23 de diciembre de 2011

RUSIA, LA INSÓLITA

Juan Gelman. Página 12

El estrépito de las persistentes manifestaciones por el presunto y aun probable fraude de las elecciones legislativas que tuvieron lugar en Rusia el 4 de diciembre ha marginado a la casi desaparición a un hecho pasmoso: el Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) prácticamente duplicó sus votos, pasando del 11,1 por ciento obtenido en el 2007 al 19,2, ganó bancas y se convirtió en la primera minoría de la Duma. Y no con ayuda oficial.


Guennady Zyuganov, candidato presidencial del PCFR para los comicios de marzo próximo, señaló que “este país nunca presenció elecciones tan sucias” y denunció que la policía sacó a golpes a varios fiscales de mesa de su partido que terminaron en un hospital. Se jactó del triunfo de una formación política que sigue agitando banderas rojas y preside sus reuniones con un busto de Lenin. Aunque esto no significa que estén volviendo los tiempos del gulag, la explicación de este fenómeno convoca preguntas varias.

Algunos analistas consideran que el PCFR sacó provecho del voto de castigo propinado al gobierno Putin. Tal vez haya otras razones. Un estudio que la Princeton Survey Resarch Associates International llevó a cabo durante marzo/abril en la poderosa Ucrania, la débil Lituania y Rusia misma indica que buena parte de la ciudadanía de esos países ex soviéticos ha perdido sus ilusiones en el sistema capitalista y pluripartidista imperante desde que el Protocolo de Alma Ata se convirtiera en el acta oficial de defunción de la URSS. Se firmó el 21 de diciembre de 1991 y dos décadas bastaron para que el pesimismo invadiera altas esperanzas.

Los datos del estudio, elaborado en el marco del Pew Research Center de Washington, se comparan con los de las encuestas que el Times Mirror Center realizó en los tres países en 1991, cuando mayorías compactas recibieron el cambio de régimen con optimismo manifiesto. Sólo un 35 por ciento de ucranianos y alrededor de la mitad de los rusos y lituanos están conformes hoy con el pluripartidismo: 20 años antes era aprobado por el 72 por ciento, el 61 y el 75, respectivamente (//pewcenter.org, 5-12-11). Es significativo que el mayor grado de desaprobación se registre entre las poblaciones rurales.

Una mayoría aplastante se muestra insatisfecha con el funcionamiento de la democracia en los tres países estudiados: el 81 por ciento en Ucrania (contra un 13 por ciento satisfecho), el 72 en Lituania (contra el 25) y el 63 en Rusia (contra el 27). Es una tendencia creciente aun comparada con datos del año 2009. Pocos creen que “casi todos los funcionarios elegidos toman en cuenta lo que piensa gente como yo” y menos que el Estado se ocupa de beneficiar al pueblo. Lo cual se percibe con claridad en las opiniones sobre las políticas económicas en práctica después de la implosión de la URSS.

“¿Quién se ha beneficiado con los cambios producidos desde 1991?” es una pregunta de la investigación que recibe contestaciones elocuentes. En Ucrania: el 95 por ciento opina que los políticos son los más favorecidos; el 76, los empresarios; sólo un 11, el ciudadano de a pie. Los respectivos porcentajes en Lituania: 91, 78 y 20. Y en Rusia: 82, 80, 26.

La visión generalizada es que la sustitución de un sistema por otro ha sido más negativa que positiva y se observa una mayor concentración de la riqueza: el 10 por ciento más pobre de la población de Rusia accede al 1,9 por ciento del PIB, el 10 por ciento más rico, al 30,4, según las últimas cifras disponibles, del año 2007 (http://www.indexmundi.com/, 11-3-11). El visitante de Moscú puede encontrarse a las 6 de la tarde de una jornada laboral en una ciudad tan atiborrada de vehículos como México, o casi. Abundan los Bentley, Alfa Romeo, Ferrari, Porsche y otros coches de lujo, pero no muchos pueden comprarlos. El apoyo a la economía de mercado descendió del 76 al 45 por ciento en Lituania, del 52 al 34 en Ucrania y del 54 al 42 en Rusia.

El nivel de vida decayó un 82 por ciento y la aplicación de la ley, un 79, dicen los ucranianos; 61 y 61 los rusos y 56 y 55 los lituanos, respectivamente. Según los entrevistados, la relación entre los grupos étnicos, la moral pública, los valores familiares y espirituales, la solidaridad, así como el sentimiento de orgullo nacional, empeoraron. El descontento que se ha hecho público en las manifestaciones contra Putin está cargado de más exigencias que la sola limpieza electoral.

La situación alimenta rememoraciones autoritarias. En 1991, el 79 por ciento de los lituanos, el 57 de los ucranianos y el 51 de los rusos manifestaron que un gobierno democrático resolvería los problemas de su país mejor que “un hombre fuerte”. Esos porcentajes cayeron al 52 por ciento, 32 y 30, respectivamente. Hoy declaran que una economía próspera es más importante que un gobierno democrático. Por fin Rusia se está convirtiendo en un país verdaderamente capitalista.

20 de diciembre de 2011

GANDHI AL SERVICIO DEL IMPERIO

Pascual Serrano- Le Monde Diplomatique


Después de regenerar la figura de Stalin (Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, El Viejo Topo), el filósofo italiano Domenico Losurdo vuelve a sacudir con su irreverencia impecablemente documentada y argumentada los patrones históricos preestablecidos, ahora desmitificando la figura de Gandhi. Para comenzar deja en evidencia ese manido recurso de quienes dicen estar en contra de todo tipo de violencia, Losurdo comparte una tesis ya defendida por Alfonso Sastre según la cual si renegamos de la violencia de todo Estado es que negamos el Estado y si denunciamos la violencia de todos los movimientos y organizaciones no estatales estamos solo condenando al más débil. Su objetivo con este libro será “mostrar los dilemas, 'traiciones' decepciones y auténticas tragedias con que ha tropezado el movimiento inspirado en el ideal de la no violencia”. Así, Losurdo desmonta el mito pacifista de Gandhi y repasa el compromiso del apóstol indio en el reclutamiento de ciudadanos de su país para el ejército británico en la Primera Guerra Mundial, incluso su iniciativa de unirse a los británicos en sus acciones armadas para sofocar los levantamientos de las colonias zulús en África, lo que muestra que no era tan pacífico ni tan rebelde contra la metrópoli. Ya desde su presencia en Sudáfrica, el objetivo de Gandhi era incorporar a los indios en el grupo social de la élite blanca más que combatir el racismo, como bien muestra el autor en las citas que reproduce de los textos de Gandhi.
Frente a una violencia revolucionaria, reivindicada por Marx, Engels o Lenin, que se enfrenta a la explotación y que condena la Primera Guerra Mundial al considerarla como una matanza de trabajadores contra trabajadores, Gandhi busca el reconocimiento del fuerte poniéndose de su lado. Es lo que Losurdo presenta como la dicotomía cooptación/emancipación. Gandhi, en un primer momento, junto con los laboristas ingleses e italianos, “reivindica la cooptación de la clase obrera en la clase dominante en Occidente, aunque ello signifique avalar guerras y violencias sangrientas en perjuicio de los pueblos coloniales. Una postura que Engels y las corrientes más radicales del movimiento socialista rechazan de lleno”. Una vez comprobado que su estrategia no sirvió y el imperio británico sigue humillando y marginando a sus compatriotas comienza a enfrentarse a la opresión de la raza blanca, condena la industrialización occidental, reivindica la superioridad moral de la India (ahimsa), presenta a Dios de su parte y termina liderando un nacionalismo religioso. De este modo Gandhi incorpora el martirio a su forma de lucha (“Quien pierda su vida, la ganará y quien intente salvarla, la perderá”). Mientras el partido de Lenin lucha con la convicción de actuar en consonancia con la irresistible corriente de la historia, el partido de Gandhi está convencido de poseer la ayuda divina. Tal y como sucede con los feyahidines, la violencia/no violencia de la lucha de Gandhi es, ante todo, una misión moral que se verá premiada con la salvación eterna. Política y religión irán indisolublemente unidas. Su carisma y heroísmo serán su principal patrimonio que le legitiman como líder, de ahí la conmoción social que provocan sus ayunos de protesta.
No acaban aquí la revelaciones audaces de Losurdo sobre Gandhi, encontraremos el ruralismo fascista del líder indio que le lleva a simpatizar con Mussolini (“salvador de la nueva Italia”, “muchas de sus reformas me atraen”) y sus agresiones a Abisinia y Etiopía (“sólo puedo rezar y confiar en que haya paz”). Más tarde se verá su indecisión a apoyar a los aliados contra el nazismo (“no deseo la derrota de Gran Bretaña, pero tampoco la derrota de los alemanes”,”Roosevelt y Churchill son tan criminales como Hitler y Mussolini”).
Losurdo denuncia que los constructores de la historia “han erigido al líder indio en apóstol y mártir de la no violencia frente a los héroes de los movimientos revolucionarios por la emancipación de los pueblos coloniales; y así, inopinadamente, Gandhi se convierte en la antítesis de Mao, Ho Chi Minh, Castro y Arafat”.
Otro mito que desmonta Losurdo es la supuesta eficacia de la “no violencia” de Gandhi en el logro de la independencia de la India. Al fin y al cabo la descolonización de la India se hizo en pleno proceso de descolonización mundial con un imperio británico agotado por la guerra mundial, incluso Irlanda mediante su sangrienta guerra logró la independencia veinticinco años antes. El miedo a repetir esa experiencia, en opinión de Losurdo, es lo que hizo a Inglaterra reconocer la independencia de la India.
No es Gandhi el único “pacifista” que Losurdo desmitifica, también explica cómo Hannah Arendt aplica diferente tabla de medir a la violencia judía contra el nazismo y la de los pueblos coloniales y los negros contra sus opresores.
Otro líder de la no violencia cuya trayectoria ha sido tergiversada por la historia es Martin Luther King. Según nuestro autor, la ideología dominante elogia y canoniza al primer King, al que aspira a conseguir que los negros sean partícipes del “sueño americano”, pero condena al olvido al líder afroamericano que condena el racismo blanco de Estados Unidos y la guerra colonial de Vietnam y expresa su admiración por líderes negros comunistas.
Para terminar Losurdo destapa la farsa en torno al depositario de la herencia pacifista de Gandhi, el Dalai Lama. Mientras se nos presentan el budismo y los monjes tibetanos como sinónimo de no violencia y el comunismo como sinónimo de expansionismo y violencia, Losurdo destapará el pasado de genocidio y exterminio a manos del V Dalai Lama, la teocracia feudal con la que dominaron el Tíbet, los grupos tibetanos adiestrados, armadas y equipados con material bélico de Washington, el racismo y las vocaciones de limpieza étnica de los Dalai Lama, el culto que el Tercer Reich reservaba al Tíbet.
El repaso de estos falsos mitos promovidos por el poder que tiene como estrategia presentar a los rivales de Occidente como la reencarnación de la violencia y a sus amigos como los nuevos "Gandhis", lleva a Losurdo a denunciar las nuevas políticas de subversión y manipulación de la opinión pública internacional a través de las denominadas “revoluciones de colores”. Es decir, promover rebeliones artificiales mediante el odio religioso, étnico o cultural; financiar grupos minoritarios que activen estas maniobras, magnificar su apoyo popular en los medios de comunicación y establecer paralelismos entre sus líderes y los mitos no violentos consolidados por la manipulación de la historia. Así, la “no violencia”, antes arma de los débiles, se transforma en un arma más a disposición de los poderosos y prepotentes que, incluso desde fuera de la ONU, están decididos a imponer la voluntad del más fuerte. Ahora la proclamación del ideal de no violencia coincide con la apoteosis de Occidente, que se erige en garante de la conciencia moral de la humanidad y se considera autorizado a provocar desestabilizaciones y golpes de Estado.
Losurdo, Domenico. “La cultura de la no violencia”. Península. 2011. Traducción de Helena Aguilà
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