8 de noviembre de 2010

¿GUERRA DE DIVISAS?, POR SUPUESTO

Immanuel Wallerstein | La Jornada


Las divisas son un problema económico muy particular. Porque las divisas son la verdadera relación donde unos ganan y otros pierden. Sean cuales sean los méritos de la revaluación o devaluación de una divisa particular, estos méritos son ganancias sólo si otros pierden. No puede todo mundo devaluar al mismo tiempo. Es imposible lógicamente y por tanto carece de sentido en lo político.

La situación mundial es bien conocida. Hemos estado viviendo en un mundo donde el dólar estadounidense ha sido la divisa mundial de reserva. Esto, por supuesto, le ha dado a Estados Unidos un privilegio que ningún otro país tiene. Puede imprimir su divisa a voluntad, siempre que piense que al hacerlo resuelve algún problema económico inmediato. Ningún otro país puede hacer esto; o más bien ningún otro país puede hacerlo sin penalización mientras el dólar se mantenga como la divisa de reserva aceptada.

Es también muy conocido que, por algún tiempo ya, el dólar ha estado perdiendo su valor en relación con otras divisas. Pese a las fluctuaciones continuas, la curva ha sido descendente tal vez durante 30 años por lo menos.

Los países del noreste de Asia –China, Corea y Japón– han emprendido políticas relativas a las divisas que otros países han criticado. De hecho éste es un asunto que es el objeto de una atención constante en los medios. Sin embargo, para ser justos, en este momento no es de ningún modo fácil establecer la política más sabia, aun desde la perspectiva egoísta de cada país.

Yo considero que el asunto subyacente es más simple que las enredadas explicaciones de la mayoría de los analistas de política. Comienzo con algunos cuantos supuestos. El estatus del dólar como divisa de reserva del sistema-mundo es la última ventaja importante con que cuenta Estados Unidos en el sistema-mundo de hoy. Es por tanto entendible que Estados Unidos hará lo que pueda para mantener esta ventaja. Para hacer eso, requiere de la voluntad de otros países (incluidos, notablemente, esos del noreste de Asia) no sólo para que usen el dólar como modo de calcular las transferencias sino como algo en lo cual invertir sus excedentes (particularmente en bonos del Tesoro estadounidense).

No obstante, la tasa de cambio del dólar ha ido deslizándose constante. Esto significa que tales excedentes invertidos en bonos del tesoro valen menos conforme pasa el tiempo. Llega un punto en que las ventajas de tal inversión (siendo la principal ventaja el sostener la capacidad de las empresas estadounidenses y los consumidores individuales para pagar por sus importaciones) serán menores que la pérdida del valor real de las inversiones en bonos del Tesoro. Ambas curvas se mueven en direcciones opuestas.

El problema es uno que está presente en cualquier situación de mercado. Si el valor de unas acciones está cayendo, los dueños querrán deshacerse de ellas antes de que caigan muy bajo. Pero si un accionista grande se deshace de ellas muy rápido, esto puede impeler a que otros corran a vender, lo que ocasiona pérdidas aún mayores. El juego es siempre encontrar un momento elusivo para deshacerse de las acciones, uno que no sea ni demasiado tarde ni demasiado pronto, ni demasiado lento, ni demasiado aprisa. Esto requiere un sentido perfecto del tiempo, y la busca de esta sincronía perfecta es el tipo de juicio que con frecuencia se tuerce.

Esto es lo que veo como retrato básico de lo que está ocurriendo y ocurrirá con el dólar estadounidense. No puede continuar manteniendo el grado de confianza mundial de que alguna vez gozó. Tarde o temprano, la realidad económica se le empantanará. Esto puede ocurrir en una conmoción de cinco minutos o en un proceso mucho más lento. Pero cuando ocurra, la pregunta clave es ¿qué ocurrirá entonces?

No hay hoy otra divisa que tenga el equilibrio necesario para remplazar al dólar como divisa de reserva. Siendo ese el caso, cuando el dólar caiga, no habrá divisa de reserva. Estaremos en un mundo multipolar de divisas. Y un mundo multipolar de divisas es un mundo muy caótico, en el cual nadie se siente a gusto porque los constantes virajes repentinos de las tasas de cambio hacen muy precarias las mínimamente racionales predicciones económicas de corto plazo.

El director administrativo del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, en este momento advierte públicamente que el mundo se está hundiendo en una guerra de divisas, cuyo resultado podría tener un impacto negativo y muy dañino en el más largo plazo.

Una posibilidad real es que el mundo pueda revertir, a mí me parece que ya lo está haciendo, a acuerdos de trueque de facto, una situación que no es en realidad compatible con el funcionamiento efectivo de la economía-mundo capitalista. ¡Caveat emptor!, ¡compren a su propio riesgo!
Traducción: Ramón Vera Herrera


5 de noviembre de 2010

CLAVES DE LA OFENSIVA INTERNACIONAL CONTRA LAS PENSIONES Y LAS CONDICIONES DE TRABAJO

PENSIONES | EL AUTOR DE ‘LA ARMADURA DEL CAPITALISMO’ EXPLICA LA OFENSIVA CONTRA LOS DERECHOS SOCIALES SOBRE TIEMPO DE TRABAJO


Las protestas en Francia abren un escenario político que el autor equipara con la situación que se dio en Europa durante los años ‘20.


Periódico “Diagonal”. Alejandro Teitelbaum / Abogado y diplomado en Relaciones Económicas Internacionales (Universidad de Paris I)
Jueves 4 de noviembre de 2010. Número 136


Pensiones: Trabajar más para vivir peor. Foto: Martin Barzilai.

Las actuales protestas y manifestaciones, no sólo en Francia sino en otros países, podrían indicar que se está llegando nuevamente a la convergencia de los años ‘20 entre las condiciones objetivas de un sistema agotado, que ha puesto en evidencia sus contradicciones insuperables, y el hecho de que se está profundizando en la gente la conciencia de la injusticia social inherente al sistema. Los bienpensantes critican a los jóvenes porque participan en las protestas en Francia, pero éstos tienen buenas razones para inquietarse: con un mercado de trabajo restringido que genera desocupación, la propuesta gubernamental de retrasar la edad de la jubilación saturará más aún el mercado de trabajo e impedirá a buena parte de las nuevas generaciones obtener un primer empleo.


Memoria: vuelta a los años ‘20
La primera revolución industrial (el maquinismo que permitió el paso del trabajo artesanal a la manufactura) produjo dos resultados fundamentales: el surgimiento del proletariado industrial y un enorme aumento de la productividad del trabajo. Primero no hubo límites en las jornadas laborales: hombres, mujeres y niños trabajaban 16 o 18 horas diarias, no había descanso semanal ni vacaciones y menos aún jubilaciones.
Pero el nuevo proletariado comenzó a resistir y exigir mejores condiciones de trabajo. Este movimiento culminó en el decenio de 1920 cuando las luchas de los trabajadores, ayudadas por el temor de los capitalistas al ejemplo de la Revolución de Octubre en Rusia, lograron la jornada semanal de 48 horas. Esto respondió a la convergencia de dos factores: el aumento de la productividad, que permitía satisfacer las demandas del mercado con menos tiempo de trabajo, y la lucha de los trabajadores para mejorar sus condiciones de trabajo. Con el fordismo aumentó la intensidad del trabajo, como muestra agudamente Chaplin en Tiempos Modernos.
Desde entonces la jornada de trabajo se mantuvo estable, aunque disminuyó la jornada anual como resultado de las vacaciones más prolongadas y en algunos países disminuyó también la jornada semanal. A esto se unió que, con la revolución científico-técnica, la productividad del trabajo aumentó vertiginosamente, lo que, por otra parte, dio lugar al toyotismo o just in time. Por ejemplo, según las estadísticas oficiales del Institut national de la statistique et des études économiques (INSEE) una hora de trabajo asalariado en Francia era en 2004 23 veces más productiva que en 1975.
La lógica que se impuso en los ‘20 indica que, si para satisfacer la demanda del mercado consumidor (de “activos” y de “pasivos”) hace falta menos tiempo de trabajo, corresponde disminuir éste: la jornada diaria, semanal y anual. Y también el tiempo total de la vida llamada activa, adelantando y no retrasando la edad de la jubilación. Porque, aunque los activos sean relativamente cada vez menos en proporción a los jubilados, la tarta a repartir crece más rápidamente. El argumento demográfico (la población envejece, aumenta la esperanza de vida) es entonces insostenible. La cuestión es cómo se reparte esa tarta.
Las élites político-económicas, con su cortejo de economistas, “politólogos” y otros “especialistas” presentan como inevitables políticas sociales injustas y económicamente irracionales. En realidad, no hacen otra cosa que defender encarnizadamente la tasa de ganancia (o tasa de explotación) de los patrones. El aspecto financiero es secundario o simplemente un pretexto. La raíz del problema es que el estado actual de desarrollo de las fuerzas productivas y el formidable incremento de la productividad del trabajo podrían permitir estar en el umbral de la sociedad que vislumbró Marx hace más de un siglo y medio: el ser humano liberado de la necesidad de buena parte de los trabajos físicos y del trabajo alienado, y disponiendo de más tiempo libre (durante su vida activa y jubilándose antes) para dedicarlo a su realización personal.
Pero la liberación del ser humano está en contradicción con la esencia misma del sistema capitalista, basado en la opresión y la explotación de los seres humanos. Por eso, cuando lo que habría que hacer en función del aumento de la productividad, sería disminuir el tiempo de trabajo (lo que permitiría crear nuevos empleos) y aumentar los salarios y las pensiones, los dueños del poder, con el pretexto de combatir la crisis y la desocupación y de “salvar” la Seguridad Social, congelan o disminuyen los salarios, aumentan la jornada de trabajo, introducen la “flexibilidad laboral”, aumentan la edad de la jubilación y reducen las pensiones. Esta es la paradoja de la sociedad contemporánea, en la que, mientras una ínfima minoría mantiene confiscado el poder y acumula riquezas hasta la obscenidad (inclusive y aún más en tiempos de crisis) las necesidades mínimas de buena parte de la población mundial permanecen insatisfechas y les resultan inalcanzables sus legítimas aspiraciones materiales y espirituales.


TRABAJAR MÁS PARA VIVIR PEOR
Productividad
En los últimos años, pese a que ha aumentado la productividad, también ha aumentado la intensidad del trabajo con el “toyotismo” (o just in time: producción de lo necesario en función de la demanda de cada momento evitando la acumulación de stocks de mercancías) y con la flexibilidad laboral. Esta tendencia al aumento de la jornada de trabajo se acentúa a causa de la necesidad que tiene mucha gente de trabajar más tiempo a fin de ganar lo mínimo necesario para sobrevivir.


Privatización
El FMI aconseja la privatización para resolver los problemas financieros de la Seguridad Social. Pero esa privatización margina a los trabajadores con menores ingresos, es decir, a los más necesitados, a causa de que las cotizaciones son muy elevadas. Esto es más notorio en los países donde los salarios son de por sí bajos. Además, el porvenir de los sistemas privados es incierto y los trabajadores que pertenecen a ellos corren el riesgo de encontrarse en el futuro sin protección.