Mostrando entradas con la etiqueta desempleo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta desempleo. Mostrar todas las entradas

30 de septiembre de 2020

ANTE EL CAOS DE LA PANDEMIA, UNA EXIGENCIA UNITARIA: VIDA Y TRABAJO

 


Por Marat

El Espacio de Encuentro Comunista (EEC) ha publicado recientemente un documento político titulado “Por la vida y el trabajo, unifiquemos las luchas” que, creo absoluta  y pertinentemente necesario en el aquí y el ahora, por lo que recomiendo encarecidamente su lectura a quienes no lo hayan hecho aún.

El pasado sábado 19 de septiembre –a veces me gusta datar los momentos que me marcan, aunque mi memoria acabe por destruir esos recuerdos- en una tienda de Puente de Vallecas, zona que iba a ser confinada dos días después, el 21, escuché a una mujer mayor decir algo muy directo y claro: “la gente trabajadora les importamos una mierda a los políticos. Lo único que quieren es que sigamos trabajando para el beneficio de los ricos”. Aquella mujer comprendía lo esencial del concepto de explotación y de la lucha de clases.

Conozco a desesperados que llevan 6 meses esperando el Ingreso Mínimo Vital, una fórmula de asistencia laica del Estado que les ha excluido de los derechos ligados al trabajo, que deben escoger entre morirse de hambre o ir al trabajo sin querer saber si están enfermos porque no pueden permitírselo.

Para el capital y sus esbirros políticos, sean la derecha extrema, los fascistas de VOX o el gobierno de progreso, la clase trabajadora es un mero dato estadístico, formado por individuos a los que tratan como carne de cañón. Todas las invocaciones  con apariencia humanitaria que hacen unos y otros respecto a los más débiles ante el tsunami de la pandemia y sus efectos económicos, así como las supuestas medidas paliativas tomadas, son mera propaganda que no se concreta en otra cosa que tirar balones hacia adelante, intentando que el sistema capitalista salga de ésta lo menos damnificado, mientras confían en nuestra capacidad de resignación y aguante ante las consecuencias de sus dos crisis, la del bicho y la acumulada, tras la anterior, y consecuencia de una economía zombie tras la eclosión de la pandemia.

La imagen de Sánchez y Ayuso en su comparecencia ante los medios, arropados por 26 banderas de “España” y de la Comunidad de Madrid, son la evidencia de la demagogia política que pretende unificar lo que está fragmentado desde siempre en clases sociales con realidades inconciliables bajo el manto de lo nacional y patriótico, lo mismo que están haciendo otros nacionalismos, incluidos los locales. Aquello empezó cuando desde los primeros días del Estado de Alarma compararon la situación de la pandemia con una guerra o cuando esgrimieron el slogan emocional de “este virus lo paramos unidos”, el clásico instrumento con el que se ataja la posibilidad de comprender la realidad mediante el obsceno trampantojo de apelar a los sentimientos inmediatos con el objetivo de cegarnos respecto a quienes serían los perdedores de esta historia.

Luego gobierno y oposición podrán jugar a enfrentarse, desdiciendo su supuesta “unidad nacional” ante el desastre, tratando de sumar fuerzas y “razones” a cada lado de sus supuestas trincheras pero lo cierto es que toman como rehenes a la clase que soporta todas sus inacciones, su ausencia de medidas que protejan nuestra salud y de actuaciones que nos protejan ante el crecimiento del desempleo, la pobreza y la desesperación individual y social: la trabajadora.

A las colas del hambre delante los locales de las asociaciones de vecinos, los bancos de alimentos o las oficinas de Cáritas les han sustituido las colas de los receptores de los ingresos de los ERTE ante los bancos, que tampoco es que cobren unos estipendios precisamente jugosos. El cambio de protagonistas en las filas se debe a que el final del Estado de Alarma permitió “respirar” a quienes deben buscarse la vida dentro de la economía sumergida, ahora con menos ingresos aún que en el pasado porque la demanda laboral de empresarios “emprendedores”, negocios variopintos, legales e ilegales, y “ciudadanos ejemplares” que aprovechan su necesidad de trabajo es menor, dada la situación económica y la situación ventajosa del empleador, que ahora puede pedir más por menos ¿Quién dijo que el capitalismo era un fracaso? No para quienes tienen los resortes para que el viento sople a su favor.

El estigma social en cualquiera de esas colas es evidente porque te señala, lo mismo que la tarjeta para familias vulnerables, creada a partir de la pandemia en Madrid, para comprar alimentos y productos de higiene, un  chivato público de la condición de pobre (ahora se dice vulnerable) cuando tengas que mostrarla en la caja del supermercado. Seguramente temían sus promotores que, de no utilizar este medio de señalamiento social, e ingresar en la cuenta bancaria del “beneficiario” la cantidad que cubre dicha tarjeta, un procedimiento mucho más discreto, el personal se lo gastara en coñac y marihuana, que ya se sabe cómo son estos menestorosos. Hay que aplaudir que tan edificante idea del Ayuntamiento de Madrid se haya hecho contando con el apoyo de los grupos progres, perdón, de izquierdas, representados en él. Otro éxito incontestable del alcalde Almeida, popularmente conocido como “carapolla”.

La selección de los barrios y pueblos del sur de Madrid como territorios para exhibir algún tipo de acción autonómica ante el persistente y dilatado descontrol por las autoridades locales  frente a la  proliferación de la COVID-19 es un insulto a las clases trabajadoras y populares de las zonas afectadas. Permitir que los trabajadores de ellas salgan a realizar sus trabajos y pedirles que se confinen a su vuelta, sin inversión en recursos sanitarios humanos, técnicos, preventivos y diagnósticos, con unos centros de salud sobresaturados y sin medios, dejando pudrirse durante meses la situación en la región y sin financiación de la protección social que favorezca el autoconfinamiento, es una declaración de guerra de clases desde los representantes políticos oficiales del capital.

Hay una cierta zombificación del estado mental individual y colectivo, una conmoción que se une con un estado de malestar y rabia que, de no expresarse socialmente en forma de protesta organizada y con unas demandas concretas, puede dar lugar bien a la resignación, bien a estallidos sociales, sin destino ni dirección concretas, que sirvan para incrementar la represión política de clase.

De hecho, la oferta del gobierno español a la Comunidad de Madrid de desplegar policía nacional y guardia civil allí donde pueda ser necesario para la “paz social” y el objetivo de “colaboración ciudadana” ante la pandemia y la intención del Ayuntamiento de Madrid de dotar de pistolas Taser a la policía municipal indica que la “democracia” burguesa ya prevé que el descontento social pueda llegar a expresarse.

A pesar de la conmoción social hay indicios, aún débiles y dispersos de la manifestación del descontento social. De los trabajadores metalúrgicos de Puerto Real, que ven amenazado su futuro laboral, a los de Alcoa, cuya amenaza de cierre cae sobre sus cabezas, de los enseñantes a los sanitarios, de los estudiantes a los trabajadores de la cultura y el espectáculo, la ira social va tomando lentamente forma, en unos casos reivindicando la protección de la salud, en otros del trabajo y de medidas del desempleo.

Separar la exigencia de protección de nuestras vidas y de nuestra salud, mediante los medios que el Estado capitalista debe poner en marcha, de las demandas de empleo y de protección al desempleo es condenarnos a que debamos jugarnos la vida para salir a trabajar y ganarnos el sustento, ya sea en el transporte público, en los centros de trabajo, públicos o privados, en las escuelas o en los centros sanitarios.

Las luchas parciales, sectoriales, de categorías profesionales dentro un sector (médicos dentro de la sanidad), de sectores concretos (enseñantes), de empresas, etc., en el contexto de una crisis sistémica y sanitaria de estas dimensiones están destinadas a fracasar. Si se pertenece a un colectivo laboral o sector, antaño con gran capacidad de presión, como el de enseñantes o sanitarios, en las circunstancias actuales, basta con que se les apliquen servicios mínimos del 90 ó100% para que sus huelgas no existan. Si las movilizaciones afectan a empresas concretas o sectores no esenciales, en el contexto de la cuestión social, política y económica que lo domina todo, carecen de capacidad de presión. Si las peleas de un barrio o pueblo estigmatizado socialmente se quedan en su localidad, sin vincularse mucho más allá a otros territorios o a lo que pasa en el centro de salud, la escuela o las empresas próximas, solo serán anécdotas de 3 tuits y un día. 

Pero exigir la protección de nuestras vidas y vincularlas a la exigencia de que no estamos dispuestos a jugárnoslas para mantener su maquinaria productiva de beneficios y unir el conjunto de las reivindicaciones laborales y de los barrios, de la enseñanza y la sanidad, eso es mucho más difícil de ignorar porque ellos, derecha e izquierda al servicio del capital, han apostado porque, con o sin pandemia, la inversión en proteger nuestras vidas, nuestros empleos y las coberturas de nuestro paro no cuestionen la ganancia empresarial.

Ahí está nuestra fuerza, nuestra capacidad de parar los próximos golpes contra nuestra clase y de revertir la correlación de fuerzas en la que ellos están ganando por goleada.

Que no les entretengan con que si los Borbones tal o cuál, con la unidad de la patria, con bolivarianos o fachas o con delirios que ciertos extraterrestres expresan cuando hablan de nacionalizar la banca -las necesidades inmediatas de la clase trabajadora hoy pasan por tener ingresos mensuales, llenar la nevera, pagar los libros del colegio de sus hijos, la hipoteca o el alquiler mensual. No están para milongas- o la autodeterminación de los pueblos. Lo que el capital y su trupe circense de 350 parlamentarios no podrán soportar es que exijamos gasto social en proteger nuestras vidas y nuestros empleos y que unamos todas las luchas que afectan a nuestra clase en ese mismo objetivo común. Para ellos es gasto sin beneficio. Se les quiebra el negocio. Y si no, pregúntense porqué han dejado pudrirse la situación sanitaria del país y la económico-social de nuestra clase.

Si les queda alguna duda de hasta qué punto defender las necesidades inmediatas de la clase trabajadora es hoy incompatible con los intereses de acumulación del capital, les sugiero que lean las reivindicaciones del Espacio de Encuentro Comunista (EEC) –van en la parte final del documento- en el enlace que les señale al principio del texto.

14 de julio de 2020

MEDIA HORA ANTES DEL DESASTRE


Por Marat

En dimensiones de medida histórica las horas no existen, salvo aquellas que son decisivas. Pero éstas lo son porque se han acumulado tal conjunto de acontecimientos, tan decisivos, tales correlaciones de fuerzas entre contrarios que lo que se precipita en minutos solo es consecuencia de todo lo demás.

En cualquier caso, media hora, en términos históricos pueden ser unos días, semanas, quizá meses, desde luego muy pocos años.

El rebrote del “bicho” campa ya descontrolado por el territorio de España, se reinventa con nuevos bríos allá donde los gobiernos habían pretendido dar lecciones al mundo sobre la eficacia de sus medidas preventivas y sanitarias (Suecia, Portugal Nueva Zelanda, Alemania, Singapur,…) y galopa enloquecido por Estados Unidos, Brasil, otros países de América Latina y la oficialmente inexistente África.

Oficialmente han muerto ya por la pandemia más de 600.000 personas. Dejando de lado errores “involuntarios” de los gobiernos en las declaraciones de cifras, allá donde el sistema estadístico de los Estados ha perfeccionado su mentira, y la imposibilidad de declarar algo más concreto que la indeterminada expresión “miles” en ese tercer mundo en el que la vida vale menos que el cartón con el que se confeccionan decenas de miles de ataúdes.

 Según la OMS 13 millones de personas han sido ya afectadas por el COVID-19. Según se mire, una cifra despreciable, si tenemos en cuenta que habitamos el Planeta 7.700 millones de personas, apenas, el 0,002%. Nos falta aún mucho para alcanzar la inmunidad de rebaño frente a la pandemia, de la que hablan los expertos. Para ser tan expertos no se ponen de acuerdo en si se logra dentro de una horquilla que va del ¡10 al 40%! de la población o es necesario alcanzar el 60%. Todo es cosa de sumar unos cuantos millones de muertos en términos absolutos para alcanzar la ansiada inmunidad ¡Qué asépticas son las cifras para lograr la profilaxis ideal!

Lo que ya no se viene porque ya está aquí desde hace meses, es el incremento de la pobreza de la que amplios sectores de la clase trabajadora no se habían recuperado en los últimos 4-5 años en los que nos decían que “habíamos” –¿quiénes, qué clase social?- salido de la crisis. 49 millones de nuevos pobres en el mundo se sumarán a los miles de millones ya existentes. Una cifra insignificante, si no fuera porque una parte importante de ellos pertenecerán al primer mundo, donde los mendigos, los sin techo y los que aún no lo son, pero malviven creando “colas del hambre”, sí son noticia, aunque menor y siempre políticamente utilizada por los distintos partidos del sistema para sumar votos a su causa y restarla al oponente, sin que se haga nada para, al menos, paliar su situación, salvo prometerles un Ingreso Mínimo Vital que un mes después de iniciarse el plazo de solicitud del mismo ha dejado fuera a la mitad de sus peticionarios y ha convertido prestaciones derivadas del derecho al trabajo en asistencialismo para los nuevos mendicantes que no tendrán derecho a una pensión de contributiva sino de caridad en el futuro, si para entonces existe.

Veremos en España a muchos miles de personas más de las que ya veíamos limpiando parabrisas de los coches en los semáforos, pidiendo en los metros o a la entrada de las Iglesias, niños desnutridos, hombres mayores que no pertenecen a ninguno de los colectivos protegidos, a los que l@s “periodistas” oficiales han convertido en únicos perfiles de la pobreza, engrosar las filas de los “Juan Nadie”, ignorados por todos, avergonzadamente escondidos en las filas de entrada a las sedes parroquiales de Cáritas.

Veremos cómo las distintas fracciones del capital europeo revisten de intereses y conflictos entre socios de la UE y entre naciones lo que no es otra cosa que el reparto de los restos del naufragio que dejará el paisaje tras cada episodio del COVID  y de otras posibles devastaciones que hayan de venir no demasiado tarde, en un planeta que se agota.

Veremos cómo las promesas que hicieron  los gobiernos progreliberales de España, Francia, Italia y Portugal de solidaridad europea para la reconstrucción tras la pandemia se tornan lanzas contra las clases trabajadoras de esos países, en forma de nuevos recortes sociales y privatizaciones de servicios, y como sus economías se convierten definitivamente en las de los criados empobrecidos y endeudados de la UE.

Veremos, una vez más, como tantas en la historia hasta el punto en el que la memoria ya no alcanza, que la izquierda es la quintacolumna contra la clase trabajadora, y el fascismo da un salto de gigante desde una plataforma ya muy sólida hacia la conquista de los bastiones definitivos de la gobernabilidad europea. Y veremos cómo quienes dan el golpe de gracia a la razón política hacen compatibles programas descarnadamente capitalistas y antisociales, revestidos en ocasiones de asistencialismo social, con la represión política más brutal contra la clase trabajadora y las libertades políticas.

Veremos cómo  las tres áreas del imperialismo capitalista –la UE, Estados Unidos y la entente China-Rusia- tensan las relaciones internacionales, haciendo chantaje de tambores de guerra a sus propios pueblos y sometiendo a unas clases trabajadoras, absolutamente domesticadas a los intereses de las tres fracciones del capital internacional; las cuáles se van echando paulatinamente en brazos del fascismo mientras la izquierda continúa traicionándola en nombre de sus ridículas “diversidades” que dicen anticapitalistas, sin demostrar en qué lo son. Su práctica es la de mamporreros del capital, como lo son sus amigos “diversos”.  

Media hora antes, en términos históricos, de que todo eso suceda, disfruten de la playa, echen un polvo en condiciones, de los que ya ni se acuerdan cómo eran, con o sin mascarilla, colgada del codo , de una oreja, en la frente o como antifaz, celebren la subida de su equipo a primera división a rostro descubierto y dándose abrazos –sobran en el mundo imbéciles por millones-. Total, ni el Ministerio de Sanidad, ni las autonomías se ha gastado un euro ni en recursos humanos, ni en equipos EPI, ni en rastreadores, ni en unidades de UCIs, ni en PCRs porque la consigna es consumamos y levantemos la economía hasta morir, la del capital, pero eso importa una m.   

Ustedes, mientras tanto, descubran que para cobrar un ERTE hay que sortear las de Caín, que les mienten cuando les dicen que las Oficinas de la Seguridad Social están abiertas para atender sus peticiones de que no les roben la promesa de un miserable Ingreso Mínimo Vital de 462 euros y de que los funcionarios del Sepe (las oficinas del paro) se “olvidan” de sellarles por defecto, como anunciaron mientras estaban cerradas por la pandemia, las demandas del desempleo o les niegan por correo electrónico los subsidios que por derecho les corresponden sin darles explicación alguna.

Disfruten de esta media hora antes del desastre. Total, no actúan como si les importase demasiado lo que suceda a partir del minuto 31.

27 de abril de 2020

INGRESO MÍNIMO VITAL vs. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA


Por Marat

1.-ASISTENCIALISMO SÍ, PERO DENTRO DE UN ORDEN
La oposición que ha mostrado la Conferencia Episcopal Española al proyecto del Ingreso Mínimo Vital (IMV) que pretende poner en marcha el Gobierno, aprovechando la crisis económica que ha desatado el coronavirus puede, de entrada, llevar a muchos a presuponer que hay una posición correcta y otra incorrecta en relación con la introducción de dicha especie de Renta Básica, aunque sin pretensión de ser Universal (para toda la población).

Veamos qué es lo que decía el portavoz de la más alta instancia de los obispos españoles, Luis Argüello, sobre el IMV. Adelanto ya que su oposición es al carácter “permanente” de la medida y no a su condición asistencial de emergencia y para un tiempo dado. Guarden este detalle porque, más adelante, acabará llevándonos a las auténticas razones de la oposición de la conferencia Episcopal a la IMV.


"Es muy importante que las personas puedan ejercer sus capacidades con un puesto de trabajo. La necesidad perentoria de una renta mínima en este momento no debería ser una coartada para una especia subsidio permanente que retirase del horizonte de las personas el pensar en poder tener un trabajo, desarrollar sus capacidades y en la relación con otras personas"

Independientemente del tufillo reaccionario, despectivo y de darwinismo social, tan querido por la ultraderecha, que conlleva la expresión “ciudadanos que vivan de manera subsidiada”, lo que propone la IMV de carácter permanente es un subsidio- no nace de los derechos adquiridos a través del trabajo, por lo que no es contributivo: no cotiza para una pensión de jubilación contributiva-, del mismo modo que lo que practica la Iglesia Católica con su legión de pobres, sostenida permanentemente por sus ONGs y Cáritas (desde 1957), es caridad. El IMV, al no estar ligado al salario que nace del trabajo, es un acto potestativo del gobierno, una medida asistencial, caritativa si prefieren mayor grado de crudeza, que puede ser anulada por otra decisión posterior del mismo o de otro gobierno pero que, además implica un paso muy importante hacia la perdida de conquistas sociales que la clase trabajadora logró arrancar en el pasado al Estado capitalista con sus luchas. Para una mejor comprensión de lo que significa el IMV sugiero la lectura de este documento del Espacio de Encuentro Comunista (EEC), que explica con gran acierto las implicaciones sociales del mismo

Aquí hay que hacer una salvedad fundamental. El trabajador en paro o en activo (muchos salarios siguen siendo de miseria, no digamos en la economía sumergida), el que no cobra desempleo, porque se le ha agotado o nunca alcanzó la posibilidad de cobrarlo, no puede permitirse el lujo de cuestionarse si es un subsidiado o no, no puede rechazar una ayuda puramente asistencial, porque eso es la IMV, sea ésta laica y del Estado o privada y religiosa. La primera obligación del ser humano es sobrevivir, por muy humillante que sea recibir ese tipo de ayudas en una sociedad en la que el dedo acusador que señala al “perdedor” ha asumido los valores del éxito social, propios de la ideología dominante del capital, incluso por parte de quienes pudieran mañana estar en la misma situación que hoy desprecian y condenan. 

Es habitual que la gran mayoría de la gente busque confirmar sus propias posturas a partir de la negación de quienes las atacan y, viceversa, que ataque determinados posiciones según quién las defienda. Desafortunadamente el ser humano no ha evolucionado intelectualmente demasiado desde que nuestros ancestros se bajaron de los árboles.

Casi siempre los puntos de vista se sostienen más sobre cuestiones morales que sobre la corrección o incorrección de los mismos en base al análisis de la realidad. Desgraciadamente la opinión pública se construye no solo en base a la manipulación informativa de todos los canales, oficiales y “alternativos”  (“mi medio me miente mejor”), sino también mediante toneladas de chorreante y viscosa moralina, esa elaboración propia de curas y profesores de ética y tan del gusto en los últimos decenios de la mojigatería beata y viejuna de la izquierda.

La interpretación de los hechos sociales, políticos y económicos que no se corresponda con el análisis concreto de la realidad concreta, y que no busque una explicación de los mismos en su realidad material, en la realidad que se sustenta sobre el modo de producción capitalista, será una construcción puramente ideológica, en el sentido que daba Marx a la ideología como “inversión de la realidad”, como expresó en su obra conjunta con Engels, “La ideología alemana”.

2.- PELEA LAICO-RELIGIOSA POR EL MERCADO DE LA POBREZA
La Conferencia Episcopal sangra por su herida. Es el carácter “permanente” del IMV lo que hace temblar sus melífluas voces y sus carnes no endurecidas por el trabajo.

Una ayudita temporal del Estado a la ingente cantidad de nuevos pobres no le viene mal a la Iglesia. Tiene mucha tarea en su labor social. Con el coronavirus han crecido mucho más las necesidades sociales que sus grandes recursos -tampoco es cosa de tirar de sus bienes y propiedades sino de los ajenos-, obtenidos a través de los impuestos (7.191.387 declarantes marcaron con una X la casilla de asignación tributaria en su declaración del IRPF en 2019) y de las donaciones ajenas, además de las exenciones del IBI y del Impuesto de Transmisiones Patrimoniales. Nunca un Estado aconfesional trató tan bien a una Iglesia, incluyendo los gobiernos “progres”, cuyos partidos cacarean contra los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979 en la oposición y mantienen el “statu quo” cuando ocupan el Ejecutivo. Una cosa es que Jesucristo fuese pobre y otra muy distinta que los obispos sean gilipollas, que no lo son.

284,4 millones de euros son los que obtiene de modo directo la Iglesia Católica vía impuestos, sin contar con la casilla de fines sociales en la declaración de IRPF. Estos mercaderes del miedo a la muerte si no te pillan por un lado te pillan por el otro. Gente inteligente. Cáritas recibió de esa cantidad (la de financiación directa de la Iglesia), a través de la Conferencia Epsicopal,  6 millones de €, si bien tiene otras vías de financiación estatal, de las Comunidades Autónomas y donaciones privadas.

Aproximadamente unas 30 ONGs católicas, (el 35% del total de las ONGs que reciben subvenciones vía impuestos) incluyendo Cáritas, recibieron en 2018 unos 115 millones de euros.



La Iglesia Católica tiene en el país 48 hospitales que mantienen un concierto con el Ministerio de Sanidad en eso que obscenamente se ha venido a llamar colaboración público-privada de la sanidad, mientras se ha ido desmontando la sanidad pública. Ahora vemos sus consecuencias en la escasez de recursos en los centros. Desconozco la cuantía que se llevan los hospitales católicos con conciertos con el Estado pero sospecho que la partida no será magra.

Sin embargo, la subvención de la Iglesia Católica no se agota en estas cifras, ni mucho menos. Según Europa Laica, “el Estado español aporta a la Iglesia católica, a través de subvenciones directas y exención de tributos once mil millones de euros anuales” lo que supone más del 1% del Producto Interior Bruto”. No está nada mal para un país que ha sufrido, después de Grecia, los mayores recortes sociales durante el anterior período de la crisis capitalista.

Si una conclusión puede sacarse de los datos del presente apartado es que la atención a la pobreza y la caridad cristiana no consumen precisamente la mayor parte de los ingresos que la Iglesia Católica recibe de uno u otro modo del Estado “aconfesional”, sino más bien una fracción claramente menor.

Pero la “doctrina social de la Iglesia”, con sus principios de “dignidad de la persona humana”, “primacía del bien común” (concepto compartido por derecha e izquierda en una sociedad dividida en clases y con intereses antagónicos), “principio de solidaridad”, “participación social” –acompañados de los principios que dan una de cal y otra de arena: “destino universal de los bienes y propiedad privada” y “principio de subsidiareidad”-, son la coartada con la que la Iglesia Católica española pretende justificar su condición de subvencionada permanente.

“¡Qué gran negocio son los pobres!”, escuché decir a un cura obrero de Vallecas en un acto en el que participábamos ambos, organizado por una ONG católica, dentro de la Campaña pro-Regularización de Inmigrantes de 1991, de la que formábamos parte más de 100 organizaciones del Estado español. ¡Y qué cierto es! Que se lo digan a las decenas de miles de licenciados en Trabajo Social que han encontrado su empleo gracias a los pobres. En las partidas destinadas a la erradicación de la pobreza hay que incluir los gastos en Recursos Humanos e infraestructuras para su atención, además de centenares de empresas que conciertan sus servicios con las ONGs para tal fin (incluyendo a las ETTs que contratan, por míseros salarios, a quienes ofrecen en la calle la posibilidad de hacerse socio de las mismas pagando una cuota anual). No parece que quede mucho para los menesterosos. 

No dudo de que una parte de los trabajadores sociales encuentren en su profesión una motivación ética y estén convencidos de su utilidad para quienes viven las situaciones económicas más precarias, del mismo modo que dudo mucho menos de la generosidad y buenas intenciones de quienes hacen esta tarea voluntaria y gratuitamente, dedicando parte de su tiempo libre, y muchas veces parte de su dinero, a ello pero no es esa la cuestión.

Pero lo cierto es que la pobreza sigue creciendo en los países centrales del capitalismo. En ellos, los sectores de la clase trabajadora más castigados por la acumulación de las sucesivas crisis capitalistas van sumando golpes sobre sus ya deterioradas vidas. Y en los países en desarrollo y subdesarrolados la lucha contra la erradicación de la pobreza amenaza con ser tan dilatada en el tiempo como el viaje del PP hacia el centro político.  

El mercado de la pobreza está en disputa entre el Estado y la Iglesia Católica con la aparición de la IMV. Mientras el primero busca sustituir sus obligaciones para con los parados (si no es capaz de garantizar el trabajo para todos, su responsabilidad es dar una cobertura de desempleo ligada al trabajo y al salario y no una limosna en forma de raquítico subsidio no contributivo que acabará llevando a una pensión no contributiva y de miseria), mediante una forma de asistencialismo (caridad) laico, la segunda teme que el IMV permanente le quite gran parte de su “justificación” social y le arruine el negocio.

Habrá progres que digan que es un avance que la caridad se sustituya por la asistencia. Cráneos privilegiados los suyos. Esperemos que no sufran un esguince cerebral, por el bien del cociente intelectual de la humanidad. Lo que se sustituye es el término con el que se designa a un mismo tipo de comportamiento, sea éste ejercido por el Estado o por la iglesia Católica.

Cuando el Estado deja de vincular una parte de las coberturas de desempleo, las no contributivas, y el IMV lo es, al salario (al que estuvo ligado históricamente) y lo hace al 80% del IPREM (Indicador Público de Rentas de Efectos Múltiples), que es la mitad del salario mínimo, y cuando el IMV no cotiza para una pensión contributiva, es una mera ayuda, bastante escasa. Esta nueva especie de renta básica dirigida a determinados colectivos es asistencialismo, “humanitarismo”, limosna, caridad. No parece que ello haga mucho por el sentimiento de dignidad del perceptor, por mucho que lo necesite y que no le quede otro remedio que aceptarlo. Y, muy importante, es un paso previo a la voladura de las pocas conquistas sociales de la clase trabajadora que aún quedan en pie y que el capitalismo prefirió en su día llamar Estado del Bienestar.

Es justo reivindicar que todo tipo de cobertura de desempleo esté ligado al trabajo y al salario, con el fin de que no sea una concesión "altruista" sino un derecho nacido del hecho del trabajo porque, cuando el Estado capitalista no es capaz de garantizar empleo para todos, es su responsabilidad cubrir nuestras necesidades. La nuestra es trabajar, cuando dispongamos de un empleo, ya que nadie debe de vivir del trabajo de otros. Claro que eso afecta al propio empresario, el cuál vive del trabajo de quienes lo hacen para él a través de la plusvalía que obtiene de aquellos.     

Mientras exista el capitalismo la erradicación de la pobreza será, no una utopía, sino una quimera porque la lógica del beneficio conlleva la desposesión y la concentración creciente de la riqueza.

18 de diciembre de 2017

¿HABLAMOS DEL PARO CON CINCUENTA Y TANTOS? A QUIEN CONMIGO VA (5)

Por Marat

Oficialmente hoy he vuelto al paro, tras unos 50 días de contrato de mierda, con un salario aún más de mierda.

Eso en una empresa que antes colaboró con la Púnica del PP, y fue implicada en tal investigación, que ahora ha trabajado en una encuesta sobre salud para el ayuntamiento de AhoraMadrid, en la que las 6 horas eran de suplicio al mando de una histérica que solo sabía gritarnos mientras encuestábamos, con 15 minutos de descanso de unas pantallas que nos quemaban los ojos y unos cascos que incrementarán nuestras deficiencias auditivas.

Eso por 693 €, que intentaron dejar en 590 € a los entrevistadores que nos habían ofrecido la primera cantidad, que no perdimos porque tuvimos la entereza de exigir lo que era nuestro. No me quejo. Hay mucha gente cobrando menos y en una situación, por el momento, peor que la mía.

Cualquiera que con más de 50 años esté trabajando en el sector que sea no dejará de saber lo que es la sobreexplotación (explotación es lo que sufre un asalariado por el hecho de serlo y dejar una plusvalía al patrón).

Sé que los que me quieren dirán con soy un imbécil por jugarme la posibilidad de encontrar de nuevo un trabajo al denunciar esto, ya que a estas alturas es muy fácil saber quién soy. Es fácil identificarme, cierto, pero en mi hambre mando yo y aún me respeto lo bastante como para callar. Al fin y al cabo tampoco daño a mi imagen pública. No soy un progre de esos que traicionarán a la clase trabajadora presentándose a las elecciones del Circo Estatal Parlamentario (cargos de representación). No es que me limite a no creer en ellos. Es que son, desde un análisis mínimamente realista, la posibilidad de elegir entre las facciones que representarán a nuestros explotadores. En todo caso, soy lo bastante mayor para saber lo que hago y para no tener una moral de esclavo.

Pero no es de mí de quien quería hablar. Según un informe del BBVA, nada sospechoso de bolchevismo marxista, “casi cuatro de cada diez desempleados del Estado español mayores de 50 años, en concreto el 39,2%, lleva buscando empleo cuatro años o más” . No me verán ustedes, como pretende la noticia, enfrentar a mayores frente a jóvenes. Unos y otros pertenecemos a la misma clase del agobio, de los desheredados, de los que no importamos más que como cifra, de los que no somos interesantes para el capital, de los que los partidos naturales de éste esperan que no votemos y de los que quieren heredar a esos representantes del poder burgués dicen que somos gente, y no clase, e intentan convertirnos en su demagogia para no cambiar nada de nada y pedirnos que sí votemos  para ponerle cataplasmas a todo esto.

En este trabajo he conocido a mujeres y hombres que me decían cosas como “ya estoy en los márgenes del mercado laboral”, “es lo que me queda”, “para la gente de mi edad no hay mas que esto” o “tengo que pagar mi alquiler o me echan. No tengo opción”. Son mi gente. Y no por viejo. Los jóvenes, si no vais de politólogos, frikis y niños rata o pijos, sois de mi banda. No hay diferencia entre vuestro futuro y el nuestro, el de los viejunos. Peleamos por sobrevivir.

Con suerte, una parte de nosotros -¡qué importa los que se queden en el camino hacia su limosna!- alcanzaremos los 400-450 € de paro para, finalmente, los que hayan completado el tiempo suficiente de cotización, tras haber enlazado muchos trabajos precarios, y demasiado tiempo desempleados, lograr los 426 € de salario mínimo de inserción.

Voy a decirles algo a los simpáticos amigos progres del capital: esa porquería que intentan vender como Renta Básica Universal es una gran mentira, basada en el toma unos 400 € y búscate la vida, ya sin coberturas sociales.

Lo que los trabajadores de cualquier edad, jóvenes y mayores, hemos de defender es la protección frente al desempleo, el empleo estable, los salarios dignos y las pensiones. Nos las hemos ganado con nuestras luchas por nuestra dignidad, nuestro futuro, el de nuestros hijos y, en muchos casos, el de nuestros nietos. No es nuestra tarea entrar al juego de la burguesía, como hacen los vendedores de crecepelo para calvos y explicar cómo cuadraríamos las cuentas sin expropiar al capital ni irritarle en exceso. Y dicho esto, saber que lo que ayer conquistamos lo perdimos hoy y que nada puede garantizar esas victorias como el gobierno de nuestra clase. Y ese no lo obtendremos por las urnas ni la aceptación de las reglas del juego parlamentario sino organizándonos para asaltar el Estado burgués, destruirlo y crear uno de nuestra clase. Sin tribunos que hablen en nuestro nombre ni representantes que pacten el nivel de explotación que vamos a continuar consintiendo.

Y mientras tanto, los pequeñoburgueses progres que digan que son revolucionarios o lo que les apetezca, que adopten gatitos, besen coles, peleen por acabar por el techo de cristal de las burguesas profesionales que explotarán a las trabajadoras, mientras les piden sororidad, o se dediquen a intentar justificar la prostitución como libertad de la mujer oprimida.

Nuestro papel como trabajadores es organizarnos, concienciarnos, formarnos y establecer solo nuestra hoja de ruta, sin atender a cantos de sirena como los anteriores o los de las patrias porque la lucha de los explotados no conoce fronteras y quienes se las ponen son nuestros opresores y sus cómplices, lleven el disfraz que lleven.