Guadi
Calvo. alainet.org
Aunque
la cifra todavía es incierta se estima entre 100 muertos y cerca de
500 los heridos, que dejó el ataque del miércoles en Kabul en el
barrio diplomático. Según las informaciones un camión cisterna
cargado de 1500 kilos de explosivos, conducido por un suicida detonó
en la Plaza Zanbaq, epicentro de lo que se conoce como la zona verde
de la capital afgana, un sitio ultra controlado por las fuerzas de
seguridad, ya que allí se encuentran numerosas embajadas, oficinas
relacionadas con agencias y organismos internacionales, además de
muchas viviendas particulares, donde residen altos funcionarios del
gobierno, empresarios y ejecutivos de compañías extranjeras.
La
magnitud de la explosión, producida a las 8: 30 hora local, momento
del ingreso de la mayoría de empleados y funcionarios que se
desempeñan en las dependencias de la zona, afectó varias embajadas,
fundamentalmente la de Alemania, donde murieron un par de
funcionarios locales, se escuchó a varios kilómetros de distancia,
afectando a más de 50 vehículos, dejando un pozo de siete metros de
profundidad.
El
ataque producido en los comienzos del Ramadán, el mes sagrado del
islam, y en plena ofensiva de primavera del Talibán,
anunciada a fines de abril, forma parte de otros ataques en
diferentes regiones del país y parece preanunciar una temporada de
alta conflictividad.
Si
bien el ataque todavía no se lo ha adjudicado ninguna de las
organizaciones que operan en el país, aunque el Talibán no
suele adjudicarse los atentados donde las víctimas son muy
numerosas, como es este caso. La agencia de seguridad pakistaní, con
aceitados contactos en Afganistán, sospechan fundamentalmente de la
Red Haqqani, un grupo muy próximo a los Talibán
fundado por Yalaludin Haqqani, en los años setenta, que en la
actualidad contaría entre 5.000 y 15.000 hombres. El grupo fue
financiado por la CIA, en los tiempos de la guerra contra la Unión
Soviética, participa, además de acciones terroristas, en otros
ilícitos vinculado al tráfico de opio y heroína.
Dada
la magnitud del ataque el gobierno ha puesto en marcha una campaña
de donación de sangre, mientras que todos los servicios sanitarios
de la ciudad han sido colapsados tras la emergencia.
Son
varias las embajadas dañadas entre ellas las de Francia, Alemania,
Japón, Turquía, Emiratos Árabes Unidos, India y Bulgaria. Mientras
que el gobierno alemán se vio obligado a retrasar la partida del
vuelo chárter que devolvía a su país, un numeroso grupo de afganos
expulsados de Alemania.
El
último atentado de magnitud en Kabul, se produjo el 8 de marzo
pasado cuando la toma del hospital dejó 30 muertos y 45 heridos,
ataque que se adjudicado al Daesh.
La
situación se degrada día a día, desde el 2014, cuando el gobierno
de Obama inició el repliegue final de sus tropas, dejando a
Afganistán en una situación casi más crítica que antes de la
invasión estadounidense de 2001. Un atentado de estas proporciones,
como hacía muchos años que no se producían ya no solo en la
capital sino en el resto del país, indicaría claramente el nivel de
perfeccionamiento de los terroristas, no solo por la capacidad para
fabricar explosivos de esas proporciones, sino el poder penetrar en
un área extremadamente controlada, ya no solo por la seguridad
afgana, sino también por agentes y mercenarios extranjeros. Esto
evidenciaría claramente que la policía y el ejército afgano armado
y entrenado por los Estados Unidos, han sido infiltrados por la
inteligencia terrorista. Son varios los hechos producidos en el
interior del país donde un infiltrado entre las fuerzas de seguridad
ha logrado no solo asesinar hasta una docena de militares, sino
escapar con su armamento.
Según
Washington, 20 de los 98 grupos que tiene catalogados como
terroristas a nivel mundial, operan entre Afganistán y Pakistán.
Algo
más que una guerra
Washington
mantiene en Afganistán un poco menos de 10.000 hombres, y los
diferentes países europeos otros tres mil en total, asignados
fundamentalmente a tareas de entrenamiento de las fuerzas afganas, y
con un área muy restringida de intervención fuera de sus unidades.
El presidente Trump estaba dispuesto a enviar hasta 5.000 hombres más
para contener el avance talibán y colaborar con el presidente afgano
Ashraf Ghani, no solo jaqueado por cuestiones de seguridad sino
también por su rivalidad política con su segundo Abdullah-Abdullah.
El
jefe del Pentágono, el general James Mattis, quien estuvo semanas
atrás en Afganistán, lugar al que conoce muy bien ya que estuvo
allí destacado siendo general activo, declaró que 2017 sería un
año extremadamente difícil para el ejército afgano y para las
dotaciones extranjeras desplegadas en ese territorio.
La
seguridad viene deteriorándose cada vez más en todo el país al
tiempo que los diferentes grupos que operan en territorio afgano
particularmente Talibán y Wilayat Khorasan (Daesh) que
aspira a conquistar Pakistán, Afganistán, la India musulmana y
Bangladesh. Kabul, hoy controla menos del 60% de los distritos del
país, dejando el resto en manos de los grupos wahabitas.
El
último 25 de mayo en la cumbre la OTAN en Bruselas, Donald Trump
exigió a sus socios más compromiso, además de más aportes
económicos, lo que produjo nuevas y notorias rispideces con la jefa
del ejecutivo alemán Angela Merkel, para reforzar entre otras, la
misión de la organización en Afganistán.
Lo
que se ve es que será muy difícil alcanzar los niveles de
intervención de 2009 y 2010, cuando el despliegue internacional
alcanzó su máxima cota de 130.000 hombres, los que las fuerzas de
seguridad afganas, con cerca de 300.000 hombres, no han logrado
suplantar.
Tanto
el ejército como la policía afgana, cuyos integrantes reciben en
promedio 300 dólares al mes contra los mil básicos de un
combatiente talibán, son desde hace tres años duramente golpeados
por el extremismo: en 2015 5.000 miembros de la seguridad afgana
fueron asesinados, en 2016 casi 7.000, según fuentes oficiales desde
el 1 de enero al 24 de febrero de este año las bajas alcanzaron los
807 militares.
Si
bien el refuerzo norteamericano tendría que haberse producido hace
10 días, su demora se debe a la espera de la decisión de sus socios
europeos, lo que parece no conformar las exigencias de Trump.
Washington
necesita evitar el colapso de Kabul, pero también sostener esa
guerra y de alguna manera controlarla ya que son muchos los intereses
que confluyen en la región, como los de Pakistán, India, Irán,
Rusia, que tiene una presencia creciente de Rusia, y China y su
famoso “camino de la seda”, con el que Pekín se
comunicará de manera más ágil con los mercados de Asia Central,
Rusia, India y Medio Oriente. Un conflicto de proporciones en
Afganistán alcanzaría para desestabilizar toda la región y esa es
una carta que sin duda Trump intentará tener a mano.
China
también está siendo afectada por la presencia del integrismo
religioso en la provincia de Xinjiang, puerta asía Asia Central,
donde opera el grupo MITO (Movimiento Islámico del Turkestán
Oriental)
Kabul,
es, desde hace años, una ciudad sitiada por fuera y por dentro:
barreras, controles móviles, check points, perímetros de
seguridad, zonas restringidas, detectores de explosivos, cámaras de
vigilancia, seguridad privada, centenares de agentes de inteligencia
occidentales, bunkers y panes de evacuación, son demasiados
elementos para que un conductor se infiltre sin más y pueda producir
semejante atentado.
Quizás
alguien vinculado a la seguridad occidental le haya aportado las
coordenadas necesarias para poder alcanzar su objetivo y presionar a
los países díscolos de la OTAN, a una intervención más decidida
en Afganistán.
Quizás
eso alguna vez se sepa, quizás no, pero sea lo que sea habrá que
esperar a que el humo se disipe y el polvo se asiente.