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27 de marzo de 2021

A PROPÓSITO DE LA PELÍCULA “NOMADLAND”

 Por Marat

¡Qué bellos son los bosques, y sombríos!

Pero tengo promesas que cumplir,

y andar mucho camino sin dormir,

y andar mucho camino sin dormir.”

(“Alto en el bosque en una noche de invierno”. Robert Frost)


Las compañías poderosas no sabían que la línea entre el hambre y la ira es muy delgada.”

(“Las uvas de la ira”. John Steinbeck)


El poeta Robert Frost y el novelista John Steinbeck representan dos antítesis de la visión de los Estados Unidos de Norteamérica.

El primero es voz lírica y embellecida de la ideología dominante en su país, el individualismo, la visión conservadora del concepto pueblo desde el alma de lo rural y el sentido de la independencia personal, que nos vuelve al individualismo.

El segundo, John Steinbeck, refleja la voz desgarrada de los que lo han perdido todo, de los desesperados, pero también de la esperanza en lo colectivo, expresada a través de la rabia bajo la que subyace el anhelo de organizar esa misma ira.

¿Por qué les cito a ambos autores? Paciencia. Todo tiene su porqué.

La película “Nomadland”, recientemente estrenada en cines, y previamente en plataformas de pago y gratuitas – si quiere verla es opción suya pagar o no. Yo no lo he hecho-, es una mezcla de las dos tradiciones a las que he aludido anteriormente.

Sí, hay denuncia, matizada, de las causas por las que l@s trabajador@s de 60 años y muchos más pierden sus viviendas, al desaparecer sus empleos, vinculados a la posibilidad de tener unas pensiones, ya que es solo la clase trabajadora norteamericana, no las empresas, la que cotiza por las mismas y, como consecuencia, se ven obligados a vivir en autocaravanas y furgonetas, viajando por todo el país a la búsqueda de trabajos temporales, por salarios de miseria (el parque de autocaravanas en el que duerme Fern, Frances McDormand, durante el breve período navideño de su trabajo en el alienante almacén de Amazon) es su expectativa de vida, seguir trabajando hasta la muerte.

Nueve millones de personas viven en estas condiciones en Estados Unidos, el país que antes fue de la esperanza de que partiendo de ser un niño repartidor de periódicos locales en una pequeña ciudad, uno podía llegar a ser dueño de una corporación de medios de comunicación. O eso es lo que nos ha contado su cine durante decenios.

A lo largo de la película veremos a McDormand realizando los más diversos empleos de mierda, como el de servicios de limpieza de lavabos públicos o procesadora de tubérculos -allá donde se encuentra a compañeros y compañeras de infortunio – mientras vemos desfilar a personajes que hacen de sí mismos, ya que todos los demás son extras que se representan a sí mismos y a sus miserables vidas, con la excepción de otro actor profesional, David Strathairn (Dave), que es su contrapunto enamorado de una mujer tierna y dura a la vez.

No se hagan ilusiones desde España. Aunque nos representen una realidad aparentemente mucho más dura para la clase trabajadora desde Estados Unidos, solo es porque su capitalismo es mucho más avanzado y precursor que el nuestro. Y, si no piensen en la desregulación de las relaciones laborales de los últimos 40 años, donde las ETTs, las plataformas de empleo flexible, las derogaciones legislativas sobre el empleo, la protección al desempleo y los planes de pensiones para quienes puedan pagarlos son el futuro porque nos están diciendo que los viejos somos insostenibles. Eso es España.

La crisis capitalista, cada vez más semejante la Gran depresión de 1929, es el resultado del fin de un espejismo de una clase trabajadora que aspiraba a ser medianamente burguesa entre 1945 y el principio de los años 70. Poco más de 25 años duró la mentira de que el trabajo nos iba a permitir mejorar nuestra situación de clase. A partir de 1973 el capitalismo descubrió que era necesario devolver a la clase trabajadora a sus condiciones históricas desde los finales del siglo XVIII hasta la Segunda Guerra Mundial. La crisis de acumulación exigía la concentración de capital y la estrategia de desposesión de las conquistas históricas de la clase trabajadora (David Harvey). Y la fiesta se acabó para la clase trabajadora pero como la avisan por fascículos, y enfrentándola en sus intereses conjuntos, continúa sin enterarse, adormecida por el opio de la autorrealización y la esperanza en un mañana mejor que no le llegará mientras acepte a sus amos.

Volvamos a la película.

Hay en ella un indudable valor de la solidaridad, en el campamento de los nómadas de Rubber Tramp Rendezvous, en la ayuda mutua entre los que se cruzan en el camino, en las pequeñas y miserables cosas que se regalan unos a otros el mechero, el cigarrillo, unas manoplas, pintura para disimular los conchones de la autocaravana de Fern,...como en los abrazos y los cuidados hacia quien se aproxima a la muerte por una metástasis cancerígena que no será paliada por una seguridad social sobre la que Obama mintió.

Pero la repetida frase de “nos vemos en el camino” esconde el viejo mensaje del individualismo del nómada que para en su viaje para reparar fuerzas y consuelo en lo colectivo sin ir más allá del romanticismo del viaje hacia ninguna parte en la espera de un mañana mejor que no construye un para todos.

No voy a ser yo quien intente disuadirles de ver una película estéticamente bella en sus imágenes – aunque cagar en una furgoneta atestada de objetos de la pobreza, entre retortijones, dentro de una cubeta no es hermoso-, con una música llena de lirismo, en la que los ojos de Frances McDormand llenan la pantalla de ternura y autenticidad. Solo por esa actriz ya merecería la pena verla.

Pero me pregunto por qué tanto los medios progres como los reaccionarios - ¿Dónde quedaron los simplemente conservadores?- insisten tanto en comparar “Las uvas de la ira” con esta película, cuando Jhon Ford se encargó de darle el mismo mensaje positivo que se ve en “Nomadland”, en su caso la familia unida hacia un nuevo amanecer, y en enfatizar la diferencia entre la novela de Steinbeck y la película de Chloé Zaho. Y, oigan, según pasan las horas y los días más me convenzo en que se está poetizando la miseria de los que ya no pueden ser ni explotados por el capital por tierra, mar y aire en Internet. Sospechoso. Ya solo falta que aparezca en algún programa tipo Sálvame o Supervivientes. Intereconomía y La Razón ya han hablado de la peli. En cuanto hable de ella Ayuso cambiaré mi voto...si me tragase el elegir entre los dados marcados que se me ofrecen. 

Quizá la respuesta a esa diferencia se encuentre en la escena de Fern que revive la misma experiencia que Linda May, una de las muchas extras de la película, emocionada por el vuelo de las golondrinas y el sentido de su mágica libertad. También en el hecho de que el relato de Steinbeck, a pesar de haberse convertido en la gran novela americana por sus valores estéticos, atisba la necesidad de organizar la rabia. Mejor decir que es demasiado cruda.

Tampoco soy de los que se tragan el mensaje de la hermana de Fern, para justificar ante sus amigos porqué su hermana es una desgraciada sin casa ni trabajo permanente, cuando afirma que ella es fiel al espíritu de los pioneros. Estos fueron unos hijos de puta, llegados de la peor basura de las religiones fundamentalistas de Europa, para asesinar a los indios y robarles sus tierras. Estos nuevos adelantados solo lo son del oscuro futuro de la clase trabajadora agotada tras decenios de trabajar para perderlo todo.

Y es que, al final de la película, el mensaje es el de la romantizada libertad del miserable que lo ha perdido todo y parece encontrar su emancipación de la dependencia material de su vida en convertirse en un Diógenes pero en fragoneta”, como si fuera una nueva pionera de las llanuras, solo que éstas no son verdes sino desérticas y en soledad.

De momento, Amazon les provee ya tanto de la novela de Jessica Bruder como de la película de Chloé Zhao. Y hará lo posible para que la última gane un Óscar. Más para la caja.

Al final volvemos  a Robert Frost.