17 de diciembre de 2013

UCRANIA: DE ENCRUCIJADAS Y MANIPULACIONES

Jon Kortazar Billelabeitia, Asier Blas et al.(*) Cartas del Este 

Los acontecimientos de los últimos días en el país eslavo nos han creado una profunda tristeza. Tristeza al ver la voracidad de los imperialistas para apoderarse de un país soberano y de sus recursos. Tristeza al ver cómo manipulan los voceros de ese mismo imperialismo. Y tristeza al ver la desorientación de cierta izquierda ante el problema ucraniano. La imagen made in USA de “jóvenes antisistema que luchan contra el gobierno”actúa con el doble objetivo de dividir a una juventud comprometida cada vez más alienada, desideologizada y simplista en el análisis; además de dar una cierta legitimidad “popular” (tanto nacional como internacionalmente al golpe), ha actuado como un potente medio de confusión ante una izquierda desorientada y desideologizada. En Ucrania no hay una revolución, hay un golpe de estado contra la soberanía nacional. 

El problema ucraniano actual, la firma de un acuerdo de adhesión finalmente no materializado con la Unión Europea, se nos ha presentado como una encrucijada entre “Europa” y Rusia o incluso de manera más descarada entre “democracia” y “autoritarismo”. Todo ello con una concepción romántica como los “manifestantes antiautoritarios” y “protestas” de fondo, sin ser analizados los actores (internos y externos) que capitalizan dicha protesta. 

Ucrania es hoy en día un Estado independiente. Tal obviedad no sería necesaria repetirla si no fuese por el continuo machaque en presentarnos ese país como “un territorio en disputa entre Europa Occidental y Rusia”. Análisis de este tipo menosprecian a Ucrania como Estado y pueblo, como si fuese incapaz de tomar sus propias decisiones. Se hacen ver los acontecimientos de Ucrania, tanto las decisiones del gobierno, como las protestas, como las abiertas presiones de los diferentes mandatarios, “en clave rusa”, esto es, influenciadas por Putin y a la manera en que pueden afectar a Rusia (los más cándidos sueñan con una “transformación democrática del gigante ruso” influenciada por una Ucrania en la UE). Existe también la obsesión de presentar a Yanukovich como “prorruso”, como si no tuviese más ideología, o como si fuese un títere del Kremlin; obviando los roces que ha tenido con el vecino ruso. Curiosamente, este tipo de análisis que provienen de sectores “anti-Putin”, esto es, partidarios de aislar a Ucrania de Rusia en nombre de su presunta “soberanía”, contribuyen a crear una imagen de Ucrania subordinada a Rusia que no se corresponde con la realidad. De paso se justifica la colonización “europea” de Ucrania, ya que “o es una colonia de ellos, o de nosotros”. La realidad es que Ucrania como un país independiente tiene sus instituciones y capacidad de decisión. Hay gente que todavía no se ha enterado de que Putin no es el presidente de Ucrania, el presidente de Ucrania ha sido votado por los propios ucranianos. Y ahí enlazamos con la siguiente cuestión. 

Ucrania es también un Estado “democrático” de democracia formal representativa. No entraremos a valorar ahora si este tipo de democracia es el ideal o no, pero es algo homologable a los diversos países de la UE: se presentan diversos partidos a las elecciones y se forman mayorías y se eligen políticos para tomar decisiones. Organismos internacionales, como la OSCE, reconocen que sus elecciones son limpias y la propia Unión Europea o The Economist en su índice de la democracia sitúan a Ucrania como uno de los países más democráticos de su entorno, sin ir más lejos, más democrático que Georgia, país que acaba de firmar el Tratado de libre comercio y asociación que se le ha ofrecido también a Ucrania. Por lo tanto, el pueblo ucraniano ha elegido al presidente Yanukovich y una mayoría parlamentaria de su partido de forma democrática. Sus decisiones pueden gustar o no gustar, pero tiene la misma legitimidad para tomarlas, como cualquiera de los países considerados “democráticos”. Con lo cual, como presidente democrático de un Estado independiente, el Presidente y el gobierno ucraniano han rechazado firmar el acuerdo de Asociación y Libre comercio con la UE. 

¿Cuáles han sido las razones de Yanukovich para no firmar el Acuerdo de Asociación y Libre comercio con la UE? Básicamente han sido razones de pragmatismo económico ante el saqueo que se le avecinaba. La evidencia empírica demuestra que este tipo de acuerdos han perjudicado seriamente la economía de países con una estructura económica similar a la ucraniana. En este sentido, es importante entender que la UE no está ofreciendo una integración a Ucrania, lo que le oferta es una tratado de asociación y libre comercio (como por ejemplo ha hecho con Egipto o Sudáfrica) sin que además, medie ningún tipo de ayuda económica o financiación ventajosa. En cambio, a corto plazo sí que el país debería cumplir medidas destinadas a favorecer intercambios comerciales con los países de la UE lo que abundará en una política económica perjudicial para la mayoría de ucranianos, como por ejemplo, la “reducción del déficit presupuestario” (lo que se traduce como “recortes”), congelaciones salariales, subida de las tasas del gas y limitación del papel del Estado en este sector (privatización) y la apertura de sus mercados interiores a los productos europeos (pero sin ser miembro de la UE, con lo cual se encontraría en una situación vulnerable frente a los productos-dumping europeos). 

A largo plazo las perspectivas no son mucho mejores, ya que la ruptura de la armonización aduanera con Rusia y por añadidura con el espacio postsoviético (el comercio de Ucrania con esos países es del orden del 40%, un sacrificio importante), pondría en grandes dificultades a las empresas que dependen de inputs rusos o que exportan a Rusia. Por otro lado, no se ve que los productos ucranianos pudiesen exportarse con facilidad a los países que ya forman parte de la Unión Europea. A largo plazo Ucrania simplemente sería periferia de la UE y, por ello, el presidente Yanukovich ha resumido el programa para el intento de tratado como un “intento de poner de rodillas a Ucrania”. Quizá deberíamos escucharlo a él y a sus razones en lugar de hacer cábalas fuera de lugar sobre la presunta maldad de Putin y sus supuestos “chantajes” y “diplomacia brutal” (palabras del ministro de exteriores sueco Carl Bildt, país que dicho sea de paso, impone su dominación a los países bálticos con extrema virulencia ). 

Aquí entran en juego los actores externos. Está claro que un mercado de 45 millones de habitantes es un bocado apetecible para cualquiera y por ellos se entienden las prisas europeas para la firma del acuerdo, sobre todo por parte de Alemania y Polonia, tanto en la persona de los primeros ministros Merkel y Tusk así como de los ministros de Exteriores Westerwelle y Sikorski. Alemania y Polonia han chocado en varias ocasiones sobre la política hacia Rusia, debido a que Varsovia consideraba que Berlín era demasiado condescendiente con Moscú, sobre todo debido a la dependencia teutona respecto al gas ruso. Sin embargo, estos últimos años han entrado en sintonía, precisamente en una línea agresivamente antirrusa. Una línea que aúna las ambiciones alemanas de la expansión económica hacia el Este con las concepciones geopolíticas polacas (compartidas por EEUU, el alma mater de la geopolítica estadounidense, Brzezinski, es de origen polaco) del aislamiento total de Rusia y el cierre de sus rutas occidentales. Así mismo puede que haya habido un cierto ánimo de venganza por el fracaso diplomático occidental frente a Rusia respecto a Siria, y puede ser que hayan querido cobrarse la venganza en el terreno ucraniano. La UE incluso se ha negado a facilitar la presencia de Rusia en las conversaciones con Ucrania, algo que podía ayudar a armonizar los diversos intereses de ese país, con el paradójico argumento de que esa presencia rusa “lesionaba la soberanía de Ucrania”. Cabe destacar que la deuda que arrastra Ucrania con Rusia es en gran parte consecuencia de los nefastos acuerdos firmados en 2009 sobre el gas (a mediados de año se calculaban 2.200 millones de dólares) por la entonces Primera ministra Timoshenko, ella misma empresaria del gas que se enriqueció con la venta al por menor de los bienes estatales soviéticos tras la caída de la URSS. 

A todas estas cuestiones se les sumaba que la presidencia rotatoria de la UE estaba en manos de Lituania (no en vano la cumbre de la “Asociación Oriental” de la UE se celebraba en Vilnius), un país exsoviético muy alineado con Occidente y partícipe de las concepciones geopolíticas occidentales, en cuya capital Vilnius se celebró la cumbre de la “Asociación Oriental” de la UE. Y como corolario al asunto tenemos el espinoso asunto Timoshenko, la ex Primera ministra encarcelada por corrupción (fue acusada de firmar unas condiciones lesivas en el acuerdo del gas de 2009 con Rusia precisamente, con presuntas compensaciones personales. Por cierto, Putin fue uno de los mayores detractores de la sentencia). Los países de la UE le han exigido a Ucrania que libere a Timoshenko como “prueba de buena voluntad en el avance de la democracia”, lo cual es como pedir a Estado español que libere a Bárcenas de prisión. 

Por consiguiente es básicamente a unos recortes y a unas medidas económicas impuestas desde el exterior a lo que se ha opuesto el Gobierno ucraniano. ¿Entonces por qué no despierta más que desprecios esta decisión? Hay cierta izquierda que ve legítima la protesta en Madrid o Atenas contra los recortes de la “troika” o una Bruselas identificada con los “mercados” y presiona a sus respectivos Gobiernos para que no se plieguen al dictado de las mismas. Pero, en cambio, no es así si esta decisión es tomada por un Gobierno soberano aunque periférico al sistema cultural de valores occidental, ya que en este caso último caso esta misma izquierda se alinea con los intereses de los poderes fácticos de la Unión Europea criticando la decisión soberana del gobierno del Estado en cuestión (y además se suma al coro eurocentrista que ataca el país en cuestión como “autoritario”). Incomprensiblemente, la UE torna de ser un ente “al servicio de los mercados” a ser un “agente de la democracia”. Sin duda alguna aquí nos topamos con un tópico icónico en el universo de la izquierda: la santificación de la “protesta”, la toma de partido contra “la autoridad”. Y es precisamente cuando el enemigo utiliza la “protesta social” para injerir y subvertir la soberanía de otro Estado cuando la izquierda aparece inerte frente al ataque ideológico y confusionismo propalado por el imperialismo y sus voceros. 

El grueso de este movimiento de “protesta social” consta de pintorescos grupos que protagonizaron las revoluciones de colores principalmente a comienzos del siglo presente. Estos grupos tienen un perfil de militante bien definido: joven, con estudios, de pensamiento cosmopolita (orientado a Occidente) e insatisfecho; lo cual se traduce en un resentimiento muy fuerte contra el “poder” o quien lo detenta. Pero, ¿y la ideología? Nada, no se conoce. Por ello, la mayoría de sus mensajes son muy asimilables, intencionadamente escogidos por el mínimo común: “democracia”, “derechos humanos” (siempre hacen ver que en el país en el que actúan son mucho más violados que en países occidentales), “fuera la corrupción” y frases por el estilo. Sin embargo, el trasfondo ideológico real es muy pequeño. Este tipo de movimientos “de colores” actúan en países en los que se produjo la caída del socialismo en los 90, con la consiguiente pérdida de calidad de vida y derechos sociales, pero apenas vemos críticas hacia el capitalismo como modo de producción, la pobreza o el injusto reparto de la riqueza. Tal vez eso explique la sobrerrepresentación de jóvenes de clase media en este tipo de movimientos. Curiosamente, estos grupos tratan de cambiar gobiernos que en algunos casos, como en Moldavia, estaban clasificados por todo tipo de organizaciones e índices occidentales de democracia como el más democrático de los países postsoviéticos (exceptuando los tres Bálticos –que dicho sea de paso dos de ellos tienes a una parte importante de la población autóctona como apátridas por no darles la ciudadanía-), pero como gobernaban los comunistas montaron otra de sus golpes de estado blandos. Y es que la finalidad de estos grupos sea explícitamente o implícitamente siempre es impulsar las políticas neoliberales, tal y como demuestra la realidad empírica, todos los cambios de gobiernos que han logrado implementar han tenido como resultado un impulso decidido de las políticas neoliberales. 

La ausencia de la crítica al capitalismo real (no al capitalismo icónico según la concepción post-materialista y post-moderna), como medio de producción y sociedad de clases (en efecto, la desaparición de la URSS y el desastre consiguiente son conceptos ajenos al análisis político de estos grupos, es más en Kiev han derribado la estatua de Lenin), explica más cosas que las que parecen a primera vista. De hecho, todos estos movimientos de colores se basan en manuales del teórico estadounidense del “conflicto no-violento” llamado Gene Sharp. Este Gene Sharp, quien es la cabeza del Instituto Albert Einstein con sede en los Estados Unidos, es quien ha inventado una nueva técnica de lucha política: las manifestaciones y la llamada “presión popular” serían los sustitutos del golpe de Estado; la “no violencia” la alternativa a la intervención militar. Sin embargo, detrás de esa imagen romántica (romántica de verdad, ya que estos nuevos “disidentes” en muchas ocasiones no tienen empacho de utilizar iconografía tradicionalmente relacionada con la izquierda o el anticapitalismo, como el puño cerrado o palabras como “poder popular” o “desobediencia civil”), se esconde otra cosa: la ambición de una poderosa red estadounidense de ONGs para cambiar por la fuerza a Gobiernos de Estados “inconvenientes” (una realidad no ocultada, tal y como se puede ver en el documental “Estados Unidos a la conquista del Este” en el que los jóvenes del Este y los financiadoras e impulsores de la estrategia desde EEUU se confiesan sin rubor alguno). 

Esas redes u organizaciones informales, con amplia base juvenil, casi todos con acceso, conocimiento y costumbres tecnológicas (su puerta de entrada hacia el anhelado “Mundo occidental”) y con una aparición y crecimiento repentinos (esquema que se ha repetido en todos los países donde ha habido alguna “revolución de colores”, protagonizadas por organizaciones prácticamente inexistentes varios meses antes de producirse dichas rebeliones), tal y como ellos mismos afirman no son para nada espontáneas. Esas organizaciones y su “crecimiento repentino” se basan en sobre todo en dos vectores: en las conexiones internacionales y en el “entrenamiento” de los jóvenes activistas opositores. En cuanto al primer vector son claras las conexiones de estas organizaciones y del Instituto Albert Einstein con ONGs muy importantes estadounidenses y europeas, tales como la NED o la Fundación por una Sociedad Abierta de George Soros. Ya lo dijo el mismo Sharp: “Hacemos abiertamente lo que hace 20 años hacía la CIA encubiertamente”. Con la ventaja añadida de contar con una imagen más democrática: es mucho más “vendible” una manifestación de jóvenes idealistas agitando banderas que un golpe de Estado de una banda de militares corruptos. Sin embargo el objetivo sigue siendo el mismo, el cambio de un Gobierno por la fuerza. No es la desaparición de la inteligencia encubierta en las pugnas geopolíticas, sino su desarrollo cuasiperfecto, hasta al punto de manipular movimientos de masas. Cuestión de eficiencia: ya lo dijo Clausewitz: “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Si vemos que destacados políticos como el Ministro de Exteriores alemán Guido Westerwelle o la Subsecretaria para Asuntos Europeos de la Secretaría de Estado de EE.UU. Victoria Nuland han participado en las movilizaciones, Catherine Ashton se ha fotografiado con los “líderes de la oposición” (incluido el ultraderechista Oleh Tyahnybok), y las cancillerías occidentales han llamado a Ucrania que “escuche y/o a las protestas populares” (cosa que los demandantes no suelen hacer con las protestas populares de sus países); se nos plasma claramente el adagio clausewitziano: las protestas actúan como una extensión de la ofensiva diplomática occidentalista. 

El segundo vector es el mismo patrón de comportamiento: logos llamativos e identificativos que priman por encima de la ideología, campañas virales, la inevitable caja de resonancia en la prensa (prensa mainstream se entiende) que les presenta como (únicos) “disidentes” y como “ejemplo para el mundo” (con lo cual penetran en la conciencia de la izquierda de otros países), manifestaciones en apariencia “pacíficas” (con asaltos a edificios oficiales incluidos), etcétera. Este mecanismo ya se puso en marcha en 2004 en Ucrania, durante la llamada “Revolución Naranja”, que trajo la imposición de un gobierno pro-occidental que fue un auténtico fracaso. La prueba piloto se hizo en el 2000 en Serbia, contra el Gobierno de Slobodan Milošević. El golpe fue preparado por el grupo Otpor (Resistencia), cuyos líderes han sido encargados de “dar clases de resistencia pacífica” a los activistas en diversos países bajo el nuevo nombre de “Centro para la Aplicación de Estrategias No Violentas” (CANVAS). “Veteranos” de Otpor han sido vistos en Ucrania durante estos días. Srdja Popović, ex líder de Otpor, es un empleado de Stratfor, la “consultora de análisis internacional” cercano a la CIA. Por tanto tenemos a unos “revolucionarios” no tan autónomos en su papel, sino más bien, ejecutores de otros intereses, cuya función es sacar la foto de “protesta de masas”. En Ucrania, durante la “revolución naranja” esta organización análoga a y entrenada por Otpor! Se llamaba “Pora!” (“Ahora”). El legado de Pora! en estas protestas es visible, pero la renovación de la marca se ha dado a través de Femen, supuesto grupo feminista y “sextremista”, cuyas protestas políticas se centran en Putin, en el presidente bielorruso Lukashenko, y ahora en el presidente ucraniano Yanukovich (pero jamás en Merkel, Cameron, Obama u Hollande). 

Sin embargo, una cosa que tienen clara todas estas organizaciones es el derrocamiento del Gobierno de turno. Es algo que en Ucrania se ha visto, con una violencia inusitada: uso de excavadoras contra la policía, uso de gases, cocteles molotov, bengalas, asalto violento al Parlamento ucraniano y al Ayuntamiento de Kiev, algo que en cualquier país de la Unión Europea (o como en Tailandia, como está sucediendo ahora) a la que aspiran en nombre del “antiautoritarismo” sería disuelto sin contemplaciones (con pelotas y balas de goma por ejemplo), no dando la callada por respuesta como ha hecho la policía ucraniana (según datos de Amnistía Internacional, organización que no es precisamente simpatizante de Yanukovich, hay más heridos policías que manifestantes). Y están dispuestos a conseguirlo cueste lo que cueste. En Ucrania ese precio se llama Svoboda, el partido de ultraderecha (sus invectivas racistas contra rusos y judíos son palmarias, así como su reivindicación de los colaboracionistas pronazis y antisoviéticos de la II Guerra Mundial) ahora presente en el parlamento. En la manifestaciones las banderas azules con el logo de Svoboda o las banderas rojinegras de la UPA, el ejército colaboracionista antisoviético de la II Guerra Mundial son bien visibles, así como la aparición del líder ultra Oleh Tyahnybok en las tribunas junto a “respetables demócratas” opositores. 

Intentan confundirnos, mistificarnos, ocultarnos la realidad. No es una protesta por la democracia, sino lucha geopolítica. Hoy Ucrania está en una encrucijada, pero no en la encrucijada entre Europa y Rusia o entre democracia (a manos de corporaciones occidentales y ultraderechistas) y “autoritarismo” sino entre soberanía nacional y política económica soberana y colonización europea. La izquierda debe posicionarse en coherencia. 

(*) Jon Kortazar Billelabeitia, Asier Blas; Axier Lopez, Beatriz Esteban, Ibai Trebiño, Joseba Agudo, Marikarmen Albizu, Nerea Garro, Ruben Sánchez Bakaikoa, Xabier De Miguel.

16 de diciembre de 2013

ITALIA: LOS SÍNTOMAS ALARMANTES DE UNA EXPLOSIÓN SOCIAL

Franco Turigliatto. A l´encontre 

Desde hace dos días, diferentes medios no italianos han percibido un corte sociopolítico en Italia bastante más importante que el nombramiento de Mateo Renzi, alcalde de Florencia, a la cabeza del Partido Demócrata. El día 12 de diciembre, el corresponsal del semanario francés Le Point escribía: “Desde Palermo a Turín, de Roma a Génova, de Savona a Milán, un viento de protesta sin precedentes barre Italia. Interrupción del metro en la capital, cierre de las tiendas en los cascos antiguos, ocupación de estaciones y mercados, concentraciones ante los palacios institucionales, operaciones bloqueo en las fronteras: desde el domingo pasado, las manifestaciones contra la “casta política” se multiplican en la península”. Dejaremos de lado la interpretación de este periodista sobre la orientación y las fuerzas políticas que intentan vertebrar este movimiento. En el artículo que publicamos a continuación, Franco Turigliatto subraya con razón el peso concreto, visible por ejemplo en la capital piamontesa Turin -antigua capital de la Fiat- , de las fuerzas de la derecha extrema y las complicidades existentes entre éstas últimas y una parte de la policía y de la magistratura. Es tradicional considerar Italia como un laboratorio político. La fórmula ha estado justificada más de una vez. En el contexto de la crisis europea, habría que estar ciego para no tomar en cuenta de forma muy seria la posible dinámica de las recientes “sacudidas socio-políticas” en Italia y no concentrar la atención más que en la emergencia de una oposición sindical de izquierdas o de un reagrupamiento de las fuerzas de la izquierda anticapitalista. Estos últimos elementos tienen ciertamente toda su importancia, pero precisamente porque emergen en un contexto sociopolítico que no ha existido jamás en Italia desde finales de los años 1960 -Redacción de A l´encontre

Lo que está ocurriendo estos últimos días con las movilizaciones y los “levantamientos” de los llamados “forconi” [quienes enarbolan las horcas] indica que hemos entrado en una nueva fase de la crisis económica y social en nuestro país. Se movilizan sectores de la pequeña y media burguesía golpeados muy duramente por la crisis en sus intereses y sus rentas: los comerciantes, los vendedores ambulantes, los camioneros. Se han sumado a ellos otros sectores sociales populares más o menos marginales: jóvenes de las barriadas urbanas, parados o estudiantes. Esos fenómenos son particularmente evidentes y conflictivos en Turín, la vieja ciudad obrera y fordista que, más allá del nuevo escaparate turístico que significan los palacios del centro, se encuentra en una gran fase de pauperización y de postración social. 

La crisis y la pequeña burguesía 
Esos sectores de la pequeña burguesía -con sus diferentes estratos- han gozado durante muchos años de una relativa tranquilidad y confort (en algunos acaso eso se ha realizado gracias a diversas formas de evasión fiscal), pero hoy, después de seis años de una crisis económica aguda, sus certezas sociales y económicas son puestas en cuestión y para muchos de ellos se abre la posibilidad, a corto plazo, de un descenso a la pobreza. Esos sectores están golpeados no solo por las dinámicas de la crisis económica sino, también, como la gran mayoría de ciudadanos y ciudadanas, por las políticas de austeridad y de contracción presupuestaria aplicadas por los gobiernos de la burguesía. 

Desde hace años, esas políticas masacran en primer lugar, y ante todo, a los trabajadores y trabajadoras de los sectores privado y público que sufren recortes en los salarios, el empleo, con la destrucción de puestos de trabajo y en el llamado estado social. Esos “sacrificios” han sido exigidos permanentemente por las políticas neoliberales cuya única función es garantizar las ganancias y las rentas de la patronal, de la gran burguesía como clase y de sus miembros en particular. Para asegurar esa transferencia de riqueza de abajo hacia arriba, la clase dominante “reclama” hoy a amplios sectores de la pequeña burguesía que “participe en los sacrificios”, lo que empobrece a esas capas sociales intermedias que, sin embargo, son fundamentales para garantizar el statu quo social y político. 

El verbo inglés “squeeze” indica la acción simultánea de apretar y de extraer el jugo. Ese verbo se traduce de forma activa en lo que se refiere a la clase trabajadora. Pero concierne también a las capas de la pequeña burguesía y determina su desintegración social. 

Y eso constituye uno de los rasgos distintivos de las grandes crisis económicas que se transforman así en crisis políticas y sociales que producen contradicciones y heridas en todos los estratos de la sociedad. Es por lo que hablamos de un cambio de época en Europa. 

La crisis en la ciudad de Turín 
En algunas ciudades, entre ellas Turín, el fenómeno se presenta bajo formas particularmente dramáticas: la ciudad del mundo del trabajo, en otra época rica y con una clase obrera activa, ha sufrido profundas transformaciones. En algunos años, el paro ha alcanzado a toda la región del Piamonte, lo que implica no solo centenares de miles de personas en paro sino, también, un gran número de “cassa integrati” (gente que ha perdido su empleo pero cobra una parte de su salario, fruto de las conquistas de comienzos de los años 1970). 

Es evidente que la pequeña burguesía, ante todo la comercial en sus diversas facetas, afectada ya por la crisis no podía más que, incluso sin tener una conciencia exacta de ello, sufrir una reducción de sus actividades comerciales y de sus rentas como consecuencia del simple hecho de que un gran número de asalariados habían perdido su salario o lo había visto reducido y estaban obligados a reducir su consumo. La crisis que golpeó primero a los asalariados no podía sino repercutir a los comerciantes que, mientras tanto, a pesar del fraude fiscal de algunos de ellos, tuvieron que hacer frente a las reducciones presupuestarias de las entidades nacionales y locales, que debían ser los actores en última instancia de las medidas de austeridad decididas por el gobierno. 

Además, antes existía una cierta delimitación y planificación de los puntos de venta, pero ahora la casi total liberalización del comercio y el poder enorme de las grandes marcas de distribución han puesto de rodillas a todo el pequeño comercio local, comenzando por los vendedores ambulantes [los mercados locales tienen una gran importancia en Italia], aplastados por la competencia de los centros comerciales, pero también golpeados por la competencia sin freno entre ellos mismos. 

Esos comerciantes cierran sus tiendas y renacen como champiñones con nuevas actividades, aún a riesgo de volver a cerrarlas ante la imposibilidad de garantizarse una renta suficiente. Pero hay otro fenómeno que debe ser comprendido. Muchos de esos pequeños comerciantes (comercios, bares, etc.) han salido de la clase obrera. De hecho, mucha de la gente en paro, entre ella un gran número de jóvenes y de antiguos asalariados, han reunido todas las reservas financieras familiares para poner en pie un pequeño negocio a fin de obtener un ingreso. Y luego se han dado cuenta de que no era suficiente para vivir. 

En Turín, estos últimos días, el cierre de las tiendas ha sido total, bien como consecuencia de la decisión de sus propietarios, bien por el efecto de grupos activos ligados a los organizadores de la huelga que han circulado permanentemente por la ciudad para imponer a todos los comerciantes el cierre de la persiana. 

La intervención de las fuerzas de la derecha 
Naturalmente, todos estos fenómenos socio-económicos hacen frente a la intervención y a la orientación política de las asociaciones profesionales especializadas en la creación de una ideología y de una identidad según las cuales la figura social del trabajador/a independiente garantizaría la riqueza de Italia. A partir de ahí, resulta que casi todos los demás son “ladrones”: no solo el personal político, sino también los asalariados del sector público, que son parásitos, así como, incluso, los asalariados del sector privado que dispondrían del “privilegio” de la “cassa integrazione”. Por tanto resulta fácil generar la división entre los sectores populares con grandes dificultades y hacer emerger una revuelta qualunquista [corriente política italiana de derechas que tiene rasgos antiparlamentarios y antiestatales, cuya revista Uomo qualunque -el hombre ordinario- conoció una audiencia electoral en 1946; hay similitudes con el poujadismo francés]. 

Las fuerzas de derecha y de extrema derecha están muy presentes y activas a través de quienes componen el comité de huelga de Turín y dirigen la dinámica de la protesta, lógicamente confusa. En las calles de la ciudad, se podía reconocer a grupos de jóvenes de derechas, provenientes de las hinchadas de los equipos de fútbol; además, estaban bien representados Forza Nuova [organización neofascista fundada en 2003 cuyo presidente, Roberto Fiore, fue diputado europeo en 2008-2009] y CasaPound [centro social neofascista y nacionalista-revolucionario creado en Roma en diciembre de 2003; el término Pound hace referencia al propagandista del fascismo Ezra Pound], y eran numerosos los eslóganes y los comportamientos claramente fascistas y reaccionarios. Numerosos jóvenes, a menudo de los barrios, han utilizado esta jornada como una posibilidad de expresar sus frustraciones sociales y su descontento. Al mismo tiempo, se ha visto que existía una puesta en escena y una organización precisa de la jornada. Otros elementos dan fe de una cierta entente que no solo tiene que ver con la simpatía por los manifestantes por parte de las fuerzas del orden, sino que remite a una relación política organizada con las fuerzas de la derecha extrema. 

En este contexto se ha distinguido la actitud diligente de la magistratura de Turín que al alba de estas movilizaciones había dado la orden de llevar a cabo un amplio registro de los activistas del movimiento No TAV [movimiento popular del valle de Susa contra la construcción de una línea de tren de alta velocidad], registro que condujo a la detención de cuatro jóvenes a quienes se les ha puesto el calificativo de “terroristas” (sic). 

La pequeña burguesía y las fuerzas de derechas 
Es más que evidente que esas clases sociales en vías de pauperización -en la calle estaban presentes ante todo comerciantes ambulantes y sectores inferiores del sector del comercio- y la gran masa de los parados pueden convertirse en una base de masas de las fuerzas ultrarreaccionarias y fascistas. El potencial de radicalización reaccionaria de los sectores pequeñoburgueses implica grandes peligros para la clase obrera. Esta situación puede tomar una configuración muy nociva a causa de la ausencia, desde hace cierto tiempo, de un fuerte movimiento de masas y de luchas de la clase obrera. La responsabilidad de las direcciones sindicales, cómplices de los gobiernos de los banqueros y de la gran burguesía, es aquí inmensa. 

De hecho, solo una fuerte movilización obrera y de clase puede impedir derivas reaccionarias. Para responder positivamente a lo que se está desarrollando es necesario que el movimiento sindical y el de los trabajadores, apoyándose en los sectores más disponibles para la lucha, construya rápidamente una amplia iniciativa sobre la base de la defensa del salario, del empleo y de una política económica diferente que pueda dirigirse al conjunto de las masas trabajadoras y, también, a una parte de esos sectores de la pequeña burguesía y, ante todo, a los parados y paradas. Para ello es necesaria una huelga general. Si una huelga así hubiera tenido lugar ya, al menos una parte de los jóvenes que ayer (9 de diciembre) salieron a la calle habría tenido una buena y diferente ocasión de expresar su rabia. 

Sería una ilusión peligrosa, como algunos que desvarían en la izquierda, considerar estas movilizaciones como precursoras de una real lucha positiva contra las políticas de austeridad y los gobiernos que las han aplicado. Pensar que la pequeña burguesía y las capas más marginadas del proletariado, en la época de la mundialización capitalista, a diferencia de lo que ha resultado siempre a lo largo de la historia y en particular en la gran crisis europea de los años 1930, puedan formar un proyecto alternativo al gran capital tiene que ver no solo con una ilusión, sino que es un error de los más peligrosos, que puede abrir la vía a verdaderas y reales tragedias políticas. 

Como escribía Trotsky, la pequeña burguesía, ese polvo humano -un gran número de individuos no organizados en los lugares y los eslabones de la producción y de la distribución, pero en último análisis que depende de las relaciones sociales que traducen-, no tiene ni la función ni la fuerza social y política para expresar un proyecto alternativo al de las clases dominantes. Las clases sociales intermedias entre las dos clases fundamentales siguen estando, en última instancia, atraídas por la que demuestre más fuerza sobre el terreno. Hoy como ayer, la burguesía puede utilizar sectores de la pequeña burguesía y de los parados -como el hizo el fascismo- como arietes contra la clase obrera. Trotsky añadía, en 1930: “En cada giro del camino de la historia, en cada crisis social, hay que reexaminar el problema de las relaciones existentes entre las tres clases de la sociedad actual: la gran burguesía con el capital financiero a su cabeza, la pequeña burguesía que oscila entre los dos campos principales, y, finalmente, el proletariado. La gran burguesía que no constituye más que una fracción ínfima de la nación no puede mantenerse en el poder sin apoyarse en la pequeña burguesía de la ciudad y del campo, es decir sin apoyo entre los últimos representantes de las antiguas capas medias, y entre las masas que constituyen hoy las nuevas capas medias”. Prosigue: “Para que la crisis social pueda desembocar en la revolución proletaria, es indispensable, al margen de otras condiciones, que las clases pequeñoburguesas basculen de forma decisiva del lado del proletariado. Esto permite al proletariado tomar la cabeza de la nación, y dirigirla. Las últimas elecciones revelan una tendencia en sentido inverso y es ahí donde reside su valor sintomático esencial. Bajo los golpes de la crisis, la pequeña burguesía ha basculado no del lado de la revolución proletaria, sino del lado de la reacción imperialista más extremista, arrastrando a capas importantes del proletariado”. Luego afirma de forma incisiva: “Si el partido comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, el fascismo en tanto que movimiento de masas es el partido de la desesperación contrarrevolucionaria” (León Trotsky, “El giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania” 27/09/1930). 

La importancia de la lucha de los trabajadores 
Solo la capacidad y el protagonismo, la fuerza y la lucha de las masas trabajadoras por sus propios objetivos de salvaguardia de sus condiciones de vida y de trabajo pueden convertirse en un polo atractivo para sectores de la pequeña burguesía o, al menos, neutralizar sectores de ella en el curso del enfrentamiento agudo con la clase dominante. Es una de las tareas urgentes que se encuentra ante nosotros y que hace de la reanudación del conflicto en los lugares de trabajo, aunque muy difícil, un elemento necesario y posible. 

Nos enfrentamos a una cuestión de tiempo. El movimiento obrero y sindical debe recuperarse. De un lado, no debe demonizar a ciertos sectores sociales como tales, aliándose así a la política del Partido Demócrata y a las direcciones sindicales, quienes han subordinado a las trabajadoras y trabajadores a las orientaciones de la gran burguesía. Del otro lado, debe ser consciente de que ese movimiento de los “forconi” está dirigido por fuerzas reaccionarias y de derechas que deben ser combatidas. 

Por esta razón, los miembros de clase obrera -y en particular las fuerzas de la izquierda anticapitalista que deben dedicarle todas sus fuerzas- deben comenzar su propia lucha, la revuelta de clase contra los gobiernos de los paquetes de austeridad, es decir contra la clase burguesa.


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