23 de enero de 2012

NUEVOS ESTEREOTIPOS PARA PROMOVER EL AJUSTE

Reino Unido: "chavs", la demonización de la clase trabajadora británica

Marcelo Justo. Página 12

La demonización de la clase trabajadora británica tiene un acrónimo indescifrable: “Chavs”. Nadie sabe qué significa, pero en páginas webs, en programas televisivos y en análisis mediáticos populares o “serios” sirve para estigmatizar a jóvenes que viven en viviendas municipales y tienen un tipo específico de acento y aspecto físico. “En realidad es una manera oblicua de definir al conjunto de la clase trabajadora y responsabilizar a los pobres de ser pobres”, escribe Owen Jones, autor de "Chavs", un libro clave sobre el tema. En medio de la actual crisis, la justificación cae al dedillo. La pobreza no se debe a los problemas de la economía sino a las fallas del propio individuo o de su familia: a los hogares dislocados, a la falta de ambición o inteligencia.

Las tres décadas de neoliberalismo, inauguradas por Margaret Thatcher con una drástica desindustrialización en los ’80, marcaron el triunfo de un individualismo que hundió el sistema de valores solidarios de la clase trabajadora. En 1979 había 7 millones de obreros con un fuerte peso de los mineros, portuarios y automotrices. Hoy, hay dos millones y medio, las minas han desaparecido y solo la empresa automotriz, en manos extranjeras, está creciendo.

En este vacío de identidad de una clase obrera en retirada surgen los “chavs”. Objeto de escarnio en la prensa o de burla en programas televisivos y cenas de clase media, los “chavs” son presentados como parásitos enquistados en el tejido social. Según el estereotipo son desempleados crónicos, adolescentes que se embarazan para acceder a los beneficios sociales por hijo, responsables del déficit fiscal y moral, virtuales delincuentes con un coeficiente de inteligencia por el suelo y una familia disfuncional. “Lo que llamábamos la respetable clase trabajadora prácticamente ha desaparecido. Hoy la clase trabajadora en realidad no trabaja para nada y está sostenida por el Estado de bienestar”, señala el comentarista conservador Simon Heffer.

El estereotipo ha ayudado a justificar el draconiano ajuste fiscal de la coalición conservadora-liberal demócrata que encabeza el primer ministro David Cameron, pero también ha servido de base para propuestas decimonónicas de limpieza social. En 2008 un concejal conservador, John Ward, llamó a la esterilización obligatoria de las personas que tuvieran un segundo o tercer hijo mientras cobraban beneficios sociales, medida apoyada con entusiasmo por los lectores del conservador Daily Mail escandalizados por “estos aprovechadores y sinvergüenzas que están hundiendo el país”.

La obsesión clasista y el estereotipo han llevado a confusiones cuasicómicas. En un panfleto para las elecciones de 2010, los conservadores aseguraron que en algunas zonas pobres, “el embarazo adolescente de menores de 18 años es de un 54 por ciento”. En realidad era un 5,4 por ciento, cifra que representaba una caída respecto a lo que sucedía durante el thatcherismo. En el departamento de prensa conservador nadie se percató del error tipográfico. A pesar de que estaba hablando de más de la mitad de las menores de 18 años de esas zonas, el fenómeno ya había sido naturalizado por el prejuicio.

Una de las curiosidades es que se usa el término “chavs” con certeza de concepto sociológico, a pesar de que nadie puede decir a ciencia cierta qué significa el acrónimo. El diccionario de Oxford por Internet define al “chav” como “un joven de clase baja, de conducta estridente y patoteril (*) que usa ropas de marca, reales o imitadas”. Otro diccionario de 2005 los define como “joven de clase trabajadora que se viste con ropa deportiva”. Un mito popular lo hace pasar como “Council Housed and Violent” (violento que vive en casas municipales)

Esta vaguedad permite englobar a amplios sectores sociales. En un libro que va por la novena edición y vendió más de 100 mil ejemplares, The Little book of Chavs, se identifican los típicos trabajos “chavs”. La “chavette” –mujer chav– es una aprendiz de peluquería, limpiadora o camarera mientras que los hombres son guardias de seguridad o mecánicos y plomeros “cowboys” (chantas). Según el libro, “chavs” de ambos sexos suelen ser cajeros en los supermercados o empleados de hamburgueserías.

Esta tipificación laboral corre paralela a los cambios que ha vivido la clase trabajadora británica en los últimos 30 años. Hoy una cuarta parte de la fuerza laboral trabaja part time y más de un millón y medio se encuentra en empleos temporarios. El salario medio de unas 170 mil peluqueras (“chavettes”) está apenas por encima de la mitad del promedio salarial de la población, medida que define la línea de la pobreza en el Reino Unido. En ciudades que alguna vez giraron en torno de la actividad fabril o minera, los escasos trabajos que hay son en supermercados o farmacias. “No solo son trabajos más inseguros. Están mucho peor pagos. Cuando Rover quebró en Birmingham con la pérdida de 6500 puestos, el ingreso promedio que cobraron los que consiguieron trabajo era una quinta parte menos que lo que ganaban en la automotriz”, apunta Owen Jones.

La paradoja es que en una sociedad tan clasista como la británica, en la que el acento y la universidad (Oxford, Cambridge) define el futuro de una persona, conservadores y nuevos laboristas propagan el mito de que hoy todos los británicos son “clase media”, salvo esa pequeña subclase disfuncional y patológica a la que le falta ambición o fibra moral: los “chavs”. En 1910 Winston Churchill, entonces ministro del Interior del Partido Laborista, propuso la esterilización de más de 100 mil personas a las que consideraba “débiles mentales y degenerados morales” para salvar al país de la decadencia. Un siglo más tarde la decadencia sigue amenazando al Reino Unido, pero la fórmula es más “civilizada”: un estigma que niega la existencia y el significado social de la clase trabajadora.


(*) NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: PATOTERIL: expresión proveniente del español usado en algunos países de América Latina (Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Perú y Venezuela). La patota es en el diccionario de la RAE un “grupo, normalmente integrado por jóvenes, que suele darse a provocaciones, desmanes y abusos en lugares públicos”. Patoteril sería por tanto un tipo de comportamiento provocador y tendente a los abusos y desmanes.

20 de enero de 2012

CON GARZÓN, SIN EXCUSAS BARATAS

Por Marat

Garzón no es santo de mi devoción. No lo puedo evitar. Tiene algo que hace que no acabe de caerme bien. Puede que sea su vedettismo o su modo de ir por libre sin que uno sepa exactamente en que postura política ubicarle.

Pero resulta que es un juez con su particular sentido de la justicia y, por lo que he podido comprobar, esto le ha llevado con frecuencia a enfrentarse a la arbitrariedad del poder, a su arrogancia y a su impunidad.

Juzgó diversas responsabilidades en el terrorismo de Estado de los GAL. Estrechó el círculo sobre diversos responsables de crímenes de Estado de las dictaduras de Argentina y Chile, estando a punto de encausar a un Pinochet que tuvo que salir de Inglaterra sentado en una silla de rueda con su mantita sobre las piernas para dar pena y tratar de hacer olvidar su repugnante condición de asesino genocida. Fue un elemento clave en la investigación sobre la red de corrupción gürteliana del Partido Podrido (PP), intrínsecamente corrupto. Quiso aplicar la Ley de la Memoria Histórica desde la Audiencia Nacional, abriendo la causa contra los crímenes del franquismo lo que era signo evidente de quijotismo voluntarista en un país de cobardes que dejó morir a Franco en la cama.

Es cierto, y no puedo ni quiero olvidarme de ello, que Baltasar Garzón ha mostrado particular inquina contra la izquierda abertzale, actuando como azote contra sus derechos democráticos, a través de su particular teoría del “entorno”, arbitraria figura jurídica donde las haya, mediante la que persiguió e ilegalizó a todo tipo de organizaciones sociales, culturales (AEK), mediáticas (Orain S.A, Eguin, Eguin Irratia, Egunkaria) y políticas (Batasuna, Xaki, Ekin, Jarrai, Haika y Segui) de Hego Euskal Herria, negándose así los derechos políticos de cerca de doscientos mil vascos.

Pero también es cierto que no es la izquierda abertzale la que ha conducido a Baltasar Garzón al banquillo de los acusados. Han sido los herederos del franquismo (PP, Falange Española de las JONS, Manos Limpias) y los corruptos (PP, asociación con ánimo delictivo), en alianza con el PSOE -éste a través primero de Luciano Varela y ahora de Joaquín Jiménez García, colaboradores necesarios en dicha coalición-, que buscaba castigar el atrevimiento de juzgar su papel en los GAL. A todos ellos los ha asistido una casta de jueces fascistas, infalibles, inviolables y no sujetos a responsabilidad, en cuyas estrechas mentes jamás entró la palabra democracia.

La acusación contra Garzón de quebrar el derecho a la intimidad en las grabaciones a los corruptos de la trama delictivo-PPera Gürtel y la de interpretar libremente hechos del pasado que ya fueron amnistiados –por quienes se autoamnistiaron a sí mismos en una transición hacia una democracia vigilada y menor de edad-, en el caso de la Memoria Histórica, es un trampantojo que oculta una actuación bastarda de fondo y de forma.

Lo es de forma porque, como se está demostrando Baltasar Garzón jamás orilló la legalidad en ninguno de los dos casos a los que me estoy refiriendo y lo es de fondo porque este juicio está hecho sólo para inhabilitar a un juez molesto para unos poderes ilegítimos de origen. La transición política se produjo sin la depuración de los aparatos franquistas. Ello ha permitido que sean esos franquistas quienes hoy le juzgan. Tampoco los españoles pudieron decidir sobre la forma de Estado.

Es llamativa la diferencia en el esfuerzo de los apoyos que recibe Garzón en esta ocasión respecto a las que recibió en abril de 2010, cuando se conoció la decisión de los citados poderes de encausarle.

Entonces el PSOE estaba en el Gobierno. Los ataques venían del entorno de la ultraderecha PPera y adláteres. En ese contexto el PSOE se vio obligado a actuar contra la venganza que le pedía el cuerpo –inhabilitar a Garzón como juez- sencillamente porque el querellado se convertía en un punto nuclear del viejo simulacro de enfrentamiento PSOE-PP. Garzón fue para el PSOE en abril de 2010 un simple juguete político con el que representar el papel de valedor de una Memoria Histórica a la que traicionó desde su diseño y aprobación. Lo hizo limitando sus contenidos y alcance, evitando la depuración de responsabilidades de los franquistas en la Guerra Civil y en el período de la dictadura, y no dotándola de medios ni de recursos.

Pero mientras hacía esto el PSOE empleaba a los Varela, los Leguina, los Carlos Carnicero y los Miguel Ángel Aguilar aludiendo a la supuesta pretensión de Garzón de “situarse por encima de la ley”.

Ahora el PSOE ya no está en el Gobierno. Ya no necesita utilizar la imagen de Garzón para aparecer como partido progresista ni para rentabilizarla en forma de voto. Quedan muy lejos las próximas elecciones.

Cuando uno ve las caras de la plataforma “Solidarios con Garzón” encuentra básicamente el compromiso del los artistas, a los miembros de IU, algún juez a título personal, las asociaciones de la Memoria Histórica y poco más. Otros que en Abril de 2010 tuvieron una presencia más notable, ahora han preferido un perfil presencial más bajo o directamente ausente. Puede que ello tenga que ver con el estado de derrota, abatimiento y resignación de la sociedad española tras el triunfo del PP en las elecciones locales y autonómicas del 22-M y especialmente tras su barrida en las generales del 20-N. O puede también que este brutal giro a la derecha de la sociedad española haya provocado un “ataque de realismo” en algunas organizaciones y personalidades que les lleve a no irritar a los vencedores, apoyando acciones que no sean de su agrado. En todo caso, es lamentable que Baltasar Garzón no esté recibiendo todos los apoyos necesarios cuando más los necesita.

Llamativo igualmente que los que tanto reclamaban hasta hace nada “democracia real” como los que reclamaban “democracia contra los mercados” hagan un silencio tan espeso sobre este juicio a la democracia que se esta haciendo en la persona de un juez que en buen número de ocasiones –no siempre, es cierto- la ha defendido. Dice mucho de la calidad democrática de tales demócratas. El argumento de inhibirse ante la cuestión por el pluralismo en la composición de tales “movimientos” no es válido; salvo que alberguen, en aras a esa pluralidad, también a no demócratas en su interior.

Otros que en el pasado reivindicaron la ruptura frente a una transición que dejaba todo atado y bien atado y que preestablecía los límites del juego y las fronteras infranqueables, hoy callan frente a este atropello contra quien abrió un proceso que quizá nos hubiera permitido avanzar a los demócratas y a las izquierdas más allá de esos límites. Quizá no sea ajeno a este hecho una oculta satisfacción con lo que en sus mentes pudiera parecerse a la venganza poética por las actuaciones más criticables del juez respecto a la izquierda abertzale. El sectarismo –y no me refiero a la izquierda abertzale- suele ir unido a un sentimiento de pureza dentro del que no cabemos casi nadie, salvo las exiguas mesnadas de quienes este camino eligen.

Sean el interés calculado, la ambigüedad en las posiciones, los motivos inconfesables o el espíritu de la venganza los que subyacen en quienes toman distancia hoy ante la defensa de Baltasar Garzón, todos ellos ignoran o desprecian el hecho de que con el apoyo al juez no se está reivindicando su figura ni sus errores sino condenando y rechazando que sean las libertades democráticas, el antifranquismo, la verdad, la justicia y la reparación las que estén siendo sentadas en el banquillo de los acusados por parte de una derecha fascista e intrínsecamente corrupta y delictiva.

Por este mismo motivo yo estaré el domingo 29 de Enero, a las 12 del mediodía, en la Plaza de las Salesas de Madrid para manifestarme en apoyo a Garzón y en defensa de las libertades democráticas que hoy, de nuevo, vuelven a amenazar los fascistas desde su Tribunal Supremo y desde su Gobierno. Cada palo que aguante su vela y sus propias coherencias.