en la estructura económica de la UE como entidades de destino turístico, con economías apenas apuntaladas por un inestable sector de la construcción, al socaire de las burbujas especulativas inmobiliarias.

No es objeto de este artículo señalar el qué hacer frente a situaciones como las descritas. Lo he hecho en un importante número de artículos. A muchos de ustedes no les gusta. Tienen prisa por los cambios, pocas ganas de hacer otra cosa que delegar sus necesidades, mediante el voto, en opciones políticas que les hacen creer que sin corrupción (cuando ésta es especialmente consustancial a la fase actual de acumulación capitalista), con voluntad parlamentaria, mucha fe en cada nuevo pastor político y redes sociales que hagan de muro de las lamentaciones, la clase trabajadora y las populares saldrán del lío en el que estamos. Pueden ustedes continuar no aceptando que, mientras exista el capitalismo, el sufrimiento social continuará, alternado con decrecientes períodos de cierta bonanza personal, paulatinamente menguante cada vez para más seres humanos. A mí tampoco me gusta la fe de ustedes en los milagros, sean económicos o de Fátima.

30 de enero de 2018

56 AÑOS. A DISTINGUIR ME PARO LAS VOCES DE LOS ECOS (4):

Ni siquiera la que fue mi casa se parece ya a mi casa
Por Marat

Este martes 30 de enero me caen encima 56 años. Soy un viejo. Me jode pero lo asumo. No temo a la muerte porque no creo en nada después de ella pero admito que temo al dolor, a la pérdida de la memoria y a dejar de ser quien soy. Ya noto cómo va fallando mi cabeza y soporto una próstata poco compasiva Cada día soy un poco menos yo. A veces me pasan cosas que desconozco cómo suceden. Me asusta.

Según se hacen vacías mis mañanas, con mayor fuerza acuden a mi mente los recuerdos de aquellas tardes de invierno en las calles. Cuando el ábrego me regalaba el sirimiri en la cara antes de volver a clase.

Nací en un lugar al que llamaron barrio Venecia porque era un sitio de marismas y terrenos robados al mar (al desgraciado siempre le puede caer encima un sarcasmo), reconvertidos en casas para pobres. Ese tipo de edificios que los arquitectos de cuarta categoría diseñan con el fin de que no olvides que durante toda tu puta vida vas a ser un pobre hombre. Cualquiera que pasee por las zonas obreras captará la intención de ese diseño estético en el que lo de menos es la calidad de los materiales, siendo lo relevante el mensaje de la fealdad estética que uno nunca debería olvidar, salvo que sea un transfuga de su clase y de su barrio.

Vengo de un sitio en el que se gritaba ¡que viene la basura! para avisar de que se escapaba el momento de pillar algo en ella antes de que llegara el camión.

Las tetas de la Elo, que más tarde murió de cáncer, eran el motivo de nuestras mejores tempranas pajas.

Su madre despachaba el pan, después de darse la crema contra las erupciones de su enorme barriga.

En clase, mi compañero de pupitre, Eugenio el gitano, me daba collejas porque, según él, yo no debía dormirme. Aún lo hago en las situaciones menos oportunas. No he aprendido mucho pero todavía me acuerdo de Eugenio, el Gabarre, y de sus manotazos.

Al barrio Venecia nunca le llamamos así. Era, y aún es, Candina, el nombre de la fábrica en la que trabajaba mi padre. Enfrente, al otro lado de la carretera, la molturadora, que era la parte más industrial de la empresa. Por cada estuche de margarina una cucharilla de café que hubiera hecho las delicias de Uri Geler.

Recuerdo a pechoduro y a cabezabuque (mi padre era un peligro poniendo motes: te caían, como una maldición, para siempre), que vivían en mi escalera. Mi hermano mayor vivía con su mujer justo debajo de nosotros y en la entrada del portal había una vieja mancha que me asustaba porque parecía un gato muerto.

En el patio entre los dos edificios los chavales jugábamos a descalabrarnos. Cuando no estaba ocupado en esos menesteres le tocaba el culo a la niña que más me gustaba. Era la hija de un amigo de mi padre. Estaba enamorado de sus coletas. Ella me cogía furtivamente la mano cuando creía que no nos veían. No la he olvidado.

La antigua escuela unitaria, de primera cartilla hasta octavo (¿qué fue de señorita Piedad?), acabó convertida en asociación de vecinos y creo que también en albergue para pobres callejeros. Sospecho que ahora será un centro de acogida en el que harán estupideces tipo huertos urbanos para gente con pobreza habitacional porque los hijos de puta de los progres hablan raro y para académicos de tercera.

Desaparecieron la bolera y los cañaverales, los bares y la barbería en la que Gildo, empleado de la fábrica, me esquilaba por una pela. El cierre de la fabrica fue el primer paso

Ahora todo es vacío, calles muy anchas y polígonos en los que no sé quien soy al visitarlos. Se fue mi infancia y murió un barrio, también los obreros que habitaron el lugar. La memoria de un tiempo del que nadie quiere hacer historia.

Hace 10 años volví al barrio con mi hijo para explicarle de dónde vengo. Todo me pareció un sueño extraño. En él yo era un fantasma más de mi pasado. En las casas de la desaparecida fábrica, donde podías vivir hasta jubilarte, ahora vivían latinos, negros y otras etnias inmigrantes que, seguramente, ignoraban todo del pasado pero no dejan de ser personas que marcan con sus vidas el sitio en el que habitan.

Éste será otro buen sitio para hacer gentrificación, expulsar a la clase obrera de él, acabar con la memoria y dar unas buenas oportunidades de estúpida felicidad para una asquerosa clase media, real o ideológica

En algún lugar de mi memoria hay un chaval que cuenta aventis como los que contaba el Java de Juan Marsé.