15 de marzo de 2016

LA CRISIS DE PODEMOS LO DOMESTICARÁ DEFINITIVAMENTE

Por Marat

En septiembre de 2014 escribí un artículo titulado “Causas de la crisis interna de Podemos”. Entonces muchos de quienes leyeron dicho texto negaron la existencia de la misma, simplemente porque las divisiones y las tensiones no fueron generales en todo el territorio español. 

En el mes de junio de ese año había estallado ya la rebelión de gran parte de los círculos madrileños contra el llamado “equipo técnico” que prepararía la Asamblea de Otoño de Podemos de ese año, y del que se temía, como luego se demostró, que no sería simplemente técnico y que barrería para casa para consolidar una dirección a gusto y a la medida del dirigente máximo de Podemos, Pablo Iglesias. 

El enfrentamiento, que entonces fue una leve escaramuza, tuvo por protagonistas primeros al macho alfa de Podemos y a Juan Carlos Monedero, por un lado, frente a Izquierda Anticapitalista -luego Anticapitalistas, corriente interna de Podemos- y Pablo Echenique, por el otro, el cuál tras la Asamblea de Vistalegre iría reposicionándose a favor  de la mayoría para encontrar su acomodo en las instituciones aragonesas y como máximo dirigente de Podemos Aragón, aunque inicialmente quedó descabalgado del órgano máximo de dirección nacional de Podemos.

Aparecieron ya entonces las primeras escaramuzas locales en lugares como Orense o Barcelona, al igual que Teresa Rodríguez en Andalucía marcaba su feudo particular frente a la dirección nacional, si bien para quienes no estaban dispuestos a admitir la menor quiebra de una ilusión esto no representaba nada o casi nada.

Y sin embargo, la crisis estaba allí, quizás en forma aún latente o embrionaria, como crítica incipiente al modo en que lo que había sido presentado casi como antipartido- movimiento tomaba las peores formas de partido. 

Se decían entonces cosas como que el Protocolo de Validación de los Círculos (el creado para dar marchamo oficial Podemos a los núcleos podemitas que se iban formando) había sido diseñado para atar en corto a las bases por parte del poder naciente de la dirección, controlándolas de este modo de forma plena. Decían los críticos que con dicho Protocolo desaparecía la soberanía de los círculos para sus decisiones en materia de elecciones municipales y autonómicas, que eran las que se aproximaban. 

La Asamblea de Vistalegre marcaría la deriva posterior de una organización absolutamente vertical en la que la “democracia interna” acabaría por ser una expresión sarcástica, como pudo comprobarse después con elecciones amañadas, coacciones a direcciones locales con ideas propias, luego descabezadas, señalamientos a dedo de candidatos que no habían pasado por las cribas de elección interna de las bases, luces de gas en campaña a quienes no eran del gusto del macho alfa, cambios y giros tácticos  programáticos que no habían sido discutidos ni votados por los círculos, ni siquiera por los consejos ciudadanos. 

Alcanzados ciertos niveles de representación en el parlamento europeo, ayuntamientos, Comunidades Autónomas, Diputaciones, Congreso y Senado, veríamos florecer el establecimiento de una nomenklatura, con cargo y sueldo, de amiguetes, parientes, parejas y ex novias así como de lealtades interesadas. 

Pero ni lo anterior ni la incompetencia de las alcaldesas y alcaldes del cambio, ni la pusilanimidad ante la menor presión de la derecha política y mediática, como en el caso de los titiriteros, ni siquiera el caso de la concejala católica besaanillo arzobispal, ni los comportamientos rompehuelgas contra los trabajadores del metro de la señora Colau, ni las jaimatadas de la señora Carmena son más que una pequeña parte de las razones de la crisis de Podemos.

La crisis de Podemos estaba en sus genes y había muchos motivos para que así fuera:
 ● Cuando apostó todo su futuro a la imagen de alguien que, tras salir como logotipo en las papeletas de una convocatoria electoral, se definió así mismo como “macho alfa”.
 ● Cuando asumió su papel de partido fundamentalmente ligado a una “ilusión” de la “gente” antes que a una clase social y a una definición clara de si iba o venía ideológicamente hablando. 
 ● Cuando lo importante era recibir mucha afluencia y convertirse en partido de aluvión y de fans incapaces de mantener una discusión política mínimamente coherente sin salir con la genialidad cortante del debate tipo “¡Podemos!”, “eres un fascista/casta”, “habéis tenido muchos años para hacerlo y no habéis hecho nada” o el ya clásico “vete a defender a tus corruptos”. Que la crítica venga desde una posición a su izquierda, lo que jamás ha pretendido ser Podemos, es lo de menos. La hinchada no piensa. La hinchada recibe consignas y las repite sin pensar en lo que dice. Sólo calla cuando se deprime o cuando sus líderes, tan televisivos ellos, deciden asumir un perfil plano, silencioso y hasta ausente en los casos en los que les vienen mal dadas y la crítica mediática y social les persigue. En esas circunstancias todos ellos, se licúan, casi desaparecen...hasta que pase la tormenta y encuentren señuelos para que se hable de otra cosa.
 ● Cuando no importaba en absoluto de qué trayectorias ideológicas y partidarias venían las nuevas adscripciones al partido (PSOE, IU, UPyD, C´s, PP) ¿Cómo se da consistencia a tal macedonia si no es desde la realidad de arribistas sin principio alguno; eso, los cargos. El resto, los votantes de a pie, desclasados (“gente” sin más) que hasta que no les pilló la crisis disfrutaban de que el capitalismo les permitiese abrevar en su pilón consumista o meramente personas sin formación política alguna ¿Creen ustedes que ese mejunje puede convivir mucho tiempo junto por cínico y carente de valores sólidos que sea?
 ● Cuando no se es ni de izquierdas ni de derechas y se envían mensajes contradictorios como el ¡Bravo Bergoglio! de Pablo Iglesias y el Círculo Podemos de Espiritualidad Progresista, por un lado, y hacer concejala portavoz del Ayuntamiento de Madrid a una señora cuyo mayor mérito como “partisana” (así se define ella intentando insultar a tan bravas mujeres) ha sido sacarse las tetas en una capilla y que cuando se la juzga por ello (algo injusto en un Estado aconfesional) declara que ella ha ido millones de veces a misa porque pertenece a una familia católica. Digo yo que el cinismo ha de tener algún límite hasta para el más amoral.  
 ● Cuando se afirma la “democracia de base”, la “asamblea” como expresión de la misma, la idea de una persona un voto y lo que toca es elevar al trending topic a la figura carismáticamente prefabricada y aceptar toda la verticalidad que éste y su camarilla impongan sobre un partido de fieles; cada vez menos en número y fidelidad, por cierto.
 ● Cuando el cuestionamiento de la más nimia de las voluntades de la neocasta que dirige Podemos significa ser cesado, si se es cargo público, o disuelto el círculo, si éste es colectivamente tan ingenuo de creer en la democracia interna que se niega en cada acto. 
 ● Cuando el asalto a los cielos se acaba al justificar las decisiones de Tsipras de burlarse de la voluntad de los griegos y de aceptar las imposiciones del capital europeo a través de las instituciones de la UE.
 ● Cuando el “empoderamiento de la gente” se plasma en que una concejala chivata de Ahora Madrid, Celia Mayer, denuncia ante la policía a unos titiriteros para eludir cobardemente sus propios errores, culpando de ellos a unos inocentes o en el ponga a un pobre a su mesa de la señora Carmena en Nochebuena, exactamente igual a como hacía antes Ana Botella o en intentar comprar las voluntades de las asociaciones de vecinos poniéndolas a sus pies. 
 ● Cuando la prepotencia, la soberbia y la chulería, forman parte del estilo de la nueva política que ha envejecido tan rápidamente.

Lógicamente toda esa miseria ha acabado por ser crecientemente visible para sectores sociales con sentido crítico o simplemente con criterio personal, ha destapado la tensión entre promesa y realidad, dejando ver la tramoya de la farsa y mostrando que no existía ningún potencial de transformación radical, ni siquiera de regeneración moral al estilo de la burguesía que purga sus pecados mediante la limosna al pobre, sino el más indecente oportunismo de saltimbanquis y pícaros. 

Bajo el pretexto del empoderamiento de la “gente”, ese destilado amorfo sin categoría ni clase social concreta, que huye de toda adscripción porque, como pseudoclase media se avergüenza tanto de lo que cree ser y no es como de lo que en realidad es, se conjuró la más variada concurrencia de pillos que pudieran juntarse para el común objetivo de medrar en medio de una grave crisis moral de identidad. Todos ellos estaban dirigidos por un bufón y en cada sección o fracción de rufianes dominaba un granuja que los organizaba en grupo. Seres mediocres colocados en el lugar adecuado, cantamañanas, según ellos “preparaos”, pero para dar el golpe de su vida, aventureros de la pequeña burguesía, escritorzuelos de seleccionados medios de la pseudoradicalidad, “espabilaos” de partidos en horas bajas, pensadores de la nada ante su última oportunidad, perroflautas reconvertidos en asesores, viejas glorias recuperadas como pantallas “bonachonas” que tapasen las miserias de los marrulleros y mediocres que se escondían tras ellas, porteadores de carteras de catedráticos que vieron compensados sus esfuerzos, pijas que jamás osaron meterse en líos hasta que coincidieron en los pasillos con ellos y vieron cómo sacarles réditos oportunistas, funcionarios desclasados en busca de un ascenso que de otro modo no llegaría. Éste era y es el mundo podemita. Con todos ellos formó Pablo Iglesias su "sociedad de intereses mutuos" con ambiciones de colocarse o ya colocados en las instituciones del Estado burgués, intentando emular, en muchos casos, como nueva generación, los logros alcanzados por sus papás y el objetivo de vivir a costa de los ilusos sectores populares que les habían llevado hasta allí.

En el momento de hacerse las listas electorales a las municipales y las autonómicas se vio cómo aquella frase de algún dirigente podemita -"Podemos no es un partido, es un estado de ánimo”- adquiría un significado distinto. Acomodar tantos “qué hay de lo mío”, por encima de otros con más méritos, capacidades o preferencias de las bases o simplemente de trepas menos hábiles, cuadrar alianzas poliédricas territoriales con otros partidos, grupos, listas, etc. tuvo como consecuencia “estados de ánimo” crispados. Así, las denuncias de pucherazos y escándalos producidos en las elecciones online de los Consejos Ciudadanos Estatal, Regionales y Locales se reproducirían en la confección de las listas y en el orden de las mismas, del mismo modo que dichos escándalos se repetirían en las listas electorales de todas alas convocatorias a las que se presentó este partido tras las impolutas europeas.

Las heridas nunca se cierran del todo. Por el contrario, se acumulan y se devuelven, ya sea mediante filtraciones anónimas desde el interior de las organizaciones, ya sea mediante el choque de las facciones internas. A veces son sólo escaramuzas y celadas, otras guerras internas abiertas y declaradas. 

Todo ese magma llevaba en sí enormes contradicciones que habrían de explotar. Contradicciones entre lo que decían ser y lo que eran, entre lo prometido y lo cumplido, entre su discurso de “radicalismo” democrático-burgués y su compincheo con el viejo orden existente, entre la regeneración que prometían y el vicio que llevaban en sus venas.

Y todo ello estalló cuando, tras no haber asaltado ningún cielo, ni habérselo propuesto realmente en ningún momento, descubrieron que ni eran tan listos como creían ni tan deseados como querían. Conformarse con el tercer puesto es una enorme bofetada para quien cree poder dar lecciones al mundo mundial y descubrir el Mediterráneo en una sopa de sobre.  

La segunda fase de la crisis interna podemita ha llegado cuando este partido hubo de afrontar un resultado en las urnas mucho menos exitoso de lo que realmente esperaba, por supuesto mucho más menguado de lo habían prometido a su público. 

Una parte de ellos había llegado a soñar que ganarían las elecciones. Lo cierto es que según las urnas les bajaban los humos ajustaban sus pretensiones, sus programas y sus proyectos políticos.

La realidad es que se fueron conformando con hacer su “proceso constituyente”, después “segunda transición” por etapas, proyectando superar al PSOE, en la mecánica imitación de una  Szyriza que en el primer intento arrinconó al PASOK y en el segundo derrotó a Nueva Democracia. Ignoraban que el PSOE no era Syriza porque, como partido, tenía un recorrido histórico mucho más largo que el griego y hundía sus raíces de un modo más profundo en la memoria colectiva y en los hábitos repetidos mecánica e irreflexivamente como tradición de generación en generación en el país.

Por supuesto desconocían también la raigambre del pensamiento reaccionario y de la mentalidad por inercia obediente en la que se asienta la caverna política española que explica la resistencia del PP por encima de las grandes bellaquerías de nuestra derecha eterna.  

Esto sin olvidar que sólo la más profunda desesperación y desarticulación social puede explicar que un neorreformismo vestido de pseudoradicalidad desplace al viejo reformismo ya antiguamente empotrado en los partidos sistémicos del capitalismo griego.  
El resultado es que se convirtieron en los terceros de la carrera electoral y hubieran sido los cuartos de no mediar una alianza con sectores de Cataluña, Valencia y Galicia; alianza que ya se resiente con un Compromís que empieza a huir del compromiso postelectoral en el Congreso y unos partidos instrumentales propiciados por Colau y Beiras que pronto pueden reducirlos a la nada en sus correspondientes territorios o canibalizarlos dentro de sus proyectos de partidos instrumentales. 

Ignoraban demasiado estos po-li-tó-lo-gos (una de las palabras recientemente incorporadas al diccionario de la petulancia castellana) “preparaos”

El caso es que intentaron consolarse con el “nos hemos quedado a 300.000 votos del PSOE”, contando como propias todas sus alianzas regionales que ya se les vuelven lanzas. 

La realidad tenía otro color si se consideraba que la distancia en términos de diputados con el partido al que realmente pretendieron “sorpassar” era de 21 diputados y que, en términos de mayorías en la concepción de la representación dentro del parlamentarismo burgués, eso implicaba la inevitable subordinación de un partido del sistema (Podemos) a otro partido del sistema (PSOE) a la hora de plantearse posibles alianzas. 

La realidad es que el PSOE había tenido el peor resultado de su historia electoral desde 1977 pero no se había hundido y que Podemos se había quedado, con todas sus alianzas muy por detrás de sus pretensiones. 

Y peor aún, aunque la implicación de esto último no lo pudiera admitir Podemos públicamente: para poder desplazar del Gobierno al PP, el PSOE estaba abocado a establecer alianzas de geometría variable con todos los demás grupos de la cámara menos con el PP; lo que disminuía mucho el protagonismo del partido morado, por mucho que fuese el que aportaba más diputados a dicha alianza tras el propio PSOE. 

¿Qué le quedaba a Podemos en este marco, en el que las presiones del capital a través de la opinión publicada iban a insistir en la necesidad de formar rápidamente gobierno y de evitar la repetición de nuevas elecciones? ¿Qué creen ustedes? 

Evidentemente evitar que esas elecciones se produjesen, algo que no parece beneficiar a nadie, al menos en primera instancia, y que de producirse por la falta de “sentido de Estado”, atributo con el que Iglesias llevaba meses queriéndose investir para darse aura de respetabilidad burguesa, bien pudiera ocurrir que Podemos, en lugar de subir ,bajase. 

Atrás quedaron los enunciados sobre la “crisis de régimen”, que es evidente que no, porque existiendo una crisis de representación del sistema de partidos no afecta apenas ni a la monarquía (salvo en algún delirio republicano), ni a la valoración del orden constitucional, ni al orden jurídico y moral que sustenta al capitalismo ni, por supuesto, al imaginario colectivo respecto a lo que había significado la transición española. Fuera de una minoría, en la población española, y más allá de siglas, el trauma aún latente de una guerra civil guarda la viña del conservadurismo político de la sociedad española. De ahí que Iglesias abandonase el llamamiento “constituyente” para reclamar una “segunda transición”. 

Hay algo paradójico en la actitud de Podemos respecto a un partido como Ciudadanos en la precampaña y campaña y, en particular, de Iglesias y Rivera, aquellos coqueteos, aquellos gustarse ambos tanto en el programa Salvados y los posteriores rechazos “radicales” de uno y otro dirigentes para aceptarse como partenaires simultáneas del PSOE, siendo que ninguno de ellos pone en cuestión el sistema capitalista, ni la monarquía, ni cuestiones centrales de la Constitución, salvo algunas modificaciones al Título VIII por parte de Podemos y PSOE. 

Verán ustedes como el derecho de autodeterminación que Podemos pide con la boca cada vez más pequeña, y la derogación del artículo 135, acaban teniendo una “solución” menos “conflictiva”

En ese contexto la autopostulación de Iglesias como vicediós en un gobierno en el que Sánchez sería Presidente “por obra y gracia” de Iglesias, así como la predesignación de los ministerios, ministros podemitas previamente nombrados por el vicediós, y entes de poder seleccionados, entre ellos el CNI,RTVE y el CIS- lo que parecía sugerir cierta obsesión totalitaria por el control- no eran otra cosa que la bufonada matonesca de un pobre chulo político intentando poner en valor sus 69 diputados pero sin la elegancia de saber cómo presentar los toma y daca dentro de un escenario infinitamente más sutil que posee sus propias reglas ya establecidas en el ámbito del cortejo burgués y que incluye el protagonismo de lo programático, al menos en apariencia, sobre el asunto de los sillones.   
Podemos aparecía así, salvo para los más fieles entre lo fieles como aspirante a nuevo rico que cree tener el número de la lotería premiado, sin haber comprobado muy bien la cuantía del premio, y que, por tanto, carece de modales. 

Paradójicamente atrás habían quedado las líneas rojas para no haber siquiera líneas ni, si me apuran, cuestiones que tratar que no fueran el qué hay de lo mío de los emergentes.   

Para que Pedro Sánchez pueda conformar su gobierno de “cambio” o de modificaciones  -veremos que los acuerdos incipientes para retiradas de leyes aprobadas por el PP consistirán, si el PSOE forma gobierno, no en legislación radicalmente distinta sino más bien en retoques suavizados de las anteriores- necesita integrar de uno u otro modo en su proyecto a la práctica totalidad de la cámara, excepto al PP, bien sea con apoyos en Mayo a su investidura, bien sea con abstenciones, de tal manera que el conjunto implicado sume más que las alianzas del PP, siempre que finalmente no se produzcan nuevas elecciones y se trastoque poco o mucho el resultado de las últimas. En ese caso, la posición y la opción de pactos de Ciudadanos podría variar en función de dicho resultado y de cómo le afecte a este partido. 

De las dos principales alianzas que necesita Pedro Sánchez, Podemos y Ciudadanos, lo que se dirimía en los dos primeros intentos de investidura era cuál de ellos iba a adquirir  el estatus de socio preferido y cuál de socio secundario. 

Lo cierto es que para lograr ese objetivo Sánchez no podía reunir en la misma mesa al conjunto de los partidos y coaliciones electorales que necesitaba y dentro de ello, no podía particularmente juntar a la vez a Ciudadanos y a Podemos y ello por dos razones:
 ● Sentar a su lado a ambos partidos hubiera plasmado fotográficamente la imagen de que el PSOE era el “primus inter pares”, algo a lo que tanto Podemos como Ciudadanos se negaban, exigiendo cada uno su completa paridad con el PSOE porque su número de escaños le hacía especialmente necesario, por encima de otros partidos y coaliciones. Podemos sí podía ir, en cambio, a la mesa a 4 (PSOE, ellos, Compromís e IU) porque los valencianos y los de Garzón reforzaban la imagen de desproporción entre el partido morado y todo lo que no fueran ellos a la hora de negociar con el PSOE. Ambos partidos en dicha negociación, cuando la mesa se reunió con todos sus componentes, mostraron cierta subordinación con Podemos, que se debilitaría posteriormente al romperse la posibilidad negociadora cuando el PSOE decidió hablar aparte con Ciudadanos, presionando a su vez a Podemos con este diálogo particular.
 ● Podemos y Ciudadanos no podían permitirse reforzar la imprecisa sensación entre parte del electorado de que ambas no son formaciones tan distintas como aparentan -el protagonismo de su discurso regeneracionista y las estupendas relaciones entre sus líderes máximos en precampaña y campaña, tratando de transmitir la imagen de un “bipartidismo alternativo”, que no funcionó por falta de votos suficientes, al del PP y PSOE, reforzaron esta impresión-. Haber mantenido esa imagen habría relativizado su capacidad de presión a la hora de negociar con el PSOE, al tener más difícil justificar la reclamación de sus pesos respectivos en la negociación de forma que no fuese la burda demanda de cuotas de poder en un hipotético “gobierno de cambio”. Muchos votantes del PSOE y de Podemos difícilmente hubieran asumido que la falta de acuerdos por repartos de Poder permitiesen que Rajoy volviese a gobernar. Para esta base electoral hay una presuposición mágica de que el peor acuerdo “de cambio” es mejor que el mejor acuerdo para un gobierno del PP, psicología básica que el PSOE conoce muy bien y que Sánchez ha esgrimido para presionar a Podemos a unirse, a la vez que Ciudadanos, a su propuesta de gobierno.  

El PSOE maquiavélicamente sabía que, si no podía reunir a ambos partidos en un a misma mesa, la opción de reunirse primero con Ciudadanos era menos mala que la de hacerlo primero con Podemos, a pesar de que pueda dar la sensación contraria, dada el fracaso de los dos primeros intentos de investidura de Sánchez en parte, sólo en parte, propiciada por este movimiento. 

En primer lugar, la situación de Sánchez se ha consolidado dentro de su partido, cuestión importante. 

En segundo, la presentación de su candidatura en el Congreso evidenciaba aún más la parálisis del PP y la inacción en particular de Rajoy. 

En tercero ganaba tiempo al acordar primero con Ciudadanos para, a su vez, dárselo a Podemos, a fin de que este partido pudiese ir haciendo digerible a sus bases y a parte de sus electores que su partido entrase en una terna con otro partido al que hasta hacía bien poco los dirigentes morados habían acusado de ser una opción del IBEX 35. 

Para este objetivo era decisivo que fuese cuajando la sensación de desgobierno durante un largo período, y la amenaza de unas nuevas elecciones con resultados que pudieran ser similares, con la consiguiente perpetuación de la misma situación o de una alianza final que el PSOE había rechazado, de gobierno con el PP. O incluso otra poco probable pero posible tras unas nuevas elecciones: un pacto PP-Ciudadanos que éste partido justificaría como una salida patriótica a una situación de bloqueo pero que le unciría con efectos muy graves para sí a un grupo político enterrado por múltiples juicios de casos por corrupción.

Las tensiones que últimamente estamos viendo en Podemos tienen más que ver con las dificultades de gestión de los tiempos para la entrada en el mismo redil que Ciudadanos.   Precisamente es Íñigo Errejón quien más insistido en la cuestión de la “ventana de oportunidad” dentro la estrategia política de Podemos; estrategia que, con el tiempo, se ha mostrado mero oportunismo tacticista por sus cambiantes zigzgueos desde su origen hasta el día de hoy.

La ventana de oportunidad de la que habla Errejón tiene mucho que ver con los tiempos y su manejo.

En el manejo de los tiempos, tan importante en los procesos de negociación, la calma es una cuestión fundamental, como también lo es no perder en ningún momento de vista el análisis de la situación y de sus menores cambios, viendo fríamente el significado de estos, en qué modo afecta a la posición que se ocupa en cada instante dentro de la correlación de fuerzas políticas y sabiendo distinguir muy bien la diferencia entre apariencia y realidad en el movimiento de piezas dentro del tablero político que se produce en cada circunstancia. 

No es muy usual que los líderes carismáticos, o las imitaciones de tal cosa, sean capaces de mantener esa mente analítica en toda situación. 

Muy menudo, ese tipo de liderazgo va unido a una personalidad fuertemente narcisista que, cuando se patologiza por exceso de adulación y de culto a la personalidad, deriva en pérdida de contacto con la realidad y en comportamientos grotescos. 

Estoy hablando de Pablo Iglesias. En una entrevista con otro rey del ego y de la banalidad con pretensiones, el “cuñao” Risto Meijide, el secretario general de Podemos, seguramente queriéndose adaptarse a la falsa intimidad que da el chester, confiesa a su interlocutor en relación con su sobreexposición a los medios: 

“Me siento como una mujer guapa que entra al bar y se encuentra rodeada de babosos”  

Creo innecesario comentar la frase, ya que revela bien la patología del personaje. 

¿Qué decir de su antigua autodefinición como macho alfa, su ya aludida autoproposición como vicediós (vicepresidente dice él) de un gobierno de Sánchez o de la exhibición televisiva del beso con Xavier Domènech en el Parlamento. Fuera de que a De Guindos se le pusieran los ojos cuadrados ante la escena, el contínuo recurso a la cantinflada representa la ostentación como virtud de un ego enfermizo. 

Cuando el ego enferma hasta donde lo ha hecho el de Iglesias, los nervios se descontrolan ante lo que puede llegar a interpretarse no tanto como desprecio y agresión a la organización que se lidera, como al propio liderazgo y a su persona. 

Los políticos de temperamento sanguíneo -no sangriento, que es algo muy distinto- son expansivos, emocionales antes que reflexivos, excesivamente locuaces y muy influenciables por el entorno, aunque también grandes embacuadores. En cambio tienen tremendos estallidos de ira, son poco planificadores y se proyectan mucho en los demás; lo que en ocasiones coincide con una cierta tendencia a la paranoia. Confunde frecuentemente los intereses colectivos con los propios.

Y ahí tenemos lo de la “cal viva” de los GAL y Felipe González de Presidente por entonces que, con ser absolutamente cierto no parecía excesivamente oportuno y sutil si lo que quieres es que te nombren vicepresidente en un gobierno del mismo partido, por mucho que luego le mandes un tuit a Pedro Sánchez con beso incluido y le recuerdes la empalagosa “genialidad” de Monedero de que “Podemos es una fábrica de amor”. Histrión sobreactuado de entrada y patético clown de salida. A los partidarios del “Sálvame”  político de La Sexta les encantará ese tipo de payasadas. A los demás no. 

Sugiero se fijen en este vídeo en la cara de Íñigo Errejón cuando Pablo Iglesias alude al citado asunto de la cal viva. Habla por sí misma.


Los esfuerzos de Errejón de presentar un Podemos de “la gente normal”, al estilo de su proyección de imagen como político modosito y yerno perfecto, se los desbarata un Iglesias absolutamente descontrolado que, como toro herido por el puyazo, se le va la pinza y arremete furioso y con la cabeza baja. 

Nadie se equivoque. No estamos ante dos almas de Podemos, una más moderada (Errejón, Bescansa) y otra más radical (Iglesias, Pascual, Izquierda Anticapitalista) o ante tres corrientes ideológicas confrontadas, ni siquiera ante proyectos diferenciados dentro de un mismo partido. Todos ellos son lo mismo. Un grupo de oportunistas, con un programa que en lo económico empezó siendo socialdemócrata y ya apenas es tímidamente keynesiano, todo ello envuelto en un populismo transideológico.  

Sí cabe hablarse de un mismo círculo de poder original dentro de Podemos, el de Contrapoder de la Complutense al que fueron enganchándose colaboradores habituales de La Tuerka, Fort Apache o la Fundación de Estudios Políticos y Sociales (CEPS) -ha cerrado su servidor web sin dar explicaciones- empleada para establecer contactos y hacer negocietes. A todos ellos se unió Izquierda Anticapitalista como espina dorsal organizativa y territorial inicial de la base militante de Podemos en un primer momento. 

Quien busque diferencias ideológicas estará cogiendo el rábano por las hojas. El populista laclaudiano Errejón había sido muy próximo a Izquierda Anticapitalista y esta organización siempre se consideró a sí misma como seguidora de un trotskismo light. 

El sector último que arribó en Podemos, el proveniente de Izquierda Unida (los propios Monedero e Iglesias pertenecieron a dicha organización. Monedero fue muchos años antes de las Juventudes Socialistas cuando estudiaba Ciencias Políticas) lo ha ido haciendo más como una suma de individualidades a la búsqueda de un sustento mejor, que como un colectivo homogéneo, aunque haya coordinado en gran medida sus pasos, y llega también desde una organización socialdemócrata. 

La bronca que ha estallado en el Consejo Ciudadano de Podemos de Madrid región, después de 5 gestoras regionales en otros territorios, tiene mucho de problemas heredados de origen -afiliación de aluvión, falta de ideología definida, oligarquización, falta de democracia interna, cesarismo caudillista en el liderazgo, enfrentamientos por cuotas de poder personal y, en el último período, y producto de haber fracasado el objetivo de “sorpasso” al PSOE, modo de gestionar los acercamientos al mismo, ritmo y forma de concretar su compromiso -facilitar el gobierno a Sánchez no se discute, salvo por el sector de Anticapitalistas y más como órdago que como intención real- con un gobierno de cambio y de progreso. 

Me atrevo a decir que íntimamente se asume también que Sánchez cuente tanto con Podemos como con Ciudadanos, por mucho aspaviento que ambos partidos escenifiquen en sentido contrario. El problema es de a quién de ellos considerará el PSOE su socio mayoritario porque ello, en el gobierno o fuera de él pero con apoyos programáticos, significa cuotas de “poder”

A Podemos ya le ha llegado el mensaje. Se lo ha mandado Público, su primera sede y boletín oficial, con su encuesta del 3 de Marzo en la que afirmaba que de repetirse las elecciones, una coalición en la que Ciudadanos se acercaría mucho a Podemos y PP estaría a un escaño de la mayoría absoluta, mientras Podemos seguiría estancado sin superar al PSOE, aunque éste descendiese en escaños. Hay que señalar que esta encuesta fue hecha y publicada antes de la bronca de las dimisiones en el Cosejo Ciudadano de la Región de Madrid. 

Que para Podemos podría comenzar a pintar bastos, y a cerrarse la errejoniana ventana de oportunidad si no andan listos, se lo han confirmado después El País, ABC y La Razón (que pertenece al mismo grupo editorial que La Sexta). Y sí, las encuestas, independientemente de qué medios las encarguen y difundan, tienen la función no sólo de reproducir una cierta intención de voto en un momento determinado, sino también de orientar esa misma intención (en la dirección de voto útil) y de condicionar los comportamientos de los dirigentes políticos. 

Pero curiosamente en esas encuestas coinciden en que Podemos puede verse perjudicado en una nueva situación tanto un medio proPodemos como las de los que dicen ser antiPodemos (significativo cómo La Razón salió hace días defendiendo al partido morado frente a los ataques y el intento de destruirlo por parte del PSOE, según el periódico que dirige Marhuenda). 

Cuando esto sucede cabe extraer las siguientes conclusiones. 
 1. Las payasadas de Podemos y sus socios en la constitución de las cámaras y los exabruptos de Pablo Iglesias en el debate de investidura de Pedro Sánchez no han gustado a una parte de sus votantes, previsiblemente a un sector de los más tradicionales proveniente del PSOE. 
 2. Podemos pierde fuelle, aunque sea momentáneamente, y el capital da ya por más que amortizado al PP y a Rajoy y necesita caballos de refresco, que bien pueden ser esos partidos del cambio (PSOE, Podemos, Ciudadanos) con dirigentes jóvenes y que parecen no tener pasado. 
 3. Viene una segunda fase dura de la crisis capitalista y Bruselas exige nuevos recortes. 
 4. El PP no está en condiciones, con la madre de todas las corrupciones, saliéndole precisamente ahora, a la vez por todos los poros mediáticos, los más confrontados y los más amigos, para dirigir una nueva vuelta de tuerca sobre la clase trabajadora. ¿Qué mejor que una operación de recambio? Y si para hacerlo más rápido, hay que insuflar un poco de realismo en el entorno podemita, se insufla. 

Pero nadie se equivoque, la crisis no se la ha creado nadie a Podemos. Es suya. Nadie se ha inventado 10 dimisiones, muchas de ellas de diputados y de dirigentes que también lo son a nivel nacional. 

De hecho, el secretario general de Podemos en la Comunidad de Madrid, Luis Alegre, ha reconocido que el principal problema del impacto de las citadas dimisiones tiene su origen en filtraciones internas realizadas por militantes de la formación morada. 

La respuesta de otros dirigentes de acusar a agentes externos a Podemos (PSOE, medios de comunicación) es la respuesta típica de los partidos políticos que creen que la transparencia debe acabar cuando empiezan las malas noticias y que se comporta de un modo paranoico inventando enemigos externos para negar los conflictos internos. 

Simplemente se le ha dado aire, en medios amigos y enemigos, y el objetivo no es destruirla. Por lo mismo ningún medio ha hablado, de momento, de que ha habido un intento, hasta el momento frenado, de dimisiones también en bloque en el Consejo Ciudadano Municipal de Madrid capital, el que dirige el mediocre arribista y sujeto sin escrúpulos Jesús Montero, esbirro de la familia Botín. ¿Por qué se ha callado esto último? Porque se trata de disciplinar a estos chicos, de hacerles entrar rápidamente en razón, no de destruir un juguete que tan bien les ha venido como refresco del sistema político burgués. 

Pero cuidado porque los que han amagado con dimitir dentro del Consejo Ciudadano Municipal de Madrid podrían hacerlo a la vuelta de la Semana Santa y sus motivos podrían ser más incuestionables, dado que esgrimen como argumentos su decepción y sentimiento de haber sido engañados respecto a los proyectos de cambio de Ahora Madrid desde el Ayuntamiento de la capital de España, cosa que algunos ya dijimos desde el minuto 1 de la toma de posesión de Manuela Carmena que sucedería.

Hecho este último paréntesis, creo que los podemitas ya han entendido el mensaje. De momento, han ensayado con el PSOE ir juntos en diversas votaciones en el Parlamento y ¡oh sorpresa!, los ruidos mediáticos sobre la crisis de Podemos han acabado. Sospecho que esta fase de la crisis podemita no ha terminado en absoluto, hasta que todo el partido tome una misma decisión respecto a los pactos. Un par de encuestas más y tras estas vacaciones de Semana Santa los penitentes morados volverán mucho más “calmados, dialogantes y sensatos”, tanto que habrá abrazo del reformismo para una “segunda transición”, dentro del orden que forjaron los pactos del 78, claro está, aunque con ligeros retoques de maquillaje “empoderado”. ¡Ah, y por el resultado de la cyberconsulta de la dirección podemita a sus bases sobre los pactos no se preocupen! ¿Cuándo ha sido eso un problema en Podemos?

11 de marzo de 2016

A VUELTAS CON LA CUESTIÓN DE MUJER Y CLASE

Mariola García Pedrajas
Agenda Roja

Recientemente me encontré un programa de radio donde una feminista negra estadounidense intentaba explicar a las feministas blancas de clases más privilegiadas que había muchas realidades. Criticaba que las feministas blancas tienden a pensar que en la discriminación de la mujer no hay más realidad que la suya, y no tienen en cuenta esas diversas realidades a la hora de organizar la lucha. Las palabras de esta mujer a pesar del tono de crítica parecían resumirse en un llamamiento a romper lo que ella llamaba las barreras sicológicas que separan a las mujeres de distintas clases sociales y razas.

En su texto "Feminism and class power" (1) la también feminista estadounidense Bell Hooks hace la siguiente apreciación:

Aquellas mujeres que se unieron a grupos feministas compuestos de mujeres de diversas clases sociales fueron las primeras en darse cuenta que la visión de una hermandad donde todas las mujeres se unieran para luchar contra el patriarcado no podía materializarse hasta que no se tratara la cuestión de clase.

De nuevo nos encontramos ante la misma idea, que es posible un movimiento que una los intereses de las mujeres de todas las clases sociales, una hermandad de todas las mujeres (“sisterhood”), que se trata de discutir el tema e integrar esos diversos intereses en la lucha. Es interesante destacar que en el resto de este extenso texto Bell Hooks se dedica a mostrar como las mujeres de clase trabajadora se sintieron “traicionadas” por el movimiento feminista, que fue usado básicamente por mujeres que buscaban incrementar su estatus y poder dentro de su clase y aquellas que iban accediendo a privilegios de “clase media” dentro del orden social existente.

Yo por el contrario no hablaría en absoluto de “traición” sino de la evolución natural y absolutamente esperable de un movimiento que se articula de esta manera buscando la hermandad de todas las mujeres.

En la estructura de clases lo que separa a unas mujeres de otras no es una cuestión psicológica relacionada con el hecho de que las privilegiadas no aceptan que existe una realidad distinta a la suya y que hay que integrar también en la lucha. Lo que las separa es la realidad de las condiciones materiales de la existencia. Por mucho que las mujeres que disfrutan de privilegios de clase acepten la realidad de las explotadas, integrar la lucha contra la explotación de clase en el movimiento significaría aceptar ir contra sus privilegios de clase. Es pueril pensar que van a hacer eso. Casi diría que eso es pedirles demasiado, su lucha está dirigida de manera natural a poder disfrutar de sus privilegios de clase al mismo nivel que los hombres de su clase, no precisamente a renunciar a dichos privilegios.

Además, tenemos que tener en cuenta algo que parece que hemos olvidado, eso que se llama correlación de fuerzas. No sé cómo podemos pensar que antes de hacer ningún trabajo duro de fortalecernos como clase, podemos llegar a un movimiento conformado por mujeres de clases que disfrutan de bastante más poder que la nuestra dentro del sistema, e influenciarlo para que su lucha tenga un impacto determinante para los intereses de la mujer de clase trabajadora. Así que vuelvo a insistir, estos movimientos que se comportan básicamente como lobbies de defensa de los intereses de las mujeres de clases privilegiadas no son el resultado de ninguna “traición” a la mujer de clase trabajadora por parte de unas cuantas traidoras, sino el resultado más que esperable de la dirección que tomó el movimiento feminista.

Curiosamente, habrá que buscar sus causas, mientras más pruebas hay de que el feminismo que pretende integrar a todas las mujeres está al servicio primariamente de aquellas que disfrutan de privilegios de clase, más hegemónico se hace, penetrando con fuerza en lo poco que queda de los espacios con conciencia de clase. De hecho, el feminismo que se considera hoy en día a sí mismo más avanzado y radical, y que es por lo tanto el que tiene más posibilidades de penetrar en dichos espacios, es el que más pone el énfasis en organizar la lucha en torno al género, por encima de cualquier otra consideración

Un elemento clave para que penetre esta forma de articular la lucha feminista incluso en espacios que se declaran marxistas es la teoría del patriarcado. ¿Por qué en este aspecto concreto debemos olvidar la centralidad de la clase trabajadora y a pesar de ello seguir reclamándonos marxistas? Pues porque al parecer hay un sistema de opresión de la mujer, el patriarcado, que afecta a las mujeres de manera tan opresiva y determinante que como marxistas hemos de entender que todas las mujeres, independiente de su clase social, tienen el potencial de unirse para luchar contra ese statu quo existente y por una transformación tan profunda de la estructura social que minará también la estructura de clases.

Evidentemente no hay la más mínima prueba de que esto sea cierto, de que mujeres que disfrutan de privilegios de clase, ni siquiera las de “clase media”, en su interés por luchar contra el “patriarcado” dirijan la lucha, ni la hayan dirigido nunca, hacía un cambio social profundo que cuestione la estructura de clases. Mientras que hay pruebas abundantes de lo contrario, de que han convertido su lucha en algo perfectamente compatible con la estructura de clases sociales.

A pesar de esta realidad tan patente, la teoría del patriarcado intenta convencer a las mujeres que forman parte de los espacios de clase trabajadora de que sigan apoyando esta forma “interclasista” de organizar la lucha feminista. Para ello, la visión que se esfuerza en darnos de la realidad social hace absolutamente imposible ningún tipo de solidaridad de clase entre sexos, ni la posibilidad de trabajar por ella siquiera, mientras que presenta a todas la mujeres como hermanadas por idéntica opresión. La “sisterhood” de la que hablan las feministas anglosajonas que son las que han parido este feminismo.

En ese esfuerzo para que todas nos sintamos hermanadas, y convencernos pues de que la solidaridad primera, principal y permanente ha de ser de género, la teoría del patriarcado nos presenta una relación entre sexos básicamente inalterada desde el inicio de la humanidad, en la que apenas admite evolución alguna. Efecto colateral, la lucha por la construcción de sociedades igualitarias no es realmente posible bajo esta teoría. Me referiré a esto más adelante.

La influencia tan negativa, para la lucha por la igualdad y contra la explotación desde una perspectiva de mujer de clase trabajadora, que ha tomado el movimiento así dirigido se me hace evidente en el propio texto de Bell Hooks(1) al que hacía referencia y en otros de sus escritos. Siguiendo su exhaustivo análisis solo se puede concluir que las mujeres de las clases explotadoras no pueden ser nunca las aliadas de las mujeres de las clases explotadas, y que en el feminismo que así se articula no hay tal alianza sino que está al servicio de las mujeres privilegiadas. Sin embargo, la autora está tan imbuida de esta teoría del patriarcado que no tiene otro destino posible que el feminismo de la separación, que no parece estar dispuesta a explorar la búsqueda de alianzas que no sean las exclusivamente de género. Si seguimos esta línea de pensamiento, parece que las opciones de la lucha feminista de clase se restringen o bien a unirse a una lucha interclasista, de la que ella misma aporta pruebas aplastantes en contra, o al más absoluto de los aislamientos, siendo absolutamente imposible integrarla en el movimiento más amplio de clase trabajadora.

Lo cierto es que debemos ser cautas a la hora de adoptar y propagar términos que se ponen de moda, y preguntarnos si reflejan la realidad que queremos transformar mejor que aquellos que hemos venido utilizando como machismo o sexismo, generadores de discriminación, violencia y desigualdad. Básicamente lo que tenemos en la sociedad son sentimientos de supremacía masculina que en su forma más agresiva cuando se sienten cuestionados dan lugar a la violencia machista. Pero ya no hablamos mucho de eso, ahora la palabra clave que te hace estar en lo nuevo es “patriarcado”. ¿Estamos reflejando con ello mejor la realidad social? Yo diría que al contrario. Se trata de un término que al no reflejar ninguna realidad objetiva claramente evidente de la sociedad actual, se convierte en algo tan etéreo y vacío de contenido que cada una, y cada uno, lo mete literalmente donde bien le parece creando más confusión que otra cosa. Quienes lo usan no nos aclaran gran cosa de qué están hablando y a que realidad específica se refieren. Esa misma ambigüedad ya debería danos que pensar. Como bromea una amiga, meten lo del patriarcado en todos lados y con tan poca aclaración que no ha conseguido identificar lo que es, pero que por el tono general entiende que debe ser algo muy chungo.

Asisto a la popularización del término patriarcado de igual manera que asistí a la de términos como ciudadanía y ciudadano, y como entonces soy plenamente consciente de que el proceso se está dando. Hace unos días en una revista cultural me encontré no menos de tres artículos de “denuncia del patriarcado” anunciado el tema ya desde el propio título de los artículos. Se trata de una de esas revistas culturales que entiende muy bien cuáles son los límites seguros de la crítica, que adopta posturas que puedan considerarse más o menos novedosas pero sólo cuando ya están lo suficientemente aceptadas como para no resultar polémicas. Me quedé pensando que si por ahí anda ya la popularización del término patriarcado ya mismo se nos hace primo hermano de la ciudadanía y los ciudadanos.

Algunas de los argumentos que se esgrimen continuamente por parte de los adeptos a la teoría del patriarcado dentro del movimiento de clase para justificar que en la cuestión feminista incluso éste (el movimiento de clase) ponga todo el énfasis en la solidaridad de género y no en la centralidad de la clase trabajadora, en mi opinión no resisten el más mínimo análisis. Tomemos por ejemplo el argumento de que no podemos aplazar la lucha “contra el patriarcado” hasta que se produzca una supuesta futura revolución socialista.

En primer lugar, ¿quién está hablando de dejar ninguna lucha por la igualdad (esa es la lucha, ¿no?) hasta que llegue la revolución socialista? Por supuesto que no vamos a dejar de trabajar por la construcción de sociedades igualitarias hasta que se dé una futura revolución socialista. Esa es una parte muy importante de nuestra lucha revolucionaria en el aquí y el ahora. Y contribuiremos a ella en todo lo que podamos. Tanto luchando contra los sentimientos de supremacía masculina dentro del propio movimiento que se dice revolucionario, como en las propuestas de lucha social que éste haga. Lo que sí tenemos claro es que los problemas colectivos de la mujer de nuestra clase solo se podrán resolver de manera adecuada con las soluciones colectivas de una sociedad socialista. Pero eso es algo muy distinto a afirmar que pretendemos aplazar toda lucha por la igualdad hasta que llegue la revolución socialista.

Por ejemplo, ¿fue la lucha de los comunistas sudafricanos contra el racismo menos decidida que la de aquellos que pretendían que el problema del Apartheid era únicamente racial? Yo diría que al contrario, fueron un ejemplo de lucha contra las ideas de supremacía blanca dentro del propio movimiento, a la vez que de sacrificio en la lucha para acabar con el Apartheid. Nelson Mandela mostró su admiración por los comunistas sudafricanos y afirmaba que no se unió a ellos porque consideraba que en Sudáfrica el problema era básicamente racial y no de clase.

Sudáfrica, de hecho, ilustra perfectamente lo que ocurre cuando movimientos como estos acaban en manos de quienes niegan el componente de clase como Nelson Mandela. De quienes dejan completamente fuera del análisis el hecho de que el racismo tiene mucho que ver con la deshumanización de una raza por parte de colonos europeos blancos creando una estructura de pensamiento que allana el camino a la explotación brutal a la que es sometida. Tras la victoria contra el Apartheid, al negarse el componente de explotación de clase nada se hizo por cambiar las estructuras económicas, y hoy en día la inmensa mayoría de la población negra sigue siendo pobre. Este “olvido” de que estamos ante una lucha de clases nos lleva directamente a la matanza de Marikana, donde mineros negros en huelga fueron masacrados con impunidad por la policía(2), bajo el gobierno del Congreso Nacional Africano. Esas minas que al igual que ocurría bajo el gobierno racista blanco se siguen explotando para beneficio del capital transnacional y con la explotación de la mano de obra negra.

Pongo otro ejemplo para seguir ilustrando lo que quiero decir. Estos días veía una película china, Tierra amarilla, ambientada en 1939 en una provincia del centro del país en que la población sufría unas condiciones de vida muy duras. Dirán qué mujer más frívola esta que basa su argumentación política en una película. No es eso, lo que ocurre es que este película me sirve para explicar de manera muy sencilla lo que quiero decir. Y no se preocupen que en ningún momento voy a sacar un ejemplo de Juego de Tronos. Los ejes de lucha que muestra la película en el tema de mujer dentro del movimiento comunista incluían la abolición de los matrimonios concertados, en los que la mujer no tenía ni voz ni voto y que como refleja la película tanta violencia ejercían sobre ella, la lucha por la alfabetización de las mujeres, y la implicación de las mismas en todos los aspectos del movimiento.

Ahora bien, ¿cómo abordaríamos esa lucha bajo las premisas del feminismo de hoy? Es evidente que de esos elementos, los matrimonios concertados en China afectaban a las mujeres de cualquier estatus socioeconómico, aunque lo cierto es que de manera muy diferente. Este hecho hubiera servido de argumentación a favor de que en el tema de la mujer incluso dentro del movimiento comunista la centralidad no debía estar en la clase trabajadora sino en el género (femenino). Y que el papel de las mujeres comunista era unir fuerzas con las mujeres de cualquier clase social para luchar contra el matrimonio concertado, en vez de centrarse en una lucha dentro de la clase trabajadora que incluyera ese aspecto también. En mi opinión ese planteamiento no tiene mucho sentido, ¿verdad? Pues de esa forma que malgasta nuestras escasísimas fuerzas quieren que nos organicemos hoy en día.

No pretendo entrar en un debate sobre cuestiones históricas a través de una película, lo que quiero resaltar es que en un movimiento comunista consciente no es que no se den estas batallas, o que se aplacen, sino que se dan como parte integral de su lucha revolucionaria de clase.

Hay un feminismo actual que afirmaría que dentro del movimiento de clase no se podría dar esa batalla porque todos los hombres se benefician supuestamente del matrimonio concertado y no permitirían un cambio. Se trata de un feminismo que como dije nos muestra una sociedad inamovible ajena a la realidad. Ignora que batallas de este tipo se han dado dentro de movimientos “mixtos” no ya revolucionarios sino incluso simplemente reformistas.

Cuando dicha forma de pensar proviene de quienes se llaman marxistas mi problema es aún mayor. Quienes no creen en la centralidad de la clase trabajadora, en la lucha de clases como motor de la historia, y en que las estructuras sociales pueden ser objeto de una transformación profunda no son marxistas. Hasta la heterodoxia tiene sus límites y llega un momento en que deja de ser heterodoxia y se convierte en una ideología completamente diferente.

Otro feminismo que se considera de clase trabajadora no llega a tanto, pero cree que la unión con mujeres de cualquier clase social refuerza mucho la lucha y que es donde hay que poner el esfuerzo porque es la mejor manera de conseguir los objetivos de la mujer de clase trabajadora. Este planteamiento presenta bastantes problemas de los que podemos enumerar algunos.

En primer lugar, al dejar que el análisis se lo hagan desde perspectivas propias de la ideología dominante, no es consciente de que incluso los elementos que afectan a todas las mujeres, afectan a las de clase trabajadora de forma muy distinta a como afectan a las de otras clases sociales. Acabará pues adhiriéndose a la visión de cómo afectan estas cuestiones a quienes hacen el análisis, que con altísima frecuencia en lo que refiere a la clase andan más cerca del privilegio que de la explotación y/o forman parte de un entramado de producción de ideas financiado por el propio sistema.

En segundo lugar, esta unión centra necesariamente todos los esfuerzos en aquellos aspectos de la lucha por la igualdad de la mujer que sean totalmente compatibles con la estructura de clases. Es decir, lo que en teoría podríamos ganar en la lucha sobre un aspecto concreto, sería superado con creces por el efecto negativo que tendría en otras luchas que son decisivas específicamente para la mujer de clase trabajadora.

Analicemos otro aspecto de este argumento de que no vamos a aplazar la lucha contra el patriarcado hasta que se dé una supuesta revolución socialista. Si se analizan las propuestas de organización de quienes así argumentan se ve que lo que están diciendo es que su lucha la van a centrar en una alianza de género (hermandad de mujeres) contra el patriarcado. Veamos, ¿no podemos esperar a algo que nos fían a tan largo plazo como la revolución socialista y por lo tanto nos centramos en algo mucho más inmediato y sencillito como es unir fuerzas con las mujeres de todas las clases sociales para luchar contra el patriarcado? Ese patriarcado que según sostiene ese mismo feminismo es algo que ha perdurado de manera básicamente inalterada casi desde que existe la humanidad y que por lo tanto, ¿dónde hemos de buscar sus causas? ¿En algo tan poco transformable como la biología?

En resumen, nos dicen que lo mejor es que nos centremos todas en la lucha contra el patriarcado, pero para convencernos de que la conciencia y solidaridad de género es la verdaderamente crítica para toda mujer (algunas somos unas recalcitrantes con eso de la conciencia de clase), nos pintan el patriarcado como algo tan consustancial a las relaciones hombre-mujer que no puede ser cambiado. Nos llaman a la lucha pero lógicamente ante este panorama la única lucha posible es defender la existencia de espacios segregados. Exactamente qué tipo de transformación social o que sociedades igualitarias nos puede traer esto he de confesar que es algo que se me escapa totalmente. Porque ese es nuestro objetivo, ¿no?

Hace un tiempo una mujer que hoy en día medra como empleada a tiempo completo de la “nueva” política me dijo que ella no tenía que creer que los cambios sustanciales fueran realmente posibles para formar parte de los movimientos sociales, que lo hacía porque ella consideraba que era su obligación moral para mostrar su repulsa por una serie de políticas. Pues será eso, que nosotros también nos hemos vuelto posmodernos y si lo que nos mueve no es el deseo de luchar por sociedades más igualitarias sino mostrar nuestra repulsa contra el patriarcado, pues para eso sí sirve este tinglado, y mientras más monolítico e inalterable presentemos a ese patriarcado más valor tendrá ante nuestros ojos nuestra repulsa.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Muchos factores habrán influido, pero se me ocurre que el hecho de que hace ya mucho tiempo que la izquierda dejó de hacer ideología, abandonando la generación de ideas propias y adoptando como “progresistas” las creadas por los think tanks financiados por el propio sistema, ha podido influir algo. Hace ya mucho tiempo, unos 20 años, leí un análisis de una organización de mujeres estadounidense que argumentaba que los colegios solo de chicas eran mejores. Remitían a estudios en que según ellas se demostraba que las chicas rendían más académicamente en estos espacios en los que no estaban expuestas a la violencia masculina. Me pareció una posición de lo más reaccionaria, entendiendo que la lucha por la igualdad era precisamente la contraria, imponer nuestra presencia en todos los ámbitos y espacios.

Si analizamos la postura actual del feminismo de la separación es básicamente esa. Tanto hablar de patriarcado y en vez de reclamar que las mujeres seamos consideradas adultos de pleno derecho en la sociedad nos tratan como niñas con necesidad de protección permanente.

Cuando aplicamos esta mentalidad al movimiento de clase me encuentro pensando que si nosotras mismas nos consideramos demasiado débiles para argumentar nuestras posturas y someterlas a debate dentro del movimiento en su conjunto, de hacer la revolución contra el capital ya ni hablamos, ¿no?

Hace más de 80 años mi abuela materna anduvo toda la noche con una hija pequeña en brazos para poder votar por la mañana. Habían convencido a mi abuelo que la dejara en un pueblo vecino la noche anterior a las elecciones para que no pudiera votar. El argumento era que estaba feo que estando él de interventor en la mesa de las derechas, por tradición familiar no porque su propia situación económica justificara tal cosa, su mujer fuera vista por todo el mundo votando en la mesa de las izquierdas. Cuando mi abuela se dio cuenta que habían partido sin ella y comprendió el motivo cogió a su niña y, tras toda la noche andando, llegó la primera a votar por la mañana. Cuando a mi abuelo le dijeron que cómo era que había dicho que su mujer no podía venir a votar, que allí estaba la primera en la cola de la mesa de las izquierdas, al parecer simplemente se encogió de hombros y dijo que ya la conocían. He oído esta historia muchas veces no de labios de mi madre sino de los de mi padre.

La vida de mi abuela no se restringía al ámbito privado, trabajaba fuera del hogar haciendo los trabajos más duros. No creo que represente ningún caso especial sino de lo más común dentro de los estratos bajos de la clase trabajadora a los que pertenecía. Su lucha hace ya tanto tiempo fue como mujer y como clase trabajadora; fue la lucha de quienes creyeron que era posible un destino mejor para la clase trabajadora.

El caso de mi abuela paterna también merece mención, huérfana desde muy niña y viuda joven con dos niños pequeños. Para ella eso de que la pobreza tiene rostro de mujer fue una realidad muy palpable. También trabajaba fuera del hogar. Entre sus trabajos más comunes estaba el de lavar ropa ajena en el lavadero público del pueblo junto a muchas otras muchas mujeres. Sí, una realidad muy palpable y no pura retórica como en esas ONGs financiadas por el propio capital que nos mezclan esto, la pobreza con rostro de mujer, con la denuncia de que hay muy pocas mujeres entre las 500 mayores fortunas(3). Tan asumida parece estar ya esa supuesta “hermandad de mujeres”, la consideración de la mujer como una clase en sí misma, que ni se molestan en argumentarnos como la lucha por aumentar la presencia de mujeres entre las grandes fortunas y la de disminuir la presencia de mujeres entre los muy pobres pueden darse juntas. Simplemente presentan de forma natural a ambas como parte de la lucha general por la “igualdad de género”.

He pensado en mis dos abuelas estos días en los que desde el Espacio de Encuentro Comunista recordábamos las luchas de las mujeres obreras(4). También la siguiente generación, la de mi madre y mis tías ha conocido el trabajo duro fuera del hogar desde niñas. Como digo nada extraordinario, probablemente lo más normal dentro de ese segmento de la clase trabajadora.

La generación de mujeres de mi familia a la que pertenezco no está en la misma situación que las dos generaciones anteriores. Pero tengo meridianamente claro con quienes está mi lealtad y mi lucha. Si mi clase cuando accede a una formación es para olvidar quién es, más vale que los nuestros no hagan ningún sacrificio y nos dejen en la más absoluta de las ignorancias; haremos menos daño.

Las ideas que se presentan como nuevas, incluido lo último en pensamiento “radical”, tienen que ser sometidas a un análisis tan severo y riguroso como al que sometemos a cualquier otra. Porque adjetivos como nuevo o radical (no de que va a la raíz sino de extremo) no son necesariamente sinónimos de bueno o útil para nuestra lucha de clase trabajadora. Tengo familiaridad con el mundo anglosajón y reconozco su retórica desde lejos, y cuando escucho su blablablá por mucho disfraz radical y rompedor que le quieran poner, como tengo muy presente por qué sociedad lucho pienso, ¡vete a empoderar a tu abuela!

Referencias:

(1) Capítulo 9 de su libro Where we stand: class matters