18 de octubre de 2016

LA ONG-IZACIÓN DE LA RESISTENCIA

Arundhati Roy. El viejo topo

Un riesgo al que se enfrentan los movimientos de masas es la ONG-ización de la resistencia. Sería fácil malinterpretar lo que estoy por decir y entenderlo como una condena de todas las ONGs. Eso sería falso.

En las turbias aguas de las ONG’s falsas creadas para desviar donaciones o evadir impuestos (en partes de la India como Bihar incluso son otorgadas como dote) hay, por supuesto, algunas que hacen trabajo valioso. Pero es importante considerar el fenómeno de las ONG’s en su contexto político más amplio.

En la India, por ejemplo, la explosión de las ONGs que recibían fondos comenzó a finales de los 1980 y en los 1990. Coincidió con la apertura de los mercados indios al neo-liberalismo. En ese momento, el Estado indio retiró fondos del desarrollo rural, la agricultura, la energía, el transporte y la salud pública para obedecer los dictados de los ajustes estructurales. Al renunciar el Estado a su rol tradicional, las ONGs se pusieron a trabajar en esas mismas áreas. La diferencia, por supuesto, es que los fondos a los que ellas tienen acceso son una fracción minúscula del total del recorte en el gasto público.

La mayoría de las grandes ONGs son financiadas y apadrinadas por agencias de ayuda y desarrollo, que a su vez reciben fondos de los gobiernos de occidente, del Banco Mundial, de la ONU y de algunas corporaciones multinacionales. Aunque puede que no sean lo mismo que estas instituciones, son ciertamente parte de la misma formación política amorfa que supervisa el proyecto neoliberal y aboga, primero que nada, por drásticos recortes en los gastos del gobierno.

¿Por qué estas agencias le dan dinero a las ONGs? ¿Podría ser sólo ese viejo entusiasmo misionero? ¿Sentimiento de culpa? Es un poco más que eso. Las ONGs dan la impresión de que están llenando el vacío creado por un Estado ausente. Y lo están, pero en una forma materialmente inconsecuente. Su verdadera contribución es calmar la furia política y distribuir como ayuda o benevolencia lo que la gente debería tener por derecho.

Melinda y Bill Gates con su fundación en la India
Alteran la psique pública. Transforman a la gente en víctimas dependientes y amellan el filo de la resistencia política. Las ONGs forman una especie de amortiguador entre el sarkar (el gobierno) y el público. Entre el Imperio y sus súbditos. Se han vuelto los árbitros, los intérpretes, los facilitadores.

En el fondo, las ONGs son sólo responsables ante quienes las financian, no ante la gente con la que trabajan. Son lo que los botánicos llaman una especie indicadora. Es casi como si mientras más grande sea la devastación causada por el neoliberalismo, más grande será el florecimiento de las ONGs. Nada ilustra esto de forma más vívida que el hecho de que cuando los Estados Unidos se preparan invadir un país, simultáneamente preparan a las ONGs para ir y limpiar el desastre.

Para asegurarse que sus fondos no sean puestos en peligro y que los gobiernos de los países donde trabajan las dejen funcionar, las ONGs tienen que presentar su trabajo en un marco superficial, desprovisto de cualquier contexto político o histórico. En todo caso, de un contexto político o histórico inconveniente.

Los llamados de emergencia y los informes apolíticos (y por tanto, extremadamente políticos) acerca de la necesidad de ayudar a los países pobres y las zonas de guerra, con el paso del tiempo provocan que la gente (oscura) de esos países (oscuros) se vea como víctimas patológicas. Otro indio desnutrido, otro etíope muerto de hambre, otro campo de refugiados afgano, otro sudanés mutilado… todos necesitados de la ayuda del hombre blanco. Inconscientemente refuerzan los estereotipos racistas y reafirman los logros, las comodidades y la compasión (el amor duro) de la civilización occidental. Son los misioneros seculares del mundo moderno.

Finalmente, en una escala tal vez más pequeña pero definitivamente más insidiosa, el dinero disponible para las ONGs juega el mismo rol en la política radical que el capital especulativo que entra y sale de las economías de los países pobres. Comienza a imponer la agenda. Convierte la confrontación en negociación. Despolitiza la resistencia. Interfiere con movimientos populares que tradicionalmente han sido autosuficientes.

Las ONGs tienen recursos para darle empleo a personas que en otra situación podrían ser activistas en movimientos de resistencia, pero que ahora sienten que están haciendo algo bueno, inmediato y creativo (y que se ganan la vida mientras lo hacen). La auténtica resistencia política no ofrece esos atajos.

La ONG-ización de la política amenaza con hacer de la resistencia algo cortés, razonable; un trabajo de 9 a 5, con buenas prestaciones. La resistencia real tiene consecuencias reales. Y sobre todo, no recibe salario.


16 de octubre de 2016

¿QUÉ ES CAPITAL FICTICIO?

Rolando Astarita. rolandoastarita.wordpress.com

En varios escritos que circulan dentro de la izquierda, se define al capital ficticio como todo tipo de acreencia o título financiero; esto es, se lo identifica con los títulos (bonos, acciones) que proporcionan rentabilidad a quienes los poseen. Se sostiene que, a diferencia del capital real, el ficticio no constituye riqueza social, ya que los títulos no poseen valor intrínseco.

El objetivo de esta nota es precisar, en primer lugar, cual es la noción de capital ficticio en Marx, y en segundo término, presentar algunas conclusiones relacionadas con la idea de que sería posible salir de las crisis capitalistas, o solucionar los problemas fundamentales vinculados a la acumulación del capital, mediante inyecciones de capital ficticio.

La noción en Marx
La expresión capital ficticio fue introducida por Marx para designar aquellos activos financieros cuyo valor no se corresponde con algún capital real; el caso paradigmático son los títulos públicos. Es que cuando un gobierno emite títulos para cubrir sus gastos corrientes, el dinero que recoge no entra en algún circuito de valorización, y por lo tanto no es capital. Por eso Marx destaca que el precio del título no representa capital, o valor en proceso de valorización. Un pagaré o un bono del Estado solo dan a su propietario el derecho a participar de una parte de la plusvalía, bajo la forma de los impuestos que recaude el gobierno. Por otra parte, los valores de los títulos públicos pueden modificarse, según las oscilaciones de la tasa de interés, o según varíe la confianza en que el Estado podrá hacer frente a sus obligaciones. Estos cambios en los valores pueden, por lo tanto, no tener una relación directa con la acumulación del capital. Por ejemplo, la suba de los títulos del Tesoro de EEUU, desde mediados de la década de 1980, estuvo vinculada a la caída progresiva de la tasa de interés, a lo largo de casi tres décadas. La demanda internacional de los títulos -EEUU es considerado un refugio seguro para los capitales líquidos- explica en buena medida la caída de la tasa. Pero ese aumento del stock de títulos no tuvo como contrapartida un incremento del capital real. Incluso en períodos de crisis o incertidumbre, los precios de los bonos del Tesoro de EEUU continuaron en aumento, a contramano de lo que sucedía con muchos otros activos financieros, que caían al compás de la desvalorización del capital real.

La segunda variante del capital ficticio analizada por Marx es el capital accionario. Recordemos que una acción da derecho a participar en los beneficios de la compañía. En palabras de Marx, “la acción no es otra cosa que un título de propiedad, pro rata, sobre el plusvalor que se ha de realizar por intermedio (del) capital” (Marx, 1999, p. 601). Las empresas emiten las acciones para financiarse (la oferta inicial), y luego pasan a negociarse diariamente en el mercado. Por lo tanto, solo lo recaudado en la emisión inicial pasa a integrar el capital real de la empresa. Sin embargo, los precios de las acciones pueden despegarse (y es lo que sucede en la realidad) del valor del capital realmente invertido. Las ganancias realizadas, y las expectativas de mayores ganancias futuras, por lo general, generan olas de optimismo, que pueden llevar a que el precio bursátil de la empresa (esto es, el precio que debería pagar un inversor si quisiera adquirirla comprando las acciones) sea superior a su valor real (también llamado valor libros o contable), determinado por los costos de reposición de equipos, planta y capital circulante en existencia. Marx parece referirse a esta diferencia como capital ficticio. Esto es, si el valor de la acción se corresponde con el valor libro, no cabe hablar de capital ficticio. “Las acciones de compañías ferroviarias, mineras, de navegación, etc., representan capital real, a saber, capital invertido y operante en estas empresas, o la suma adelantada por los participantes para ser gastada como capital en tales empresas” (ídem). Marx aquí está diferenciando entre capital ficticio y real. Y subraya que en el caso del capital en acciones, el capital no existe dos veces, una como capital real, y otra como capital accionario. Pero esto no debe interpretarse como que el título no expresa capital real. Aunque si el valor de la acción supera al valor del capital real, podemos hablar de capital ficticio. Para expresarlo con un ejemplo, si el valor bursátil de la empresa es $1000, pero su valor contable, o de reposición real, es $400, el capital ficticio sería $600. Desde el punto de vista práctico, en los mercados se considera que existe sobrevalorización bursátil cuando la relación entre el valor bursátil y la ganancia anual de la empresa (lo que se llama price/earning) supera sus promedios históricos (que en Wall Street, por ejemplo, se ubican entre 8 y 10). El p/e indica el número de años que son necesarios para pagar, con la ganancia anual de la empresa, su valor bursátil. En vísperas del derrumbe bursátil de las acciones tecnológicas, de 2000-01, algunos p/e eran absolutamente “disparatados”, superando los 100 años. Se trataba entonces de un caso típico de crecimiento de capital ficticio.

Capital ficticio de los bancos y la propiedad inmobiliaria
Por extensión, Marx también consideró como una forma de capital ficticio a la mayor parte del dinero que figura como depósitos en los bancos, ya que los créditos concedidos por el banco no existen como depósitos. Si bien este aspecto del asunto no es tomado en consideración cuando se evalúa el capital ficticio, tiene interés darle cierta atención. Aquí lo importante sería no incurrir en “doble contabilidad”. Lo explicamos con un ejemplo. Supongamos que $100 que conforman un depósito son prestados por el banco a una empresa A, que los invierte en ampliar su capital fijo. Para el ahorrista, propietario del depósito, los $100 constituyen un “capital dinerario potencial”; pero en la realidad estos $100 solo existen como capital en proceso de valorización, y no deberían contabilizarse dos veces. Y si el banco invirtió el depósito en comprar títulos públicos, la acreencia solo es capital ficticio. Por otra parte, y esto tal vez sea más interesante, se dan los casos en que el activo del banco es “doblemente ficticio”, si se quiere. Sucede cuando al banco se le permite seguir cotizando el título a su valor nominal, aunque su valor de mercado esté muy por debajo. Pero si los precios de los títulos no se recuperan, el banco no puede evitar la pérdida.

Naturalmente, otra forma de capital ficticio es la que está relacionada con la propiedad inmobiliaria. Es que el precio de la tierra está vinculado a la tasa de interés (al bajar la tasa, sube el precio), y la propiedad inmobiliaria muchas veces está sometida a la misma lógica de cualquier otro activo financiero. De ahí las burbujas especulativas, y su posterior desplome. Como resultas de esto, a veces se puede asistir a una suba durante años de los precios de las propiedades inmobiliarias, esto es, del stock de “capital” (aunque en términos marxistas la tierra no es capital) invertido en las mismas.

Los títulos de deuda
A diferencia de los casos discutidos en el anterior punto, las acreencias que están en propiedad de los prestamistas no necesariamente representan capital ficticio. Supongamos un capitalista dinerario que presta $1000 a un empresario, el cual adquiere medios de producción y fuerza de trabajo para generar plusvalía. El título de deuda que posee ahora el capitalista dinerario representa capital real, esto es, valor en proceso de valorización; no es capital ficticio. Por supuesto, si estalla una crisis y el empresario no puede vender las mercancías, el capital se desvaloriza. Pero esto no cambia la naturaleza del asunto, ya que en última instancia, todo capital es pasible de desvalorizarse, y no por ello todo capital es ficticio. Por esta razón, Marx señala que el certificado de deuda “no representa capital meramente ilusorio, como en el caso de las deudas públicas”. Lo cual, hay que insistir en ello, tampoco significa que el capital exista dos veces, una bajo la forma del capital en funcionamiento (los $1000 invertidos), y la otra como valor del título. Pero lo importante es que en el caso del préstamo al capital productivo, a diferencia de lo que sucede con los títulos públicos, hay capital que se está valorizando, esto es, explotando al trabajo y obteniendo plusvalía. Por eso, es un error identificar sin más todo crecimiento del crédito (que implica crecimiento de todo tipo de papeles) con aumento del capital ficticio. Tampoco tiene sentido asimilar el crecimiento del crédito con estancamiento del capitalismo. El crédito es una palanca de la acumulación del capital, que a su vez es la forma social que adquiere el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto no se modifica por el hecho de que el crédito también sea una palanca de la especulación y de la sobreacumulación (esta cuestión la trataré con más detalle en otra nota).

Los nocionales de los derivados
Actualmente existen instrumentos financieros que Marx no conoció, y que a veces se consideran también capital ficticio. Los más significativos son los nocionales, que subyacen a los derivados que se negocian en los mercados financieros. Para explicar qué es un nocional a los lectores no familiarizados, lo explicamos con un ejemplo sencillo, el de un swap de intereses de tasa flotante contra fija. El swap de intereses es un contrato realizado entre dos partes, por el cual una de ellas se compromete a pagar periódicamente una tasa de interés fija, y la otra una tasa variable, durante un lapso de tiempo establecido. Por ejemplo, A paga 4% y B paga Libor + 0,25%. Pues bien, el contrato se establece sobre un valor nocional de, supongamos, 1 millón de dólares, y las partes solo intercambian flujos en caso de que haya variación de la tasa (por ejemplo, si la tasa de interés variable ha subido 0,10 puntos porcentuales, B pagará a A 0,10% de un millón de dólares). Lo importante es que el nocional no tiene por qué ser necesariamente capital ficticio. B, por caso, puede ser un banco que ha prestado un millón de dólares a una empresa a tasa variable, y con el contrato se protege contra una eventual caída de la tasa Libor. Si la empresa que recibió el préstamo ha invertido productivamente el millón de dólares, no estamos en presencia de capital ficticio. Dada la dimensión de las sumas involucradas en los nocionales (los contratos en tasa de interés en 2011 implicaban nocionales por 500 billones de dólares, y cuando se incluían los contratos en tipo de cambio y los seguros contra default, o CDS, se llegaba a 648 billones), es necesario tener presente esta distinción. Lo importante aquí es saber en qué consisten estos activos. Por ejemplo, si se trata de papeles inmobiliarios inflados, estaremos ante un típico caso de capital ficticio; pero no siempre será así.

Capital ficticio y demanda durante el auge
Lo discutido hasta aquí sirve para explicar por qué el capital ficticio, por sí mismo, no puede solucionar los problemas fundamentales que están asociados a la acumulación. Sin embargo, alguna gente piensa que durante las fases de auge del ciclo económico, el aumento de capital ficticio bursátil o inmobiliario (esto es, el incremento de sus precios) genera nuevo poder de compra, lo que a su vez permite expandir la producción y por lo tanto generar más plusvalía. Por eso se piensa a veces que hay expansiones puramente “ficticias”. El razonamiento es que si el valor total de las acciones en el momento t es $1000, y en el momento t + 1 es $1200, el poder de compra se habrá incrementado en un 20%. De manera que las burbujas tendrían el efecto milagroso de generar más y más plusvalía. Pero de nuevo, esto es ilusorio. Se puede decir que en estos casos estamos ante un típico fenómeno de “fetichismo” del capital: el valor parece crecer y crecer por la sola acción de inversores que compran más y más acciones (o tierras), sin intervención del trabajo humano. La ley del valor trabajo “a lo Marx” parece caerse. Pero no hay tal cosa. La valorización bursátil (o de la tierra) no puede generar nuevo poder de compra. Para ver por qué, supongamos que A ha invertido $20 en acciones, y al cabo de un cierto tiempo las mismas se han valorizado un 50%. Entonces A decide vender, a fin de adquirir un bien de consumo. Cuando A vende las acciones, tiene un poder de compra de $30, pero el comprador de las acciones ha resignado el mismo poder de compra. No hay inyección nueva de valor, cuando se considera el asunto desde el punto de vista global. Algo similar ocurre con la inflación de los precios de la tierra.

Naturalmente, esto no significa que el crecimiento del capital ficticio no pueda incidir en la acumulación. Una forma en que afecta a la acumulación es que el crecimiento de los precios bursátiles puede favorecer el financiamiento de las empresas, ya sea porque éstas utilizan los títulos como colaterales para obtener préstamos y ampliar la producción, o bien porque emiten nuevas acciones para ampliar su capital en las mejores condiciones. Desde el punto de vista del consumo, está lo que se llama el “efecto riqueza”, que consiste en que los inversores pueden sentirse más confiados para aumentar el gasto cuando se valorizan sus tenencias. Por otra parte, el crecimiento del capital ficticio también genera las condiciones para que aumente la especulación, para que se desaten “manías inversoras” y se desarrollen todo tipo de fraudes y estafas que, por regla, terminan en gigantescas catástrofes y quiebras.

Las crisis y el capital ficticio
La inflación de capital ficticio tampoco puede sacar a las economías de la crisis. Si se trata de las acciones, lo característico es que ya con el inicio de las crisis sus precios se derrumben. Esto es, el viraje hacia el descenso económico va acompañado por el colapso de enormes masas de capital ficticio.

En cuanto a los títulos públicos, su crecimiento no puede solucionar las cosas durante la crisis. Para ver por qué, supongamos que en una economía ha caído la demanda (los capitalistas no reinvierten la plusvalía, y el desempleo se está incrementando). El gobierno decide entonces inyectar gasto público, financiado con la colocación de títulos; éstos son comprados con plusvalía (los asalariados no compran títulos). Supongamos que el Estado recoge así $1000, con los que paga subsidios a desocupados o salarios a los empleados estatales. Esta inyección activa la demanda de bienes por $1000 (los desocupados o los empleados consumen bienes). Sin embargo, si la acumulación capitalista no se recupera, en la siguiente ronda hay que volver a inyectar gasto fiscal para sostener la demanda. Y además, hay que pagar los intereses por los bonos colocados en la primera ronda. Por eso, la recuperación de la demanda por esta vía tiene alcance limitado. Además, si la economía continúa en crisis, y crece el stock de deuda del gobierno, lo más probable es que los capitalistas dinerarios comiencen a exigir una tasa de interés cada vez más alta para seguir prestando. La cuestión de fondo es que el gasto del Estado es financiado con plusvalía que está generada por el trabajo productivo, y en tanto éste no se reactive, los problemas seguirán agravándose. El gasto fiscal puede ayudar a reactivar la demanda, pero no es la solución del problema. En este respecto hay que destacar la importancia de no caer en el fetichismo financiero, o del Estado y sus posibilidades de evitar, o solucionar, las crisis capitalistas. El gasto estatal no puede constituir nunca una fuente autónoma de demanda, dado que los impuestos solo son una fracción de la plusvalía generada por el trabajo asalariado. Vinculado a esta cuestión, también hay que aclarar que la emisión monetaria (por ejemplo, para monetizar un déficit fiscal) tampoco es salida, ni significa incremento de capital ficticio, sino la simple desvalorización del signo monetario. Pero por esto mismo no impide la desvalorización del capital, ni constituye una fuente de demanda adicional. Por ejemplo, supongamos que se está en una crisis, en que hay mercancías sin vender, y que el gobierno emite dinero para financiar gasto, de manera que las mercancías se venden. De esta forma se impide que bajen los precios de estas mercancías, y por lo tanto que no se desvalorice este capital mercancía. Pero esto ocurre al costo de la desvalorización del capital dinero. Por supuesto, se puede sostener que es preferible una desvalorización por vía de la inflación, que la deflación. Pero lo importante es que la inyección no frena la caída de los valores.

Subrayamos, solo si se reanuda el gasto de plusvalía (esto es, si baja el atesoramiento), habrá una reactivación genuina de la demanda. Por ejemplo, desde el estallido de la crisis en 2007 los bancos centrales han aumentado sus balances al comprar principalmente deuda soberana y deuda de bancos. Según el FMI, estas compras fueron financiadas con expansión de la base monetaria, que aproximadamente se duplicó, en términos de porcentaje del PBI, entre 2007 y 2011. Se ha calculado que hoy habría unos 15 billones de dólares en títulos y préstamos de muy dudosa calidad, en poder de los bancos centrales (Winter, 2012). Se trata de una inmensa masa de capital ficticio, que no tiene contrapartida en la riqueza ni en el capital real, y que por sí misma no ha logrado, ni logrará, sacar a las economías del estancamiento.

En conclusión, el capital ficticio no tiene las propiedades “mágicas” que muchos le asignan. Su incremento no puede sostener por sí mismo la acumulación del capital, ni sustituir la producción de plusvalía. Por eso mismo, las gigantescas masas de “papeluchos” creados desde 2007 no han salvado al modo de producción capitalista.


Textos citados:
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI, tomo III, vol. 7.
Winter, R. (2012): Largest Central Banks Now Hold Over 15 Trillion in Fictius Capital, The Wall Street Examiner, 27 January