A la caza de homosexuales e izquierdistas
La ocupación de las calles de París por la ultraderecha
usando como pretexto la ley de uniones homosexuales desemboca en la muerte de
un joven de izquierdas brutalmente agredido. Un estudio constata la creciente
derechización de las opiniones públicas europeas en materia social.
Dabid lazkanoiturburu. Gara
La brutal agresión neofascista que provocó la muerte al
joven de izquierda Clément Meric, un estudiante de 19 años, es la última de una
serie de ataques perpetrados por unos movimientos que han encontrado un caldo
de cultivo ideal en una Francia hundida en una crisis económica feroz y
tensionada por la oposición visceral de los sectores retrógrados al derecho a
la unión entre parejas del mismo sexo.
El suceso tuvo lugar el miércoles por la tarde en el
céntrico barrio parisino de la estación de Saint Lazare, donde se había
organizado un mercadillo de ropa. Un grupo de jóvenes con estética skinhead
llegó y comenzó a provocar a un grupo en el que se encontraba el joven
estudiante de Ciencias Políticas. Uno de ellos le propinó al menos un fuerte
golpe con un puño americano y la víctima cayó al suelo tras golpearse la cabeza
con un poste. Ingresada en el hospital con diagnóstico de muerte cerebral,
falleció ayer.
El ministro francés de Interior, Manuel Valls, anunció la
detención de cuatro jóvenes, entre ellos «el autor probable» de la agresión, y
el Partido de Izquierda pidió abiertamente la disolución de los grupos de
extrema derecha, que están multiplicando los ataques en las últimas semanas
tanto en la capital como en otras ciudades del Estado francés.
Todo el arco político francés denunció los hechos, incluso
el presidente, François Hollande, de visita en Tokio. Hasta la líder del
ultraderechista Front National, Marine Le Pen, se apresuró a desmarcarse del
«terrible e injustificable» ataque.
Lo cierto es que, como recuerda la izquierda, la agresión
contra el joven Meric ha salido a la luz pública por lo dramático de sus
consecuencias, pero se enmarca en una creciente oleada de ataques que ha tenido
como objetivo preferente, que no único, a los homosexuales. Al calor de las
multitudinarias manifestaciones contra la ley Taubira (bautizada con el nombre
de la ministra de Justicia y principal proponente), y que pillaron a contrapié
tanto a la derecha clásica de la UMP como al Front National, han reaparecido
con fuerza grupúsculos de extrema derecha decididos a pasar a la acción.
La virulencia y el éxito en participación (cientos de miles
de personas en cada convocatoria) de la oposición a esta ley igualitaria ha
sorprendido tanto dentro como fuera del Estado francés. No obstante, un repaso
a la historia francesa que repare en el peso de las fuerzas reaccionarias sirve
para situar la cuestión. Como recuerda Bernard Schmid en Viento Sur, se trata
de «sectores que van más allá de su
tradicional actitud de defensa del orden social existente de forma pasiva».
El autor añade que «la memoria de la
ruptura revolucionaria de los años 1789-1793, y la forma como el orden burgués
se impuso al ancienne régime (entre otros instrumentos, con la guillotina) han
hecho que este campo esté dispuesto a movilizarse contra los cambios que
considera catastróficos o que le conducen al abismo».
Y no hay duda de que la ley de igualdad de las personas del
mismo sexo en el ámbito del reconocimiento legal de su unión es, a ojos de este
sector, uno de ellos. Un sector que tiene continuidad histórica tanto en la
Francia colaboracionista del régimen de Vichy como en el indudable peso
político del Front National, extrema derecha homologada, como en amplios
sectores del electorado de la UMP (sarkozysmo).
El cuestionamiento por parte de los opositores a la ley
Taubira, ante la que oponen la primacía de una supuesta «ley natural» (lo que les permite proseguir con sus protestas pese
a su aprobación) ha resucitado viejos fantasmas.
El suicidio en la catedral de Notre Dame de uno de los
teóricos de la extrema derecha francesa, acompañado de un
testamento-llamamiento para ir más allá de la protesta contra los homosexuales,
debía haber encendido, más allá del simbolismo e individualismo de la acción,
bastantes alarmas.
Dominique Venner, ensayista y prolífico autor de obras que
defienden el supremacismo europeo, se disparó en la sien con una pistola el 21
de mayo, cinco días antes de la manifestación, nuevamente multitudinaria,
contra la ley de igualdad de los homosexuales. En su mensaje, hacía un
llamamiento a proseguir con la lucha pero alertaba de un «peligro» mucho mayor:
el de que «Francia caiga en manos de los islamistas».
Venner, militante de la organización paramilitar de las OAS
(grupos de choque en la Guerra de Argelia), era uno de los principales teóricos
e impulsores del autodenominado «nacionalismo
revolucionario francés». Lo que nos devuelve directamente a la muerte del
joven Meric, que la Policía imputa al grupo «Juventud Nacionalista
Revolucionaria».
Este movimiento, fundado en 1987, está formado actualmente
por bandas «neonazis» con estética skinhead y supone una amalgama que combina
una visión en la que priman los estados nación con elementos socializantes
(aunque ferozmente anticomunistas).
Salvando las distancias geográficas y políticas, este grupo
se reclama émulo del Movimiento Nacional Bolchevique, liderado por el ruso
Eduard Limonov, una suerte de mezcolanza entre paneslavismo y estalinismo que
tiene su correspondencia en el ámbito estético (hoz y martillo en lugar de la
esvástica sobre un fondo igualmente negro).
Si Limonov luchó junto a las milicias serbias en el cerco de
Sarajevo (Bosnia), la Juventud Nacionalista Revolucionaria francesa no tiene
empacho alguno en reivindicar modelos como el baazismo (iraquí y sirio) e
incluso en alabar a figuras como el desaparecido Hugo Chávez y al presidente
iraní, Mahmud Ahmedineyad. Asegura compartir con estos últimos su
antiimperialismo (frente a EEUU).
En el ámbito nacional (siempre francés, por supuesto),
rechaza el liberalismo económico y aboga por un modelo económico corporativo y
orgánico en la línea de lo que fueron movimientos como el fascismo italiano en
sus inicios o el falangismo español.
Y es que muchas veces se pasa por alto el componente (o la
excusa) socialistoide de este tipo de movimientos a lo largo de la historia,
incluido el nacional-socialismo hitleriano.
Estas últimas reflexiones quedarían en unos insuficientes
apuntes históricos si no fuera porque la situación que vive el Estado francés,
y en general buena parte del continente europeo, no revistiera circunstancias
de urgencia como las que dieron pie a la emergencia de aquellos movimientos
fascistas.
Ayer mismo se conoció que la tasa de paro en el Hexágono ascendió
en el primer trimestre del año al 10,4%, el nivel más alto desde 1998. Y la
situación tiene todos los visos de empeorar.
Ante ello, la izquierda y los sindicatos han cedido todo el
protagonismo y el escenario a la reacción, como ha quedado patente con las
protestas anti-gays.
Muchos lo fiaron todo a la llegada al Elíseo del «socialreformista» Hollande, quien en un
año de legislatura ha generado una insatisfacción general que ha llegado a
cifras igualmente récord.
Hora es de que la izquierda se ponga las pilas para
arrebatar la calle a sus actuales ocupantes y evitar que sus «grupos de choque» sigan sembrando de
pánico, y muerte, las calles de París, Toulouse, Marsella...