22 de diciembre de 2015

20-D: TODOS HAN PERDIDO Y LA CLASE TRABAJADORA MÁS AÚN

Por Marat

Parece que el IBEX 35 ha hecho un pan como unas hostias. Su apuesta por la diversificación de apoyos económicos y/o mediáticos ha dado lugar a la aparición de un mosaico político que recuerda al modelo a la italiana de la época Andreotti, el cuál ha producido un descalabro de la gran mayoría de las organizaciones políticas contendientes, incluidas algunas que no estaban en el esquema del IBEX 35 y que sólo se presentaban en determinadas circunscripciones. Resultado económico del lunes 21 de Diciembre: el Ibex 35 pierde un 3,62%, ante las expectativas de un escenario de incertidumbre postelectoral. A veces, las digestiones son pesadas.

El resultado era previsible pero ni los García Ferreras de turno ni los “grandes estrategas” públicamente conocidos (Errejón) ni los que trabajan en las oscuras covachuelas, aunque bien remunerados, del poder económico, del que todos los demás derivan, parecieron prever el pequeño detalle de que la ampliación del Congreso realizada hace unos años no contempló el incremento del número de escaños, 350 pasara lo que pasara. Una simple reflexión lógica dice que si la tarta no crece pero sí los comensales, los trozos serán más pequeños para todos.

Argüirán algunos que los “emergentes ni de izquierdas ni de derechas, ni de derechas ni de izquierdas”, pero muy escorados hacia el reformismo capitalista, se presentaban por primera vez a las elecciones por lo que no han perdido nada sino que han ganado mucho. Puede que ya no recuerden aquellos sondeos preelectorales, tanto públicos como privados, en los que uno de los “emergentes” aparecía en primer lugar, o disputando esa posición, y el otro “emergente” se situaba incluso en segundo o tercer lugar en la lucha por la piñata electoral. Pues bien, los hechos los descuelgan -uso ese verbo por su evidente distancia en el número de diputados esperados- al tercero y cuarto puestos.

Y es que en el baile de la confusión, los sondeos mediáticos han hecho también su labor de debilitar a todos.

El PP ha perdido uno de cada 3 votantes, el PSOE uno de cada cuatro pero, si ustedes se toman la molestia de hacer un análisis más “cualitativo” detectarán que el batacazo del PSOE es, como poco, tan brutal como el del PP, si no más. La condena a posiciones irrelevantes en plazas históricas para este partido señala la gravedad de su sangría.

En el PP, con tal de ver el modo de formar gobierno ya hay quien habla bajito en relación con obedecer las órdenes del poder económico de sacrificar a su espolón de proa. Rajoy, ha estado bastante escondido en campaña, no sólo en los shows-debates sino en los carteles en los que Sáenz de Santamaría le eclipsaba, quizá como opción temporal, pues su figura es indisociable de los viernes de dolor de estos cuatro años, cuando anunciaba nuevas medidas “anticrisis” que, como siempre, pagaba la clase trabajadora. Aún así, conviene no olvidar para no ponerse estupendo, que diría don Latino de Híspalis, y exultante como algún partido en la noche electoral, que el PP sigue siendo el partido más votado en 13 de las 17 comunidades autónomas.

Los asaltacielos que hace unos meses creían tocarlo con la punta de los dedos y que afirmaban que “Podemos ha nacido para estas elecciones” muy probablemente deban esperar a las próximas, de no tocarle en esta ocasión a su Mesías el papel de mozo de espadas en la investidura del “novillero” Sánchez. Para entonces, si no se producen muy pronto las siguientes elecciones, habrá pasado por la derecha a Rivera, en aras de su condición de autoproclamado “hombre de Estado”.

Su ascenso en votos y diputados es muy importante pero no le da para alquilar el atril de un discurso de investidura ni de lejos. Por otro lado, sus 69 diputados, que no son todos podemitas, se dividirán por ley y acuerdo previo en cuatro grupos parlamentarios con presencia diferenciada en el Congreso. Disciplinar cuatro grupos parlamentarios, tres de ellos plurales en su composición, es bastante más difícil que hacerlo a uno sólo. Si lo sabrá el PSOE que nunca permitió que el PSC lo tuviera en la Carrera de San Jerónimo.

De momento, ha hecho un inestimable favor a la “España eterna”, al dejar en KO técnico al independentismo catalán y fulminar al vasco en una combinación de “tú fíate, que he puesto entre mis líneas rojas lo tuyo del referéndum” que ya el tiempo se ocupará en demostrar que de lo dicho no hay nada.

En cuanto a Ciudadanos, si bien ha obtenido 40 diputados, no tiene el peso suficiente para condicionar a Rajoy con su abstención, al menos en primera votación. Ya veremos qué hace en segunda.

Las salidas de tono de algunos candidatos de Ciudadanos, el descubrimiento de algunos rasgos de su pasado poco edificantes y de escaso pedigrí democrático, sus meteduras contínuas de pata, el escaso empaque de Rivera como joven promesa del club de debates televisivos, el transfondo percibido de partido de derecha, desinflaron parcialmente un globo que parecía iba a volar muy alto.

IU-UP, Unidad Popular en Común -pico de aquí, pico de allá y me disfrazo como un camaleón sin identidad propia pero con guiños a la Confluencia “En Común”- empezó a morir como opción socialdemócrata, que lleva dentro otro partido socialdemócrata, el PCE, cuando su director de campaña de las europeas, eligió guiñar un ojo sexy a los podemitas con su eslogan “El poder de la gente”, que anunciaba su renuncia a ser poder de los trabajadores, como se ha venido demostrando en sus comunicaciones posteriores. Luego, la elección de cabeza de lista de su odalisca más entregada a la confluencia, el joven Garzón, indicaría el camino posterior, que se expresaría en el reciente lema de campaña “Por un nuevo país”, otro guiño, ya a calzón quitado a Podemos (“Un país contigo podemos”), dirigido por otro nuevo equipo de campaña que dimitía apenas empezada ésta, pasándose una parte de sus miembros al partido de los círculos.

Su esfuerzo por obtener notoriedad, ante unos debates a 3 ó 4 que le fueron antidemocráticamente negados, llevaron a sus nuevos alevines, completamente reideologizados en un postmodernismo desclasado, a hacer una campaña sin complejo del ridículo alguno buscando el logrado, en varias ocasiones, Trending Tonting en las redes sociales. Quizá no se preguntasen en qué medida eran retuiteados no sólo por sus seguidores sino por quienes se pitorreaban de ellos.

Los gatitos de Garzón (Gatetes), los Besos a Garzón, las expresiones tipo “chavalada, @agarzon manda y no tu panda”, las #abuelasconGarzon y los “Garzoners”, hashtags utilizados por la coalición en twitter mandaban a los votantes el mensaje de que podían ser tan cursis, ñoños, ridículos y desclasados como la “chavalada” podemita o más. En realidad mucho más. Pero eso lo completaron con sus menciones a los especistas (derechos humanos de los animales), los animalistas, los amigos de los huertos urbanos y demás moderneces de las que ya había partido a gran velocidad cualquier atisbo de izquierda o de clase, como no fuera la de los neopijos chupiguays o los nerds más frikis de internet.

Irónicamente, los disidentes de IU, en lugar de llevar su disidencia hasta las últimas consecuencias, han actuado como gregarios autómatas que, después de criticar la deriva de su organización hacia la nada ideológica, cogián la papeleta e iban a votar una opción que había perdido sus últimos retazos de dignidad política y de coherencia ideológica. Horas después arremetían con saña contra el objeto de lo que habían votado. No sé cómo calificar el ir de crítico y votar a un candidato que acabará sumando un diputado más a Podemos y después rumiar su arrepentimiento por haberlo hecho y montar la bronca públicamente pero, en cualquier caso, no les iba a gustar el epíteto. Sinceramente, ante tal inconsistencia, uno se pregunta qué queda en seres humanos de esas características de lo que debe de ser un librepensador y una persona con sentido crítico. Es evidente que ahí habitan ya muy pocas fuerzas sanas y, en cambio, mucho cómplice necesario que aún cree poder salvar una máquina agónica sin empezar por salvarse él mismo de su propio adocenamiento y falta de valentía política. El principio de que fuera hace mucho frío sólo crea seres inactivos para la lucha cuando la propia vida y su desenvolvimiento exige lo contrario; no digamos ya querer cambiar el mundo de base.

En medio de ambas campañas la fuga de los cabeza de lista municipal y autonómico de Madrid hacia otras formaciones, la desbandada de jóvenes y no tan jóvenes dirigentes hacia Podemos, el pacto del secretario general del PCE, Centella, con la Juventud Comunista de Madrid, para tomar el poder dentro de IU y hacerse con la organización, eligiendo a Garzón en unas primarias en las que no se dio oportunidad alguna de competencia en igualdad a otro candidato a dichas primarias, etc, etc.

Resultado de todo el proceso: IU-UP logra sólo 2 diputados 2, ambos por Madrid, en las elecciones generales, las peores de la historia de esa formación política junto con las de la época de Llamazares como Coordinador Federal.

Ayer uno de IU me relataba el cuento de la lechera, diciéndome: “En candidatura directa hemos sacado sólo los 2 de Madrid pero en listas “unitarias” hemos sacado otros 2 en Cataluña y 1 en Galicia”. A lo que no pude contenerme de responderle: “Sí, y te serán tan útiles como los que tienes en el Ayuntamiento dentro del grupo gobernante de Ahora Madrid”. Aún me devolvió otro contraargumento, ya sin mucha convicción: “Pero se han abstenido o votado en contra de la mayoría -de Ahora Madrid- en varias ocasiones”. Se la reenvié: “Pregúntale a quienes no estén especialmente informados si saben que son de IU y en qué se nota que lo son”. No me respondió. Sé que acariciaba la idea, que no me dijo, de que esos tres diputados “de IU”, pero que fueron en listas ajenas a las oficiales y compitiendo a nivel nacional frente a IU -al no poder votarse a esta organización en dichos territorios- prestarían los votos a los dos diputados de IU por Madrid para conformar grupo parlamentario. Sé también que, en el fondo, no creía en tal deseo porque iría en contra de los intereses de Podemos de que su “oposición” por la izquierda desaparezca para fagocitar algunos dirigentes, locales y votantes. Y los que han ido en las listas de las Mareas y de En Común Podem han demostrado sobradamente con qué proyecto están.

IU está agonizando en sus últimos meses de vida. Su niño-candidato-estrella pronto ejecutará la danza de los 7 velos ante el visir de la coleta. Ya destapó el tarro de sus esencias la noche electoral al insistir en que las urnas habían mostrado su voluntad de una nueva mayoría y al declarar en su página de twitter lo siguiente: “Felicitar también a los compañeros de Galicia y Cataluña, han demostrado que la unidad es el camino para derrotar al bipartidismo”. Es obvio que ahora, siendo diputado electo podrá vender mejor su paso a la bancada podemita, cosa que hará en muy breve, como tantos que dijeron cosas del tipo “no, no me voy a Podemos. Punto”.


Un día después de las elecciones Javier Couso, eurodiputado electo por IU mostraba hasta qué punto no se sentía a gusto en esta organización al declarar, en un lenguaje sólo críptico para quienes desconocieran los entresijos de la misma, lo siguiente:






Un día después ha borrado sus tuits de su sitio en twitter dejando, estupidamente, un rastro de sus intenciones previas en el del día siguiente (22/12)



A pesar de su zorrería política, Javier Couso es un parvenu a la politiquería marrullera, sucia y llena de trampas, que representa el día a día de cualquier partido dentro de las reglas de juego "democráticas" al uso. Él era alguien que pasaba por allí, dispuesto a hacerse notar con el qué hay de lo mío -muy digno y justo en su origen, denunciar el asesinato de su hermano en Irak a manos de las tropas USA pero con un savoir un tanto arribista y de autopromoción de sí mismo- y logró que un grupo político oportunista, IU, le elevase a la condición de eurodiputado.

En cualquier caso, Javier Couso bien puede ser el siguiente paso en la operación tránsito de IU a Podemos, que allane el camino de Garzón y organice la voladura controlada y por pasos de una organización ya muerta pero zombie. IU es un cadáver político que lleva el mismo camino que UPyD.

En Mayo del año pasado escribí un texto titulado “si en la dirección de Izquierda Unida hubiera inteligencia colectiva”, donde planteaba la necesidad de resistir y de dar giro político-ideológico hacia la izquierda, la clase trabajadora y la lucha por el socialismo. Pero quienes están en operaciones sólo cosméticas de ruptura limitada del orden institucional nunca hubieran emprendido tal camino que les habría producido vértigo. Para eso hubieran sido necesarios auténticos cuadros políticos con capacidad dirigente, audaces, seguros de una voluntad de cambio interno radical e intelectualmente valiosos. Los capitanes de hoy en IU no hubieran sido admitidos siquiera como cabos furrieles en el PCE hiperreformista pero cualitativamente poderoso de 1977.

La muerte de IU y del PCE, organizaciones socialdemócratas, que sin embargo mantuvieron durante tiempo restos de una cultura de lucha obrera, a manos internas y externas, ha de tener, no obstante, algo provechoso: el dejar de ser obstáculo para la reconstrucción de un polo comunista en este país que no se avergüence de proclamar la dictadura del proletariado como paso al socialismo, la lucha de clases como práctica política, la lucha ideológica y la formación de cuadros como medio para ir asentando una nueva cultura política que abra caminos a otros contenidos muy distintos a los de la protesta social actual y la centralidad de la clase trabajadora en dichas luchas.


Y después del 20-D, ¿qué?
Los interrogantes que surgen ante la formación del nuevo gobierno son múltiples. 

Salvo que el capital tenga previsto una segunda ronda que restituya la situación a un marco muy similar al de 2011 por agotamiento de las posibilidades de combinación postelectoral y por temor al vacío por parte de los electores, el curso de los acontecimientos se presenta muy abierto.

Las combinaciones de pactos y/o permisos de gobierno tanto para el PP, el principal candidato a la reelección, como para el PSOE, una posibilidad un tanto delirante, son harto complicadas.

La posibilidad de que el “el astuto” Rajoy sea investido por segunda vez como Presidente de Gobierno no depende sólo del previsto cambiazo de Rivera y su partido personal sino de que el PSOE se inmole en el altar del “interés general de España”, algo muy posible dado que es un puntal decisivo para la estabilidad del sistema económico y político surgido y pactado con el franquismo a la muerte de su Caudillo.

Aunque fuera en segunda votación, el nuevo gobierno presidido por el señor que duerme cuando todos los montes del norte “se queman” a la vez, y púgil derrotado en familia, sería muy inestable, con enormes dificultades para pactar leyes coherentes y con una tendencia al “¿qué hay de lo mío?” de sus socios tremenda. Tendría que recurrir a Ciudadanos, al PNV, a Coalición Canaria y hasta a la marca blanca de Convergencia, siendo esto último muy difícil, aunque no imposible, dado que la burguesía no tiene ni ideología ni principios, sólo intereses.

En el caso de que el PSOE apostara por la investidura del bisoño Pedro Sánchez, la cuestión estaría más complicada. Requeriría, en una combinación menos imposible de lo que parece, del concurso de Podemos y de Ciudadanos, ambos aparentemente opuestos en la cuestión del referéndum para Cataluña y Euskadi pero no en el resto de líneas rojas de los podemitas (reforma constitucional, moción de confianza para el cumplimiento del programa electoral, reforma de la justicia y cambio de la ley electoral), asumibles dentro del esquema regeneracionista que Ciudadanos comparte con los anteriores.

Dado que Podemos tendría mucha dificultad para vender su propuesta de referéndum fuera de las dos comunidades históricas -la España “eterna” y unitaria no perdona-, don Pablo “el estadista” siempre podría sacarse de la manga alguna comisión interparlamentaria Congreso-Senado que estudiase el encaje de Cataluña y Euskadi dentro del Estado español en pos de un reconocimiento de su condición de naciones soberanas y blablabla, a través de una transaccional ideada por el gran “estratego” Errejón junior. Al final, les llevarán al mar de los Sargazos de un federalismo tipo PSOE sin contenidos y con aires de brindis al sol periódicamente mencionado en un horizonte tan lejano como el de la República. La “generación más preparada de la historia” y los menores de 50 años no conocerán seguramente las triquiñuelas de un PSOE que en los primeros años de la transición defendió la República, el derecho de autodeterminación de Euskadi y Cataluña, la salida de la OTAN y la autodeterminación del pueblo saharahui entre otras cuestiones. Los mayores de 50 años, que antes votaban PSOE y ahora Podemos lo saben, pero no tienen escrúpulos para actuar como si careciesen de memoria histórica al respecto y como si ignorasen que Podemos ha sido infinitamente más rápido en aceptar la OTAN que su partido de origen.

Que Podemos haya sido primera fuerza política en Cataluña tiene que ver con una cierto cansancio respecto al “procés”, que parece continuar encallado en medio de las ditatribas de Mas/Junqueras con la CUP respecto a la investidura de Mas como President por parte de ésta última.

El desplazamiento del voto Bildu hacia Podemos tiene mucho que ver con la incipiente pérdida de fuelle de la primera, tras el fiasco de su gobierno en Donosti y tras el abandono de la lucha por la amnistía de los presos como primer elemento de negociación con el Estado, lo que ha abierto las puertas a un posibilismo que ha dado alas a Podemos. La relación entre ambos ha sido de amor/odio y de acercamiento/distanciamiento siempre prudente, siempre abierto “a ver si en Madrid nos ayudan a salir de este embrollo y nos dignifican a la categoría de una ERC o de un BNG de hace unos años”. Cuando el independentismo pretendidamente de izquierdas quiere hacer política, se ablanda.

Aclarada esta cuestión, queda la opción de un PSOE+Podemos+ IU + la marca blanca de Convergencia (por eso de que otros les saquen las castañas del fuego) + ERC + La Ponferradina + 3 ujieres del Congreso + un señor bajito, representante de una fábrica de fajas de Vitigudinos. Todos ellos se encontrarán con el camino muerto de la mayoría absoluta del PP en el Senado, un lugar en el que bien podría ir a morir muchas de las iniciativas parlamentarias de esta suerte de multipartito.

Sea como fuere, esta opción sería seguramente la más inestable de todas, dadas las necesidades de atender a un sinfín de intereses, muchas veces no compatibles, salvo en su respuesta a los intereses del capital, y adolecido de clientelitis aguda por la cantidad de prebendas a las que habría de hacer frente. Acabarían por entrar en el mundo de “la vieja política” corrupta del PP tan a saco como este partido. Y cada mano lavando múltiples manos.

Eso sin contar con las tentaciones de Podemos de enterrar al PSOE y de actuar como escorpión que se ahoga en el pantano del pacto no cumplido por la ambición de responder a sus instintos sucesorios.

Aunque siempre podría ocurrir que la operación “salvar al soldado Sánchez” sea la que ronde por la cabeza encoletada del mesías podemita y haga bueno aquello de “guárdame los votos, Pablo, que en unos meses pasaré a recogerlos. Pedro Sánchez” y que se acabe materializando en formato de gobierno de concentración “progre”.

Por si tuvieran alguna tentación de pasar de las palabras a los hechos, de sus difusas promesas sociales a algún cumplimiento menor, Bruselas ya vela armas y recuerda a los próximos gobernantes que hay unas obligaciones que cumplir. Les aseguro que si hubiera una alternativa a Rajoy, el destino de los nuevos gobernantes sería el del “bravo Alexis”, desaparecido y olvidado en esta campaña tanto por IU-UP como por Podemos, tan eficaz para disciplinar y arruinar a la clase trabajadora griega.

Y es que Bruselas ya ha indicado al próximo gobierno español que tiene que continuar con su política de recortes sociales. Ello mientras espera en cola la segunda fase de concentración del sistema bancario, con 30.000 próximos despedidos o el plan de Telefónica (Movistar) de echar a la calle a 10.000 trabajadores.

Siempre queda la opción de que no haya posibilidad de formar gobierno ni del PP ni del PSOE, porque son los únicos que lo encabezarían, y de que en Marzo o, como tarde, en Mayo, se convoquen nuevas elecciones. Tengan por seguro que las volvería a ganar Rajoy, posiblemente con una ventaja superior a la actual, ante el temor de la conservadora y derechizada sociedad española a “aventuras desconocidas”.

Pase lo que pase, a la clase trabajadora la seguirán jodiendo mientras no exista una vanguardia lo bastante poderosa para despertar al Gulliver que, sólo en ese caso, quizá pudiera recuperar su condición de sujeto político.

Mientras tanto, "estratego" Errejón junior propone a un independiente como cabeza de gobierno, lo que recuerda un tanto al pasado gobierno técnico italiano de Mario Monti. Como me recuerda una camarada, quizá le haya faltado añadir "con el permiso de la Troika". Y es que tal vez se esté curando en salud, tras los éxitos cosechados por el "bravo Alexis".

Por su parte, Pablo Iglesias en un artículo titulado "A Pedro no le dejan", publicado en el Huffington Post, valida la propuesta de su primer espada de nombrar Presidente a un "independiente", el cuál seguramente no estará entre los "independientes" en listas de partidos refrendados por las urnas, lo que ratifica la posibilidad de que se repitan las elecciones dentro de unos meses y sugiere el temor de la Cúpula del Trueno podemita a que, en ese caso, las cosas les vayan peor.

El momento presente y las circunstancias de los comunistas
Es fundamental ser lo bastante realistas para admitir las características reales del momento político nacional como paso previo a cualquier análisis posterior.

No existe una crisis del régimen político español. A lo sumo lo que existe es una cierta crisis de institucionalidad (los partidos de la primera transición, la desconfianza genérica hacia los políticos, cierto hartazgo de que la “riña” política no refleje la auténtica realidad de los más golpeados por la crisis). Mucho menos del régimen capitalista en España. La conciencia de la clase trabajadora es muy baja respecto a las causas reales de su sufrimiento como clase

Aprovecho la ocasión para señalar que quienes desde IU, otros partidos o un "izquierdismo" pequeñoburgués expresan la frustración ante sus limitaciones para conectar con las aspiraciones y necesidades de la clase trabajadora y la culpan de haber votado a la derecha son unos miserables. Quien hace tal cosa no sólo no es marxista sino un pobre ignorante que desconoce que la conciencia no es un derivado inmediato de la condición social y que para que aquella se adquiera hace falta una vanguardia consciente, inteligente y capacitada para aprovechar las contradicciones políticas y sociales y abrir nuevos espacios de disidencia y contestación social que, sin negar la importancia de las necesidades inmediatas de nuestra clase, eleve su nivel de conciencia y lucha hasta donde se haga evidente que el capitalismo no es capaz de dar respuesta a las necesidades de nuestra clase.

Mientras tanto, la Monarquía se ha fortalecido, ayudada por una mayor discreción del nuevo rey, capaz de mostrar una imagen pública más honorable en sus comportamientos públicos, instituciones violentas y/o represivas como el ejército o la policía gozan de gran aceptación, la clase trabajadora ha desaparecido en el relato de los partidos y en la importancia concedida a sus necesidades básicas -lo que importa es el discurso de los problemas de la clase media, que tiene mayor acceso a la formación de la opinión pública-, los sindicatos mayoritarios no existen y del nombre de sus dirigentes ya nadie se acuerda (todo lo que hayan acordado con el capital en este último año y medio se ha hecho en secreto y bajo cuerda). La movilización social, agotada a final de un ciclo más o menos intenso de luchas, pero profundamente reformista -objetivo: salvar los muebles-, ha fiado todo a la ilusión democrática de un cambio que cada día se aleja más en el horizonte porque sus dirigentes no buscan un “cambio” sino, como veremos demasiado tarde, una involución hacia una nueva transfiguración del capital en forma de protagonistas viejos (segunda transición) con caretas nuevas. En ese proceso, las viejas familias políticas acabarán fundiéndose con los nuevos actores en una comunión de intereses que restablezca el orden social, sólo parcialmente contestado.

Aún así, los comunistas debemos atender al nuevo escenario que se abre tras los resultados del 20-D en los que ninguno de nosotros debiera haber participado tras el fiasco de lo que significó Syriza para no legitimar esta descarada dictadura de clase de la burguesía. Syriza y su práctica tras el "oxi" fue la evidencia de que, cuando se admite el juego “democrático” de la institucionalidad burguesa, sólo queda obedecer a los amos del capital. Excepto que pasar del 0,11% al 0,12% en el caso de alguna organización comunista se considere un éxito.

Para ciertos comunistas el paso del “cretinismo parlamentario” a la reorganización y la reconstrucción significa un salto en el vacío porque, por un lado, produce el aturdimiento y el temor a perder los focos sobre el grupo y, por el otro, abre bajo sus píes el vacío de tener que atender a las circunstancias de hoy con ojos de hoy, aunque no se ignoren las enseñanzas del ayer. Demasiada sensación de riesgo la que oprime sus corazones.

Curiosamente, ambos conceptos (rechazo al parlamentarismo como protagonista de la actividad de la organización y necesidad de reconstrucción y de organización) son esgrimidos como fantasía argumental frente a las causas de la socialdemocratización de sus organizaciones. Pero, fuera de tal retórica, son incapaces de abrir paso a este camino porque sus reformistas mentes se lo impiden. Mientras tanto pueden proclamar a San Stalin como su héroe o expresar su nostalgia por la Unión Soviética, sin ser capaces de explicar porqué cayó -fuera de alguna tontuna conspiranoica- y porqué la clase trabajadora no la defendió en el momento de su destrucción. Responder a estas cuestiones quizá les ayudara a liberarse de sus corsés reformistas y a abordar el futuro con la suficiente valentía intelectual para no encerrarse entre sus paredes de barro cada vez más endebles.

El reto de defender a la clase trabajadora, desde dentro y como parte de ella, sigue estando delante. Organizarse, definir un programa político de lucha, que no electoral, dar la batalla ideológica para situar los problemas de los trabajadores como una realidad completamente diferente y real frente a la “ilusión democrática”, encender de nuevo el fuego de la lucha de masas, abandonada en espera de falsos Prometeos parlamentarios, elevar las luchas por lo inmediato a niveles que resulten irrresolubles dentro del capitalismo, es la tarea de los comunistas. El resto, consunción en las cenizas y vanos brindis al sol de nostálgicos de un mundo desaparecido.

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"“Hacer un Varoufakis”, el regalo político de estas navidades": http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2015/12/hacer-un-varoufakis-el-regalo-politico.html

21 de diciembre de 2015

TRABAJO Y DOMINACIÓN: REFLEXIONES SOBRE EL PODER

Marcela B. Zangaro. La Haine

Para nosotros, reflexionar acerca del trabajo y la dominación implica una obligación y un desafío. La obligación consiste en no perder de vista que, para hacerlo, se debe considerar el poder como un factor de análisis fundamental. La manera en la que entendamos el poder definirá un abordaje particular de esa relación entre trabajo y dominación. El desafío, por su parte, es resultado de aceptar esa obligación: nuestra reflexión debe ser capaz de ser sensible a las variaciones del ejercicio del poder en el trabajo, aunque este parezca no sufrir modificaciones. En las próximas páginas acercaremos algunas de nuestras ideas respecto de estas dos cuestiones.

Una reflexión sobre el poder como relación
Toda forma de dominación es un modo de ejercicio del poder. Pero la palabra “dominación” encierra un peligro: el sentido común suele asociar con demasiada frecuencia la dominación con un ejercicio de poder monolítico, absoluto y, por lo general, descendente. Esto es, cuando el sentido común dice que un grupo A domina a un grupo B (o un sujeto A, a un sujeto B) piensa en cómo A, al que se supone como un conjunto coherente, determina de manera completa y total (absoluta) y sin fisuras (monolítica) el accionar de B, considerado también como un conjunto coherente, al que le adjudica una posición social inferior (por ello el ejercicio del dominio es descendente). El grupo A sería el de los dominantes y el B, el de los dominados. Esta idea de dominación suele tener como corolario que la acción parece ser un privilegio exclusivo de los integrantes del grupo A, es decir, los que parecen estar en condiciones de actuar, de tener un papel activo, son los miembros de ese grupo; y a los del grupo B solo les queda un papel pasivo: ser dominados, padecer la dominación. La aplicación de esta perspectiva a la reflexión sobre el trabajo implicaría que existe un grupo social o, en términos más específicos, una clase, que detenta el privilegio de la acción e impone su dominio o ejerce coacción sobre otro grupo (u otra clase), que lo padece; y por el privilegio que deriva de ese dominio, la clase dominante impone la obligación, que se convierte en ineludible para la clase dominada, de trabajar.

Si esto fuera suficiente para explicar las sociedades que se organizan en torno a una clase que trabaja y otra que vive del trabajo ajeno, nuestra comprensión de la realidad no implicaría mayor desafío porque sería simple y lineal. Sin embargo, todos aquellos que cotidianamente vivimos en estas sociedades capitalistas sabemos (porque lo experimentamos), que esta explicación no es útil para dar cuenta de nuestra realidad, porque esta es mucho menos lineal y mucho más compleja. Entonces, si esa forma de consideración de la relación entre poder y trabajo no es del todo adecuada, ¿cuál podríamos adoptar?

Podríamos partir, como lo hacen algunos pensadores contemporáneos, del punto de vista de que el poder es una relación entre sujetos que interactúan. Este punto de partida, a diferencia del anterior, nos permite pensar no solo en qué medida los dominados somos co-responsables del mantenimiento de las relaciones de dominación y en qué medida los dominadores dependen de nosotros para seguir siéndolo sino también en cómo las acciones de unos impactan en las de los otros. Un punto de vista relacional del poder permite reconocer el carácter activo en todas las partes implicadas.[1]

Ahora, si bien abordar la dominación desde el punto de vista relacional del poder permite una apertura hacia la consideración de la acción de los sujetos implicados, reducir la primera al segundo sería un error, porque podría llevarnos a sobreestimar el poder de la acción voluntaria de los sujetos: bastaría con querer dejar de estar sometidos al trabajo para ya no estarlo; bastaría con renunciar al trabajo para salir de la sociedad salarial. Esto es, bastaría simplemente con querer cambiar la relación para que esta sufriera, efectivamente, cambio. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla.

Como bien señalan algunos marxistas críticos, las relaciones sociales paulatinamente van adquiriendo independencia de las prácticas que les dieron origen y “se vuelven” sobre los individuos, imponiéndoseles como obligaciones externas y objetivas. La sociedad nos impone trabajar para vivir; el mercado pone un precio a nuestra fuerza de trabajo; el estado regula nuestra relación salarial; la competencia determina nuestra posibilidad de empleabilidad. Sociedad, mercado, estado o competencia cobran una existencia que va más allá de la interacción (y de la voluntad) de los individuos y, en la medida que logran esta independencia, ejercen su poder sobre los sujetos de manera objetiva e impersonal[2]. En esto también se apoya la eficacia de las relaciones de poder, de las relaciones de dominio que nos ligan al trabajo.

La complejidad del poder en el trabajo
Si hacemos del poder un concepto fundamental para comprender las formas de dominación en el trabajo, y partimos de la idea de que el poder da cuenta de una relación compleja entre sujetos (individuales y colectivos), debemos considerar las diversas modalidades que ese poder adopta. Vamos a proponer que, en relación con el trabajo, es posible considerar tres modalidades de poder: como comando, como socialidad y como gobierno.

El poder como comando se ejerce cuando el eje del dominio está puesto en el proceso de trabajo. Para el capitalismo, dominar el proceso de trabajo es un objetivo fundamental. Tengamos en cuenta que el capital es resultado de la apropiación unilateral del trabajo y de los productos del trabajo por parte de los capitalistas; del no pago del trabajo que las personas hacen por encima del que necesitan para su propia subsistencia, es decir, del plustrabajo. Para el capitalista, ejercer el poder sobre el proceso de trabajo implica dominar las formas en las que el trabajo se realiza con el fin de que produzca cada vez más plusvalor. Por ello, el capitalismo funciona aplicando una “selección natural” (naturalmente capitalista) de los procesos de trabajo: los que no generen mercancías cuyo costo de producción asegure la ganancia deseable serán abandonados o cambiados. Y aquí vemos, también, cómo las formas de dominio se vuelven impersonales: serán las condiciones generales de la competencia capitalista en un determinado momento las que impongan características al proceso de trabajo.

Para el trabajador, en cambio, ejercer el poder sobre el proceso de trabajo puede significar retacear al capitalista espacios concretos de dominio. Cuando el trabajador reserva para sí y no comparte con el capitalista todo el saber-hacer (individual o colectivo) de una actividad; cuando disimula el tiempo necesario para producir o cuando se resiste a la estandarización de los procedimientos, por ejemplo, pelea el comando sobre el proceso de trabajo, busca ejercer él también el dominio sobre las formas concretas de trabajar y, muchas veces, ese accionar es causa de cambios en los procesos.

La socialidad es otra de las modalidades de ejercicio del poder en el trabajo. Opera sobre las formas concretas en las que se organiza el trabajo como resultado de la cooperación del colectivo de trabajadores. Cierto es que las más de las veces la forma que adopta la dimensión colectiva está íntimamente relacionada con cómo se plantea el proceso de trabajo: el tipo de socialidad que se genera en torno de una línea de montaje difiere de la que se genera en una oficina o entre sujetos que teletrabajan. Pero sin importar esto, lo cierto es que el capitalismo busca ejercer su poder sobre las maneras en las que los sujetos interactúan juntos en el proceso de trabajo a fin de que, a partir de ese actuar, adopten una forma particular de cooperación y un ser social capitalista, que responde siempre al objetivo de valorización.

Los trabajadores, por su parte, ejercen la modalidad social del poder cuando plantean sus reglas de cooperación, cuando buscan reconocerse como un colectivo con particularidades e intereses propios frente a de los designios del capital, ya sea en los intersticios del poder capitalista o en franca oposición a él. Cuando plantean formas comunes de protección contra las adversidades del trabajo; cuando llevan adelante colectivamente reclamos; cuando apoyan demandas de otros grupos de trabajadores distintos a ellos mismos, por ejemplo, los trabajadores buscan ejercitar su poder en la dimensión social.

Usaremos el término “gobierno” para pensar una dimensión particular de la relación poder-trabajo: aquella que tiene en cuenta cómo el poder se ejerce sobre y es ejercido por los individuos en sí mismos. Retomando y reformulando reflexiones más actuales de algunos pensadores que se ocupan de las relaciones de poder en el contexto del presente neoliberalismo, diremos para pensar la relación poder - trabajo es indispensable tener en cuenta que los individuos tienen una relación con el trabajo más allá de su inscripción colectiva; que en el día a día de su relación, el capital busca ejercer su dominio sobre el trabajador en tanto individuo particular, ligándolo al trabajo por medio de prácticas muy específicas que lo deslindan del colectivo más amplio en el que puede inscribirse. Al mismo tiempo, el trabajador opera sobre el trabajo capitalista como individuo: piensa, actúa, se siente, padece o sufre en el trabajo en la dimensión más íntimamente individual o privada. Por ello, no hay que perder de vista que los sujetos se constituyen y actúan no sólo como subjetividad colectiva, sino también como individuos, como subjetividades particulares.

La eficacia del dominio: la naturalización del trabajo
Los párrafos anteriores presentan una visión segmentada y por ello artificial de la relación entre dominación y trabajo, porque estamos imponiendo un corte analítico que separa en compartimientos el ejercicio de un poder que se da, más bien, como un todo. Un sujeto trabaja llevando adelante un proceso de trabajo y forma parte de un colectivo. El trabajo realizado es resultado del trabajador individual y de la cooperación. Por ello, las relaciones de poder que se ejercen como comando, como socialidad y como gobierno son solidarias unas con otras. Su solidaridad deriva de la coincidencia de sus objetivos. Y estos objetivos son tanto que el trabajo social se realice en términos capitalistas, es decir, logrando la valorización y la acumulación, como que efectivamente la sociedad articule sus relaciones en torno al trabajo. La medida en que se alcanzan esos objetivos, por supuesto, depende también de la respuesta de los sujetos al intento de imposición. Y se trata de una imposición porque, a diferencia de lo que pueda parecer de sentido común, el trabajo no es natural ni ha sido siempre así, tal como lo conocemos. El tipo de trabajo que caracteriza a nuestras sociedades, el hecho de que los sujetos pongamos nuestras capacidades generales de trabajo a disposición de otras personas a cambio de un salario, y el que nos relacionemos unos con otros en función de nuestro trabajo y de los productos de nuestro trabajo es particular y específicamente capitalista. Tienen su origen en el surgimiento y difusión del capitalismo. Pero habitualmente no recordamos esto. Vamos a denominar “naturalización” al proceso que se opera sobre los modos de pensar, de ser y de actuar tanto de dominadores como de dominados, que contribuye a la pérdida (u olvido) de la conciencia de este origen, del carácter socio-histórico del trabajo. Trabajar para vivir es considerado algo natural, como también se considera natural trabajar para ganar dinero (y para ganar cada vez más), trabajar para otro, morirse de hambre si no se trabaja, no percibir salario por el trabajo doméstico realizado en el propio hogar, que los dueños (de las fábricas, los negocios, las empresas, etc.) ganen más que los trabajadores por el hecho de ser dueños, etc. Las modalidades del poder que ligan a los sujetos con el trabajo operan con este trasfondo de naturalización, trasfondo que puede sufrir modificaciones de forma, pero (aunque suene redundante) no de fondo. Las modificaciones son de forma porque el mantenimiento de ciertas relaciones de poder para que la sociedad siga trabajando y las formas en que ese poder (o ese dominio) se ejerce dependen de las condiciones generales de la valorización y de las relaciones entre los sujetos en el contexto social; y estas condiciones y relaciones varían a lo largo del tiempo (como se pone en evidencia una mirada a la historia del capitalismo). Pero lo que se mantiene constante es la centralidad del trabajo como articulador social. La naturalización, entonces, es necesaria para que sobre el fondo de las variaciones puedan mantenerse sentidos o significados compatibles con la preservación de las relaciones de poder capitalistas. La naturalización va a permitir la constitución de una parrilla de racionalidad o de inteligibilidad que construye sentidos o significados del trabajo funcionales al capitalismo en cada momento de su desarrollo.

Qué hay de natural hoy en el trabajo
¿Qué podríamos decir de la parrilla de racionalidad, del trasfondo de sentido sobre el que se inscriben hoy las modalidades del poder en relación con el trabajo? Para responder esta pregunta, vamos a partir de tres ejemplos simples, cotidianos. Nos interesa rescatarlos porque, justamente por poseer esas características, nos servirán para mostrar lo que se naturaliza (y pasa desapercibido) de la relación entre trabajo y dominación específicamente capitalista en la actualidad.
Ejemplo 1) Quiero ir a trabajar. Una publicidad en las páginas del suplemento Empleos del diario Clarín muestra la imagen de un reloj digital que marca una hora temprana de la mañana. La imagen está acompañada por la frase “Tengo que ir a trabajar”. Pero la parte del “Tengo que” aparece tachada y reemplazada por un “Quiero”. Ejemplo 2) El amor por la belleza paga mis cuentas. Este slogan acompaña una campaña publicitaria gráfica de la empresa Avon, en la que se convoca a las mujeres para ser revendedoras de los productos de la firma. Ejemplo 3) Controlá tus aportes y tu obra social en segundos. La frase es el centro de la campaña que la presidencia argentina y la AFIP[3] han diseñado para que cada trabajador por sí mismo (utilizando simplemente el número que lo identifica como tal) chequee si la empresa para la que trabaja ha realizado los pagos considerados “cargas sociales”.

¿Qué podemos ver en estos ejemplos? ¿Qué nos muestran como natural?[4] ¿Qué parrilla de racionalidad proponen para el trabajo? El primer ejemplo muestra la naturalización de la voluntad de trabajar. Una simple tachadura es la expresión del paso de la obligación a la voluntad, de la imposición al deseo. Las experiencias subjetivas que están atravesadas por la obligación no tienen el mismo cariz que las que están atravesadas por la voluntad o el deseo simplemente porque mientras unas implican generalmente la imposición de imperativos o de reglas externas a los sujetos mismos (esto es, resultan de una determinación externa), las segundas derivan del cumplimiento de reglas, si queremos decirlo así, que el individuo se pone a sí mismo simplemente porque quiere (es decir, internas). Asimismo, en este caso podemos ver cómo el paso de la obligación a la voluntad también resulta útil para borrar lo penoso: el desagrado de levantarse temprano por la mañana para ir a cumplir con la obligación de trabajar (sensación que todos los que trabajamos hemos experimentado más de una vez en nuestra vida) se diluye en el placer que puede proporcionar levantarse temprano para dedicar el día en hacer algo que se quiere. El trabajo, entonces, pasa de lo impuesto a lo deseado.

El segundo ejemplo, en consonancia con el anterior, muestra la naturalización de la identificación de los espacios de trabajo con los de no trabajo. Muestra que la posibilidad de pagar las cuentas propias (hecho que en una sociedad salarial se realiza a partir de la obtención de un salario) no se deriva necesariamente de la realización de una actividad abstracta y general que puede no tener ninguna vinculación con el sujeto que la ejerce sino que deriva de la puesta en juego de una actividad conectada con el sujeto, que le provoca una íntima satisfacción. Hasta hace no mucho tiempo atrás, lo natural era considerar una separación entre el tiempo-espacio de trabajo (en el que se ejercía una actividad obligatoria y no siempre muy gratificante) y el tiempo-espacio del ocio (de la o las actividades vinculadas con el gusto, el placer o los afectos). El amor por la belleza, que podría ponerse en juego en el hecho de concurrir a un taller de arte, sentarse a escuchar música, visitar un museo o, simplemente y más en consonancia con el objeto de la publicidad, en dedicarse al cuidado del propio cuerpo, puede convertirse ahora en la razón que justifica la voluntad de trabajar. El trabajo, entonces, pasa de lo displicente a lo placentero.

El tercer ejemplo, por su parte, naturaliza el hecho de que los trabajadores mismos debemos devenir contralores del cumplimiento de ciertas obligaciones laborales. En este caso, la de los aportes patronales. Esto es, se pretende la naturalización de la idea de que los trabajadores mismos debemos velar por el mantenimiento de la clase trabajadora, de que los trabajadores activos debemos devenir contralores de que nuestro dinero se destine al mantenimiento de los trabajadores inactivos (porque eso es lo que, de hecho hacemos con nuestros aportes). Simplemente enviando por celular un mensaje de texto que nosotros mismo pagamos, cada uno puede hacer lo que se supone que años atrás hacía, por ejemplo, el estado. Y más aún, cada uno de nosotros lo hacemos de manera individual y a título individual: ya no se trata de ejercer en forma colectiva un control sobre la acción de la patronal para reivindicar un derecho, como puede hacer un sindicato o una asamblea a de trabajadores, sino de velar por el interés individual de manera individual. Es cada uno como individuo el que debe ejercer de manera personal el control. El cumplimiento de ciertas condiciones de trabajo, entonces, pasa de una ser una responsabilidad pública a ser una responsabilidad privada.

Estos ejemplos muestran modos de ver la realidad del trabajo, significados que circulan y a partir de los cuales la comprendemos. Los significados tienen un papel constitutivo en la forma en la que pensamos la realidad y, por lo tanto, en la forma en la que llevamos adelante nuestras prácticas; constituyen la parrilla de racionalidad que naturaliza modos de ver, de ser y de actuar. Parte de la eficacia de las relaciones de dominación o poder descansa en la difusión de dicha parrilla.

Ahora, si también pensamos estos ejemplos en línea con las ideas que veníamos desarrollando desde el comienzo de este trabajo, podríamos decir que evidencian la modalidad de socialidad y la de gobierno del poder desde el punto de vista de los que pretenden definir la parrilla de racionalidad que otorga sentido a la relación capital-trabajo. Muestran cómo en la actualidad del poder opera buscando desarticular en la experiencia del sujeto individual la separación entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio para hacer de todo el tiempo, tiempo de trabajo; opera buscando articular los deseos, los gustos y las preferencias individuales con las actividades productoras de valor; opera buscando desarticular instancias de acción colectiva para establecer una relación laboral sobre base puramente individuales. En definitiva, los ejemplos muestran el ejercicio del poder en el trabajo se ejerce cada vez más buscando estrechar el círculo que encierra al individuo dentro del trabajo.

Pero si la modalidad de socialidad y la de gobierno son solidarias con la de comando, ¿qué pasa esta última? ¿Cómo se desenvuelven sus mutuas relaciones en la actualidad? Desde el último tercio del siglo pasado se registra una tendencia a la intelectualización de los procesos de trabajo, que se generaliza cada vez más. Esto significa que el ejercicio eficiente de la actividad, el trabajo que crea valor, está cada vez menos ligado al ejercicio físico de una actividad (pensemos en el trabajado fordista en la línea de montaje) y cada vez más ligado a un ejercicio intelectual del trabajo (pensemos ahora en el trabajo en una fábrica robotizada en la que el trabajador regula y controla el programa informático que pone en funcionamiento la producción). Esta intelectualización implica sustanciales modificaciones en los procesos de trabajo. Y, en cierta medida, cuanto más intelectualizado está el proceso más difícil es para el capital controlar de manera directa lo que hace el trabajador porque el trabajo es más difícil de observar, conocer y de predecir. Muchos de los procesos de trabajo actuales demandan la puesta en juego de capacidades vinculadas con procesos cognitivos (como la abstracción, la aprehensión de conceptos y procesos, el procesamiento eficiente y no ambiguo de la información, expresión lingüística adecuada) y también afectivos (el saber participar, compartir, aceptar el disenso, etc.), que no son fácilmente expropiables y transferibles a una máquina; y el hecho que estas capacidades deban ponerse en juego siguiendo los parámetros de productividad, implica un enorme desafío para el capital. El capital busca hacer frente a esta situación que pone en riesgo su dominio tratando de desarticular todas las instancias que implican que el trabajo sea visto como algo ajeno al individuo, que contribuyen a que consideremos al trabajo como algo extraño. Por eso, busca que lo que no puede expropiar sea puesto en juego de manera voluntaria: que el trabajador acepte voluntariamente el cumplimiento del trabajo y voluntariamente utilice de manera productiva sus capacidades comunicacionales y relacionales, su creatividad y su compromiso con la actividad. Y trata, también, de que ese ejercicio se gestione de la manera más aislada posible, desarticulando instancias de acción colectivas, por la potencialidad de disrupción que ellas conllevan.

La necesidad de que las relaciones de poder que ligan al sujeto con el trabajo se inclinen a su favor hace que el capital busque conectar de manera cada vez más estrecha al trabajador con el trabajo favoreciendo una parrilla de racionalidad que identifique trabajo, vida y placer. Cada vez que esta identificación se efectiviza se pone en evidencia la eficacia del dominio y se muestra que las relaciones sociales se desenvuelven de manera favorable al capital. Cada vez que impugnamos esta identificación, mostramos no solo la posibilidad de entablar otros significados, otras prácticas y otras relaciones que aquellas dichas como naturales, sino también que la acción no es privilegio de unos pocos. Mostramos, en definitiva, los intersticios posibles de lucha contra la dominación.

NOTAS
[1]. Y nos permite también ver cómo ese carácter activo, a veces, puede resultar útil, y no contrario, a las relaciones mismas de dominación. Tomemos por caso los reclamos por trabajo o salario dignos. Este tipo de demandas implica reclamar por el mantenimiento de la relación laboral y salarial, esto es, por el mantenimiento de la relación de dominación capitalista.
[2]. Podemos pensar esto a partir del ejemplo del matrimonio. El compromiso que comienza con la acción voluntaria de dos individuos de encarar una vida en común se vuelve una determinación impersonal y objetiva sobre esos individuos cuando, como institución, les impone un conjunto de obligaciones que ya no derivan de ese acuerdo voluntario.
[3]. Administración Federal de Ingresos Públicos de la República Argentina.

[4]. Los comentarios que se incluyen a continuación no pretenden dar cuenta de un análisis exhaustivo de los ejemplos dado que eso excedería el objetivo y la extensión esperados de esta intervención.