Joaquín Robledo. joaquinrobledo.blogspot.com
Por más que -bien leyendo, bien escuchando- trato
de estar al tanto de los devenires de aquello que en su día todo el mundo
llamaba izquierda, me siento tan desalentado como mi hijo cuando, con apenas
seis años, tuvo que escribir una redacción en el colegio sobre el trabajo de su
madre. Mientras todas las criaturillas dedicaron sus líneas a ensalzar la labor
de sus respectivas, él escribía: “Mi
madre es psicóloga y por eso utiliza palabras que no entiendo, como bipolar.
Después, intenta explicarme lo que significan, pero yo sigo sin enterarme”. Leo, escucho y tampoco entiendo. Pregunto, me
responden y sigo sin enterarme de qué quiere decir confluencia o centralidad
cuando dicen confluencia o centralidad. Tengo la sensación de haberme perdido
en algún punto de la trayectoria.
Para más desasosiego, cuando una palabra me
suena, veo que su uso es el opuesto al que conocía. Unidad, sea como ejemplo,
es ahora un chantaje, la catapulta que despide al que no acata los deseos de
los machos alfa.
Los mensajes, de esta manera, se vuelven difusos;
lo que era parece que, súbitamente, envejeció. Una horda de politólogos de
nuevo cuño se ha adueñado de los espacios por medio de propuestas tan llenas de
palabros como vacías de vida, de discursos sofistas elaborados para ver quién
es más guapo. Cada cual planta su semillita, eso sí, en nombre de una
pretendida unidad y bautiza a la planta con tres palabras elegidas entre media
docena que apuntan más a la emoción que a la cabeza.
Eufemismos, palabras medidas, circunloquios, que
envuelven un drama. No hay nada detrás. La sociedad de las dos últimas décadas
ha asumido con tal naturalidad los postulados de la derecha política, que
cualquier minucia que asumiría sin más la socialdemocracia clásica hoy parece
de un revolucionario irreverente.
Para captar votos, único objetivo de este sainete,
solo cabe arrimarse a ese monocultivo ideológico y prometer que el olmo dará
peras. Lo demás, la resistencia ideológica, el arte de la coherencia en el
análisis, queda para cuatro amargados que, según ellos, se niegan a ganar. Más
que nada porque cuando les definen ganar, como mi hijo, siguen sin entender a
qué se refieren.