6 de abril de 2014

EUROPA SE DESCARGA PERSIGUIENDO A LOS GITANOS

Deportaciones gitanas en el siglo XX
Perseguidos, discriminados, expulsados y excluidos, en Europa los gitanos son objeto de un permanente e implacable acoso. En 2013, el gobierno socialista de Hollande desalojó a cerca de 21.000 gitanos de los terrenos que ocupaban

Eduardo Febbro. Página/12.
Los han perseguido por toda Europa, los siguen acechando y no siquiera el territorio de las palabras los protege de la infamia. El diccionario de la Real Academia Española asimila la palabra gitano con una connotación despreciativa, como si el hecho de ser gitano implicara “engaño” o una negatividad en potencia. Perseguidos, discriminados, expulsados y excluidos, en Europa los gitanos son objeto de un permanente e implacable acoso. Suecia acaba de admitir oficialmente que, durante el siglo XX, llevó a cabo una política de segregación contra los gitanos, quienes eran vistos como “incapacitados sociales”. Entre los años ’30 y ’70 el Estado sueco llegó incluso a esterilizar a las mujeres gitanas. El señalamiento y las políticas represivas contra los gitanos están hoy en pleno auge. En Europa occidental, Francia, Gran Bretaña y Alemania los tratan con mano de hierro mientras que en Europa del Este países como Hungría, Eslovaquia y la República Checa han llegado a un menosprecio racial extremo. En Gran Bretaña, los gitanos son regularmente expulsados de los terrenos donde viven, en Alemania el gobierno de la canciller Angela Merkel prepara un dispositivo destinado a que los romaníes –principalmente rumanos y búlgaros– no permanezcan más de seis meses en el país si no encuentran trabajo. En cuanto a Francia, desde que el ex presidente conservador Nicolas Sarkozy se comprometió en 2010 a desmantelar los campamentos gitanos, las operaciones policiales y las expulsiones no han cesado. En 2013, el gobierno socialista de François Hollande desalojó a cerca de 21.000 gitanos de los terrenos que ocupaban.
Deportaciones gitanas en el siglo XXI
El doctor Laurent El Ghozi, miembro de Romeurope, una asociación que defiende los derechos de los gitanos, señala: “Los gitanos son objeto de un desprecio específico. Se observan reacciones violentas, hostiles, contra poblaciones pobres, migrantes, supuestamente nómadas o gitanas”. Hay, de hecho, todo un país del Tercer Mundo en el seno de la Unión Europea, una suerte de nación paria compuesta por los 12 millones de gitanos repartidos en varios países del Viejo Continente. Los gitanos actualmente constituyen el grupo étnico minoritario más importante dentro de la Unión Europea. Y también el más oprimido. Romaníes, gitanos, zíngaros o simplemente pueblo gitano, desde que llegaron de la India hace diez siglos estas comunidades jamás conocieron un trato de igual a igual. No tienen ni los mismos derechos y ni siquiera se les reconoce públicamente el genocidio perpetrado contra ellos por la Alemania nazi. En todos los países ocupados por el régimen del Tercer Reich el pueblo gitano fue víctima del mismo exterminio que los judíos. Más de 600 mil murieron en los campos de la muerte. Thomas Hammarberg, ex comisario europeo para los derechos humanos, resume sin concesiones el calvario: “En Europa, los diversos grupos de romaníes sufrieron cinco siglos de represión vergonzosa desde que llegaron de la India al cabo de una larga migración. Los métodos represivos fueron variados: desde la esclavitud a la matanza, pasando por la asimilación forzada, la expulsión o la internación”. Han cambiado algunos métodos, pero el tratamiento que reciben no. Segregación escolar, exclusión laboral, requisitos imposibles de alcanzar para encontrar una vivienda, separatismo social, la UE no ha logrado poner en marcha un proceso de integración que respete las diferencias. La paradoja es enorme: se habla de romaníes, gitanos u otras denominaciones para señalar a personas que serían extranjeras o inmigrados. Inexacto. Michaël Guet –trabaja en el Consejo de Europa en la oficina del representante especial a cargo de los romaníes– recuerda que “la mayoría de los romaníes son ciudadanos europeos y, por consiguiente, no son migrantes en el sentido estricto de la legislación europea”. Lo mismo afirma Viviane Reding, vicepresidenta de la Comisión Europea y encargada de la Justicia: “Hay 12 millones de romaníes en Europa que, como nosotros, están en Europa en su propia casa. Ayudar a que se integren es nuestras responsabilidad”. Sin embargo, se los trata como ingredientes tóxicos de la sociedad. Cuando ocupó la cartera de Interior, el actual primer ministro francés, Manuel Valls, había dicho que “esas poblaciones tienen modos de vida que son considerablemente diferentes a los nuestros”.
Las tensiones se agudizaron tanto más cuando, en 2010, la ampliación de la UE a los países del Este incrementó la circulación de gitanos. 8 por ciento de la población húngara es gitana, 9 por ciento de la eslovaca, 10 por ciento de la búlgara, y 9 por ciento de la rumana. En Francia hay 400 mil (0,6 por ciento de la población), en Argentina 300 mil y en Brasil 800 mil. Según la Unión Romaní Internacional, en América latina habría poco más de un millón y medio de gitanos. Durante un coloquio organizado a principios de abril en Bruselas por la UE, Viviane Reding dijo que “la vida cotidiana de los gitanos empezaba a mejorar”. Nada es menos seguro. En París, la familia Muntean lleva años en busca de un departamento: “Es lo mínimo y lo imposible”, dice el padre. Los expulsaron en 2010 del terreno donde vivían (Sarkozy), estuvieron un tiempo en locales prestados por asociaciones, luego vivieron en una carpa en plena calle hasta que la policía los desalojó. Terminaron en un hangar perteneciente a la Municipalidad de París, pero el municipio hizo un juicio para sacarlos de ahí, además de las varias intimaciones que recibieron para dejar el territorio francés. De hecho, los gitanos que provienen de algunos países de la UE no gozan de los mismos derechos que otros ciudadanos de la Unión. Si son oriundos de Rumania o Bulgaria, su estatuto está sometido a las medidas de adhesión transitorias de esos países, lo que tiene como consecuencia limitar los oficios que pueden ejercer y el tiempo de residencia legal.
Las condiciones en que, en octubre del año pasado, fue expulsada de Francia Leonarda Dibriani, una estudiante kosovar de 15 años, pone de relieve la inhumanidad que impera en todo lo que hace a los gitanos. Leonarda fue detenida cuando participaba en una excursión escolar con sus compañeros del Colegio André Malraux, de la localidad de Pontalier, al este de Francia. La policía la fue a buscar al autobús, la hizo bajar frente a todos sus compañeros y luego la expulsó por no tener papeles junto a su madre y sus cinco hermanos. Ser nómada, vivir en casas rodantes, exponer los orígenes de otras culturas infunde miedo. Objeto de mitos, odios y supersticiones absurdas, los gitanos conforman una minoría contra la cual, a lo largo de los siglos, los poderes políticos se han ensañado. Allí donde van sufren un proceso feroz de aislamiento y desintegración. En Hungría, los hijos de gitanos son escolarizados mayoritariamente en escuelas para deficientes mentales.
Paul-Marie Couteaux, candidato del partido de extrema derecha Frente Nacional en el distrito 6 de París, en las elecciones municipales de finales de marzo y principios de abril, tiene muy claro lo que quiere hacer con ellos: pretende concentrarlos “en campos” y califica la presencia de los gitanos en su barrio como una “lepra” que “afea la estética de París”. Excluidos de la vivienda, de la educación y del trabajo, los romaníes no tienen muchas opciones al alcance. Por eso, en buena parte, montan campamentos para vivir, con lo cual se crea una suerte de villa miseria improvisada en localidades donde hay terrenos libres. Y allí se enciende otro foco de represión y menosprecio: “Vivir con una villa miseria al lado es tener delante de los ojos una miseria intolerable, así como los comportamientos ligados a la miseria. El romaní no es espontáneamente un ladrón o sucio, pero vivir en una economía de supervivencia puede acarrear comportamientos eventualmente delictuosos”, cuenta el doctor Laurent El Ghozi, miembro de Romeurope.

4 de abril de 2014

DANZAD, DANZAD, OBREROS

Dibujante: Ramón. Publicación: Hermano Lobo. 1973
Antonio Maestre. La Marea

Los últimos datos del paro con más de 83.000 afiliados a la Seguridad Social han servido al Gobierno y sus seguidores para consolidar su relato de la recuperación económica. Frente a ello, la situación de precariedad y faltas de expectativas de la mayoría de la sociedad española, que ve cómo los datos macroeconómicos no se reflejan en su vida cotidiana. La creación de empleo, que ni siquiera rebaja la tasa del paro al 25%, viene acompañada de una precarización de las relaciones laborales y una característica muy común en países como EEUU, lo que Barbara Ehrenreich llama “la desesperación de ser un esclavo asalariado”.

La pobreza laboral es aquella que te sitúa debajo del umbral de la pobreza a pesar de tener un trabajo y un sueldo.Según un estudio de la Fundación Alternativas, la pobreza laboral en España ha pasado del 10,8% al 12,7% en el periodo que abarca de 2007 a 2010. Esta circunstancia se refuerza debido a la instrumentalización que los grandes empresarios hacen de la tasa de paro y de la necesidad acuciante de los desempleados. Hay mucha gente esperando en la calle para cada puesto de trabajo, por lo que se pueden rebajar con soltura los salarios, que siempre habrá quién los acepte. La dignidad del obrero se acaba vendiendo cada vez más barata.

Unos jornaleros esperaban durante los años 20 en la plaza del pueblo a que un latifundista llegara a ofrecerles algo de trabajo con el que paliar un poco el hambre y la miseria. Era periodo de elecciones y el que ofrecía algo era el dueño de un cortijo, que les daba un par de duros a cambio de que votaran al cacique del pueblo. Casi todos cogieron el dinero, conscientes de que significaba un par de semanas de menos padecimiento. Un jornalero cogió los duros, miró al terrateniente, y los lanzó a los pies del que quería comprar su dignidad. “En mi hambre mando yo”, dijo.

Esta frase prologa el libro España, publicado en 1929 por el periodista Salvador de Madariaga, una sentencia que representa la dignidad del obrero y el trabajador cuando, en la más absoluta de las miserias, hace relucir su dignidad y muestra al poderoso la más efectiva arma de la que dispone un trabajador: la fuerza del que no se doblega ni se pliega y mantiene la cabeza alta incluso en las peores circunstancias.

Una noticia publicada por el diario El Mundo, el pasado mes de febrero, que explicaba cómo una chica denunció a una empresa por haberse lesionado de gravedad durante el proceso de selección para un empleo nos retrotrae a esos momentos donde la dignidad del obrero y el trabajador podían comprarse a cambio de su simple subsistencia. La empresa obligaba a los aspirantes al trabajo a luchar por un billete de 50 euros con sus compañeros para conseguir el ansiado empleo que les permitiera sobrevivir unos cuantos meses a cambio de un sueldo indecente.

La escena recordaba a la película de Sidney Pollack Danzad, danzad, malditos. En EEUU en mitad de la Gran Depresión se organiza un marathon de baile. Multitud de trabajadores hambrientos y desesperados se apuntan al espectáculo a cambio de alojamiento y comida y de la posibilidad de alcanzar un jugoso premio que solucione su situación.

El concurso sirve como entretenimiento para que los más afortunados, los que no fueron afectados por la crisis, disfruten con el sufrimiento del que pierde la dignidad a cambio de un poco de alimento para mitigar su sufrimiento. El punto dulce del capitalismo. Aquel en el que la mano de obra pierde su capacidad de lucha porque la necesidad le supera, pero no sufre la suficiente desesperación como para levantarse contra el sistema.

La situación que se está viviendo en España con el trabajador autóctono es la misma que se daba con el inmigrante sin papeles. La situación de desamparo y necesidad del inmigrante irregular le obliga a aceptar puestos de trabajo, remuneraciones y condiciones laborales que en una situación normal ningún trabajador aceptaría. Este proceso es el que Nicholas de Geneva llamaba “inclusión por ilegalización”, despojar de papeles a un sector importante de los inmigrantes permite su inclusión salarial en el sistema en condiciones de extrema vulnerabilidad. Su exclusión de la legalidad permite explotarlos intensamente.

Ese mismo mecanismo es el que se instaura entre los trabajadores con papeles cuando tienen que competir por un puesto de trabajo. La escasa oferta de empleo y la amplísima demanda permite jugar a los empresarios con el derecho al trabajo del mismo modo que lo hacen con los precios. Pueden bajar los salarios y disminuir los costes debido a la amplísima demanda de trabajadores dispuestos a acceder a nuevas condiciones. Se trata de despojar de derechos al trabajador para hacerlo más maleable, más servil y menos exigente. De Geneva decía que la precarización por exclusión legal sirve como método de docilización por inquietud. Pero cada vez hacen falta menos inmigrantes sin papeles para cumplir el rol de trabajador dócil provocado por la inquietud. La crisis ha proporcionado al sistema empresarial millones de obreros legales con esas características.

El Gobierno, consciente de la oportunidad que ofrece la crisis, ha configurado una reforma laboral que despoja a los trabajadores de derechos, de modos efectivos de lucha y de herramientas de cohesión y solidaridad. Con esta reforma no se buscaba la creación de empleo, sino dejar al trabajador sin seguridad para que se vuelva menos combativo y exigente y tenga menos capacidad de maniobra y de negociación con la patronal. El fin último de la reforma laboral, y de todas las medidas del Gobierno, es crear un sistema en el que trabajador sea el eslabón más débil y tan sólo le quede aceptarlo y competir entre sus similares por las migajas que le ofrece el mercado laboral. Las continuas declaraciones de la CEOE, Rosell, y otros miembros de la patronal pidiendo los minijobs con el argumento de que es mejor un trabajo de 400 euros que ninguno es el perfecto ejemplo de lo aquí expresado. Joaquín Almunia lo dijo alto y claro “Mejor algo mediocre que nada”. La estrategia generalizada de represión obrera mediante leyes y miedo para que su desesperación le lleve a aceptar trabajar para ser pobres. Ya tenemos dos trabajadores al precio de uno, dentro de poco dos trabajadores serán menos importantes que un apero.

“¿Qué os creéis que valéis uno o dos de vosotros?, lo que sí me importaría sería perder un bote”, decía el patrón del barco del libro Kanikosen, de Tajiki Kobayashi, a sus pescadores.