13 de diciembre de 2013

14-D: ¡QUÉ SINDICATOS AQUELLOS!

25º ANIVERSARIO DEL 14-D

Agustín Moreno. Cuarto Poder 

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG
No comparto con Agustín Moreno ni su 15Memismo ni su tendencia a “marearse” en unas mareas amorfas y desclasadas, cuyos límites de la protesta están en la defensa de lo público que ya ha hace tiempo fue asesinado y que se niegan a apuntar directamente contra el corazón del capitalismo, razón y causa de todo el dolor que está padeciendo la clase trabajadora. 

Tampoco comparto la tendencia de Agustín Moreno de idealizar aquellos sindicatos del 14-D porque una parte de lo que hoy pasa ya se veía en el modelo de concertación sindical, antes que de combate, que propiciaron CCOO y UGT en los Pactos de la Moncloa, bastante anteriores al 14-D de 1988. 

Sin embargo, sí que es cierto que entre aquel 14-D y el miserabilismo y amarillismo sindical de hoy hay una distancia más que larga. Y la comparativa que Agustín Moreno hace a las puertas del 25 aniversario de aquella fecha es muy necesaria para saber que los amigos de la clase trabajadora no están hoy en esos sindicatos pancistas, “ciudadanos”, desclasados y desclasantes, provocadores de derrotas de la clase trabajadora y meros comparsas del capital. 

Es el auténtico sindicalismo el que necesitamos y veo muy difícil que de esas sedes enmoquetadas y muertas de cualquier sentimiento de rabia y lucha pueda surgir algo que merezca la pena llamarse sindicalismo porque la podredumbre no está sólo en las cúpulas. 
El cáncer está mucho más extendido y hacia abajo. 

Sin más les dejo con un interesante artículo para el recuerdo, y espero que no para la nostalgia desmovilizadora. 

14-D: ¡Qué sindicatos aquellos! 

La Huelga General del 14 de diciembre (14-D) de 1988 fue la mayor movilización sindical de la historia de este país. Veinticinco años después no ha habido ninguna otra que la supere. Participaron ocho millones de trabajadores, tres de estudiantes y varios más de agricultores, autónomos, pequeños comerciantes… hasta futbolistas. TVE se fundió en negro, millones de personas se manifestaron en las calles el 16-D. España se paralizó pacífica y serenamente. Los trabajadores fueron el motor de una movilización que trascendió las reivindicaciones sindicales concretas y se transformó en una acción cívica y de reafirmación democrática. 

Las motivaciones del paro fueron: la retirada de un “plan de empleo juvenil” –para precarizar los contratos- y la creación de más y mejor empleo, la mejora de las pensiones y de la cobertura a los parados, derechos sindicales para los empleados públicos y revisión salarial de los colectivos dependientes de los PGE. Pero llovía sobre mojado. La política económica del gobierno del PSOE de Felipe González había provocado importantes movilizaciones anteriores contra la reconversión industrial salvaje y la huelga general del 20-J de 1985 frente a la reforma de las pensiones. También se produjo la amplia movilización ciudadana de 1986 en contra del ingreso de España a la OTAN y otras luchas de jóvenes y estudiantes. El 14-D tuvo un cariz de huelga general por la decepción con el PSOE, mostrando el divorcio entre el gobierno y la ciudadanía. González venía incumpliendo su programa electoral, defraudando la esperanza de cambio de 1982 y desarmando ideológicamente a la izquierda, por ello no debería de pavonearse en sus memorias ni intentar dar lecciones a nadie. Con razón Javier Krahe le llamaba impostor hace unos días en La Sexta. Los sindicatos catalizaron la exigencia de un mayor desarrollo de la democracia y el malestar social contra la derechización del gobierno y las formas despóticas de ejercer el poder. 

La huelga fue un éxito, a pesar del empeño del gobierno en hacerla fracasar, y también su gestión y resultados. González guardó en el cajón el llamado “plan de empleo juvenil”, algo que, conociendo la soberbia del personaje, hizo obligado por la conmoción del 14-D. En febrero de 1989 el parlamento aprobó una ampliación de los PGE de 200.000 millones de pesetas para mejoras sociales reivindicadas en la huelga. Y en 1990 se alcanzaron acuerdos entre los sindicatos y el gobierno en relación al giro social demandado, la creación de las pensiones no contributivas, la revisión salarial de los empleados públicos y el control sindical de la contratación. Importantes frutos de la movilización y de una estrategia sindical unitaria, a la ofensiva y con alternativas muy elaboradas (Propuesta Sindical Prioritaria). 

Pero la percepción del tiempo es engañosa. A veces, en el plano personal, hechos de hace 25 años parece que fueron ayer. Y otros, en el plano político, como la Huelga General del 14-D, parecen que fue hace un siglo. Sobre todo si se compara con la situación actual de los sindicatos y de las clases trabajadoras. La pregunta es ¿qué ha pasado para llegar a esta situación? No se trata de mirar con nostalgia un pasado, que no volverá, y en el que todos éramos más jóvenes y entusiastas. Se trata de tomar conciencia del poder democrático que podemos llegar a tener los trabajadores y de analizar las causas del deterioro sufrido para sacar lecciones de futuro. Veamos. 

Los ecos del 14-D duraron cinco años más y otras dos huelgas generales reflejaron la capacidad de respuesta del sindicalismo. Pero hubo un momento de inflexión en 1994, con motivo de la huelga general contra la reforma laboral del gobierno del PSOE. La huelga fue también poderosa, pero no tuvo continuidad la presión porque un sector de CCOO, reticente a la huelga, apostó por dejarlo todo a la negociación de los convenios. La estrategia fracasó, no detuvo la desregulación laboral, pero inauguró una política de buena vecindad con los últimos y peores gobiernos de González (GAL, Filesa, etc.). Debidamente alentada la división interna en CCOO, culminaría en 1996, con la destitución de Marcelino Camacho de la presidencia del sindicato y otras purgas. Por otro lado, el gobierno dejó caer la cooperativa de viviendas PSV para llevarse por delante la dirección más competente que ha tenido UGT, encabezada por Nicolás Redondo. Desaparecieron así la mayoría de las direcciones sindicales que organizaron el 14-D y un lento desmontaje del poder real y del prestigio de los sindicatos. Aznar, a partir de 1996, se encontró el regalo de la firma de múltiples acuerdos con los sindicatos sobre reforma de pensiones, reforma laboral, formación continua, etc… en pleno proceso de ajustes para cumplir los criterios de convergencia de Maastricht. 

A partir de aquí empezó la cuesta abajo que ha llevado a que hoy los sindicatos sean una de las instituciones peor valoradas y con un prestigio bajo mínimos: menos del 30% apoya su labor . Una cosa aparentemente tan tonta como la evolución de las secciones de los periódicos refleja la devaluación de su papel. Antes existía una sección y unos periodistas de laboral, después fueron de economía, ahora se llama de empresa y bolsa. Es una metáfora de la pérdida de peso de los trabajadores en la vida económica y política del país. 

Se podrá decir que hay campañas antisindicales permanentes. Por supuesto. A veces, como ahora, de forma frontal y burda; otras de forma más inteligente, intentando dividirlos, integrarlos en el sistema con el fin de domesticarles y desprestigiarlos, arruinando a dirigentes a base de halagos, etc. Pero también hay deméritos propios. Como una estrategia sindical equivocada, basada en la llamada concertación social, desde posiciones de debilidad, y que ha supuesto un retroceso continuo en los derechos laborales. Una persecución de las posiciones críticas, reduciendo la pluralidad y desperdiciando fuerzas. Un alejamiento de las bases consecuencia de lo anterior. Una burocratización y una dependencia cada vez mayor de los fondos de formación y otras subvenciones. Y con la institucionalización comienza la enfermedad de los sindicatos que ahora está brotando. 

También se ha dado una imagen pésima con las actuaciones de determinados dirigentes. Después de Marcelino Camacho, gran dirigente sindical y de una honestidad a prueba de vanidades, qué mala suerte ha tenido CCOO con sus ex-secretarios generales. Les faltó tiempo para irse a Caja Madrid, de diputado del PSOE (partido de un gobierno al que se la habían hecho cuatro huelgas generales) o a presentar las memorias de Aznar, que ya hay que tener estómago. En estos casos, lo importante no es que se vayan, sino cómo se van: estas cosas desprestigian al sindicato y se paga en afiliados. 

Así las cosas, se trata de ver cómo los trabajadores recuperan y fortalecen un sindicalismo de clase y democrático y una relación de fuerzas más favorable, cuando caen chuzos de punta sobre ellos. No se trata de añorar aquellos sindicatos del 88, pero hay una realidad incontestable: si se tuviera su fuerza, hoy el gobierno de Rajoy no aprobaría la brutal reforma de pensiones o tendría que enfrentarse a una dura confrontación. La salpicadura del caso de los EREs a los sindicatos mayoritarios y el escándalo en el uso de dinero público por algunos dirigentes de UGT de Andalucía es grave. Pero mucho más la incapacidad sindical para dar respuesta al atraco a las pensiones que va a perpetrar el gobierno del PP. Y que lo hará sin encontrar resistencia sindical: no se ha convocado una huelga general y las manifestaciones del 23-N, que estaban siendo organizadas por el movimiento de Mareas Ciudadanas y a las que se han sumado, no son suficiente para parar el golpe. La inacción también hace responsables. 

La palabra sindicato está enferma. Los trabajadores tendrán que volver a redescubrir la utilidad del sindicato para enfrentarse a la fuerza del capital, como tendría que inventarse de nuevo el paraguas en tiempos de lluvia. Porque es mucho peor un mundo, un país y un mercado de trabajo sin sindicatos. El buen ejemplo de la huelga de limpieza de Madrid demuestra su necesidad. Los mediterráneos sindicales que funcionan ya están descubiertos: la asamblea y la participación de los trabajadores, la ideología y la firmeza, la unidad de acción sindical, el respeto a la pluralidad interna, la política de alianzas, el carácter sociopolítico o lo que es igual: no ser indiferente a lo que suceda en el plano político y desde la autonomía contribuir a mejorarlo con un afán emancipatorio. Estar con la gente, ser transparentes, dar la cara, asumir los errores cuando los haya, elegir como dirigentes a los más capaces y honestos, y vigilarles como si fueran ladrones, que decían los clásicos. No son tiempos para que la clase obrera vaya al paraíso. La única forma de superar la enfermedad es no interiorizar la derrota y comenzar un largo camino para regenerar el sindicalismo de clase.

12 de diciembre de 2013

LA PRECARIEDAD SE DISPARA: EL 40% DE LOS CONTRATOS DURA YA MENOS DE UN MES

Y 350.000 MENOS DE UNA SEMANA

Carlos Sánchez. El Confidencial

La crisis ha hecho estragos en el mercado laboral. Pero no sólo por la destrucción de puestos de trabajo, sino también por los elevados índices de precariedad. Un dato lo acredita: cuatro de cada diez contratos de trabajo de naturaleza temporal duran ya menos de un mes. En concreto, el 40,4% de los contratos eventuales duró menos de 31 días durante los primeros once meses del año.

Lo relevante, sin embargo, no es sólo el porcentaje, sino también la evolución. Al comenzar la crisis, en 2008, apenas el 32% de los trabajadores tenía un contrato inferior a un mes, pero desde entonces el proceso de deterioro del mercado de trabajo no ha dejado de crecer de forma imparable. En 2012, el año en que se puso en marcha la reforma laboral, la inestabilidad laboral en su grado máximo (menos de siete días) afectaba el 39,7% de los temporales. Es decir, un punto menos que ahora, pero con una trayectoria ascendente.

Los datos más recientes indican que de los 1,46 millones de contratos temporales que se firmaron en octubre de este año, nada menos que 545.344 duraron menos de un mes. Aunque es todavía más significativo que 351.646 contratos tuvieron una duración incluso menor de una semana, lo que significa que el 24% de los contratos eventuales tiene una vigencia inferior a sólo siete días. Durante ese tiempo, como es lógico, no computan como trabajadores en paro.

Otros 67.334 contratos de trabajo tienen una duración situada entre una semana y quince días, mientras que 126.364 están en vigor entre dos semanas y cuatro. Apenas 56.800 duran más de seis meses sin contar los de duración indeterminada (fundamentalmente de obra y servicio o eventuales por circunstancias de la producción).

El mapa de la precariedad
¿Y a qué sectores afecta en mayor medida la inestabilidad laboral? Los datos de los servicios públicos de empleo muestran que la duración media de los contratos temporales se sitúa en 59 días, pero en el caso de la agricultura(un sector cada vez más residual en la economía española) asciende a 27 días. En el otro extremo está la industria, donde la duración media de los contratos temporales alcanza los 102 días, mientras que en el caso del sector servicios esta es de 60 días. En la construcción, se sitúa en 82 días.






La degradación es todavía mayor si se tiene en cuenta que no todos los contratos de trabajo son de jornada completa. Prácticamente la tercera parte son parciales, lo que pone de relieve el grado de inestabilidad laboral.




Cabe destacar, igualmente, otro factor que está emergiendo con la crisis. La precariedad, que durante los años de expansión económica se cebaba en empleos no cualificados u ocupados por jóvenes, afecta ya a todos los segmentos de edad. Hasta el punto de que más de la mitad de los contratos que duran menos de siete días (el 52%) los han firmado trabajadores con 35 años o más. Es decir, están al inicio de la parte central de su carrera laboral.

Tanto las actividades relacionadas con la hostelería como las que se dedican a tareas administrativas y de servicios son las que utilizan en mayor medida los contratos de más baja duración (siete días). Incluso hay 120 directores o gerentes de empleo que han firmado un contrato inferior a una semana.

Hay que tener en cuenta, en todo caso, que de los 1,5 millones de contratos que se firmaron en octubre, apenas 119.000 fueron de naturaleza indefinida, independientemente de si están bonificados o no o son conversiones. Es decir, casi el 92% de los contratos que se firman en España son temporales. 

La contratación temporal no sólo afecta a la precariedad laboral, sino también a la productividad del país. Y eso explica la creciente diferencia entre empleo en términos de Encuesta de Población Activa (que sólo cuenta a quienes tienen un puesto de trabajo independientemente de su naturaleza) y el empleo a tiempo completo que refleja la Contabilidad Nacional. Según la EPA, hay en España 16,82 millones de ocupados, pero según la Contabilidad Nacional sólo hay 15,8 millones de trabajadores a tiempo completo.