10 de diciembre de 2011

¿EL EURO ANTE EL DERRUMBE?

Frédéric Lordon. Le Monde Diplomatique

Por experiencia se sabe que podemos mirar cómo Laurel lanza tortas a la cara de Hardy (o a la inversa) muchísimas veces y pedir que lo repitan sin cansarnos nunca, pero, ¿y las cumbres europeas?... Por un lamentable error de apreciación, aunque con la sin duda loable intención de combatir la morosidad, la Unión Europea (a la cual podría agregársele el G20) parece haber considerado que la cómica repetición era un arma posible contra la crisis. Apenas se vislumbra otra hipótesis a la altura de la asombrosa recurrencia a la payasada, convertida en la única línea firme y clara de los gobernantes europeos, totalmente pasmados.
En su descargo hay que reconocer que, en el corsé de las obligaciones presentes –monumental choque recesionista post-crisis financiera, permanente supervisión de las políticas económicas por los mercados de capitales, independencia y pusilanimidad del Banco Central Europeo (BCE), ortodoxas obsesiones alemanas, falta de soberanía unitaria–, en rigor la actual ecuación del euro no tiene solución...
Si hoy día en Europa no reina el espíritu de Laurel y Hardy, entonces quizás reine el de San Agustín: “Credo quia absurdum” –“Creo porque es absurdo”–. Es cierto que en Europa el encarnizamiento dogmático hacia y contra todas las informaciones de lo real es lo último que de verdad impresiona. Después de todo, recién estamos en la Quinta Cumbre de la Eurozona (1); la parte agustina consiste en constatar la aberración y la parte cómica en la repetición de comunicados de felicitación por haber –al fin– aportado una solución global (comprensiva) a los problemas de la zona euro… antes de tener que rehacer todo al siguiente golpe. Sabemos que el público es propenso al derroche, y sin duda es por eso que la oficina de turismo siente la necesidad de renovar el espectáculo proponiendo sensaciones cada vez más fuertes (nuevas instituciones, nuevos países a salvar, nuevas ingenierías financieras, cada vez más montos comprometidos, etc.). En verdad, no muchos tienen ganas de reír, ni siquiera en la última Cumbre del Eurogrupo del 27 de octubre de 2011 cuyos formidables (y siempre comprensivos) cumplimientos no habrán tardado una semana en quedar casi reducidos a nada por intermedio del referéndum griego, récord absoluto.



CUIDADO CON OLVIDAR
En realidad, y quizá resida allí lo propio de una época que se comparará sólo imperfectamente con la crisis de la década de 1930, las reacciones gubernamentales toman el doble carácter –en apariencia contradictorio– de una perfecta leonera donde la improvisación le disputa a la incomprensión crasa los acontecimientos en curso, y el despliegue oportunista pero muy metódico de una inflexible agenda neoliberal. Hay que tener en cuenta esta ambivalencia para justificar tanto cumbres “Helzapoppin” [N. de la R.: baile frenético popularizado en una película de Hollywood de 1941] como la impresionante resiliencia estratégica que permite al sistema actual extraer de los subsuelos de la (su) crisis la ocasión de una profundización histórica sin precedentes. En este asombroso período en que se juega el destino del neoliberalismo de modo binario, coherencia e incoherencia son, pues, partes iguales del mazazo definitivo y la explosión en pleno vuelo.
El programado impulso al olvido es tan poderoso que hay que recordar siempre cuánto los acontecimientos actuales deben su origen a la crisis de los créditos hipotecarios, perfecta expresión de una configuración del capitalismo en la cual la indefinida compresión de salarios sólo dejó como solución de apoyo a la demanda el sobreendeudamiento de las familias. De suerte que, por interposición del salvataje de los bancos y la recesión, el Estado se vio arrastrado a su pesar, consecuencia de la debacle financiera privada… demasiado feliz por verse metamorfoseada así en crisis financiera pública. Entonces, es por el lado del G20 y en sus ediciones 2009 (Londres, Pittsburgh) que se abre la secuencia de cumbres “stop-and-go”. ¿Pero quién recuerda aún los gritos de alivio que profirieron los gobernantes junto con los comentaristas, alivio probablemente proporcional al santo temor que los había dejado pasmados el otoño boreal de 2008, cuando se habían acercado al borde del abismo? En efecto, es preferible olvidar los comunicados triunfalistas, las promesas de otra regulación financiera (que tiene buena cara en 2011, cuando el sistema bancario amenaza de nuevo con la ruina total) y la seguridad de que “ahora la crisis está detrás de nosotros”, que se vacila en clasificar en la categoría de alegre provocación recurrente o de tontería astronómica. No se necesitó ni un año para que la recuperación anunciada tuviera una seria sacudida y la revelación del deterioro de las finanzas públicas griegas sirviera de detonante de lo que se recordará como el peor cambio de toda la historia de la política económica. Por un instante hubiéramos podido ilusionarnos en que los gobiernos habían sabido aprender de los errores del pasado y en especial de los desastres de la Gran Depresión, ¡pero nada de eso! La aceptación de los déficits por medio del juego de los estabilizadores automáticos (2), única estrategia de mediano plazo practicable (no era la delirante tutela de los mercados), no habría durado un año. Y Grecia fue el pretexto tan ideal como aparentemente bien fundado para cambiar todo el dispositivo de la política presupuestaria, que pasó brutalmente de la práctica razonada de los déficits a la desesperanzada empresa de su forzosa reducción.

Excepto aquellos a quienes se persiste en llamar los “responsables”, ahora conocemos demasiado –aunque eran evidentes desde el comienzo– las razones que condenan al fracaso la estrategia de la austeridad generalizada: la imposibilidad de que cada país por separado compense mediante la demanda exterior el estrangulamiento de la demanda interior, porque todos los demás optan también por el rigor, conduce fatalmente a frenar el crecimiento, así como la pérdida de ingresos fiscales destruye el efecto de la reducción de gastos. Todo se ubica bajo la mirada y la férula de inversores internacionales cuyo horizonte temporal es rigurosamente incompatible con el necesario mediano plazo para un ajuste macroeconómico de semejante amplitud. De ahí resulta este absurdo encadenamiento en el cual las alzas de las tasas de interés que desataron los ataques de pánico especulativo degradan acumulativamente los saldos presupuestarios (el servicio de la deuda profundiza el déficit que alarma a las finanzas que hacen subir las tasas que aumentan el servicio de la deuda…), a lo que las políticas económicas responden profundizando la restricción… y las deudas –de vez en cuando Standard & Poor’s o Moody’s, perfectos agentes ambientales, aportan su amable contribución al clima de locura general–. Impulsadas por el pánico financiero, tanto el alza de las tasas como las aberrantes reacciones de las políticas económicas se llaman las unas a las otras, en una sinergia tóxica que la serie de cumbres europeas intensifica cada vez más.
Sin embargo, a riesgo de constituir una paradoja, esta línea de caos se desdobla en una línea estratégica que en cada etapa ve cómo el crecimiento del desorden es acompañado de un crecimiento paralelo de los avances neoliberales.

LOS QUE GANAN CON LA CRISIS
Porque no todo el mundo pierde con la crisis. Y desde el otoño boreal de 2008 ganan no sólo los banqueros gratuitamente sacados a flote, con bonos y dividendos. Desviando la atención de las taras de las finanzas hacia el “problema de la deuda pública”, habrán llevado a su cima un cierto arte de la distracción, el escamoteo y el contraataque.
No porque nada suceda del lado de las deudas públicas –incluso muy rara vez se vio una explosión tan espectacular–. Pero no pasa nada que no sea efecto directo de la crisis financiera privada, y los banqueros que fanfarronean por no deber nada a la sociedad, ya que reembolsaron las ayudas de urgencia, como si no tuvieran nada que ver con la recesión que siguió, el hundimiento de los ingresos fiscales y la explosión de los déficits, hacen pensar en esos aprendices pirotécnicos que pretenden que, por haber pagado la pólvora, son inocentes del desastre que con ella se causó.
Los banqueros no perdieron la ocasión, ni tampoco los informados administradores de la agenda neoliberal, a quienes por lo menos se les reconocerá el real talento de haber convertido en gran avance una crisis que debería haber significado su histórica descalificación. En realidad, hace mucho tiempo que las gesticulaciones sobre el tema de “la deuda” intentan, por intermedio de los informes Pébereau (3) y Attali (4), preparar el terreno y acostumbrar a las mentes a la idea del despojo. Pero todas las comedias de la imprecación o los trémolos de la quiebra futura no podían bastar para acreditar la existencia de un problema inexistente –en todo caso hasta 2008–. Sí lo pudo la crisis financiera privada, que provocó a ojos vistas el aumento de las deudas públicas. Y como el “problema de la deuda” nunca pareció constituido tan objetivamente, una heteróclita combinación de estrategas oportunistas y creyentes de primer grado se precipitó en la brecha para proclamar, falsamente inquieta y verdaderamente encantada, la urgencia –al fin– del gran ajuste. Bajo la apariencia de una respuesta “racional” y “necesaria” de la política presupuestaria a una coyuntura particular, lo que en el verano boreal de 2010 apareció fue, en realidad, una estrategia estructural de achique, incluso habría que decir de desmantelamiento del Estado social, forzada por una situación de la cual los liberales creen poder extraer la suficiente justificación como para hacer pasar lo que hasta aquí no pasaba.
Ya conocíamos los procedimientos ordinarios de ajuste presupuestario: no reemplazar a los funcionarios que se jubilaran, disminuir sus salarios nominales, recortes salvajes en el gasto público, recorte de las prestaciones sociales, aumentos del IVA, etc., pero esta coyuntura bendita de los dioses autoriza a practicarlos a una escala sin precedentes. Ya es hora de añadir a la simple intensificación cuantitativa el cambio cualitativo. Así, no es casual que la idea del ajuste presupuestario, aparecida a inicios de 2010 bajo su forma “ordinaria” al principio, desde 2011 adoptó la forma superior de la llamada “regla de oro” (5), empresa inédita de constitucionalización del equilibrio de las finanzas públicas, colmo de la despolitización y sueño neoliberal de un ajuste automático, sustraído a la deliberación soberana, remitiendo cualquier objeción a las normas lejanas, supremas e incuestionables de la Constitución.

DERROTAS QUE SON TRIUNFOS
La propiedad más impresionante del neoliberalismo reside seguramente en su capacidad de alimentar sus avances con sus propios fracasos. Y las cumbres europeas son el escenario por excelencia de esta transmutación, que sin duda todavía no terminó. Porque la misma austeridad, adquisición sin embargo tan notable como irreversible (sólo una credulidad infantil podría creerla transitoria y limitada al “mal momento a pasar”), la austeridad, pues, conocerá el mismo calamitoso destino que los anteriores hallazgos liberales…y la misma gloriosa superación.
En efecto, esta vez, aun conservando lo que tan bien se había almacenado, habrá que cambiar de terreno, ya que hoy la contra-productividad tóxica de las austeridades europeas coordinadas es demasiado visible. Lo es para los inversores que reclaman una cosa y su contrario –la disciplina presupuestaria y el crecimiento… metódicamente destruido por la disciplina presupuestaria–. Empieza a serlo para los mismos gobiernos, totalmente a remolque de los mercados y ocupados en seguir como pueden los desplazamientos de sus sucesivas exhortaciones. Por último lo es, pero esta vez de un modo más serio, para el Fondo Monetario Internacional (FMI), que empieza a temer que la restricción mate a la recuperación (6) (y hoy la propia Christine Lagarde parece dudar de las posibilidades sincréticas de la “rilance” [de rigueur y relance, rigor y recuperación] (7) o de la Comisión Europea, cuyas previsiones de crecimiento registran los efectos del desastre anunciado. El crecimiento de la Unión Europea para 2012 se revisó de 1,75% a… 0,5% (8). Para 2011, el Reino Unido pasó de 1,7% a 0,7%, para 2012 de 2,5% (!) a 0,6%. Francia repasa sola sus propios anuncios: de 1,75% a 1%. Incluso Alemania se da cuenta al fin de que no puede sobrevivir aislada en medio de un océano de quiebras –con mayor motivo cuando alardea de su modelo de crecimiento, proveniente de las exportaciones–. En 2012 no será de 1,8% como preveía, sino de 1%, dixit el gobierno alemán, más bien de 0,8% según los institutos independientes.

¿Qué puede quedar de la estrategia de ajuste de los déficits cuando todos los incrementos se hunden en un conjunto tan encantador, y cuando incluso esta sincronización promete algunas sinergias acumulativas sangrientas? Confusamente, los gobiernos parecen tener conciencia de ello y ya pueden observarse los primeros cambios de pie, que no abandonarían las preciosas conquistas del rigor sino que les añadirían nuevos desarrollos en nuevas direcciones. Es que en realidad el neoliberalismo tiene dos obsesiones: el Estado y la resistencia del asalariado. Pero, como las cosas no podrían expresarse con esa alegre brutalidad, aplasta al primero pretextando “la deuda” y ataca al segundo hablando de “costo del trabajo y competitividad”. He aquí donde el impasse de la austeridad ofrece su propia salida: si bien el rigor se muestra calamitoso incluso desde el punto de vista de sus objetivos alegados (la reducción de los déficits), nada impide añadirle la estrategia de la recuperación del crecimiento mediante la competitividad –es decir, por la reducción del costo completo del trabajo–.

LA ILUSIÓN DEL MODELO ALEMÁN
Así, bien pronto se verá, de hecho ya se ve, cómo pivota el discurso de las políticas económicas europeas para moderar la lógica de las simples vueltas de tuerca y reemplazarla gradualmente por la idea de rebote mediante las exportaciones competitivas: la constricción de la demanda interior es hoy demasiado evidente, la salvación reside, pues, en la demanda exterior.


Rebautizada “devaluación interna” con ese sentido de maquillaje verbal que es la marca de la época, ese refrito de la desinflación competitiva de los años 80 (9) conocerá el mismo fracaso que su versión original, por al menos dos razones. En primer lugar, y suponiendo que tuviera alguna eficacia intrínseca, sólo manifestaría sus beneficios en el mediano o largo plazo (Alemania necesitó una década de deflación salarial dura para constituir su actual ventaja competitiva), es decir, en un horizonte temporal fuera de proporción con la urgencia del nuevo comienzo del crecimiento, único capaz de reducir con rapidez los ratios deuda/PIB.
Pero es la misma idea de que todos los Estados europeos adopten abiertamente esta estrategia lo que la condena más seguramente a la inutilidad, porque por definición sólo tiene un sentido unilateral. La ventaja competitiva es un dato relativo, también es muy posible querer que todos adopten el virtuoso modelo alemán, pero solamente al precio de olvidar que su generalización es en sí misma autodestructiva. Tan sólo quedaría la austeridad propiamente salarial que viene a superponerse a la austeridad presupuestaria, y una constricción suplementaria de la demanda interna que viene a agregarse a la ausencia de expansión de la demanda exterior, que se convendrá sería un resultado espléndido. Pero finalmente poco importa: como la ineficacia de las políticas neoliberales nunca fue razón suficiente para recusarlas, le quedan todas las conquistas institucionales almacenadas en el intervalo que las separa del flagrante fracaso, conquistas de las cuales el “pacto por el euro” de marzo de 2011 ya señaló los principales objetivos –reducción de las jubilaciones, facilitación de los despidos, descentralización de los acuerdos salariales, desmantelamiento de los estatutos protegidos (CDI [Contratos de Duración Ilimitada], función pública), conforme a la lógica liberal de que todo lo que puede concebirse como flexibilizante terminará flexibilizado, todos motivos que debemos hacernos a la idea de que pronto serán el nuevo e insistente estribillo de la política económica.
Pero la crisis de las deudas soberanas, cuyos desarrollos en cualquier momento pueden quedar fuera de control, ¿dejará simplemente tiempo a los gobiernos para negociar ese nuevo vuelco? Nada es menos seguro, porque en la actualidad entre las maniobras dilatorias del neoliberalismo y la dinámica de su propia descomposición se establece una carrera de velocidad.

LOS BANQUEROS LO HARÁN PEOR
Las finanzas, que hoy pasaron al modo “pánico”, amanecer de su eterna lógica de probar límites, salieron a alinear a los candidatos al salvataje uno detrás del otro –y cuanto más grandes son los potenciales trofeos, más excitantes son–. Actualmente Italia está en el centro de su atención y es de temer que ya no salga, si no es a través del rescate financiero (bail-out). El extravagante nombramiento de primeros ministros tecnócratas-banqueros, barbarismo político tan grosero que incluso los medios de comunicación se dieron cuenta, durará poco. El único mérito que podría reconocérseles a las eminentes figuras de Mario Monti y Lucas Papademos, ¿no es de ser simplemente más creíbles en el manejo de las tuercas, es decir en eso mismo en lo que están fracasando? Lo único que puede esperarse de ellos es hacer lo mismo que sus antecesores pero peor, o bien constituirse en los promotores de la “devaluación interna” llamada al mismo destino. Es verdad que hace tiempo que Monti mostró sus credenciales europeas al indicar que en el euro veía una oportunidad histórica de “germanizar el enfoque presupuestario” de Italia (10)… Entonces, de aquí a varios años, podría darse que su súbita entrada a la escena política aparezca retrospectivamente como una de esas aberraciones que atestiguan las desesperadas maniobras de un sistema que llega a su fin –ex funcionarios de Goldman Sachs y/o del BCE, ex economistas diplomados en las universidades más consagradas a transmitir la ortodoxia fallida (11), es decir, más o menos el retrato robot de todo lo que fracasó… y no por eso es menos repetido–, además del desprecio de la política democrática, como conviene a todos los gobiernos que se pretenden “expertos”. Seguramente, en la actual situación esos dos hombres providenciales no encontrarán mucho que pueda ayudarlos. Porque desde que se presenta a Italia en lo alto del tobogán, se torna muy evidente que el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) ya no está a la altura de su tarea. Un rápido cálculo sugiere que tan sólo Italia agregaría 600.000 millones de euros a las potenciales cargas del FEEF –por ahora dimensionado en 440.000 millones de euros–. Es cierto, la cumbre del 27 de octubre se complació en aumentar la capacidad del Fondo en un billón… pero al anuncio no siguió ningún detalle práctico. Alemania repitió que no se comprometería más allá de su actual límite. En cuanto a los terceros países (China y las petromonarquías) a quienes se les ha pedido limosna, con gran asombro se percibe su escaso entusiasmo ante la idea de embarcarse en la balsa de la Medusa [de salvataje]. Y eso sin siquiera imaginar lo que acontecería con el pobre Fondo si por azar a Italia le sigue España o –¡vaya!– Francia…


UN FONDO DESFONDADO
Por un trágico efecto de serrucho, cada nuevo candidato al salvataje acude al FEEF dos veces: primero –evidentemente– del lado de sus desembolsos, luego del lado de sus recursos, porque ni qué decir que un país, al entrar en la lista de los socorridos, abandona ipso facto la de los salvadores. Sigue una re-nivelación de la carga de conjunto sobre los garantes que quedan… lo que evidencia con mayor crudeza los límites del principio que consiste en salvar del sobreedeudamiento a unos sobreendeudando a otros. En Francia, aun sin llegar al bail out declarado, la simple pérdida de su triple A enviaría al FEEF a pique, amenazado a su vez de perder sus fondos por culpa de su segundo principal contribuyente –y a partir de ahora vemos bien que se trata de un acontecimiento que no habría razón de excluir completamente–.


Para su desdicha, el pobre Fondo está además abrumado por misiones que no le producen nada. Dado que expertos inquietos, sin duda reunidos secretamente por algunos gobernantes en dificultades, querrían que rescatara en los mercados secundarios los títulos soberanos de los Estados miembros en dificultad, como manera de poner un dique al alza de sus tasas de interés. Pero ese tipo de operación no podría ser asunto de un Fondo que, por su esencia, tiene medios limitados –y que, por supuesto, los inversores estarían continuamente “testeando”–. Sólo un banco central, imprimiendo moneda en cantidad virtualmente infinita, puede atravesar la especulación con alguna chance de éxito. Incluso sería necesario que se decidiera a ello, y más aun, que lo dijera alto y fuerte, es decir, anunciando compromisos ilimitados, única manera de impresionar a los mercados y hacerlos retroceder. El BCE no hace ni lo uno ni lo otro. Sin duda interviene, en este mismo momento, pero tan poco como le es posible y casi avergonzado, en cualquier caso arrastrando ostensiblemente los pies, y siempre demasiado tarde, mientras que la situación ya superó sus umbrales críticos de deterioro.
Es que el BCE es una de las altas esferas de la tara europea: prisionero de dogmas absurdos, reglas paralizantes y obsesiones alemanas, es también el epicentro del problema objetivo de riesgo moral en el seno de una comunidad de políticas económicas conducidas independientemente pero solidarizadas de hecho por su común pertenencia a la Eurozona. Acorralado, hoy día el BCE intenta regular con todo el esmero que puede una posición de compromiso donde se juega su propia existencia. Intervenir masivamente, como se le pide en la actualidad, equivaldría a sus ojos a validar la inconducta de los Estados con finanzas degradadas, y lo que es más, sugiriéndoles implícitamente la posibilidad de abusar de él de nuevo, como último recurso siempre disponible –es decir, la peor incitación posible a la ortodoxia presupuestaria de la cual él se considera guardián–. Pero no intervenir es correr el riesgo de dejar que la situación de conjunto se deteriore, a tal punto que la destrucción de la zona euro se convertirá en la única salida posible, y con ella la desaparición del BCE en tanto tal.

Ser infiel a sí mismo o perecer, he ahí el dilema del cual el BCE intenta salir como puede… ¿Pero no es demasiado tarde? Y por haber sacrificado demasiado sus principios ¿el BCE no dejó atrás el punto de no retorno?
La generalización de la lógica depresionaria, inevitable correlato de austeridades ciegas, en la actualidad alumbra en todas partes hogares especulativos, de donde resultan el alza incontrolable de las tasas de interés (Italia, la última a la fecha, cuyas tasas a diez años pasaron de 5,8% a mediados de octubre a 7,5% a mediados de noviembre) y la degradación acumulativa de la deuda de Estado en cuestión. Francia, temblando, espera conocer su suerte. Sabe que está en la zona gris o, aunque todavía no abiertamente cazada, ya es un blanco en estado latente, entre rumores, “torpezas” de agencia e informes sospechosos (13). Por ahora, todas las economías que entraron en esa zona sólo salieron de ella en el tren de la desencadenada especulación, y obligadas a tomar la dirección del FEEF –pero del lado incorrecto de la ventanilla–.
De la inutilidad de las cumbres repetidas, destinadas a volver a recorrer “ad nauseam” las inextricables contradicciones de la actual moneda única, hasta los nombramientos a los más altos cargos de tecnócratas que se espera sean providenciales, pasando por la epidemia de falsas alternancias (Grecia, Portugal, Irlanda, Italia, de nuevo Grecia, pronto España, y luego quizás Francia) reemplazando los mismos a los mismos, la zona euro transpira desesperación. Y empieza a apestar a muerto. ¡Quizás no sea la insurrección que llega, sino el descuartizamiento! En realidad ¿el descuartizamiento de quién? La paradoja de la época quiere que sea simultáneamente el de las poblaciones, que ya comenzó, pero quizás también el del propio neoliberalismo. Ya que este último bien podría estar tirando sus últimos cartuchos. Incluso más, porque la inepta “devaluación interna”, el gran salto federal hacia adelante, última solución susceptible de salvarnos a todos, es justo asunto de apenas una media década –no es seguro que las finanzas tengan el buen gusto de esperar hasta entonces–. El campo en ruinas que sucederá al encadenamiento de defaults soberanos y hundimientos bancarios tendrá al menos la poderosa virtud de la tabula rasa, y para todo el mundo, incluidos los liberales. Nunca se vio a un sistema de dominación rendir sus propias armas. Hay que emplear energía, mucha energía, tanto la proveniente de la onda de choque de un derrumbe sistémico como de un levantamiento interno. Que el segundo impulso acompañe al primero, y por todas sus incertidumbres, quizás no estaría tan mal: si del neoliberalismo o de las poblaciones, sólo uno de los dos debiera pasar a mejor vida, que al menos sea él.




Notas:
1. Cumbres “Grecia-1”, 9-5-10; “Irlanda-Portugal”, 28-11-10; “Pacto por el euro”, 11-3-11; “Grecia-2”, 21-7-11; “Grecia-3”, 27-10-11. 2. La profundización espontánea del déficit en fase de recesión que por sí mismo produce un efecto de reactivación. 3. Titulado con perfecta neutralidad: Rompre avec la facilité de la dette publique (La Documentation française, París, 2005). 4. Rapport pour la libération de la croissance française, La Documentation française, París, 2008. 5. Cumbre del Eurogrupo del 11-3-11. 6. Fondo Monetario Internacional, World Economic Outlook, Washington, abril de 2011. 7. Audacia contradictoria de Christine Lagarde, que quería convencer de que el rigor no contradice la reactivación. 8. European Economic Forecast, Autumn 2011, Dirección General “Asuntos Económicos y Financieros”, Comisión Europea. 9. Política que dirigió Pierre Bérégovoy de 1984 a 1993, la desinflación competitiva apunta a sustituir la compresión salarial con la devaluación del cambio para construir la ventaja competitiva en una estrategia de crecimiento originado en las exportaciones. 10. Charlemagne, “The euro’s existential worries”, The Economist, Londres, 6-5-10. 11. El Massachusetts Institute of Technology para Papademos y la Universidad Bocconi de Milán para Monti. 12. Véase “Le commencement de la fin”, La pompe à phynance, Los blogs del Dipló, 11-8-11. 13. Como el del think tank brucelense Lisbon Institute (15-11-11).
* Frédéric Lordon es economista. Autor de D’un retournement l’autre. Comédie sérieuse sur la crise financière en trois actes et en alexandrins, Le Seuil, París, 2011.

9 de diciembre de 2011

UNA GUÍA PARA ORIENTARSE EN EL LABERINTO ECONÓMICO DE LA ACTUAL CRISIS DEL EURO

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Los análisis de los keynesianos como el señor Auerback sobre la crisis capitalista tanto de la UE como USA y mundial suelen ser muy interesantes y no exentos de una gran dosis de acierto. Lástima que no nos expliquen porqué la exsocialdemocracia no suele aplicarla donde gobierna y porqué un keynesiano como Obama tampoco lo ha hecho.
¿Tendrá ello algo que ver con la pérdida de peso de la política y de la soberanía, siempre limitada dentro del orden capitalista, frente a la economía? ¿Nos aclararán algún día de qué modo lograrán recuperar ambas y aplicar sus recetas? No creo. Ello pondría en evidencia que no hay modo de aplicarle la medicina keynesiana al moribundo sistema y que el único modo sensato de actuar es acabar con el derribándolo para construir un modelo no capitalista, ni liberal ni keynesiano de “rostro humano”: el socialismo a escala mundial.


Marshall Auerback. New Economic Perspectives


Otra semana antes de que implote el euro, o eso al menos se nos dice por milésima vez. Más probable es que el BCE haga lo justo para mantener vivo el espectáculo, que siga la austeridad fiscal y que se intensifiquen las revueltas y los desórdenes en las calles de Madrid, Atenas, Roma y París. Como en la película, “habrá sangre” antes de que se produzca un cambio hacia una política sensiblemente orientada al crecimiento en la Eurozona.


Dadas las cuitas de la Eurozona, ¿cómo es que el euro se mantiene relativamente robusto? Una moneda que se supone a escasas semanas de desaparecer, ¿no debería ya cambiarse prácticamente en paridad con el dólar? Sigue sorprendiéndonos la divergencia entre la opinión y la acción real del mercado. Con toda la cháchara sobre la posibilidad de que el euro se evapore antes de Navidad, resulta asombroso que la moneda se mantenga tercamente estable en torno a los 1,34 dólares, substancialmente por encima del foso de los 1,20 dólares que se registró en mayo de 2010 (cuando casi todo el mundo predecía la inmediata paridad con el dólar).


Por lo mismo, tenemos también una paradoja por el otro lado: cada vez que asoma la posibilidad de una solución inmediata a los problemas planteados por el euro, el euro se fortalece. Después de todo, tal vez no sea eso una cosa tan sorprendente, salvo por el hecho de que la solución en la que casi todo el mundo coincide –a saber: una acción sostenida y más holística de compra de bonos por parte del Banco Central Europeo (BCE)— se presenta como una “flexibilización cuantitativa” [al estilo norteamericano]: ¿y no se nos dice una y otra vez que esa “flexibilización cuantitativa” significa “imprimir dinero”, lo que tendría que traer consigo una depreciación de la moneda? ¿No es eso lo que repetían el año pasado quienes se oponían al programa de “flexibilización cuantitativa” de la Reserva Federal de los EEUU?


Claro que, en el caso de la Unión Monetaria Europea, el presidente del BCE, Mario Draghi, insiste en que esa actividad de compra de bonos no se realizará sin seguir la debida “secuencia”, lo que para él significa: primero austeridad fiscal, luego, y sólo luego, compra de bonos. El efecto de lo primero anulará cualquier impacto de lo segundo, pues el “canal de inflación” (en la medida en que se dé inflación) sólo puede venir a través de la política fiscal. Y ciertamente, apresados en las fauces de una grave recesión, los recortes propuestos por los gobiernos clientes de Italia y Grecia (junto con el renovado asalto del presidente Sarkozy al Estado social francés) exacerbará casi con toda probabilidad las presiones profundamente deflacionarias que ahora operan en la Eurozona. Al final, no cabe duda, eso generará más inestabilidad social de fondo y más sangre, pero el impacto sobre el propio euro podría ser ínfimo.


¿QUÉ ESTÁ PASANDO REALMENTE AHORA CON EL EURO?

¿Qué está pasando realmente ahora con el euro? Tomemos un poco de distancia respecto de la cháchara del pánico. Los últimos datos procedentes del COMEX (Commodity Exchange, Inc.) sugieren que los especuladores van muy cortos de euros, no obstante lo cual, la moneda ha caído menos de un 10% respecto de sus cotas recientes más elevadas. La cuestión que podría legítimamente plantearse es esta: ¿en qué punto la actual austeridad fiscal generará mayores déficit, lo que, en teoría, traería consigo un euro más débil (en la medida en que los euros serían “más fáciles de obtener”)?


Me he estado planteando esta cuestión desde hace tiempo: ¿por qué persiste la vuelta a una moneda fuerte, a pesar de acrecidos déficit fiscales.


Por lo pronto, las compras de bonos en el mercado secundario por parte del BCE son operativamente sostenibles y no-inflacionarias. Cuando el BCE emprende su operación de compra de bonos, sus ventas de deuda se limitan simplemente a desplazar activos financieros netos, de los que es tenedora la “economía”, desde los pasivos de los Estados nacionales hacia los pasivos del BCE por la vía de los balances de compensación en el BCE. Obsérvese que ese proceso no altera ni “flujos” ni “stocks netos de euros” en la economía real.Como Warren Mosler y yo mismo hemos sostenido hace tiempo, mientras el BCE imponga términos y condiciones de austeridad, sus compras de bonos no serán inflacionarias. La inflación por ese canal viene del gasto. Sin embargo, en este caso, el apoyo del BCE viene sólo con gasto reducido por la vía de su imposición de la austeridad fiscal. El señor Draghi ha hecho eso explícito ahora, lo que casi con toda seguridad es el quid pro quo para apoyar tácitamente una propuesta de expansión del Programa del Mercado Secundario (SMP, por sus siglas en inglés). Y un gasto reducido significa una demanda agregada reducida, lo que, a su vez, significa una inflación reducida y una moneda más fuerte. Sabemos también, y nada menos que por una fuente tan autorizada como el BIS (Banco de Pagos Internacionales, por sus siglas en inglés: irónicamente las mismas que “Blood in the Streets”, sangre en las calles…) que los bancos no pueden prestar reservas, de modo que el incremento de reservas en el sistema bancario NO puede ser inflacionario per se, según, en cambio, se empeñan en alertar una y otra vez los megaaltavoces de la hiperinflación weimariana.


Repárese ahora en el canal comercial: a pesar del rápido debilitamiento actual de la economía (Europa se halla ya casi con toda certeza en recesión), no estamos viendo mucho deterioro del déficit por cuenta corriente de la Eurozona. Lo cierto es que la Eurozona parece ser una economía notablemente autocontenida y, en cierto sentido, mercantilista, harto menos proclive a importar cuando la economía patina. Así pues, aun cuando las importaciones decrecen, también declinan los déficit comerciales a causa de la caída de la demanda. Las exportaciones no caen, y aun puede ser que suban, en este tipo de ambiente. Todo eso ayuda al euro.


EL BCE, LAS AMENAZAS DE INFLACIÓN Y LA EXPANSIÓN DEL PROGRAMA DE COMPRA DE BONOS

En lo tocante a lo que podría ocurrir si el BCE expandiera significativamente su programa de compra de bonos en el mercado secundario, la idea de que el euro caería es gemela a la idea de que el dólar habría de colapsar con el segundo programa de flexibilización cuantitativa de la reserva federal. Y si esa flexibilización fuera inflacionaria, Japón se hallaría ahora mismo inmerso en un proceso de hiperinflación, con los EEUU a su zaga.


No hay el MENOR SIGNO de que la compra de bonos públicos denominados en euros por parte del BCE haya resultado en algún tipo de inflación monetaria: nada que no sean presiones deflacionistas al alza puede observarse en esta implosión de deuda en curso. La razón de que no haya inflación resultante de la compra de bonos por el BCE es que todo lo que hace éste es desplazar los títulos de que son tenedores los inversores de la deuda pública de los Estados nacionales hacia el balance del BCE, lo que no altera nada en la economía real.


Pero la cuestión que una y otra vez se plantea cuando uno aboga por un mayor papel institucional desempeñado por el BCE es si con ello podría resultar perjudicado el balance del BCE. La respuesta, desde el punto de vista de la Teoría Monetaria Moderna es: NO. No, porque si el BCE compra sus bonos, entonces, por definición, los “manirrotos” no quebrarán. Lo cierto es que, en su calidad de suministrador de euros en régimen de monopolio, el BCE podría fácilmente fijar la tasa a la que compra los bonos (digamos, un 4% para Italia), y eventualmente, podría recuperar su capital a través de los beneficios que recibiría por la compra de deuda en apuros (no que el BCE necesite capital en un sentido operativo; como de costumbre en la Eurozona, eso es un asunto político). En alguna medida, no le falta razón al Profesor Paul de Grauwe: una vez convencidos de la seriedad del BCE en punto a resolver el problema de la solvencia, los mercados empezarían de nuevo a comprar bonos dejando, efectivamente, que el BCE hiciera por ellos el trabajo más duro. A esos desjarretados niveles, no se comerciaría con bonos, a menos que se resuelva la cuestión de la solvencia, cosa que el BCE puede hacer fácilmente si se lo propone. Pero eso es una cuestión de voluntad política, no de “sostenibilidad” operativa.


LA GRAN IRONÍA DE NUESTROS DÍAS

Así pues, la gran ironía de nuestros días resulta ser ésta: mientras que no hay nada que el BCE pueda hacer para provocar inflación monetaria, aun si se lo propusiera, el BCE, temiendo la inflación, se abstiene en la compra de bonos que podría eliminar el riesgo de solvencia de los Estados nacionales pero no frenar las fuerzas monetarias deflacionarias ahora en marcha.


Muy bien; ahora, ¿quién corre con las pérdidas? Suponiendo que los bonos no vencen simultáneamente, está fuera de cuestión que un banco que venda un bono a los distorsionados niveles de hoy podría tener pérdidas, y si esas pérdidas fueron lo bastante grandes, entonces los bancos en esa situación muy bien podrían verse necesitados de un programa de recapitalización. Y en ese escenario, Alemania podría sufrir un revés, como cualquier otro Estado que se sirva de recursos fiscales nacionales para recapitalizarse. Un revés tanto más grave, cuanto que los alemanes siguen forzando la crisis hasta el límite.


LA IDEA DE QUE EL BCE ESTÁ RESTRINGIDO EN TÉRMINOS DE CAPITAL ES UNA IDEA ENFERMIZA

Pero esta es una cuestión distinta de la cuestión de si el programa de compra de bonos, "per se", supondría una amenaza para el balance contable del BCE. Pues no: una gran transferencia de ingresos de los tenedores privados de bonos hacia el BCE, por la vía de la venta, sólo significa que el BCE puede formar su capital base a través de los beneficios que realizará con la venta de esos bonos en apuros. Una vez más, la idea de que el BCE está restringido en términos de capital es una idea enfermiza.


En cambio, el statu quo resulta perjudicial para todo el mundo, incluida Alemania. El persistente rechazo de Alemania de un papel más activo y amplio por parte del BCE como prestamista de último recurso, junto con su vanílocua insistencia en quitas mayores pérdidas del sector privado contribuyen MUCHO MÁS a dañar la posición crediticia de Alemania que las medidas políticas en las que prácticamente coincide en recomendar todo el mundo en Europa. ¿Por qué habría de comprar un bono europeo cualquier tenedor privado de bonos con un mínimo de responsabilidad fiduciaria, sabiendo que las reglas del juego han cambiado y que el comprador privado podría terminar encontrándose con pérdidas unilateralmente impuestas? La única buena noticia es que, finalmente, parecen comenzar a reconocerse los peligros de ese modo de ver las cosas. Para el Wall Street Journal: “La Sra. Merkel dejó dicho el pasado jueves que está reconsiderando su énfasis en las pérdidas de los tenedores de bonos: ‘Tenemos un borrador para el Mecanismo Europeo de Estabilidad que debe cambiarse a la luz de la evolución de los acontecimientos’ en los mercados financieros desde la decisión de reestructurar la deuda griega en julio pasado, afirmó luego de su reunión con el canciller austriaco en Berlín. ”La ministra austriaca de finanzas, Maria Fekter, en una conferencia en Hamburgo el pasado viernes, fue más directa: ‘La confianza en los Tesoros públicos quedó a tal punto destruida al implicar a los inversores privados en el alivio de la deuda, que resulta asombroso el que todavía haya quien este dispuesto a comprar algún bono público’, declaró la señora Fekter.”


LA INSOSTENIBILIDAD POLÍTICA DE LA POSICIÓN DE ALEMANIA

Hay otros asuntos que hacen cada vez más insostenible la posición de Alemania, señaladamente en el frente político, y muy particularmente, en las crecientes tensiones entre Francia y Alemania. Wolf Richter observa que prácticamente todos los candidatos franceses a la Presidencia de la República defienden un papel mucho más agresivo para el BCE. Si la Canciller Merkel cree haber logrado ahora una pausa con Sarkozy, no tardará seguramente en tener que lidiar con François Hollande, el candidato socialista, favorito en todos los sondeos, y que aboga por un plan en 5 puntos que resulta anatema para la coalición gobernante en Alemania:


1) Expandir lo más posible el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF).

2) Emisión de eurobonos y distribución de los pasivos nacionales entre todos los países de la Eurozona.

3) Dejar que el BCE juegue un “papel activo”, es decir, que compre deuda soberana europea.

4) Instituir un impuesto a las transacciones financieras.

5) Lanzar iniciativas de crecimiento, en vez de aplicar medidas de austeridad.


Como observa Richter, los puntos 1), 2) y 3) son inaceptables para las elites políticas que deciden en Berlín. Aún más radicales con las opiniones del candidato socialista Arnaud Montebourg, quien ha hablado abiertamente de “anexión por la derecha prusiana de la derecha francesa”.


No andan mucho mejor las cosas en el lado derecho del espectro político. El Presidente francés Nicolas Sarkozy corre el riesgo de verse superado por la dirigente del Frente Nacional, Marine Le Pen (hija de Jean Marie Le Pen), que está forjando una candidatura explícitamente antieuropea con creciente capacidad de arrastre, a medida que las nuevas políticas francesas de austeridad siguen mermando el crecimiento económico. En su fútil intento de mantener la calificación crediticia AAA de Francia con medidas de creciente austeridad fiscal, Sarko se arriesga a que le estalle el petardo entre las manos, pues el efecto más probable de esas medidas será la subida del desempleo francés hasta cifras de dos dígitos. Rendir pleitesía a los humores de Moody’s, Fitch y S&P a través de la austeridad fiscal es el equivalente económico a negociar un tratado de paz con al Qaeda.


QUÉ PASA, SI ES ALEMANIA LA QUE DECIDE ABANDONAR LA EUROZONA

Es verdad: Alemania podría perfectamente decidir que hasta aquí hemos llegado, que las acciones del BCE montan tanto como “imprimir dinero”, y comenzar un proceso de abandono de la zona euro. Pero seamos claros respecto de las consecuencias: de emprender ese curso de acción, es lo más probable que Alemania sufriera en enorme shock comercial, especialmente porque su aversión al “comportamiento fiscalmente manirroto” la condenaría a niveles más altos de desempleo (a menos que su gobierno experimentara súbitamente una conversión camino de Damasco al keynesianismo, lo que resulta harto improbable), o volviera a su vieja política de compra de dólares. También podría afectar a los niveles de vida del alemán medio, porque la gran industria alemana compraba dentro de la unión monetaria con la idea de prevenir que los otrora devaluadores crónicos de la propia moneda, como Italia, se sirvieran de esa política para lograr una mayor cuota en el comercio mundial a expensas de Alemania. Enfrentadas con la perdida de cuota de mercado, las empresas transnacionales alemanas podrían, simplemente, trasladar sus fábricas a las regiones europeas meridionales para conservar cuota de mercado y ventajas de costes, o, en último recurso, servirse de esa amenaza de externalización para presionar a la baja salarios y gastos sociales a cambio de quedarse en Alemania. Llegados a ese punto, tal vez correría sangre también en las calles de Berlín.


Resulta, en efecto, una ironía por partida doble el que Alemania castigue a sus vecinos por ser “manirrotos”, pero dependa del “estilo de vida por encima de los propios medios” de éstos para producir un excedente comercial que permite al gobierno alemán incurrir en menores déficit presupuestarios. Alemania es, de hecho, estructuralmente dependiente del des-ahorro de los demás para poder simplemente crecer. Los déficit por cuenta corriente en otras partes de la zona euro resultan de todo punto necesarios para el creamiento alemán. Es el colmo de la hipocresía que los alemanes protesten contra el exceso de gasto de los países meridionales, cuando es ese exceso de gasto lo único que ha permitido a la economía alemana crecer.


Resulta asimismo necio que los alemanes aboguen por una dura austeridad para los países meridionales e interfieran en su potencial de gasto, sin caer siquiera en la cuenta de que eso va a terminar reverberando en la propia Alemania.


MERKEL JUEGA UN PÓQUER DE ALTO RIESGO

Huelga decir que la Canciller Merkel no tiene por qué tener cabal consciencia de todo eso. Acaba de decir que las acusaciones, según las cuales Alemania busca dominar Europa, le parecen “extravagantes”. Pero para cualquier espectador objetivo es claro que el quid pro quo político de una mayor implicación del BCE en la resolución de la crisis de la solvencia nacional europea es el control alemán del comportamiento fiscal de países como Grecia, Italia, etc. Mario Draghi es italiano, pero la cabeza del BCE está jugando un juego alemán del gallina [1]: está adoptando exactamente la estrategia que el director político de Angela Merkel, Klaus Schüler, diseñó hace ya algunas semanas: sacarles a los debilitados países del “Club Mediterráneo” compromisos para la unión fiscal, a cambio de convertir al BCE en un prestamista de último recurso. De modo que, mientras muchos alemanes podrían creer que desean una zona euro más pequeña y más cohesionada, sin los países manirrotos, lo cierto es que las elites políticas reconocen que unos “Estados Unidos de Alemania”, so color de unos Estados Unidos de Europa, se aprestan realmente a realizar sus aspiraciones de dominar política y económicamente a Europa. Esa es la razón por la cual estamos viendo los borradores de un acuerdo, conforme al cual un BCE más implicado es el quid pro quo para un mayor control alemán de la política fiscal en toda la Eurozona. Es el equivalente a la regla áurea: “Quien paga, manda”.


Es una jugada de póquer de alto riesgo: un farol que terminará llevando a más derramamiento de sangre, según ha observado muy pertinentemente mi amigo Warren Mosler en un artículo reciente:

“No hay plan B. Se limitan a subir impuestos y recortar gastos, aun cuando esas políticas generan mayores déficit, no menores. De modo que, mientras se encara el problema de la solvencia y la financiación, el alivio no perdura en la medida en que la financiación sigue condicionada a la austeridad en curso y al crecimiento negativo. Y la austeridad no tiene visos de perseverar, sino de intensificarse, aun cuando la Eurozona ya se ha deslizado hacia la recesión. De lo que puede observarse, se colige, así pues, que resulta imposible que el BCE pueda financiar y, al mismo tiempo, gobernar los elevados déficits necesarios para una recuperación. En tal caso, en la única cosa que puede desembocar la austeridad es en sangre en las calles, y en cantidad suficiente para disparar el caos y un cambio en la manera de gobernar” (las cursivas son mías, M.A.).


LA RESERVA FEDERAL ESTADOUNIDENSE NO PUEDE HACER NADA POR SALVAR LA EUROZONA

Dicho sea de pasada: la sugerencia [recientemente hecha por economistas como Dean Baker y Mark Weisbrot del CEPR; N.T.] de que esa terrible dinámica podría ser frenada por la Reserva Federal norteamericana con una actuación como banquero central mundial de último recurso me parece estúpida. Como ha observado Bill Mitchel en una nota escrita estos últimos días: “Hoy, 1 Euro = 1.3294 dólares estadounidenses. De modo que limitarse a comprar deuda pública de los países PIIGS para financiar sus déficit de 2010 habría exigido que la Reserva Federal estadounidense vendiera 347.034 millones de dólares, que es cerca del 5,8% del PIB de los EEUU, durante los cuatro últimos trimestres. Es una enorme inyección de dólares estadounidenses en los mercados mundiales de divisas. El volumen de gasto que se necesitaría sería todavía mayor que las estimaciones hechas aquí. Es decir, que para resolver realmente la crisis del euro, los déficits en (probablemente) todas las naciones de la Unión Monetaria Europea tienen que crecer substancialmente. ¿Qué creen ustedes que ocurriría con el valor de la moneda estadounidense? La respuesta es que se desplomaría de manera muy significativa. Hablar de colapso mundial resultaría más apropiado que hablar de caída… Llegados a este punto de la crisis, nada se puede ganar con una depreciación masiva del dólar y con los impulsos inflacionarios que una depreciación de tamañas dimensiones traerían probablemente consigo.”


Culpar a la Reserva federal de no respaldar los bonos de la Eurozona es como culpar a un circunstante de no interponerse en la trayectoria de una bala cuando ve que a alguien coger una pistola y disparar contra otra persona. Quien dispara es quien tiene la responsabilidad última. Por lo mismo, la crisis del euro es una crisis que echa sus raíces en la malhadada arquitectura financiera de la Eurozona –nada menos que Jacques Delors acaba de admitirlo (http://www.bbc.co.uk/news/mobile/world-europe-16016131)—, y sólo puede resolverse por los europeos, y específicamente, por el BCE, que es la única institución en la UME con capacidad para gastar sin recurrir a financiación previa, y eso a causa del fatal diseño institucional del sistema monetario que se impuso a los Estados miembros al nacer la unión.


LOS CABALLOS DE TROYA YA NO SE DISFRAZAN DE GRIEGOS

Ello es que Mario Draghi acepta el "quid pro quo" político alemán: para actuar, insiste en una mayor austeridad fiscal como condición necesaria, lo que, de modo harto perverso, trae consigo la deflación de esas economías, su ulterior caída en el pozo y la generación de déficit públicos todavía más elevados. Ni que decir tiene que esa es una de las razones por las que los alemanes se sienten tan confortables con el nombramiento de un italiano para el BCE. Aparentemente, en estos tiempos que corren, los caballos de Troya no vienen ataviados de griegos. Una Europa en la que países como Italia y Grecia se convierten en Estados clientes de Alemania ofrece resultados muchos más efectivos para Alemania que, digamos, hacer lo propio mediante otra Guerra Mundial destructiva.



NOTA T.: [1] El “Juego del gallina” es una estructura matemática de la teoría de los juegos de estrategia, en la que los jugadores tienen preferencias parecidas a las de dos automovilistas que, viajando a toda velocidad en la misma dirección y en sentido opuesto, se propusieran ganar por la vía de amedrentar al otro, hasta conseguir que se apartara primero de la vía, dejando expedito el camino al ganador. El perdedor es el “gallina”. Si ambos llevan el juego hasta el final, empeñados los dos en no ser el “gallina” que da nombre al juego, el resultado es un choque catastrófico, y verosímilmente, la muerte de los dos jugadores