25 de octubre de 2015

ABENOMICS NO CONSIGUE PONER FIN A LA CRISIS JAPONESA

Ariel Noyola Rodríguez. alainet.net

Los pasados 3 meses nos revelan que el panorama del sistema mundial es cada vez más preocupante. Tanto por las tensiones geopolíticas en Siria, como por las tendencias económicas que rozan la recesión. Por cuarta vez consecutiva en lo que va del año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) disminuyó sus estimaciones de crecimiento: la economía global se expandirá 3.1% en 2015, la tasa más baja desde 2009.

Es que el proceso de recuperación económica en Estados Unidos es muy débil, mientras que la Unión Económica y Monetaria Europea y el Reino Unido conservan el riesgo de consolidar la deflación (caída de los precios). Los países de América Latina y el Continente Asiático, por su parte, tampoco están a salvo de la turbulencia económica mundial.

Luego de la contracción del crédito (credit crunch) internacional en los primeros meses de 2009, la mayor parte de las economías emergentes evitaron sumergirse en una crisis profunda. Los países latinoamericanos cayeron en desaceleración pero no en depresión.

Lo mismo sucedió con los países de la región de Asia-Pacífico: China continuó con la compra de una gran cantidad de materias primas (commodities), con lo cual los países primario-exportadores de la periferia capitalista resistieron más ante el colapso si se los compara con las naciones industrializadas. Ahora la situación es muy distinta, la recesión avanza en América del Sur y la desaceleración cobra fuerza en el Continente Asiático.

El Grupo de los 7 (G-7, integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) se encuentra atrapado en una crisis estructural. Estados Unidos, la Zona Euro, Japón y el Reino Unido lanzaron una enorme cantidad de estímulos monetarios y fiscales para evitar la profundización de la debacle.

Sin embargo, esas políticas, más que dinamizar el grueso de la actividad productiva y promover la creación de empleo masivo, precipitaron la acumulación de deuda pública y el auge bursátil. La crisis no se resolvió, solamente se contuvieron sus rasgos más destructivos unos meses.

En Japón ya se presencian los primeros síntomas del regreso a la deflación (caída de precios). Cuando el primer ministro, Shinzo Abe, comenzó su mandato en diciembre de 2012, se comprometió a sacar a su país del atolladero. Con graves penurias desde 1980, por una crisis de los bienes raíces, la economía nipona se hundió a principios de la década de 1990 en el estancamiento, y siempre se mantuvo amenazada por la caída de precios.

El gobierno de Abe apostó todo su capital político en un plan de recuperación (conocido con el nombre de Abenomics) sustentado en las denominadas “tres flechas”: las reformas estructurales, los estímulos fiscales (20.2 billones de yenes) y el programa de flexibilización cuantitativa (aumento de la base monetaria en un monto anual que equivale a 16% del producto interno bruto, 80 billones de yenes).

A grandes rasgos, el objetivo consistía en incrementar la productividad y la competitividad empresarial de Japón en la economía global. Se liberalizó el mercado laboral para eliminar las barreras de la explotación capitalista. Para sumarse en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés) que impulsa Estados Unidos, Abe pretende llevar adelante la apertura de los sectores de la agricultura y la salud, entre otros, aunque la resistencia interna no se lo permite todavía.

También se disminuyeron los impuestos a las corporaciones para promover la inversión productiva y se incrementó el impuesto al valor agregado de 6 a 8% para no generar un hoyo fiscal. Por último, se puso en marcha un programa de inyección de liquidez para favorecer la subida del nivel de precios. Sin embargo, el plan Abenomics aún no consigue el despegue de la economía.

La economía nipona cayó -1.2% entre abril y junio (en términos anuales). Y hay señales que apuntan a que la recesión no cederá en los últimos 2 trimestres del año. A pesar de la agresividad de las políticas del Banco de Japón, la tasa interanual de inflación (si se excluyen los alimentos y la energía) sigue sin crecer. En agosto disminuyó -0.1 por ciento. Es la primera vez que registra números negativos desde abril de 2013.

La depreciación del yen en más de 30% ante el dólar todavía no termina de dinamizar lo suficiente el comercio exterior. La producción industrial (maquinaria, automóviles y aparatos electrónicos) se desploma y el nivel de consumo de las familias no basta para elevar la demanda interna. La deuda pública ya casi supera 250% como proporción del producto interno bruto; la degradación de la solvencia es tal que la agencia Standard & Poors no tuvo alternativa y a mediados de septiembre disminuyó la calificación de la deuda soberana del país asiático de A+ a AA-.

El gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, sostuvo que la caída de la actividad económica se trata de una situación que muy pronto será superada, pues es transitoria: tanto el desplome de las cotizaciones del petróleo, como la drástica desaceleración de China obstaculizan que el plan Abenomics logre superar el estancamiento y la deflación.

Sin lugar a dudas, entre los países del capitalismo industrializado, Japón vive uno de los mayores dramas económicos desde hace más de 2 décadas. A principios de octubre, el banco central reiteró que no cancela la posibilidad de ampliar su programa de estímulos monetarios en caso de que la situación se vuelva más crítica. No obstante, es evidente que de nada servirá proveer dosis más altas de una medicina que en lugar de curar, prolonga los males.


24 de octubre de 2015

EL GRAN TRUCO QUE USÓ GOLDMAN SACHS CON GRECIA

La mendicidad, los despidos masivos, 
la pérdida del poder adquisitivo de los 
trabajadores: todo confluye en la 
actual crisis griega.
Eduardo Febbro. Página/12

Gracias a la complicidad del organismo financiero estadounidense y de varias instancias y personalidades europeas, el país heleno pudo disimular durante varios años el “paquete” escondido de su deuda. Hoy se puede ver su peor desenlace.

Hay empresas que roban en nombre de la corona imperial para la cual trabajan sin que nunca les pase nada. Goldman Sachs es una de ellas. El banco de negocios norteamericano llenó sus arcas con un botín de 600 millones de euros (800 millones de dólares) cuando ayudó a Grecia a maquillar sus cuentas a fin de que este país llenara los requisitos para ingresar en el euro, la moneda única europea. La información no es nueva pero hasta ahora, se desconocían los detalles más truculentos del mecanismo con el cual Goldman Sachs engañó a todos los gobiernos europeos que participaban en la creación de la moneda única y cómo evitó luego responder ante la ley. El abanderado de la oligarquía financiera operó protegido por sólidas complicidades en el seno de las instituciones bancarias europeas y dentro del poder político, que hizo todo cuanto estuvo a su alcance para impedir las investigaciones.

Dos de los protagonistas de esta megaestafa hablaron por primera vez sobre las transacciones encubiertas mediante las cuales Atenas escondió la enormidad de su deuda. Se trata de Christoforos Sardelis, jefe de la oficina de gestión de la deuda griega entre 1999 y 2004, y de Spyros Papanicolaou, el hombre que lo reemplazó hasta 2010. El resultado de la operación es una gigantesca estafa que hizo del presunto salvador, en este caso Goldman Sachs, el operador del hundimiento de Grecia y de buena parte de Europa. Si se cuentan sólo los bancos franceses, la aventura griega les costó 7000 millones de euros: BNP Paribas perdió 3,2 mil millones, el Crédit Agricole 1,3 mil millones, la Société Générale 892 millones, BPCE 921 millones y el Crédit Mutuel 359 millones. Esto únicamente es lo que le costó al sistema bancario francés: los pueblos pagaron y pagarán en sacrificios y privaciones mucho más que esto.

El montaje financiero fue astuto. El Tratado de Maastricht de la Unión Europea fijaba requisitos rígidos para integrar el euro: ningún miembro de la Zona Euro podía tener una deuda superior al 60 por ciento del PIB y los déficit públicos no podían superar tres por ciento. En junio de 2000, para ocultar el peso gigantesco de la deuda griega que ascendía al 103 por ciento de su PIB y obtener así la calificación de Grecia para entrar en el euro, Goldman Sachs ideó un plan: trasladó la deuda griega de una moneda a otra. La transacción consistió en cambiar la deuda que estaba cotizada en dólares y en yenes por euros, pero en base a una tasa de cambio ficticia. Así se redujo de dos por ciento del endeudamiento griego y, con ello, Grecia respetó los criterios fijados por el Tratado de Maastricht para ingresar al euro. Un detalle vino a complicar el maquillaje: Goldman Sachs estableció un contrato con Grecia mediante el cual disimuló el arreglo bajo la forma de lo que se conoce como un SWAP, un contrato de cambio para los flujos financieros que viene a equivaler a una suerte de crédito. Ese esquema fraudulento llevó a que, a raíz de los llamados “productos derivados” implicados en la operación, en apenas cuatro años la deuda que Grecia contrajo con Goldman Sachs pasara de 2,8 mil millones de euros a 5,1 mil millones.

Dos periodistas de la agencia Bloomberg, Nick Dunbar y Elisa Martinuzzi, llevaron a cabo una paciente investigación al cabo de la cual pusieron al desnudo este oscuro mecanismo. Según explicó a los periodistas el jefe de la oficina de gestión de la deuda griega entre 1999 y 2004, Christoforos Sardelis, en ese momento la arquitectura de la propuesta de Goldman Sachs se le escapó de las manos. Luego, dice Sardelis, los atentados del 11 de septiembre y una mala decisión de los bancos sembraron la semilla del desastre actual. La conclusión de la investigación es contundente: Grecia y Goldman Sachs hipotecaron el porvenir del pueblo griego y pusieron una bomba de tiempo que, 10 años más tarde, explotaría en las manos de la sociedad.

En materia de grandes estafas organizadas por los bancos de inversión la impunidad es la regla. Nadie fue ni será condenado. Christoforos Sardelis afirmó que “el acuerdo con Goldman Sachs es una historia muy sexy entre dos pecadores”. Goldman Sachs sacó jugosos beneficios de esa truculenta organización. Sin embargo, el banco de negocios norteamericano afirma en su defensa que nada hizo de ilegal, que todo lo realizado respetaba al pie de la letra las directivas de Eurostat, el organismo europeo de estadísticas. Eurostat alega que recién tomó conciencia en 2010 de los niveles de endeudamiento griego. La defensa parece pobre porque las primeras denuncias sobre el maquillaje de las cuentas griegas y el papel que en él jugo Goldman Sachs datan de 2003. En un informe de 2004, Eurostat escribió: “falsificación generalizada de los datos sobre el déficit y la deuda por parte de las autoridades griegas”.

Gracias a la complicidad del organismo financiero norteamericano y de varias instancias y personalidades europeas, Grecia pudo disimular durante varios años el “paquete” escondido de su deuda. En 2010, Jean Claude Trichet, entonces presidente del Banco Central Europeo (BCE), se negó a entregar los documentos requeridos para conocer la amplitud de la verdad. Ocurre que en el medio de esta gran mentira hay un personaje que hoy es central: se trata de Mario Draghi, el actual presidente del Banco Central Europeo y gran partidario de terminar de una buena vez por todas con el modelo social europeo. Draghi es un hombre de Goldman Sachs. Entre 2002 y 2005 fue vicepresidente de Goldman Sachs para Europa y, por consiguiente, estaba al corriente de la falsificación de los datos sobre las finanzas públicas de Grecia. Fue su mismo banco quien estructuró la falsificación. El liberalismo premia muy bien a sus soldados. Durante dos años, el Banco Central Europeo y los lobbies políticos usaron cuanto truco fuera posible para proteger a Draghi y no permitir que se llevaran a cabo auditorías en torno de las irregularidades cometidas en Grecia. Las comisiones del Parlamento europeo designadas para investigar esta megaestafa chocaron sistemáticamente contra las redes que protegían el secreto.

El desenlace final de esta complicidad entre las oligarquías financieras es conocido por todos: casi un continente sumido en la crisis de la deuda, un país, Grecia, expoliado y de rodillas, recesión, despidos masivos, pérdida de poder adquisitivo para los trabajadores, reestructuraciones, sacrificios de los beneficios sociales, planes de ajuste y miseria. Mientras tanto, los 600 millones que Goldman Sachs ganó con esta estafa han seguido fructificándose en la apuesta suicida que el capital hace en beneficio propio contra la humanidad.