2 de abril de 2014

ESTADOS UNIDOS SIN RECUPERACIÓN NI INFLACIÓN

Oscar Ugarteche y Ariel Noyola. Alainet

El presidente de la Reserva Federal (Fed) de Estados Unidos, al enfrentar la mayor crisis después de la Gran Depresión de 1929, a partir de noviembre del 2008 dejó a un lado dos de los tres objetivos de su banco, la estabilidad financiera y el control de precios, e hizo del tercero, el pleno empleo, el blanco de la política monetaria: Los programas de estímulo monetario (Quantitative Easing) puestos en marcha no serían retirados hasta que la tasa de desempleo se redujera a 6.5 por ciento. Ahora, empero, Estados Unidos retira el estímulo monetario mientras no asiste a una recuperación sostenida del PIB, ni a una baja del desempleo de 6.5%, y parece enfrentar riesgos de deflación y de nuevas burbujas financieras.

El Bureau of Economic Analysis, hay evidencia que desde hace como cinco años saca proyecciones de crecimiento trimestrales que luego revisa a la baja con varianzas sustantivas. De esta forma, los anuncios del PIB hay que mirarlos con precaución, no en su primer anuncio sino en la tercera revisión. El primer anuncio parece hecho para manejar expectativas y tomar decisiones de política monetaria. El único problema es que el mundo económico también lo hace.

En septiembre del 2013, fecha del primer estimado más certero del crecimiento del PIB anual, calcularon que el año cerraría en 2.8%, muy encima de lo observado de 2009 en adelante. A la tercera revisión en marzo del 2014 el dato fue de 1.9% anual del año 2013 en su conjunto. Dicen los de la BEA se debió a una caída en la tasa de formación bruta de capital, del consumo privado y a un menor gasto público, lo que tiene sentido en el marco de políticas de austeridad fiscal. Eso pone las cifras anuales de crecimiento de 2009 en adelante en -2.8%, 2.5%, 1.8%, 2.8% y 1.9% en el 2013. No existe, pues, una recuperación vigorosa. Los estimados, siempre están en el ojo del que mira, que hace los supuestos.

Los programas de inyección comenzaron en noviembre de 2008 para reactivar el crédito y evitar la deflación con el QEI que se mantuvo hasta agosto de 2010. La inflación (core inflation) anual a mayo de 2010 bajó hasta 0.3 % que es cuando Bernanke decidió inyectar liquidez más seriamente para generar un poco de inflación monetaria. Entonces inició el QEII en noviembre. Este si tuvo frutos y en agosto de 2011 la inflación llegó a 3.1% anual y comenzó el declive. Por ello, en septiembre de 2013 se inició el QEIII con un monto inicial de 45,000 mdd, que aumentó a 85,000 mdd en diciembre de ese mismo año. Con todo y estímulos monetarios, la evidencia muestra que la inflación está de bajada desde 2011 cuando cerró el año en 2.9%; en 2012 fue de 1.9% y finalmente en 2013, de 1.7% por ciento.

A lo anterior se suma la débil recuperación del mercado laboral. El desempleo parece estancado en 6.7% a febrero de 2014. El cálculo oficial deja de lado que en los últimos cincos años alrededor de 5 millones 730 mil personas abandonaron la búsqueda de trabajo ante la debilidad estructural de la economía estadounidense según The Economic Policy Institute. De añadirse en la contabilidad, la tasa de desempleo sería de al menos 10 por ciento. El rumbo de la macroeconomía a todas luces va por la reducción salarial en un intento por exportar más, lo que no está induciendo una recuperación de la tasa de inversión fija, ni menos aún la recuperación sostenida del ritmo consumo o producción de bienes y servicios a los niveles previos a la crisis.

En comparación con marzo de 2009, los índices de la Bolsa de Nueva York, el S&P 500, el Dow Jones y el Nasdaq han aumentado 178, 151 y 242% respectivamente. El peligro está en que los índices de la Bolsa no se sostienen con los datos económicos a la vista.

Las compras masivas de bonos del Tesoro y de activos hipotecarios llevaron a que la hoja de balance de la Fed pasara de 1 billón a 4.18 billones (trillions en inglés) de dólares entre septiembre de 2008 y marzo de 2014. Muchos de estos salieron como capitales de corto plazo a los mercados emergentes. El retiro del estímulo pretende el retorno de los capitales para empujar el crecimiento en el centro al costo de estrangular al resto del mundo a través de depreciaciones cambiarias y caídas de las bolsas de valores, con las consecuentes reducciones del consumo y crecimiento económico. El blanco de esto son las economías emergentes.

El efecto global del retiro del estímulo monetario es triple cuando se considera que hay un triple arbitraje en los mercados de dinero, cambiario y de valores. La tasa de interés cero ha empujado los capitales al exterior y con estos anuncios hay regresos a casa. La rentabilidad en dólares es muy baja pero ante la posibilidad de shocks cambiarios es un refugio. Así tenemos la reversa del triple arbitraje. Hay quienes están regresando también a Yuanes y a Euros, ambos más rentables. Al mismo tiempo bajan los precios de los commodities y se produce un ajuste del consumo en las economías emergentes.

El 12 de marzo de la semana que terminó, los bancos centrales vendieron 106,000 mdd invertidos en bonos del Tesoro estadounidense, la mayor caída semanal en la historia, para sostener sus tipos de cambio. Una semana después, Janet Yellen, ahora al frente de la Fed, anunció la reducción del estímulo monetario a 55,000 mdd mensuales y declaró que el final de la política monetaria basada en bajas tasas de interés ocurrirá “mucho más allá del momento en que el desempleo sea de 6.5 por ciento”. Para evitar el mal rato de anunciar que el desempleo crece, lo mejor ha sido sacarlo de los criterios para retirar el estímulo monetario. El augurio de crecimiento para el 2014 no es el mejor y parece ser el de la consolidación de un ritmo bajo en el mundo.

1 de abril de 2014

UN DURO PARA GOBERNAR FRANCIA

El nuevo primer ministro francés, Manuel Valls
Tras el voto castigo para los socialistas en las últimas municipales, el presidente optó por el giro a la derecha. El nombramiento de Valls desencadenó una escisión en el seno de la coalición compuesta por el PS y los verdes.

Eduardo Febbro. Página/12 
Francia votó a la derecha y el presidente socialista François Hollande eligió seguir a los electores que le propinaron al Partido Socialista una de las mayores puniciones electorales de su historia en las elecciones municipales de finales de marzo. Al día siguiente de una derrota inédita donde el PS perdió más de 155 municipalidades de más de 9000 habitantes en beneficio de la derecha, el gobierno del primer ministro Jean-Marc Ayrault en pleno presentó su renuncia. Seguidamente, Hollande nombró como nuevo jefe del Ejecutivo a quien, hasta el domingo, ocupaba la cartera de Interior, Manuel Valls. El cambio es tan radical como incierta la apuesta del mandatario, que optó por un hombre duro, en nada aparentado con la socialdemocracia blanduzca que encarnó hasta ahora durante sus dos años de presidencia. Manuel Valls, que es el ministro más popular del gobierno, es lo que se conoce como un social liberal, o sea, un adepto del laborismo británico y de la figura que enterró al socialismo en Gran Bretaña, Tony Blair. En una breve alocución televisada, Hollande prometió “un gobierno reducido y de combate”. Este último término se plasmó de inmediato en el terreno de lo real. El nombramiento de Valls desencadenó una escisión en el seno de la coalición compuesta por los verdes y los socialistas. Dos ministros verdes del anterior gobierno, Cécile Duflot y Pascal Canfin, respectivamente titulares de la cartera de Vivienda y Desarrollo, anunciaron que no formarían parte del Ejecutivo de Valls. Ambos consideraron que su nombramiento “no es la respuesta adecuada a los problemas de los franceses”.

La derecha socialista aplaude y la izquierda llora. No es para menos. El electorado que llevó a Hollande a la presidencia en 2012 lo abandonó en las municipales, pero el presidente, más allá de sus palabras, ascendió a un social-liberal. Hollande dijo en su discurso que había entendido el “claro mensaje” de las urnas, el cual, según él, es una protesta por “el cambio insuficiente, la excesiva lentitud, la falta de trabajo y la escasa justicia social, demasiados impuestos”. Los hechos, sin embargo, no permiten vaticinar ningún cambio sustancial de la política que implementó hasta ahora. Ese mamotreto de centroderecha que es el pseudosemanario de izquierda Le Nouvel Observateur saluda así el ascenso de Valls: “Se debe justamente al hecho de que François Hollande no piensa poner en tela de juicio esta política de saneamiento de las cuentas públicas, de disminución del costo de la mano de obra y de mejoramiento de la competitividad de nuestro aparato industrial que Manuel Valls se volvió inevitable”. Este canto a la austeridad como receta para salir de la crisis prosigue con un elogio al socialismo liberal que identifica la figura de Manuel Valls: ¿acaso hay alguien mejor que el ex ministro de Interior, heredero del blairismo y socialliberal reivindicado, para encarnar esta purga. El mandatario dejó escapar una lágrima hacia su izquierda cuando prometió un “pacto de solidaridad” y un descenso de los impuestos de aquí a 2017. Con el “pacto de solidaridad”, Hollande busca atenuar las consecuencias de la piedra angular de su mandato, el famoso y polémico “pacto de responsabilidad” mediante el cual se instaura una neta disminución de las cotizaciones sociales que pagan las empresas a cambio de que contraten personal. El pacto también prevé recortes en el gasto público por unos 50.000 millones de euros.

En suma, el presidente que se hizo elegir contra las imposiciones liberales y los recortes teledirigidos desde Bruselas interpretó el voto como un reclamo de más austeridad, más reformas, más autoridad y más obediencia al sistema financiero. Como ocurrió a la derecha cuando Nicolas Sarkozy fue electo en 2007, entre el François Hollande candidato de la esperanza igualitaria y el François Hollande presidente hay un abismo o una tomada de pelo colectiva. Parece que los presidentes que elige Francia tienen, últimamente, la vocación de hacer exactamente lo contrario de aquello a lo que se comprometieron con sus plataformas electorales

Abanderado de la izquierda liberal en el campo económico, Manuel Valls llega a la cima del poder con un respaldo popular amplio (63 por ciento) pero con escasas divisiones propias. En las elecciones primarias que celebró el PS para designar en 2011 su candidato presidencial, Valls sacó apenas 5,6 por ciento de los votos. El nuevo primer ministro es la oveja negra de la izquierda del PS, de los ecologistas y de los aliados del Frente de Izquierda de JeanLuc Mélenchon. Su paso por el Ministerio del Interior dejó un sembradero de polémicas y decepciones. Su forma de actuar frente al tema migratorio y sus alardes públicos con las cifras de expulsiones de extranjeros le valieron el apodo de “sepulturero” de la línea firme pero humanista que Hollande prometió aplicar con el tema de los extranjeros (otro incumplimiento). Las cifras prueban que su acción no fue distinta a la de Sarkozy. En 2013, Manuel Valls ordenó el desalojo de 20.000 gitanos, bastante más que Sarkozy.

Hollande propulsó al primer plano a un hombre en el que se conjugan dos sentidos: eficacia y autoridad. Un traje perfecto para consolar las urgencias neoliberales de Berlín y Bruselas. Tal vez el recién nombrado jefe del Ejecutivo consiga darle cuerpo y alma a un proyecto político y de sociedad y sea mucho más que el vendedor de un catálogo de ajustes, recortes y sacrificios. Pero nada podrá borrar el campo de ruinas en el que está hoy apoyada la presidencia: en 2008, los socialistas administraban 509 municipalidades de más de 10 mil habitantes y la derecha, 433. En 2014 se quedaron sólo con 349, contra 572 para los conservadores. Y por primera vez en su historia, la extrema derecha del Frente Nacional ganó 14. Hollande dilapidó esa fortuna que es la legitimidad popular. Las corrientes progresistas enterraron anoche sus últimas expectativas. Quienes recuerdan la gloriosa noche de la plaza de la Bastilla, cuando, hace dos años, el “pueblo de izquierda” salió a festejar la victoria de François Hollande, sienten que eso ocurrió hace un siglo, en otro país, en otra dimensión de la realidad. Ser de izquierda o moderadamente social demócrata se ha vuelto una infinita serpentina de desencantos.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: No es éste el artículo que yo habría escrito sobre el PSF, Hollande y sus gobiernos cesado y entrante -creo necesario recalificar definitivamente a los Partidos Socialistas como “derecha aún democrática” porque quienes expulsan masivamente inmigrantes, hacen políticas económicas liberales y actúan como gendarmes en África, al servicio de los intereses del imperialismo en unos casos, o de la reaccionaria y cadavérica “grandeur francaise”, en otros, no son socialistas sino pura y simplemente derecha- pero es, en todo caso, un signo de los tiempos en la Vieja Europa que merece la pena conocer. El camino hacia la victoria del fascismo en Europa está alfombrado de las renuncias a ser de las izquierdas. Recientemente el ex comunista Partido Democrático (Italia) de Renzi ha renunciado a cualquier tipo de referencia en la izquierda. En la práctica hacía mucho tiempo que esto era ya así pero explicitarlo tiene una carga simbólica evidente.