No
se si debo sorprenderme de que mi artículo No
es el bipartidismo lo que está en crisis haya sido calificado
por algún lector de “conspiracionista” por asegurar que el
Estado crea los partidos que necesita.
Como
casi todo el lenguaje posmoderno, lo de “conspiracionista”
procede de Estados Unidos y es una etiqueta que utilizan quienes
sirven a la ideología dominante para repudiar aquellas reflexiones
que van un poco más allá de la versión oficial. Luego sí: soy
“conspiracionista”. Sí: la mayor parte de las explicaciones
corrientes me parecen superficiales, propias de tertulianos y
charlatanes.
Pero
sobre todo: yo no opongo las “conspiraciones” a la lucha de
clases. La clase obrera “conspira” cada día contra sus
explotadores y estos (y sus instrumentos de dominación) hacen lo
mismo de manera centuplicada. Así viene ocurriendo, al menos, desde
los tiempos del Imperio Romano hasta ayer sin ir más lejos.
El
Estado español, tal y como lo conocemos, nace de una conspiración
contra la República, de un intento de golpe de Estado que desembocó
en una guerra civil. La conspiración es uno de sus componentes
esenciales. No es nada distinto ni de la lucha de clases, ni de la
crisis general del capitalismo, sino una de sus expresiones
políticas.
Para
mi esto es tan obvio que no voy a abundar en ello. Únicamente diré
que quienes opinan de otra manera, que son bastantes, no saben a lo
que se enfrentan, es decir, no saben qué es exactamente este Estado,
cómo funciona y sobre todo: no han estudiado su historia. No me
refiero a las historietas típicas con las que los libros de texto
engañan a los estudiantes de instituto cuando hablan de la
transición, sino a la historia real.
Cuando
hablamos de partidos políticos, debemos empezar por el principio de
todo, por el Estado franquista que, a diferencia de otros regímenes
parecidos, como el nazi alemán o el fascista italiano, no procede de
un partido político sino al revés: el Estado franquista creó por
decreto su propio partido, llamado FET y de las JONS, con los
desechos que tenía más a mano.
La
transición continuó exactamente las mismas prácticas franquistas.
La UCD no sólo se creó desde el Estado sino desde el gobierno y en
torno al entonces presidente del gobierno: Adolfo Suárez. Pero hay
algo más: una marioneta como Suárez era incapaz de crear algo así.
A Suárez tuvieron que darle todo masticado, incluida la UCD.
Lo
mismo se puede decir del actual PP, antes AP (Alianza Popular) y
antes Godsa (Gabinete de Orientación y Documentación, Sociedad
Anónima), creada, financiada y dirigida por oficiales del servicio
secreto de Carrero Blanco.
El
alquiler de la sede en Barcelona del Partido Español Nacional
Socialista, luego llamado Círculo Español de Amigos de Europa y
luego reconvertido en Librería Europa, es decir, uno de los primeros
grupos nazis, lo pagaba ese mismo y omnipresente servicio secreto.
Los
últimos años del Partido Carlista son la mejor ilustración de lo
que estoy diciendo: al mismo tiempo que en 1969 le nombraron al
Borbón para suceder a Franco, el Estado se dispuso a desembarazarse
de la otra dinastía, la de Carlos Hugo, con todo tipo de manejos,
que fueron desde el impulso de una escisión hasta la matanza de
Montejurra en 1976, todo ello planificado desde las conocidas cloacas
franquistas.
El
PSOE es otro partido cortado por ese mismo patrón: tras la
experiencia de la Revolución los Claveles en Portugal, el gobierno
franquista provocó una escisión en el PSOE para sacudirse de encima
a los viejos carcamales republicanos que dormitaban en Francia desde
el final de la guerra civil, capitaneados por Rodolfo Llopis, para
sustituirlos por sus fieles cachorros (Felipe González, Alfonso
Guerra, Enrique Múgica, Nicolás Redondo), capaces de ejercer como
oposición domesticada al franquismo, enterrar el recuerdo de la
República, apuntalar al capitalismo, mantener las bases militares de
la OTAN y combatir a los comunistas, entre otros objetivos que les
impusieron.
En
1974 el Estado franquista, por medio de los servicios secretos de
Carrero Blanco, llevó a los futuros dirigentes del PSOE hasta
Suresnes, cerca de París, para que pudieran cruzar la frontera sin
contratiempos, celebraran su Congreso y se hicieran con las riendas
del Partido. Luego no es el PSOE quien crea la transición sino la
transición quien crea un PSOE a su imagen y semejanza, tal y como lo
necesita.
Desde
1939 hasta hoy el Estado fascista legaliza a algunos partidos e
ilegaliza a otros, financia a los fieles y castiga a los infieles,
reúne coaliciones y provoca escisiones, impulsa a ciertos lacayos y
excomulga a otros, cede sus locales para que unos se reúnan
libremente al tiempo que impide las de los otros, difunde los
mensajes de unos en los medios públicos de comunicación y silencia
los de los otros...
La
moderna sociología política califica a los Estados occidentales
como “Estados de partidos”. Los partidos son su gran coartada. El
Estado los necesita para que le vistan con los ropajes de la libertad
y la democracia. No puede permitirse el lujo de que desaparezcan sin
antes crear otros nuevos exactamente iguales a los anteriores,
plenamente adaptados a la nueva situación de bancarrota política.
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
No es la primera vez que publico en este blog un artículo de Juan Manuel Olarieta. Se puede estar o no de acuerdo con sus simpatías políticas concretas. Pero lo que no se puede negar es que es un autor interesante cuyas reflexiones conviene seguir porque enriquecen la capacidad de reflexión política del lector.