20 de diciembre de 2011

GANDHI AL SERVICIO DEL IMPERIO

Pascual Serrano- Le Monde Diplomatique


Después de regenerar la figura de Stalin (Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra, El Viejo Topo), el filósofo italiano Domenico Losurdo vuelve a sacudir con su irreverencia impecablemente documentada y argumentada los patrones históricos preestablecidos, ahora desmitificando la figura de Gandhi. Para comenzar deja en evidencia ese manido recurso de quienes dicen estar en contra de todo tipo de violencia, Losurdo comparte una tesis ya defendida por Alfonso Sastre según la cual si renegamos de la violencia de todo Estado es que negamos el Estado y si denunciamos la violencia de todos los movimientos y organizaciones no estatales estamos solo condenando al más débil. Su objetivo con este libro será “mostrar los dilemas, 'traiciones' decepciones y auténticas tragedias con que ha tropezado el movimiento inspirado en el ideal de la no violencia”. Así, Losurdo desmonta el mito pacifista de Gandhi y repasa el compromiso del apóstol indio en el reclutamiento de ciudadanos de su país para el ejército británico en la Primera Guerra Mundial, incluso su iniciativa de unirse a los británicos en sus acciones armadas para sofocar los levantamientos de las colonias zulús en África, lo que muestra que no era tan pacífico ni tan rebelde contra la metrópoli. Ya desde su presencia en Sudáfrica, el objetivo de Gandhi era incorporar a los indios en el grupo social de la élite blanca más que combatir el racismo, como bien muestra el autor en las citas que reproduce de los textos de Gandhi.
Frente a una violencia revolucionaria, reivindicada por Marx, Engels o Lenin, que se enfrenta a la explotación y que condena la Primera Guerra Mundial al considerarla como una matanza de trabajadores contra trabajadores, Gandhi busca el reconocimiento del fuerte poniéndose de su lado. Es lo que Losurdo presenta como la dicotomía cooptación/emancipación. Gandhi, en un primer momento, junto con los laboristas ingleses e italianos, “reivindica la cooptación de la clase obrera en la clase dominante en Occidente, aunque ello signifique avalar guerras y violencias sangrientas en perjuicio de los pueblos coloniales. Una postura que Engels y las corrientes más radicales del movimiento socialista rechazan de lleno”. Una vez comprobado que su estrategia no sirvió y el imperio británico sigue humillando y marginando a sus compatriotas comienza a enfrentarse a la opresión de la raza blanca, condena la industrialización occidental, reivindica la superioridad moral de la India (ahimsa), presenta a Dios de su parte y termina liderando un nacionalismo religioso. De este modo Gandhi incorpora el martirio a su forma de lucha (“Quien pierda su vida, la ganará y quien intente salvarla, la perderá”). Mientras el partido de Lenin lucha con la convicción de actuar en consonancia con la irresistible corriente de la historia, el partido de Gandhi está convencido de poseer la ayuda divina. Tal y como sucede con los feyahidines, la violencia/no violencia de la lucha de Gandhi es, ante todo, una misión moral que se verá premiada con la salvación eterna. Política y religión irán indisolublemente unidas. Su carisma y heroísmo serán su principal patrimonio que le legitiman como líder, de ahí la conmoción social que provocan sus ayunos de protesta.
No acaban aquí la revelaciones audaces de Losurdo sobre Gandhi, encontraremos el ruralismo fascista del líder indio que le lleva a simpatizar con Mussolini (“salvador de la nueva Italia”, “muchas de sus reformas me atraen”) y sus agresiones a Abisinia y Etiopía (“sólo puedo rezar y confiar en que haya paz”). Más tarde se verá su indecisión a apoyar a los aliados contra el nazismo (“no deseo la derrota de Gran Bretaña, pero tampoco la derrota de los alemanes”,”Roosevelt y Churchill son tan criminales como Hitler y Mussolini”).
Losurdo denuncia que los constructores de la historia “han erigido al líder indio en apóstol y mártir de la no violencia frente a los héroes de los movimientos revolucionarios por la emancipación de los pueblos coloniales; y así, inopinadamente, Gandhi se convierte en la antítesis de Mao, Ho Chi Minh, Castro y Arafat”.
Otro mito que desmonta Losurdo es la supuesta eficacia de la “no violencia” de Gandhi en el logro de la independencia de la India. Al fin y al cabo la descolonización de la India se hizo en pleno proceso de descolonización mundial con un imperio británico agotado por la guerra mundial, incluso Irlanda mediante su sangrienta guerra logró la independencia veinticinco años antes. El miedo a repetir esa experiencia, en opinión de Losurdo, es lo que hizo a Inglaterra reconocer la independencia de la India.
No es Gandhi el único “pacifista” que Losurdo desmitifica, también explica cómo Hannah Arendt aplica diferente tabla de medir a la violencia judía contra el nazismo y la de los pueblos coloniales y los negros contra sus opresores.
Otro líder de la no violencia cuya trayectoria ha sido tergiversada por la historia es Martin Luther King. Según nuestro autor, la ideología dominante elogia y canoniza al primer King, al que aspira a conseguir que los negros sean partícipes del “sueño americano”, pero condena al olvido al líder afroamericano que condena el racismo blanco de Estados Unidos y la guerra colonial de Vietnam y expresa su admiración por líderes negros comunistas.
Para terminar Losurdo destapa la farsa en torno al depositario de la herencia pacifista de Gandhi, el Dalai Lama. Mientras se nos presentan el budismo y los monjes tibetanos como sinónimo de no violencia y el comunismo como sinónimo de expansionismo y violencia, Losurdo destapará el pasado de genocidio y exterminio a manos del V Dalai Lama, la teocracia feudal con la que dominaron el Tíbet, los grupos tibetanos adiestrados, armadas y equipados con material bélico de Washington, el racismo y las vocaciones de limpieza étnica de los Dalai Lama, el culto que el Tercer Reich reservaba al Tíbet.
El repaso de estos falsos mitos promovidos por el poder que tiene como estrategia presentar a los rivales de Occidente como la reencarnación de la violencia y a sus amigos como los nuevos "Gandhis", lleva a Losurdo a denunciar las nuevas políticas de subversión y manipulación de la opinión pública internacional a través de las denominadas “revoluciones de colores”. Es decir, promover rebeliones artificiales mediante el odio religioso, étnico o cultural; financiar grupos minoritarios que activen estas maniobras, magnificar su apoyo popular en los medios de comunicación y establecer paralelismos entre sus líderes y los mitos no violentos consolidados por la manipulación de la historia. Así, la “no violencia”, antes arma de los débiles, se transforma en un arma más a disposición de los poderosos y prepotentes que, incluso desde fuera de la ONU, están decididos a imponer la voluntad del más fuerte. Ahora la proclamación del ideal de no violencia coincide con la apoteosis de Occidente, que se erige en garante de la conciencia moral de la humanidad y se considera autorizado a provocar desestabilizaciones y golpes de Estado.
Losurdo, Domenico. “La cultura de la no violencia”. Península. 2011. Traducción de Helena Aguilà
http://www.pascualserrano.net/

19 de diciembre de 2011

EL MITO DE LA MODERACIÓN

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:

Con Manuel Navarrete comparto plenamente el punto de vista que expresa en este artículo, no otras cuestiones como su tendencia a negar la crítica a algunos gobiernos árabes, actuales o desaparecidos, y a satanizar crudamente a algunas personas de izquierda cuya posición es, en ese asunto, políticamente condenable. Soy de la opinión de que la crítica más acerada no debe provocar el punto de no retorno en las relaciones entre las gentes de izquierda. Creo que entre ambas posiciones hay un espacio que no es intermedio sino diferente y cuya ausencia de expresión está condenando a un sector de la izquierda a una guerra fraticida de la que ninguna parte saldrá vencedora y sí todo el conjunto afectado en su crédito, ahora que tanto lo necesitamos.

Por lo que se refiere a este artículo, Navarrete expresa impecablemente mis propias ideas que próximamente espero concretar en un nuevo texto que pretende ser la segunda parte de “Construir el presente, dibujar el futuro”

Disfruten, sin más del breve pero incisivo texto de este autor cuya evolución política personal parece no ser ajustable milimétricamente, salvo que se pretenda su condena sin permitir la discusión (algo siempre sospechoso), a ninguna de las posiciones clásicas de partido entre quienes nos identificamos como comunistas. Esperemos que no seamos ambos expulsados a las tinieblas de la izquierda exquisita ni de la "sistémica", pues no existe nada más peligroso que el pensamiento con criterios propios. En todo caso, el camino es largo...para todos.


Manuel Navarrete. Kaosenlared.net

Treinta años de moderación política y sindical no han hecho otra cosa que mermar nuestros derechos hasta llegar a la situación actual.
Circula entre los ámbitos de la izquierda un dilema razonable, que podría resumirse así: ¿debemos hacernos reformistas, para al menos incidir sobre la realidad? ¿Son los revolucionarios personas que proponen disparates, mientras los reformistas mejoran la vida real de los más desfavorecidos?

No aportamos nada nuevo si decimos, con razón, que este dilema nace de la completa incomprensión de la dialéctica entre reforma y revolución, bien expuesta por Rosa Luxemburg hace cosa de un siglo y según la cual las reformas pueden ser pasos hacia la revolución. Pero la cosa es todavía más grave, porque, en realidad, tal idea nace también de la atroz incomprensión de los más evidentes fundamentos de táctica política (o incluso, sin más, de la táctica).

Cualquier persona que haya asistido alguna vez al congreso de una organización sabe lo siguiente: supongamos que la cuota actual es de 2 euros y un sector de la organización pretende incrementarla hasta los 3 euros. Si ese sector propone 3 euros, tiene menos posibilidades de alcanzar su objetivo que si propone 4 euros, ya que, si hace esto último, los 3 euros aparecerán bajo la apariencia de una posición de consenso.

Todo esto me recuerda a una cita de José Carlos Mariátegui, que se negaba a simular mesura o moderación: "Los arbitrajes, las conciliaciones se actúan en la historia, y a condición de que las partes se combatan con copioso y extremo alegato". Sin embargo, la incomprensión de este sencillo razonamiento (junto al acomodamiento de unas cúpulas no tan bienintencionadas) ha puesto de moda el reformismo y la moderación en el seno de la izquierda.

Si se niegan a hacer uso del racionalismo, podrían al menos emplear el puro empirismo. ¿Dónde están los supuestos logros de la moderación? Treinta años de moderación política y sindical no han hecho otra cosa que mermar nuestros derechos hasta llegar a la situación actual. El marco de relaciones laborales más avanzado fue conquistado durante la llamada "transición" por una izquierda radicalizada y volcada en la calle. Desde entonces, no hemos hecho más que perder.

¿Acaso alguien podría sorprenderse? Más allá de la ingenuidad reformista, que concibe al Estado como un árbitro neutral situado por encima de la lucha de clases, la realidad es que no se trata de cuánto pides, sino de cuánto puedes arrancar en función de tus fuerzas. Apocarse, pedir menos y moderarse jamás ha dado esos frutos tan maravillosos que algunos se empeñan en prometernos; de hecho, todos los logros sociales de la historia tuvieron que ser arrancados a sangre y fuego.

Tal vez aquello de que 'la mejor defensa es un buen ataque' sea un tópico, pero, ¿cómo llega un tópico a convertirse en un tópico? El deporte actual, que también tiene mucho de táctica y de optimización de efectivos, lo ha comprendido a la perfección: si presionas al enemigo atacándole, éste no encontrará margen para atacarte a ti. Pero, desgraciadamente, también lo ha comprendido a la perfección nuestro enemigo de clase. La CEOE y Juan Rosell despliegan sin complejos su programa máximo: miniempleos, despido de funcionarios, congelación de salarios... Mientras tanto, CC OO y UGT siguen mendigando clemencia, y la izquierda institucional(izada) no va más allá de consignas socialdemócratas-keynesianas.

A la revolución de los ricos contra los pobres no podemos oponer una reforma de los pobres contra los ricos, ya que, entonces, el consenso, el término medio será una reforma de los ricos contra los pobres. Ya lo dijo Lenin: "Siembra estrategia revolucionaria y, al menos, obtendrás y consolidarás las reformas; se reformista y las perderás definitivamente".