17 de mayo de 2020

CORONAVIRUS, QUIMERA, DISTOPÍA Y UTOPÍA


Por Marat

Cuando a uno no le pagan por escribir, a tanto la pieza o por palabras y tampoco escribe al dictado de la “línea editorial”, lo hace cuando puede o cuando cree que tiene algo que decir y es capaz de ponerse ante el ordenador y decir lo que quiere expresar. Éste es el caso, como siempre.

Antes de que la estampida del desconfinamiento produzca la amnesia colectiva, quienes se hayan detenido en los contenidos que las formas de entretenimiento del vacío mental que se han difundido para rellenar el tiempo de reclusión –en mi opinión necesaria frente a la pandemia- en cantidades y calidades obscenas, quizá hayan reparado en que hay tiempos de mentira, tiempos que nos educan en terrores futuros y tiempos del deseo necesario.

En el mismo orden en que acabo de señalarlos los nombro como quimera, distopía y utopía.

1.-Quimera
En la segunda acepción, que es la que me interesa, del diccionario de la real academia de la lengua española se define a este término como  “aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”. En plata, mentira.

Hablemos de quimera en tiempos de coronavirus durante el desconfinamiento.

Quimera es que necesites pedir una ayuda al SEPE (Servicio Público de Ayuda Estatal) y no dispongas de ninguno de los sistemas de certificación electrónica -certificado digital, DNI electrónico, CL@VEPIN (para un solo uso, por lo que hay que pedir una nueva clave para cada uso nuevo) y CL@VE permanente-. La odisea que te espera para conseguirlo está a la altura de la de Ulises. Tanto que acabas teniendo que recurrir a tutoriales en vídeo para ver cómo conseguir ese sistema de certificación electrónica. Todo ello para descubrir que no puedes pedir cita online con el SEPE o encuentres que tu situación para solicitar un subsidio no está  dentro de los supuestos de los que te informa la web de este servicio.

No soy un conspiranoico, lo primero porque aún me funciona la cabeza moderadamente bien, lo segundo porque no entiendo los procesos históricos como explicados por una sucesión de conspiraciones sino marcados por la lucha de clases dentro de un formación económica y social dada y lo tercero, y no menos importante, porque no soy un reaccionario, pues se es un reaccionario cuando se recurre a la conspiración para “explicar” cómo funciona la economía bajo el capitalismo y está claro que para un capitalista, que se rige por la máxima de la rentabilidad, el gasto social no es rentable. Conviene no olvidar que los Estados son Estados capitalistas gobierne quien gobierne. Y en el caso español actual también.

Cuando no hay modo posible de hacer gestiones personales por razones higiénico-sanitarias justificadas, tampoco telefónicas “por saturación” del servicio y la posibilidad de llevarlas a cabo mediante el medio online, es harto dificultosa, por las trabas laberínticas ya descritas, no hace falta ser muy inteligente para saber que se está jugando a ganar tiempo (para disponer de la liquidez necesaria para los distintos tipos de parados  afectados o no por el COVID-19) y a generar desestimiento entre una parte de los candidatos a demandantes. Esperar que el servicio del SEPE piense en las necesidades y angustias personales de quienes se ven sin un euro para pagar su alquiler, la comida o las necesidades más elementales es pura quimera. Es decir que, al menos de momento, aquello de no dejar a nade en el camino es una mentira bastante indecente. Las colas de las bolsas vacías ante las asociaciones civiles laicas o religiosas no tienen otra explicación.

Quimera es que aparezcan nuevas compañías eléctricas en televisión comparándose con Luther King, Gandhi o quien se supone que se plantó delante de un tanque en Tiananmén, diciendo que “por algo se empieza”.  Cuando uno se preocupa en saber quién está detrás de esta operadora energética de la “tarifa justa” y de la “energía 100% verde” se entera de que la gestora de fondos de capital riesgo española Axon controla el 27% de sus acciones y de que sus principales impulsores y caras públicas son gente sin aparente gran procedencia empresarial, aunque bien conectados con Forbes España, el IESE, el Deutsche Bank o inversores en energías renovables como  Special Credit Situations Group o han estado presentes en la dirección financiera de Novacaixagalicia, la consultoría de McKinsey & Co. o el Boston Consulting Group.

Esta compañía energética que se propone absorber otras menores para hacerse un sitio en la minipecera de los depredadores energéticos tiene un estilo 15M de “capitalismo colaborativo” interesante por su capacidad de absorber un discurso buenrollista, pensamiento Alicia, delicioso.

Si algo debe agradecerse a tiburones tipo Endesa o Iberdrola es que les importe entre cero y nada parecer éticos, “colaborativos” partidarios del “bien común” (el de sus grandes accionistas sí), justos y ecológicamente sostenibles. Se la pela y uno no deja de saberlo, si quiere.

Que Holaluz se vista de ONG, mucho más tarde de que hubiéramos empezado a sospechar de las ONGs, tiene delito. Comprarles el relato no tiene justificación salvo que se sea gilipollas profundo. En todo caso, conviene mirar qué tiburón les cobrará menos por encender la luz del fluorescente de sus cocinas.

Quimera es que haya partidos, medios de comunicación y grupos de presión empresariales (de estos a cascoporro) que intenten torcer el brazo al gobierno, lo están logrando, para que las medidas más eficaces de contención social del coronavirus –el confinamiento es la principal- sean anuladas antes de que estemos seguros de que no habrá un rebrote en los hospitales ni los medios de control sean capaces otra vez de hacerles frente, una vez demostrado su casi agotamiento ahora.

Quimera es que los pijoburgueses del barrio Salamanca, de Pozuelo Aravaca o Chamartín vendan como defensa de la libertad lo que es su deseo de reapertura de sus negocios poniendo en riesgo la vida de sus trabajadores o que señalen como estado de emergencia solapado lo que es un intento de viajar a sus chalets con piscina propagando el virus allá donde vayan.

Quimera es que haya “personajes” que, con la coartada del COVID-19  intentan que confundamos ese invento llamado por los progres postcapitalismo (¿Qué pretenden hablando de un sistema inexistente si no es alternativo al capitalismo? Yo lo tengo claro) con el fin de la etapa neoliberal o del predominio del capitalismo financiero, sin el que no puede sobrevivir el productivo, cuando no hay postcapitalismo sin acabar con las relaciones sociales de producción capitalista basadas en una plusvalía nacida del trabajo excedente sin el que el sistema no puede reproducirse porque carecería de beneficio. Podría explayarme con la admiración que el personaje al que me refiero profesa a una vedette esotérica, que dice que es comunista, como  Žižek, para el que la explotación laboral es algo así como la existencia de gamusinos o con su apoyo al peronismo argentino pero tampoco me apetece hacer sangre cuando toca hablar de cuestiones mucho más importantes que alguien como Atilio Borón.

Quienes juegan esta partida no son radicalmente opuestos a los fascistas criminales de VOX ni  los prefascistas del PP que acusan de comunistas a los de Unidas Podemos, ofendiendo con tal acusación a los comunistas que nada tenemos que ver con quienes emplean bálsamos por vitales que sean, para quienes están en el nivel de la supervivencia, cuando sabemos que tras la pandemia aplicarán nuevas recetas de dolor y recortes sociales a los trabajadores para favorecer la recuperación del beneficio empresarial, en lugar de organizar a la clase trabajadora para lo que se nos viene encima. Ambos mienten. Unos para defender la democracia burguesa, cumpliendo su viejo papel de justificadores, aparentemente críticos, del capital. Otros para actuar como criminales a sueldo del capital, poniendo por delante el trapo de una bandera patria que jamás protegerá a las clases subalternas de los intereses de clase de los patriotas sean estos españoles, catalanes o vascos.   

2.-Distopía
Según la Real Academia de la Lengua Española distopía es la “representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”.

Distopia es  que haya millones de españoles e inmigrantes cuyos hijos dependan de la caridad para comer, distopía son las enormes colas de nuevos pobres, distopía es que haya seres humanos que tienen que jugarse cada día una gran multa para continuar con sus actividades en una economía sumergida de la que no pudieron salir porque, de otro modo, no pueden sobrevivir.

Distopía es la ingente cantidad de trabajadores que están descubriendo las maravillas del teletrabajo. Basta ya de limitar las críticas al mismo al tener hijos en casa. No es lo peor la conciliación trabajo-familia cuando ésta es imposible. Lo peor del teletrabajo viene de horas que superan a lo establecido, de la invasión de la privacidad por parte de la empresa cuando, supuestamente, no es horario de trabajo, del control de la producción en remoto, de los efectos físicos y psicológicos del trabajo en el hogar, de la imposibilidad de separar espacios/tiempos de trabajo y vitales, de la alienación que viene de la soledad y, por supuesto, de la próxima pérdida de derechos laborales y contractuales que significara el paso de ser un trabajador a un autónomo del búscate la vida, págate tú la cotización y te llamaré a ti o a la plataforma que te subcontrate, cuando lo necesite.  

¿Han estado ustedes viendo películas en las televisiones no de pago últimamente? De las de pago no les pregunto porque probablemente, el contenido distópico sea el principal de su programación.

¿Se han preguntado alguna vez qué función cumplen estos contenidos, sea en formato de film o de series? Yo sí y más aún también me he preguntado por el porqué de que se hayan multiplicado en estos meses de pandemia.

Los contenidos audiovisuales que  hablan de sociedades totalitarias y policiacas, de destrucciones de la tierra, de pandemia, de apocalipsis,  de animales extraños que nos heredarán, luego de acabar con el género humano, del día después de…, más allá del mero entretenimiento, tienen el objetivo de ir generando la aceptación ante cualquier decisión del poder económico y político que nos conduzca a la sumisión de la voluntad o a la acatar la pérdida de libertades ante peligros inminentes.

Esos son los contenidos que ayudan a justificar a los chivatos policías de los balcones, que explican las comparecencias de militares, guardias civiles y policías durante las primeras semanas en ruedas de prensa que nos explicaban el día a día del coronavirus, que han intentado colocarnos, y en parte lo han logrado, aplicaciones en los móviles dedicados a nuestro seguimiento.

En una pandemia como la que hemos vivido no se pueden mantener todas las libertades. Hay liberales que son criminales si no son conscientes de la necesidad de su limitación pero no vale todo. No vale mantener la Ley Mordaza, cuando quien la aplica se manifestó en su contra ni vale tampoco que se permita la total liberalidad de la policía para actuar. Es evidente que no es lo mismo impedir un botellón o una manifestación que no contempla la distancia social que el que una madre salga a pasear con su hijo autista en los peores momentos de la pandemia. No había carta de navegación pero a una policía que no es democrática (JUSAPOL es un claro ejemplo de ello) hay que leerle la cartilla antes de dejarla salir a la calle. A ver si es que es preferible que se pasen por exceso antes que por defecto. Sería bueno saberlo.

3.-Utopía
La RAE da dos definiciones de utopía:
1. f. Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización.
2. f. Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano.

No suenan mal, al menos a mí, salvo en lo de “que parecen de muy difícil realización”
Decían Marx y Engels
“Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o , dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas.” (“La ideología alemana”. Marx y Engels)

Para algunos una especie de catecismo comunista, justamente lo que los dos revolucionaros se negaron a aceptar como título en lugar del “Manifiesto Comunista”, que tiende a simplificar en exceso un pensamiento mucho más sutil, más rico, más lleno de matices. Casi todos los comunistas reducimos a un párrafo un pensamiento mucho más profundo, limitándonos a aquello de “La ideología dominante es la de la clase dominante”.

Hay quienes entendieron el funcionamiento del capitalismo como un acto de fe. Quizá algún día sean capaces de explicarnos el porqué y el cómo de las crisis capitalistas.

Quienes nos consideramos comunistas vemos necesario dar la batalla de las ideas para desnudar la naturaleza de un sistema que no conspira contra sí mismo (sería estúpido no comprender hasta qué punto la crisis económica derivada del COVID-19 exige recuperar el beneficio empresarial) pero que es incapaz de dar respuestas  a la humanidad, ahora más que nunca.

La utopía es la esperanza para los cristianos que buscan un mundo mejor también aquí. A su lado, no más lejos, los comunistas podemos compartir la fraternidad y la denuncia ante la desigualdad que sufren los desheredados de nuestra clase.

Un comunista mira la utopía como una posibilidad. El marxismo nunca fue determinista. Nunca planteó el derrumbe como el cómodo atajo que evitaría a los explotados luchar por emanciparse.

El ser humano puede llegar a liberarse de su necesidad o encaminarse a la barbarie. Es necesario explicar el riesgo de la locura y el porqué. El capitalismo mata pero no basta decirlo. Toca desnudarlo.

La crisis del capitalismo viene de lejos. Desde la mal llamada crisis del petróleo no ha hecho más que sucederse por etapas, cada vez más rápidas, encaminándose hacia su senilidad.

La COVID-19 no ha creado una nueva crisis. La ha acentuado. Pero creer que el paro actual, la ausencia de recursos económicos, es lo peor que le ha ocurrido a la clase trabajadora es no entender casi nada. Lo que viene ahora es la salida del capital a esta nueva fase de la crisis que ahora le ahoga. Su recuperación, nuestra miseria. En unos meses veremos su actuación.

Utopía es entender que el comunismo no es solo una sociedad futura sino un movimiento que lo acerca.
“Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual" (“La ideología alemana”. Marx y Engels)

Ésta es la esencia de la utopía comunista. Avanzar, pegados a las necesidades inmediatas y cotidianas de nuestra clase hacia la sociedad a la que aspiramos. Defender cada milímetro a conquistar sin engañarla, dejándola claro que mañana puede perderlo dentro del capitalismo, intentar elevar su conciencia como clase antagónica y plantear con claridad que de ésta salimos más fuertes solo si comprendemos que dentro del capital no hay esperanza. Y que  solo la podemos construir de forma colectiva, solidaria y organizada.  

27 de abril de 2020

INGRESO MÍNIMO VITAL vs. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA


Por Marat

1.-ASISTENCIALISMO SÍ, PERO DENTRO DE UN ORDEN
La oposición que ha mostrado la Conferencia Episcopal Española al proyecto del Ingreso Mínimo Vital (IMV) que pretende poner en marcha el Gobierno, aprovechando la crisis económica que ha desatado el coronavirus puede, de entrada, llevar a muchos a presuponer que hay una posición correcta y otra incorrecta en relación con la introducción de dicha especie de Renta Básica, aunque sin pretensión de ser Universal (para toda la población).

Veamos qué es lo que decía el portavoz de la más alta instancia de los obispos españoles, Luis Argüello, sobre el IMV. Adelanto ya que su oposición es al carácter “permanente” de la medida y no a su condición asistencial de emergencia y para un tiempo dado. Guarden este detalle porque, más adelante, acabará llevándonos a las auténticas razones de la oposición de la conferencia Episcopal a la IMV.


"Es muy importante que las personas puedan ejercer sus capacidades con un puesto de trabajo. La necesidad perentoria de una renta mínima en este momento no debería ser una coartada para una especia subsidio permanente que retirase del horizonte de las personas el pensar en poder tener un trabajo, desarrollar sus capacidades y en la relación con otras personas"

Independientemente del tufillo reaccionario, despectivo y de darwinismo social, tan querido por la ultraderecha, que conlleva la expresión “ciudadanos que vivan de manera subsidiada”, lo que propone la IMV de carácter permanente es un subsidio- no nace de los derechos adquiridos a través del trabajo, por lo que no es contributivo: no cotiza para una pensión de jubilación contributiva-, del mismo modo que lo que practica la Iglesia Católica con su legión de pobres, sostenida permanentemente por sus ONGs y Cáritas (desde 1957), es caridad. El IMV, al no estar ligado al salario que nace del trabajo, es un acto potestativo del gobierno, una medida asistencial, caritativa si prefieren mayor grado de crudeza, que puede ser anulada por otra decisión posterior del mismo o de otro gobierno pero que, además implica un paso muy importante hacia la perdida de conquistas sociales que la clase trabajadora logró arrancar en el pasado al Estado capitalista con sus luchas. Para una mejor comprensión de lo que significa el IMV sugiero la lectura de este documento del Espacio de Encuentro Comunista (EEC), que explica con gran acierto las implicaciones sociales del mismo

Aquí hay que hacer una salvedad fundamental. El trabajador en paro o en activo (muchos salarios siguen siendo de miseria, no digamos en la economía sumergida), el que no cobra desempleo, porque se le ha agotado o nunca alcanzó la posibilidad de cobrarlo, no puede permitirse el lujo de cuestionarse si es un subsidiado o no, no puede rechazar una ayuda puramente asistencial, porque eso es la IMV, sea ésta laica y del Estado o privada y religiosa. La primera obligación del ser humano es sobrevivir, por muy humillante que sea recibir ese tipo de ayudas en una sociedad en la que el dedo acusador que señala al “perdedor” ha asumido los valores del éxito social, propios de la ideología dominante del capital, incluso por parte de quienes pudieran mañana estar en la misma situación que hoy desprecian y condenan. 

Es habitual que la gran mayoría de la gente busque confirmar sus propias posturas a partir de la negación de quienes las atacan y, viceversa, que ataque determinados posiciones según quién las defienda. Desafortunadamente el ser humano no ha evolucionado intelectualmente demasiado desde que nuestros ancestros se bajaron de los árboles.

Casi siempre los puntos de vista se sostienen más sobre cuestiones morales que sobre la corrección o incorrección de los mismos en base al análisis de la realidad. Desgraciadamente la opinión pública se construye no solo en base a la manipulación informativa de todos los canales, oficiales y “alternativos”  (“mi medio me miente mejor”), sino también mediante toneladas de chorreante y viscosa moralina, esa elaboración propia de curas y profesores de ética y tan del gusto en los últimos decenios de la mojigatería beata y viejuna de la izquierda.

La interpretación de los hechos sociales, políticos y económicos que no se corresponda con el análisis concreto de la realidad concreta, y que no busque una explicación de los mismos en su realidad material, en la realidad que se sustenta sobre el modo de producción capitalista, será una construcción puramente ideológica, en el sentido que daba Marx a la ideología como “inversión de la realidad”, como expresó en su obra conjunta con Engels, “La ideología alemana”.

2.- PELEA LAICO-RELIGIOSA POR EL MERCADO DE LA POBREZA
La Conferencia Episcopal sangra por su herida. Es el carácter “permanente” del IMV lo que hace temblar sus melífluas voces y sus carnes no endurecidas por el trabajo.

Una ayudita temporal del Estado a la ingente cantidad de nuevos pobres no le viene mal a la Iglesia. Tiene mucha tarea en su labor social. Con el coronavirus han crecido mucho más las necesidades sociales que sus grandes recursos -tampoco es cosa de tirar de sus bienes y propiedades sino de los ajenos-, obtenidos a través de los impuestos (7.191.387 declarantes marcaron con una X la casilla de asignación tributaria en su declaración del IRPF en 2019) y de las donaciones ajenas, además de las exenciones del IBI y del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales. Nunca un Estado aconfesional trató tan bien a una Iglesia, incluyendo los gobiernos “progres”, cuyos partidos cacarean contra los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979 en la oposición y mantienen el “statu quo” cuando ocupan el Ejecutivo. Una cosa es que Jesucristo fuese pobre y otra muy distinta que los obispos sean gilipollas, que no lo son.

284,4 millones de euros son los que obtiene de modo directo la Iglesia Católica vía impuestos, sin contar con la casilla de fines sociales en la declaración de IRPF. Estos mercaderes del miedo a la muerte si no te pillan por un lado te pillan por el otro. Gente inteligente. Cáritas recibió de esa cantidad (la de financiación directa de la Iglesia), a través de la Conferencia Epsicopal,  6 millones de €, si bien tiene otras vías de financiación estatal, de las Comunidades Autónomas y donaciones privadas.

Aproximadamente unas 30 ONGs católicas, (el 35% del total de las ONGs que reciben subvenciones vía impuestos) incluyendo Cáritas, recibieron en 2018 unos 115 millones de euros.



La Iglesia Católica tiene en el país 48 hospitales que mantienen un concierto con el Ministerio de Sanidad en eso que obscenamente se ha venido a llamar colaboración público-privada de la sanidad, mientras se ha ido desmontando la sanidad pública. Ahora vemos sus consecuencias en la escasez de recursos en los centros. Desconozco la cuantía que se llevan los hospitales católicos con conciertos con el Estado pero sospecho que la partida no será magra.

Sin embargo, la subvención de la Iglesia Católica no se agota en estas cifras, ni mucho menos. Según Europa Laica, “el Estado español aporta a la Iglesia católica, a través de subvenciones directas y exención de tributos once mil millones de euros anuales” lo que supone más del 1% del Producto Interior Bruto”. No está nada mal para un país que ha sufrido, después de Grecia, los mayores recortes sociales durante el anterior período de la crisis capitalista.

Si una conclusión puede sacarse de los datos del presente apartado es que la atención a la pobreza y la caridad cristiana no consumen precisamente la mayor parte de los ingresos que la Iglesia Católica recibe de uno u otro modo del Estado “aconfesional”, sino más bien una fracción claramente menor.

Pero la “doctrina social de la Iglesia”, con sus principios de “dignidad de la persona humana”, “primacía del bien común” (concepto compartido por derecha e izquierda en una sociedad dividida en clases y con intereses antagónicos), “principio de solidaridad”, “participación social” –acompañados de los principios que dan una de cal y otra de arena: “destino universal de los bienes y propiedad privada” y “principio de subsidiareidad”-, son la coartada con la que la Iglesia Católica española pretende justificar su condición de subvencionada permanente.

“¡Qué gran negocio son los pobres!”, escuché decir a un cura obrero de Vallecas en un acto en el que participábamos ambos, organizado por una ONG católica, dentro de la Campaña pro-Regularización de Inmigrantes de 1991, de la que formábamos parte más de 100 organizaciones del Estado español. ¡Y qué cierto es! Que se lo digan a las decenas de miles de licenciados en Trabajo Social que han encontrado su empleo gracias a los pobres. En las partidas destinadas a la erradicación de la pobreza hay que incluir los gastos en Recursos Humanos e infraestructuras para su atención, además de centenares de empresas que conciertan sus servicios con las ONGs para tal fin (incluyendo a las ETTs que contratan, por míseros salarios, a quienes ofrecen en la calle la posibilidad de hacerse socio de las mismas pagando una cuota anual). No parece que quede mucho para los menesterosos. 

No dudo de que una parte de los trabajadores sociales encuentren en su profesión una motivación ética y estén convencidos de su utilidad para quienes viven las situaciones económicas más precarias, del mismo modo que dudo mucho menos de la generosidad y buenas intenciones de quienes hacen esta tarea voluntaria y gratuitamente, dedicando parte de su tiempo libre, y muchas veces parte de su dinero, a ello pero no es esa la cuestión.

Pero lo cierto es que la pobreza sigue creciendo en los países centrales del capitalismo. En ellos, los sectores de la clase trabajadora más castigados por la acumulación de las sucesivas crisis capitalistas van sumando golpes sobre sus ya deterioradas vidas. Y en los países en desarrollo y subdesarrolados la lucha contra la erradicación de la pobreza amenaza con ser tan dilatada en el tiempo como el viaje del PP hacia el centro político.  

El mercado de la pobreza está en disputa entre el Estado y la Iglesia Católica con la aparición de la IMV. Mientras el primero busca sustituir sus obligaciones para con los parados (si no es capaz de garantizar el trabajo para todos, su responsabilidad es dar una cobertura de desempleo ligada al trabajo y al salario y no una limosna en forma de raquítico subsidio no contributivo que acabará llevando a una pensión no contributiva y de miseria), mediante una forma de asistencialismo (caridad) laico, la segunda teme que el IMV permanente le quite gran parte de su “justificación” social y le arruine el negocio.

Habrá progres que digan que es un avance que la caridad se sustituya por la asistencia. Cráneos privilegiados los suyos. Esperemos que no sufran un esguince cerebral, por el bien del cociente intelectual de la humanidad. Lo que se sustituye es el término con el que se designa a un mismo tipo de comportamiento, sea éste ejercido por el Estado o por la iglesia Católica.

Cuando el Estado deja de vincular una parte de las coberturas de desempleo, las no contributivas, y el IMV lo es, al salario (al que estuvo ligado históricamente) y lo hace al 80% del IPREM (Indicador Público de Rentas de Efectos Múltiples), que es la mitad del salario mínimo, y cuando el IMV no cotiza para una pensión contributiva, es una mera ayuda, bastante escasa. Esta nueva especie de renta básica dirigida a determinados colectivos es asistencialismo, “humanitarismo”, limosna, caridad. No parece que ello haga mucho por el sentimiento de dignidad del perceptor, por mucho que lo necesite y que no le quede otro remedio que aceptarlo. Y, muy importante, es un paso previo a la voladura de las pocas conquistas sociales de la clase trabajadora que aún quedan en pie y que el capitalismo prefirió en su día llamar Estado del Bienestar.

Es justo reivindicar que todo tipo de cobertura de desempleo esté ligado al trabajo y al salario, con el fin de que no sea una concesión "altruista" sino un derecho nacido del hecho del trabajo porque, cuando el Estado capitalista no es capaz de garantizar empleo para todos, es su responsabilidad cubrir nuestras necesidades. La nuestra es trabajar, cuando dispongamos de un empleo, ya que nadie debe de vivir del trabajo de otros. Claro que eso afecta al propio empresario, el cuál vive del trabajo de quienes lo hacen para él a través de la plusvalía que obtiene de aquellos.     

Mientras exista el capitalismo la erradicación de la pobreza será, no una utopía, sino una quimera porque la lógica del beneficio conlleva la desposesión y la concentración creciente de la riqueza.