Por
Marat
El
Tribunal Supremo, una auténtica timba de sabandijas, ha dictaminado
que será finalmente el cliente, como sucedía con anterioridad,
quien pague el impuesto de hipotecas.
Dicen
los mercenarios de la prensa y otros medios de intoxicación que la
decisión ha sido reñida -15 a 13- y para ello han extendido sus
deliberaciones durante 2 días tras el amago de un si pero luego no,
pero después quizá. Toda una representación de una opera bufa.
Lo
que parecía una gracia de las instancias judiciales del Estado
capitalista no ha sido otra cosa que una impostura de “buena
disposición” ante un gobierno de la progresía del hagocomo
quequieroynopuedo, voyperonodemasiado, un interregno entre el PP y
quién sabe qué después. Todo el lío de la tensión en el Supremo
sobre dicho dictamen no ha sido más que una teatralización de una
decisión previamente esperable.
Decían
Marx y Engels, esos revolucionarios “añejos” para los progres
posmodernos y odiosos fracasados para los turboliberales, que “hoy,
el poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de
administración que rige los intereses colectivos de la clase
burguesa”. Y lo decían, refiriéndose al Estado burgués y sus
aparatos de dominación de clase, nada menos que en 1848 en “El
Manifiesto Comunista”. Para
ser unos pensadores y revolucionarios tan desfasados parece que lo
clavaron y que son mucho más modernos y actuales que los progres de
izquierda y los liberales.
En
realidad, como sugerí anteriormente, el debate sobre quién debía
pagar los impuestos hipotecarios era artificial, alimentado de manera
interesada. No nació de una reivindicación sostenida sobre la
musculatura de organizaciones poderosas, ni de un potente movimiento
social, ni de un debate colectivo que permease a la sociedad. Más
bien diría que el hecho de que el Supremo plantease esta cuestión
fue uno de esos globos sonda lanzados para hacer de termómetro del
clima social y, de paso, convertirse con el aldabonazo anunciado en
uno de los más importantes jalones de la frustración del aventurero
“proyecto Sánchez”. Un breve período de desintoxicación de la
basura gubernamental del PP pero sin calado realmente transformador
ni posibilidad de serlo porque no se sustenta en una fuerza social
movilizada que impulse dichos cambios, si es que hubiese habido
interés en hacerlos, cosa que el reformismo nunca ha pretendido. El
objetivo era la mera oxigenación del régimen de partidos, que no
del 78, porque es todo el parlamentarismo el que está afectado en su
credibilidad.
En
cualquier caso, la posibilidad de reformar legalmente el impuesto
hipotecario nació muerta. Es evidente que no existió voluntad de
que fueran los bancos quienes lo pagasen en lugar de sus hipotecados
desde el mismo momento en el que se señaló un límite temporal para
la reclamación del montante económico a las entidades en 4 años
¿Cómo es posible argumentar que si el beneficiario de la hipoteca
es el banco debe ser éste el encargado de pagar dicho impuesto y
limitar temporalmente su aplicación? ¿Puede cesar en el tiempo la
motivación del fallo judicial? ¿En base a qué? El derecho burgués
de propiedad, porque de eso hablamos, el de la vivienda, no es
conculcable en un momento dado. Tampoco las obligaciones que
conlleva. Hacerlo significaría una arbitrariedad y tal cosa por
parte del poder judicial significa nada menos que la prevaricación
de cada uno de los jueces del Tribunal Supremo y del órgano en su
conjunto. Sería el Estado, porque el Supremo es Estado, el
responsable de una arbitrariedad que habría abierto las puertas del
infierno bajo los píes de la banca.
¿Entienden
ahora todo el ruido y la fanfarria mediáticos de estas semanas? El
problema no hubiera sido de 5.000 millones que hubiera supuesto
indemnizar a los hipotecados de los últimos 4 años, una cantidad
asumible por las marcas de la usura, sino el hecho de retrotraer
dichas devoluciones a todos los que pagaron un impuesto hipotecario
¿Imaginan?
La
tentación para muchos puede ser la de decir: “el Supremo la ha
cagado”. No. Esa pandilla de tahúres no da puntada sin hilo. En
una sociedad inerme, desmovilizada, desorganizada, desinformada, una
decisión como la de mantener el “statu quo”
del régimen hipotecario es un clavo más que se introduce en el
ataúd de su derrota y un pasivo terrible en la cuenta del gobierno
Sánchez, por mucho que se diga que el poder judicial es
independiente, que será solo el breve paréntesis entre el PP y lo
que ha de venir. Aunque fuera reelegido Sánchez (ya no hay PSOE sino
Pedro), lo haría con un gobierno, que no programa, porque nunca
existió, mucho más “realista” y dócil con el capital, si es
que no lo era ya bastante.
Mientras
la clase trabajadora no se organice autónomamente frente a todo
intento de venderle siempre el mismo producto, con mejor o peor
maquillaje, no se forme políticamente para no ser víctima de la
mentira, y carezca de proyecto, nos las seguirán metiendo dobladas.