17 de octubre de 2010

RESIGNARSE O LEVANTARSE

Por Miguel Riera. El viejo topo

Subrayemos algo obvio: el cambio de política del gobierno del PSOE, adornado frecuentemente con afirmaciones peregrinas del presidente, evidencia la derrota en toda regla de cualquier intento reformista del sistema que vaya más allá de garantizar la solidez bancaria y la burbujeante hegemonía de los “mercados”. No negaré que, tiempo atrás, algunas decisiones de Zapatero hacían creer que en él todavía coleaba algo, aunque fuera poco, del alma socialdemócrata que antaño impregnó a su partido. Pero a la hora de la verdad, humo y pajas.
No hay nada que hacer. Sólo queda resignarse o levantarse.
Se ha dicho hasta la saciedad que afrontamos una crisis global formada por la suma de diversas crisis: ambiental, económica, alimentaria, energética… Hasta el más ciego advertiría que el sistema no da más de sí, que las desigualdades aumentan de forma imparable, que el planeta se agota, que (y especialmente en España) los jóvenes tienen ante sí no ya un futuro negro, sino la negación misma de un futuro. Pero los gobiernos parecen incapaces de tomar medidas que incomoden a las transnacionales, a los capitales especulativos o al lobby político-empresarial-mediático que lo controla todo. Nos enfrentamos, pues, como dice Juan Ramón Capella unas páginas más adelante, a un déspota global  que actúa implacablemente mediante tentáculos locales, y que no va a ceder un ápice en su política de trasladar rentas de los de abajo a los de arriba, del sur al norte, de oriente a occidente. Su voracidad no tiene límites.
Lo diré otra vez: sólo queda resignarse o levantarse.
Ahora le llega el turno al recurrente tema de las pensiones. Desde hace décadas se nos viene anunciando que el sistema quebrará a diez años vista. Las décadas transcurren, y el sistema de pensiones sigue gozando de buena salud. Pero, ¡ah! ya veréis dentro de diez años...
En Francia, tres cuartos de lo mismo (un momento: allí se están jubilando a los 60, y van a pasar a los 62; aquí estamos en 65, y quieren llevarla hasta los 67. ¡Cinco años de diferencia con Francia! ¿No estábamos convergiendo con Europa?). Uno no puede evitar tener la sensación de que le están tomando el pelo.
Lo diré de nuevo: sólo queda resignarse o levantarse.
Resignarse es lo que ha hecho la humanidad durante siglos, en largos periodos interrumpidos por breves periodos de alzamiento que nos han traído hasta donde estamos. Es cómodo resignarse, aunque cobarde. Sólo hay que bajar la cabeza, pensar que no hay otra salida posible, y tratar, en el peor de los casos, de situarse en lo personal al margen de riesgos innecesarios (me lo repetía mi madre, recordando su estancia en los campos de concentración franceses: no te signifiques, no protestes). En el mejor de los casos, medrar tras aceptar las reglas del juego, unirse al coro de los que alaban al sistema y a sus corifeos. Entre lo mejor y lo peor, una gama de grises inocuos.
Levantarse es más difícil.
Pero es necesario para enmendar un rumbo que nos conduce directamente al precipicio.
Empecemos por gritar. Lo han hecho los mineros castellanos y los huelguistas del 29. Pero hace falta un grito sostenido. Lo demás vendrá rodado.
Miguel Riera
El Viejo Topo / 273 octubre 2010 / 5

15 de octubre de 2010

LAS CACEROLADAS CONTRA BANCOS Y POLÍTICOS RESUENAN EN ISLANDIA

LOS ISLANDESES SALEN A LA CALLE CONTRA LA CRISIS ARMADOS DE HUEVOS, LECHUGAS Y CACEROLAS

ALBERTO Arce / Reykjavik (Islandia)
La crisis ha sacado a los islandeses a la calle para practicar el cacerolazo contra los bancos. Lanzan lechugas a los políticos y depositan las llaves de los coches ya embargados en las puertas del parlamento.

Periódico Diagonal
Viernes 15 de octubre de 2010.  Número 135



La cacerola también ha llegado a Islandia. Cocinada a golpes de un descontento popular, con pocas especias, sin banderas ni partidos, la protesta que quita el hambre pero no alimenta. Se sostiene sobre el fuego lento del desempleo y la ejecución hipotecaria. Si el cacerolazo argentino se gestaba cantando, los islandeses han elegido aullar desde las cocinas de las casas que pierden. Los huevos, lechugas y barras de pan que los políticos esquivan, protegidos tras carreras y paraguas, en su ceremonial camino desde el Parlamento a la catedral de Reykjavik aceleran el vaciado de las despensas. Como si los ciudadanos tuvieran prisa por llegar al límite de sus posibilidades para forzar un cambio en la situación.
Es 1 de octubre, día en el que se abre el periodo de sesiones del año político en el Parlamento, y se impone un “que se vayan todos” rudo y tormentoso. Del Atlántico norte. Sin tambores ni cantos. Aquí, quedarse en la calle significa mucho frío. Varias personas dejan las llaves de sus coches a las puertas del Parlamento, un lugar cada vez más sucio y pegajoso. Entre restos de vegetales, las llaves de decenas de coches que ya nadie puede pagar. “Que se las queden. ¿Sabes que cada día alguien quema su casa para que el banco no se la quede?”.
Un hombre insulta, solo, blandiendo su cartel en una esquina de la plaza, agotando su catálogo de expresiones respecto a la evacuación de excrementos. Su discurso colabora a comprender el enfado que transmite: “Un 9% de desempleo es inasumible para el que fuera uno de los países con mayor nivel de vida del mundo hace cuatro años”, resume.





Miles de casas embargadas
Hay 46.000 familias que tienen dificultades para llegar a fin de mes, y 13.000 casas embargadas por los bancos. Le gustan las cifras. “Islandia tiene sólo 305.000 habitantes”. Completa su lección de economía en crisis con la cifra de la emigración. 6.090 islandeses han emigrado por motivos económicos desde el estallido de la crisis en enero de 2009. “Por primera vez en décadas, la gente que se va supera a la que llega”.
La policía no puede contener a los manifestantes. Porra al hombro, sprays de mostaza en la mano, se ven claramente superados. Las vallas no han servido para nada. No obstante, nadie tiene intención de provocar disturbios. Tan sólo quieren estar lo más cerca posible de los diputados y ministros para acertar con sus proyectiles vegetales. Un albañil de dos metros y más de cien kilos, casco y herramientas al cinto, se pasea entre la gente con un gorro de lana en las manos. Recoge monedas. ¿Es para financiar la protesta? “No, es para pagar la hipoteca de mi casa”. Un pescador se manifiesta con un desatascador de cañerías en cada mano. “Nuestros políticos son como los desperdicios que circulan por los desagües. No nos los merecemos.
Les preocupan mucho más sus reuniones con el Fondo Monetario Internacional que los trabajadores locales. Han abandonado al país. No nos representan. Tienen que dimitir todos”. Está más triste que enfadado. “Lo he perdido todo. Una vida de trabajo para conseguir una casa y una familia y con 54 años lo he perdido todo. No tengo casa ni familia. Por su culpa. Lo único que he hecho en toda mi vida ha sido trabajar”.
A su lado, un joven disfrazado de caballero inglés de principios del siglo pasado se manifiesta en silencio mientras muestra una copia de V de Vendetta orientada hacia el Parlamento. No tiene más que decir. Cambia de opinión. Se da media vuelta, se baja los pantalones y muestra el trasero. Varias personas más le imitan. Islandia es el único lugar del mundo donde se va a procesar al Primer Ministro por su responsabilidad en la crisis. ¿No les parece suficiente? “No. Las familias políticas comenzaron a tejer su tela de araña en 1944 cuando se proclamó la República y de tanto repartirse el poder y los cargos, la han endurecido tanto que ahora es imposible de romper. Tratan de utilizar como cabeza de turco a una persona para que cargue el sólo con las culpas de todos”.
Dos de los jóvenes que se han acercado a la protesta bien pertrechados con docenas de huevos tienen ganas de hablar. “Nosotros también somos culpables por endeudarnos en moneda extranjera sin ser conscientes de que nuestros bancos no tenían capacidad suficiente para soportar la situación”. Y siguen: “Ni el Gobierno ni los bancos realizaron ninguna previsión, no les importaba nada más que la cuenta de resultados a corto plazo y nos dejamos engañar. ¿Tú sabes lo que pasó en Argentina hace muchos años? Pues aquí ha sucedido algo parecido. Se infla el crédito artificialmente, unos pocos hacen mucho dinero y muchos se joden la vida para siempre”.
¿Cuántos años tienes? “23”. ¿Vas a irte del país? “No. De ninguna manera. Este es mi país”. ¿Por qué estás aquí? “Porque miro a mi alrededor y mis amigos, mi familia, lo han perdido todo. Todo. Yo estoy aquí para demostrar que si nos lo quitan todo, podemos empezar de cero otra vez. Miro a mi alrededor y no soporto lo que veo. Es injusto. "Salvan a los bancos y dejan que la gente se hunda”. La mujer que recoge las llaves de los coches se esfuerza para conseguir que el montón permanezca ordenado. Llama a los fotógrafos para que capturen la escena. Una y otra vez. Dejan de hacerle caso. Está bebida. Excesivamente maquillada, con una lata de cerveza en la mano a estas horas, apenas rebasado el mediodía, grita en medio de la multitud y nadie hace caso.
Desde dentro del edificio, un par de diputadas, inmunes a los insultos y los aullidos, protegidas tras los cristales, sacan fotos de la mujer que recoge llaves de coches embargados para entregárselas a la clase política. Nadie las aceptará, nadie se sentará a escucharla. A fin de cuentas, es sólo una borracha que grita.


CRISIS SIN SOLUCIÓN A LA VISTA

En 2006, Islandia disponía de mayor renta per cápita que Estados Unidos o Reino Unido. En 2007, Naciones Unidas la declaraba “mejor país del mundo para vivir”. Un jueves de octubre de 2008, Reykjavik vivía escenas como las que se vivieron en Argentina en el año 2001, con los ciudadanos haciendo colas ante los bancos para retirar sus ahorros ante el riesgo de que su dinero se volatilizase.
Un tipo de cambio inflado ante el que casi nadie se preocupó porque permitía disfrutar del apasionante mundo de las compras a crédito y el “deme dos” unido a un Banco Central sin capacidad de emitir moneda fiable, llevó a la devaluación de la corona y el desplome de la economía, endeudada en moneda extranjera. A finales de 2010 el país se encuentra sumido en una crisis sin solución a corto plazo.