Mostrando entradas con la etiqueta chalecos amarillos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta chalecos amarillos. Mostrar todas las entradas

17 de noviembre de 2019

EL GOBIERNO DE COALICIÓN SERÁ UN NUEVO ZAPATERISMO: SOCIAL EN LOS SIGNOS, LIBERAL EN LA PRÁCTICA

Por Marat

A estas alturas dar especial atención a las incoherencias de Sánchez y sus insomnios y de Iglesias y sus desconfianzas hacia Sánchez frente al ultrarápido abrazo de Vergara es jugar en el campo que le interesa al capital y a los partidos que no formarán gobierno, el de la politiquería, la espuma de los días, en palabras de Boris Vian, que oculta el movimiento más profundo de las aguas.

Lo primero que supimos del acuerdo exprés es que no se habló de cuestiones programáticas. Fue un viejo intelectual político, Tierno Galván, el que señaló hace muchos años que “las promesas electorales están para no ser cumplirse”. Pero cuando ni siquiera tuvieron en la breve campaña electoral del 10-N relevancia alguna, ni en los mítines ni en los debates televisivos, y no se planteó en la gran noticia del acuerdo de gobierno de izquierdas (sí izquierda, porque la izquierda es la realmente existente, no la que quiere que sea el izquierdista con sentimiento de cornudo apaleado por ella) cuestión programática alguna, hubieran debido saltar todas las alarmas desde una perspectiva de clase. Pero como en la izquierda no existe tal cosa, salvo la de ciertos sectores de la mal llamada clase media que piensa en clave ideológica de clase media real, lo que ha sonado es el discurso conservador del secretario general del PSOE y Presidente en funciones preocupado por dar estabilidad al país, y una mezcla de “alarma antifascista” y atención a la justicia social por parte de Iglesias para explicar las razones por las que ha mutado desde el sentirse traicionado a asumir, sin tiempo de negociar cuestiones de relevancia política real, su anhelada entrada en el ejecutivo “socialista”.

Pero si no fuera suficiente para desconfiar del programa oculto sobre el que sin duda hay ya acuerdos, siquiera bosquejados, la carta de Iglesias a los inscritos de Podemos debiera ser lo bastante significativa respecto a cuál será la orientación programática del futuro gobierno de coalición.

En una especie de encíclica a los fieles, Iglesias ya no afirma que el cielo se tome por asalto (la expresión de Marx aludiendo a la necesidad de tomar por la fuerza y destruir el aparato del Estado burgués para sustituirlo por uno de la clase trabajadora) sino “con perseverancia” lo que, traducido al momento político español, significa mediante el BOE o, lo que es lo mismo, ya no tomando el Estado capitalista sino ocupando marginal (solo algún ministerio) y temporalmente (lo que da de sí el período hasta que una crisis de gobierno le saque de él o unas elecciones les desalojen a ellos y a sus socios) ejecutivo. La vieja tesis reformista de los Bernstein que en el mundo han sido se repite cínicamente una vez más.

Concretando mucho más, Iglesias llega a afirmar en la misiva que "Vamos a gobernar en minoría dentro de un Ejecutivo compartido con el PSOE, en el que nos encontraremos muchos límites y contradicciones, y en el que tendremos que ceder en muchas cosas"

Meses atrás, a finales de julio, el Santander (banco) urgía a formar gobierno, tras el fracaso de la investidura del presidente en funciones, Sánchez. Al ser éste el único que contaba con alguna posibilidad de alcanzar el gobierno, las declaraciones del consejero delegado del banco ("La certidumbre siempre da estabilidad y favorece las inversiones. Ese escenario es más fácil con un Gobierno estable que sin Gobierno"), José Antonio Álvarez, no podían ser interpretadas de otro modo que como un apoyo tácito al mismo. En ningún momento se pronunció en contra de que Podemos se integrase en su gobierno.

Que el PNV, partido de derechas y neto representante de los intereses de una gran corporación energética como Iberdrola, haya sido uno de los más activos y entusiastas alentadores de la recién firmada coalición, junto con los sectores más posibilistas de ERC (Junqueras y Rufián), la pequeña burguesía catalana, debiera dar alguna pista de por dónde irán las políticas públicas del futuro gobierno progresista.

El propio ex banquero y tecnócrata liberal Macron, a través de una fuente acreditada del Palacio del Elíseo ha dado sus bendiciones al acuerdo PSOE-Unidos Podemos: “Todo lo que vaya en el sentido de la estabilización y la capacidad de actuar con una mayoría fuerte es más bien un buen signo”. No le preocupa la entrada podemita en el gobierno Sánchez: “No, no nos inquieta. Lo más importante es que, en un país que es socio europeo, haya un Gobierno cuanto antes”. Sigue la línea de pronunciamiento. El presidente francés sigue la línea marcada por Bruselas unos días antes: “Lo importante es que España tenga un Gobierno con plenos poderes cuanto antes”. Fuentes de la UE concluyen: “La sensación de urgencia que han querido dar Sánchez e Iglesias apunta en la buena dirección”.

Este no es un planteamiento que deba leerse en términos políticos de izquierda-derecha sino de los intereses antagónicos entre el capital y el trabajo. Ambas dualidades no son equivalentes porque lo objetivo (la clase) no se traslada mecánica y directamente a la conciencia -la cantidad de trabajadores que son de derecha y/o votan a la derecha lo demuestra- y la izquierda ya no es una corriente de pensamiento de una clase social concreta, lo que demuestra cuando se empeña en afirmar que su papel en el gobierno es el de representar a los intereses del conjunto del país. La derecha lo tiene mucho más claro. Diga lo que diga sobre esa cuestión tiene muy claro que su función es la de representar los intereses del capital. La izquierda hace lo mismo pero lo disfraza tras el discurso del “interés general”, justo lo que Marx denuncio hace más de 150 años como el ardid ideológico de la burguesía que presentaba sus intereses particulares como clase bajo la apariencia de intereses de toda la sociedad.

Con todos estos antecedentes cabe sospechar que ni el IBEX es el gran enemigo de los podemitas, como estos pretenden hacernos creer, ni estos lo son del capital. El león de Atenas, Tsipras, del que los sectores de la izquierda que le reivindicaban ya no se acuerda, dejó bien claros los límites de la acción antiausteridad progre.

Aún recuerdo a Podemos defendiendo a los “empresarios patrióticos”, la pequeña y mediana empresa -como si en ella no se diera el comportamiento necesario para el beneficio empresarial, la explotación laboral, casi siempre con mayor desprotección sindical que en la grande- y a un sujeto que fue dirigente de Podemos en Madrid y empleado de Botin afirmando que hay banqueros con sensibilidad social como la saga que desde hace tantos años dirige el Santander.

Que después de todo esto, los rebuznos de los parafascistas de Vox y su chulopiscinas y matón de discoteca Pachá, Abascal, hablen para gilipollas acusando al futuro gobierno de comunista bolivariano (una mixtura tan coherente como el agua y el aceite salvo para algún simple que jamás leyó a Marx) es como para explicarles por el método expeditivo a ellos y a los escritores de panfletos de La Razón, ABC, Libertad Digital, Periodista Digital y otros vomitorios de la extrema derecha que insultar a los comunistas acusando a tamaña patulea de progre-liberales, con “sensibilidad social”, de tales no sale gratis.

Será divertido ver cómo los podemitas y su miniyó, IU-PCE, cabalgan la contradicción de estar en el gobierno de un partido, PSOE, que lleva en su programa la mochila austriaca, que se niega a retirar la reforma laboral (que es la que aplicó Rajoy, no la suya) y la de las pensiones de Zapatero, que mantendrá el artículo 135 de la Constitución, introducido por Zapatero para consagrar la prioridad del pago de la deuda sobre la protección social, que no ha hecho nada por imponer la regularización (todavía lo está estudiando) de los trabajadores que los modernillos llaman “riders” (Deliveroo, Glovo,...), que en la lucha del sector del taxi pasó la patata caliente de limitar las licencias a las VTC a comunidades autónomas y ayuntamientos, que ha lanzado un ERE contra cerca de 900.000 empleados públicos interinos, que no ha hecho nada para blindar las pensiones (salvo subirlas este año, sin garantizar su futuro) mediante su vinculación a los Presupuestos Generales del Estado y el aumento de las cotizaciones empresariales y que deberá obedecer a los recortes que el capital europeo ya le está sugiriendo

Si algo positivo podría aportar el gobierno Sánchez sería la desinflamación, intentada anteriormente, del problema catalán. Pero, puesto que ello sería una grave noticia para la derecha y el capital porque pondría en primer lugar del debate y la preocupación colectivas la cuestión económica de la desigualdad, la pérdida de derechos sociales, la pobreza y la precariedad, va a ser algo enormemente difícil porque necesitan asegurar que las cuestiones de clase no aparezcan como un tema prioritario. En ello encontrarán cierta colaboración de la izquierda, que centrará su agenda en cuestiones como la igualdad sexual, sin distinción de clase, la transición ecológica y la ley de eutanasia.

El gobierno progre-liberal que se forme, porque se formará, dado que el capital sabe, y es muy consciente de, que la derecha clásica y la nueva ultraderecha no están aún preparados (necesitan tiempo para recuperarse unos y fortalecerse aún más otros) para asumir el desgaste que supondría enfrentar una nueva etapa tan complicada como la que se avecina, además de no estar en condiciones de sumar para formar gobierno.

Ese gobierno PSOE-Podemos será un regreso al zapaterismo. Para entendernos, una política liberal con medidas sociales. Recortes, legislación laboral regresiva, contención salarial y de las pensiones y pequeños gestos de gasto social, muy estudiados para buscar impacto y medidos en su cuantía para no irritar a Bruselas con la deuda y al empresariado nacional con unos impuestos a la gran empresa y las grandes fortunas que, de darse, serán mínimos. Volvemos a Zapatero pero con coleta.

La nueva fase de la ya muy larga crisis capitalista, iniciada en 1973, con los inicios de una crisis de acumulación, puede agitar el panorama social, al igual que le ocurrió al PSOE a partir del 2008, iniciando una nueva fase de movilizaciones que no tendrá por protagonistas a la izquierda organizada sino a la autoorganización de sectores de la clase trabajadora y populares, ajena a cualquier sector parlamentario (Podemos estaría incapacitado para influir en dichas movilizaciones tras su descrédito al participar de un gobierno que deberá aplicar recortes sociales y nuevas privatizaciones e IU ha muerto), similar a la abierta en Francia por los chalecos amarillos.

Conviene hacer un pequeño alto en este análisis para referirnos al primer aniversario de una explosión social, que es síntoma de la creciente pérdida de la legitimación política de la democracia burguesa, la de los chalecos amarillos. Las manifestaciones de este movimiento el sábado 16 de Noviembre han sido débiles y se han producido en un contexto de reflujo y decepción por los límites con los que aquél se ha encontrado. Pero se olvidan algunas cosas: el momentáneo triunfo de Macron sobre ellos, tras poner en jaque a su gobierno y hacerle retirar la ley de los impuestos sobre los carburantes, que iniciaron la protesta, ha necesitado más de 10.000 detenidos, unos 3.100 condenados, 2.448 manifestantes heridos y 600 encarcelados. Han dado voz a un malestar de sectores de las clases trabajadoras que no estaban en las reivindicaciones de los sindicatos ni de los ciudadanistas de “La Nuit Debout”, han puesto en evidencia el viejo sistema de representación y liderazgo de las demandas sociales desde una izquierda que ya no les representa, han demostrado que cuando la clase trabajadora, y sus sectores aliados próximos (segmentos de la pequeña burguesía en descomposición), se organiza es capaz de hacerse presente frente a un discurso que la niega y han alimentado a una corriente subterránea de ira social que mutará pero que no desaparecerá porque no pueden hacerlo las razones que les han llevado a expresarse: la necesidad del capital de acumular beneficio mediante la desposesión de la clase trabajadora.

Frente a la condena clásica de los sectores más retrógrados e incapaces de entender las nuevas realidades de contestación social que genera el capitalismo en su etapa de hiperconcentración (absorción del mercado de los pequeños autónomos y salarización de los mismos) y de búsqueda desesperada del “beneficio marginal” (el que ya no se obtiene del crecimiento sino de una transferencia acelerada de las rentas del trabajo al capital), explosiones espontáneas como la chilena y autoorganizaciones de la clase como la de los chalecos amarillos serán cada vez más frecuentes, a pesar de los límites que encontrarán en conciencia, organización y entendimiento de sus necesidades subjetivas pero se encaminan hacia un principio de negación, e incluso de identidad, que la izquierda ya no representa.

La demanda de comunismo puede volver a tener toda su vigencia si quienes nos reclamamos marxistas somos capaces de analizar y comprender el fenómeno, organizarnos e insuflar nuestras aspiraciones dentro las necesidades inmediatas de la clase trabajadora y los sectores que están siendo proletarizados. Ello exige de nosotros los comunistas el abandono de cualquier forma de dogmatismo y la vuelta a las fuentes originarias de nuestro pensamiento: la dialéctica antagónica capital-trabajo y la necesidad de su superación emancipatoria de la clase, realizada por ella misma y no por ningún ente clarividente en su lugar.

De no abrirse un giro hacia las posiciones de clase dentro del debate nacional, estamos ante el riesgo del “aggiornamento” de la extrema derecha representada por VOX que podría darle nuevos bríos. De hecho ya está ensayando este escenario por la vía de reunirse con los representantes de la ultraderecha de apariencia más social como Salvini o Le Pen y lo verbaliza últimamente con sus citas, no del señorito repeinado José Antonio, sino de quien fue el enlace entre el fascismo sindicalista de las JONS y la izquierda nazi de los hermanos Strasser, Ramiro Ledesma Ramos. El viraje está siendo lento y sutil, de forma que no chirrié para que no les ocurra como a C´s por sus bandazos ideológicos, pero se está produciendo, aunque muy pocos lo detecten.

Entonces estaríamos ante el enorme riesgo de un prefascismo popular de apariencia social; el peligro de una extrema derecha que penetre aún más profundamente dentro de estratos inferiores precarizados y de la pequeña burguesía. Empezarían a conformar unas fuerzas de choque del fascismo mucho más amplias y peligrosas de las que hasta ahora nos amenazan en las calles.

2 de diciembre de 2018

LA REVUELTA DE LOS “CHALECOS AMARILLOS” REFUTA AL SISTEMA POLÍTICO FRANCÉS

Fuente: dprezat. Flickr. París: Rue de Rivoli

Por Marat

Estos días los medios de comunicación españoles cuentan, con calculada medida (no sea que se extienda fuera de Francia, como ha sucedido en Bélgica), la revuelta francesa de los “chalecos amarillos” (“gilets jaunes”). Llama la atención que lo que sucede en Francia, aquí al lado, tenga un tratamiento limitado y tan escaso en explicaciones, más allá de las relativas al efecto de la subida de los carburantes sobre los usuarios y a un intencionado intento de vincularlo al lepenismo.

Sin embargo, apenas he leído contextualizaciones que traten de buscar explicaciones más allá de que Macron sea un presidente liberal, elitista y poco dado a escuchar la voz de la calle y al diálogo y de la ya mencionada subida de los carburantes sobre las clases populares francesas.

Desde el estallido de la crisis capitalista a nivel mundial, Francia ha conocido tres presidentes -Sarkozy, Hollande y Macron- cada uno promotor de políticas más reaccionarias, antipopulares y liberales que el siguiente. Durante estos años los tres presidentes han sido elementos de gran importancia en el mantenimiento del eje germano-francés, que ha sido decisivo en la implantación de las políticas de austeridad y recortes sociales contra las clases trabajadoras en toda la UE y que ha tenido su plasmación en el conjunto de las economías nacionales de la Unión.

En Francia, como en España o Grecia, hubo huelgas generales contra estas políticas pero ello no era obnstáculo para que en Francia y en España, como en Italia, Alemania, los Países Bajos o los nórdicos la izquierda y el sindicalismo mayoritario hayan formado parte del entramado de relaciones que hace años definí como “la corporación”. Es decir, ni la izquierda ni el sindicalismo mayoritario han estado en los últimos 50 años al menos dispuestos a romper los límites del juego político que el Estado capitalista había marcado. En el caso del sindicalismo mayoritario en esos países se ha venido caracterizando desde hace mucho tiempo como un sindicalismo de concertación, o incluso de cogestión de las relaciones sociales de producción capitalistas y no de combate contra el capital. La única excepción de la que puede hablarse en Europa dentro del sindicalismo mayoritario la representa el PAME griego.

Mientras tanto, no ya los partidos autodenominados socialistas o socialdemócratas sino la gran mayoría de sectores de la izquierda excomunista, que incluso tiene el descaro de seguir llamándose comunista, y de la llamada “izquierda alternativa”, fueron abandonando la práctica de clase -el discurso, lo ejerzan o no, importa muy poco si la práctica lo niega- para irse integrando en los cien mil identitarismos posmodernos, negadores de la clase como eje del principal antagonismo, el de capital-trabajo.

En ese vacío es donde surge en las luchas de carácter social el espontaneismo, el rechazo a ser representados en las luchas por organizaciones clásicas, el aparente apoliticismo, que más que apoliticismo es prepolítica y apartidismo, la transversalidad ideológica de movimientos cuya chispa prende a partir de circunstancias, cuestiones y revindicaciones concretas.

Hay quienes han sentido la tentación de establecer comparaciones entre el movimiento de los “chalecos amarillos” y el de los indignados españoles del 15M. Fuera de los elementos de transversalidad ideológica, aparente apoliticismo y surgimiento en las redes sociales nada en lo que se parezcan.

Si el 15M fue principalmente un movimiento nacido de la generación joven de unas clases medias urbanas, fundamentalmente de las grandes ciudades, que veían el fantasma de su proletarización y descenso social, como luego se vio en la composición de sus figuras más relevantes y que hicieron carrera en la política, el movimiento de los chalecos amarillos es ante todo un movimiento de las clases trabajadoras y pequeños autónomos de los barrios dormitorio populares alejados de las grandes ciudades y sus centros y de la Francia agrícola. Personas que utilizan sus vehículos particulares para desplazarse a sus lugares de trabajo porque la red de transporte pública francesa es muy insuficiente para sustituir el uso de medios privados.

Si el 15M nació con un programa en el que en primer lugar destacaban los elementos de tipo político (aquello de la democracia participativa), al que luego se le añadieron los de tipo económico, básicamente referentes a la economía financiera (la banca), a la que se incorporaron ciertos utopismos de la llamada economía colaborativa, que ya sabemos hoy lo que es, el movimiento de los chalecos amarillos ha arrancado con una agresión claramente económica y muy concreta la brutal subida de los carburantes, a la que se ha sumado la llamada ecotasa del gobierno de Macron.

De hecho, Macron se envuelve en la bandera ecologista de parar mediante estas medidas impopulares el cambio climático.

Pero los chalecos amarillos ya no se detienen en la cuestión de la subida de los carburantes. Incorporan todo un temario de propuestas de tipo socioeconómico marcadamente igualitario, como la reversión de los recortes, la mejora de las pensiones, el apoyo a las familias más desfavorecidas, aumento del salario mínimo, fomento del empleo no precario, restablecimiento del impuesto a las grandes fortunas, recuperación de los servicios públicos, jubilación a los 60 años,...Es evidente que se trata de demandas reformistas pero no existen energías revolucionarias que vayan por delante de aquellas y se trata de exigencias que conectan con las necesidades inmediatas de la clase trabajadora francesa, al igual que la de la clase trabajadora de otros países de la UE.

Entramos con esta cuestión de carácter aparentemente solo medioambiental en una temática de la que prácticamente nadie, a derecha e izquierda -¡cuanto se parecen ambas!-, parece interesado en hablar. Que la transición energética de unas energías muy contaminantes y no renovables a otras pretendidamente limpias (ya veremos cuánto lo son y su impacto ecológico en el futuro) y renovables va a golpear fundamentalmente sobre las espaldas de la clase trabajadora, que la llamada sostenibilidad es la gran coartada para sacar de las calzadas a millones de trabajadores que no pueden permitirse comprar un vehículo nuevo (ecológico o no) y del mayor pelotazo económico que pegará el capitalismo en toda su historia. Hasta ahora no estamos viendo prácticamente medidas económicas gubernamentales, ni a derecha ni a izquierda, que ayuden a la clase trabajadora a hacer más llevadera esa transición energética pero no faltan las ayudas de esos mismos gobiernos a sectores como el del automóvil, ya sea en sus versiones eléctrica o de hidrógeno. Para la clases medias-altas y ricas la transición ecológica será, en cambio, algo muy soportable y que les ayudará a sentirse ambientalmente responsables y mejores personas.

El mayor efecto que ha tenido el 15M ha sido el del empleo de centenares de personas en la política, ya sea como representantes, asesores o técnicos. La lucha de los “chalecos amarillos” apunta directamente contra esta nueva forma de austeridad que dejará fuera del acceso al vehículo a quienes lo necesitan para trabajar o para desplazarse a sus trabajos por falta de alternativas de transporte público adecuadas y que tendrá el correlato de un gigantesco negocio para la gran industria. Para quienes tengan que desplazarse una media de 50 o 100 kms al día, y les aseguro que son muchos más de los que puedan pensar, la bicicleta o el patinete eléctrico no serán una alternativa. Hoy son más bien una moda urbanita.

He visto en estos días a personas que se dicen de izquierda, algunos de las cuáles se autodefinen comunistas, condenar a este movimiento porque dicen que está infiltrado por el partido de Marine Le Pen, algunos incluso se atreven a decir que está dirigido. La ignorancia siempre ha sido mala cosa. Es madre de la estupidez, la falsedad y el comportamiento reaccionario; ese al que algunos dicen combatir para acabar por caer en aquello que condenan.

Éste es un movimiento, como todo el que tiene débil organización, estructuras líquidas y es politicamente diverso -con trabajadores y pequeños autónomos de izquierda, de derecha y mediopensionista, que es lo que casi todo el mundo es en este mundo ideológicamente tan confuso-, y con liderazgos muy débiles, cambiantes y, desde luego, no unánimemente reconocido desde dentro.

No debe sorprender, por tanto, que haya en su interior elementos lepenistas. Lo que sí debiera sorprender es que la izquierda francesa y los sindicatos mayoritarios, lo acogieran con desconfianza, cuando no abruptas descalificaciones, sobre todo cuando muy mayoritariamente está compuesto por trabajadores. Claro que si llevas decenas de años practicando el discurso de clase media y mirando hacia ella para buscar el voto, quizá no conozcas nada de los intereses y necesidades inmediatas de la clase a la que en el pasado decías representar. Cierto que a última hora los Melenchones, las Segolenes Royales y hasta los muy social-liberales Hollandes se van sumando oportunistamente a un tibio apoyo de lo que antes condenaron, no sea que acaben en un hoyo electoral mayor del que ahora están.

De la miopía de la izquierda y buena parte de los izquierdistas y comunistas españoles me sorprendo menos. Los conozco mejor. Su discurso es más o menos éste: hay gente de Le Pen, le han entregado la dirección del movimiento (lo que es tan estúpido como pensar que este partido ultraderechista está dispuesto a arriesgar su ilegalización, dado el cariz que van tomando los acontecimientos del incendio social en Francia, sobre todo cuando Marine Le Pen intenta dar un barniz de respetabilidad y moderación a su partido de extrema derecha). Lo que no se les ocurre a estas mentes clarividentes es que si abandonas y rechazas a un movimiento que nace de un aa demanda popular y hasta de clase, el vacío de influencia que tú dejas puede ser rellenado parcialmente por otro. Es de primera cartilla de marxismo.

Éste es el tipo de gente que confunde sus posiciones partidarias con las de todo un movimiento, lo que es propio de quienes se instalan en las redes sociales, sin un mínimo de formación política, imparten clases de su ignorancia y no participan de los movimientos populares porque recelan de ellos y temen el rechazo de los mismos, en lugar de ganarse su respeto por sus posicionesy su compromiso.

Que haya quien se atreva a decir que los chalecos amarillos se oponen a las ecotasas y a los impuestos para sostener el Estado del Bienestar, cuando los impuestos indirectos (iva, impuestos sobre los combustibles,...) históricamente han sido una medida reaccionaria y desigualitaria, y han sido precisamente los gobiernos franceses de la crisis los que han ido desmontándolo, es muestra de una profunda estupidez y de un revolucionarismo tan de cortos vuelos que aquí lo podrían comprar el PP o Ciudadanos y que en Francia lo aplaudiría rabiosamente Macron. Precisamente el mismo Macron que eliminó el impuesto a las grandes fortunas, que ahora planea bajar los impuestos a las grandes empresas y que él mismo afirma con orgullo que es el presidente de los ricos ¿Hay mayor afrenta a la clase trabajadora que alguien que hace esto trate de arruinarles mediante ecotasas y subidas brutales de los carburantes? Me temo que alguno de esos giliprogres si se declara el estado de emergencia en Francia y comienza una represión mucho más brutal que la que hemos visto estos días, acabará aplaudiéndola. Al fin y al cabo, algunos de ellos condenan la violencia ejercida por una parte de los manifestantes, como si los grandes cambios sociales se hicieran con batucadas, ponerse una nariz de payaso y hacer sentadas en las que te forran a hostias. Lo de que la medida del Estado francés sea una auténtica acción violenta y declaración de guerra contra la clase trabajadora...eso ya. Ellos lo cambiarían en las urnas ¡Ja!

A donde llegue el movimiento será cosa tanto del propio movimiento, como de la correlación de fuerzas en esa lucha, como de la traición de la izquierda francesa. No soy optimista al respecto, soy consciente de que es un movimiento inmaduro, centrado en lo inmediato, pero estoy convencido de que de las experiencias de las luchas, de sus avances y sus derrotas la clase aprende mucho más que de esperar sentada a que la inexistente vanguardia se cree un día con tanto cretino que la compone y venga con las tablas de la ley a salvarla.

De todas las aportaciones de las luchas de la clase trabajadora, que hoy no pueden ser más que autónomas y parciales, porque esa vanguardia se niega a nacer y prefiere oscilar entre las tentaciones parlamentarias y la nostalgia de Don Pepe, una de las más positivas sería la liquidación política de la izquierda por extenuación y zafiedad. Solo con una nueva generación de militantes, que no activistas, puede surgir el necesario instrumento del que hoy carece.