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13 de enero de 2012

CONTRA KEYNES Y LOS KEYNESIANOS

Por Marat

(¿Por qué no me afilio al Partido Laborista?) "En primer lugar, es un partido de clase, y de una clase que no es la mía. Si yo he de defender intereses parciales, defenderé los míos. Cuando llegue la lucha de clases como tal, mi patriotismo local y mi patriotismo personal estarán con mis afines. Yo puedo estar influido por lo que estimo que es justicia y buen sentido, pero la lucha de clases me encontrará del lado de la burguesía educada". (John Maynard Keynes. De su conferencia “¿Soy un liberal?” recogida en “Ensayos en persuasión”, 1925).

(Tras su viaje a la URSS en 1925) “¿Cómo puedo adoptar un credo que, prefiriendo el barro a los peces, exalta al proletariado grosero por encima de la burguesía y la intelectualidad que, sean cuales sean su defectos, representan la calidad de vida y sin duda la semilla de todo progreso humano?”. (John Maynard Keynes, “Una visión corta de Rusia”, 1925)

Keynes no era laborista y mucho menos comunista. Esto es algo que saben todos aquellos a los que la crisis capitalista ha sometido a un curso intensivo y acelerado de economía. Excepto, según parece, las “izquierdas sistémicas” (1) que lo revindican día sí y día también, recitan fervorosamente el nombre de los apóstoles keynesianos, postkeynesianos, neokeynesianos–Krugman, Stiglitz, Bernanke, Minsky,...-, inspirados en tan docto credo, programas y alternativas para la salvación del sistema económico.

La salvación y supervivencia del sistema capitalista; ésta y no otra fue la motivación de Keynes al elaborar sus teorías económicas. Ésta y no otra es la intención de sus renombrados discípulos actuales.

La política contracíclica keynesiana, experimentada por primera vez como terapia contra la Gran Depresión del 29, ejecutada en el New Deal de Roosevelt, aplicada como doctrina fundante del Nuevo Orden Económico Internacional surgido en Breton Woods tras la II G.M. y en vigor hasta el asalto a los Estados iniciado por Tatcher y Reagan, se sustenta en 4 pilares básicos:

a) La centralidad del consumo o demanda y su mantenimiento o incremento que, junto con la inversión productiva, será la base que potenciará el crecimiento y el pleno empleo.
b) Una política monetaria que organice el flujo de inversiones y que se concreta en situaciones de crisis y recesión en bajos tipos de interés que permitan un más fácil acceso al crédito y, en consecuencia, a la inversión.
c) En ausencia de inversión privada suficiente es el Estado el que debe adoptar un papel de inversor. Este planteamiento no tiene nada de soviético. Para Keynes el protagonismo de la inversión debe corresponder siempre al sector privado y el Estado debe de intervenir sólo cuando es necesario por falta de entusiasmo inversor de los capitalistas ante una situación de crisis económica. Cuando la actividad privada se recupere el Estado debe retirarse. En este punto las diferencias entre un sector de los liberales actuales y el keynesianismo es difícil de detectar. No en vano Keynes era miembro del Partido Liberal británico, algo que muchos de quienes lo exaltan sin conocerle apenas seguramente desconocerán.
d) Y muy importante dentro del esquema teórico de intervención contracíclica propuesto por Keynes: la necesidad de regulación del sistema financiero para evitar que éste se vuelva disfuncional al sistema económico.

Pero resulta que el recetario keynesiano no funciona en la actual crisis capitalista ¿Por qué digo esto? Vayamos a cada uno de los puntos anteriores para comprobar lo que acabo de afirmar:
1) En primer lugar esta crisis capitalista no es de subconsumo sino fundamentalmente de sobreproducción, aunque tiene componentes inversores ligados a la especulación financiera.
Desde 1970 hasta finales de los años 90 la producción mundial de bienes y servicios (PIB mundial) se ha disparado, aunque con comportamientos irregulares de subidas y descensos, con una marcada caída en 2009, año en el que la crisis sistémica se expresó con todo su impacto.
Basten los gráficos de la producción industrial y de servicios en España y en la zona euro de 1996 a 2011 que presentamos a continuación para constatar cómo la situación de sobreproducción y, en consecuencia, de sobreoferta se va volviendo insostenible al aproximarse la primera década del nuevo milenio y de forma más acentuada una vez iniciada la actual crisis sistémica del capitalismo

Producción de la industria manufacturera















Producción en los servicios













Sectores como el del automóvil o construcción de viviendas (con 6 millones de pisos vacíos en España) son sólo una muestra de una capacidad de producción y, en consecuencia, de oferta muy por encima de las necesidades reales en unos casos y de la capacidad de absorción por la demanda en general.

Paradójicamente, la evolución de los salarios ha sido desde bastantes años antes de la crisis decreciente en términos relativos (en relación a su capacidad adquisitiva) (2) y en términos absolutos a partir del estallido de la crisis, tanto en los países más desarrollados como en la mayoría de los emergentes.

Entonces, ¿cómo es posible que se mantuviera una sobreproducción capitalista durante los períodos expansivos previos y posteriores a los ciclos de crisis?
Les responderé con otra pregunta a su vez. ¿Se han preguntado ustedes alguna vez cuando se produjo la gran eclosión de las tarjetas de crédito? Fue en 1970, justo tres años antes de la primera de las grandes crisis capitalistas tras el crack del 29. Tras la crisis del 73 ya nada volvería a ser igual para los ciclos capitalistas de expansión y contracción. Recomiendo en relación a esta cuestión la lectura de interesantísimo articulo, que ya tiene algún tiempo, de Jorge Beinstein, La crisis en la era senil del capitalismo. Esperando inútilmente al quinto Kondratieff” (3).

En estos 40 años de alternancia sucesivamente acelerada de crisis y crecimientos del capitalismo el consumo a crédito, bien sea mediante las populares tarjetas VISA, MASTERCARD, AMERICAN EXPRESS u otras, o a través de los préstamos personales bancarios, ha sido el modo de intentar mantener una demanda que de modo natural se hubiera situado por debajo de las capacidades de producción del sistema capitalista, dado el descenso paulatino de la capacidad adquisitiva de los salarios.

Conforme los salarios descendían y los precios de los productos y servicios se iban encareciendo la vida a crédito se fue convirtiendo en la forma habitual de pago entre amplios sectores de las clases trabajadoras y medias. Ello hasta el punto de que el crédito “revolving” (el más caro, con intereses que oscilan entre el 10 y 24%) se fue implantando entre sectores con dificultad de acceso a los créditos normales por riesgos de insolvencia, las clases trabajadoras con menor capacidad económica.

Todo este tinglado de sobreproducción con consumo sobreinducido se mantuvo hasta que la burbuja pinchó por su punto más débil: las hipotecas subprime. Y el tinglado acabó viniéndose abajo y la sobreproducción devino crisis de producción.

2) En la mayoría de los países centrales del capitalismo en crisis los créditos ya son muy bajos y en algunos rondan el 0% de interés, con lo que difícilmente habría margen de maniobra para el crédito a la inversión productiva; ello en un contexto en el que la oferta difícilmente podría encontrar una favorable acogida en un mercado con decreciente capacidad de demanda.

3) En cuanto al papel de inversor para estimular la economía, lo cierto es que las políticas liberales han hecho caso omiso de sus principios para comportarse como keynesianos un tanto peculiares: salvataje del sistema financiero, ayudas a la industria del automóvil, préstamos a fondo perdido a sectores energéticos estratégicos (eléctricas,...), etc. La administración Obama ha sido más puramente keynesiana en algunos casos, emprendiendo importantes proyectos de obra pública con la modernización de su vetusto sistema de carreteras, y practicando un keynesianismo perverso en el resto: inyectar dinero en sectores económicos clave para salvarlos pero sin control estatal.

El problema es que ese papel inversor de los Estados no ha ido destinado a incentivar la economía y el consumo sino a salvar sectores clave en la misma: los bancos en un sistema financiero que prefiere prestarle dinero a los Estados con las ayudas obtenidas de estos, en lugar de realizar su actividad natural, el préstamo a particulares y empresas.

Cuando los Krugman, los Bernake o los Stigliz piden más intervención del Estado en la economía real del sistema parecen no entender que la economía real es esto: un sector financiero que atiende a su propia esencia de ser, la usura -y no hay usura más lucrativa que la que pueda practicarse a los Estados- y sectores productivos industriales del todavía primer mundo que están siendo barridos por la oferta de países emergentes con mano de obra más barata y masiva y a los que los Estados sólo pueden darles oxígeno para prolongar lentamente su agonía si no quieren comportarse como liberales puros y dejarlos morir.

Por otro lado, las propias transnacionales crearon las crisis de sus empresas en los países centrales del capitalismo al deslocalizar la producción hacia el Tercer Mundo y los países emergentes, despidiendo a cientos de miles de trabajadores y contribuyendo a una menor capacidad de consumo de los productos que anteriormente fabricaban en aquellos países. Y eso es algo que difícilmente podrán parar las políticas keynesianas de incentivación de la inversión porque no harían otra cosa que alimentar a la bestia del chantaje de las transnacionales hacia los trabajadores de los países centrales del capitalismo que exigirán nuevas condiciones salariales y de trabajo más y más lesivas para sus empleados. Salvo que la intervención del Estado en la economía fuese definitiva –mediante la nacionalización de sectores estratégicos- y no transitoria y durante el período de la crisis capitalista pero eso es algo de lo que los keynesianos –liberales moderados- no quieren ni oír hablar. ¡Apartad de nosotros la tentación bolchevique!, gritan a coro.

4) El último punto, el relativo a la regulación del sistema financiero indica hasta qué punto los keynesianos han dejado de comprender el mundo en el que viven.

La estructura financiera y monetaria de Bretón Woods, en gran medida creada a imagen y semejanza de las teorías económicas de Keynes, ha sido demolido por la globalización del mercado financiero mundial y su desregulación, iniciada a partir de Nixon (fin del respaldo del dólar en el oro) y acelerada desde la época de Tatcher y Regan (consulten información sobre el Consenso de Washington): la desaparición de los tipos de cambio fijo, la ruptura de la paridad oro-dólar, la inestabilidad internacional de las tasas de interés, el creciente desarrollo de las operaciones bancarias fuera de balance, la privatización de las agencias de calificación de riesgo, participadas por grandes entidades de inversión, la creciente concentración de los mercados financieros en muy pocos intermediarios que mueven ingentes cantidades de dinero en muy poco tiempo, atacando a economías nacionales grandes y pequeñas a través de gigantescos conglomerados financieros, la opacidad del sistema financiero y bancario internacional con sus intocables paraísos fiscales, la excesiva titulación de la deuda a través de mercados secundarios, el abuso de instrumentos derivados, la desaparición de las fronteras entre banca de depósito y banca de inversión (donde existía previamente),...así lo evidencian.

El nuevo mundo liberal a escala global mundial ha dejado sin resortes de intervención a los Estados. Las sucesivas cumbres del G-20 y de Presidentes de la UE y su parálisis en la toma de decisiones así lo evidencian.

A estas alturas seguir sosteniendo el argumento de la falta de voluntad política de los gobernantes para intervenir sobre los mercados es una falacia estúpida propia de ignorantes y oportunistas políticos que tratan de esconder el hecho de que los políticos profesionales, como casta con unos intereses de permanencia en la dirección del sistema político, se están garantizando con su inacción el pase a la reserva, desplazados por los chicos del maletín de Goldman Sachs, Monti y Papadopoulus ahora, y mañana de cualquier otro “gestor” financiero de los globalistas del Nuevo Orden Internacional (NOW). Los suicidios políticos individuales pueden darse pero los colectivos no.

Los keynesianos tienen otros problemas añadidos a su dificultad para comprender el mundo de la globalización capitalista y financiera mundial configurado tras el fin de Bretton Woods.

Un primer problema nace de su visión aristocratizante y elitista de la economía, la política y la vida en general. Pretenden que en el momento actual el Estado y los políticos vuelvan a intervenir sobre la economía, impulsándola y, sobre todo, regulando su actividad pero no son capaces de decirnos de dónde saldrá esa fuerza conativa de los Estados sobre las formidables fuerzas económicas mundiales que concentran mucha mayor liquidez de dinero que el conjunto de los gobiernos del mundo. Quisieran que esa intervención política se produjese pero no son capaces de admitir que sin la entrada en escena masiva de las masas trabajadoras como fuerza de choque contra el capitalismo desbocado es imposible porque sólo ellas pueden tanto mover como parar el mundo. Pero eso podría ser peligroso para la estabilidad de un sistema que se basa en el pacto social; pacto social que estimuló el propio keynesianismo.

Prefieren entrar por la puerta de atrás y apelar al ciudadano, desde su énfasis en el consumo dentro de su modelo teórico. Es menos connotador de la posibilidad de la lucha de clases que la apelación a la presión por parte de los trabajadores. Roosevelt fue más inteligente que ellos y en USA se alió parcialmente con los sindicatos, a través de la Warner Act, para hacer presión sobre las grandes corporaciones. Pero eso fue en USA donde la tradición izquierdista de los sindicatos era más limitada. A pesar de ello los keynesianos actuales han aprendido bien la lección de cómo la crisis del 29 activó la combatividad de las izquierdas y los sindicatos, aunque no llegara toda la sangre del capitalismo al río, y no quieren correr el riesgo de que ahora ocurra.

Una segunda fuente de los problemas teórico-prácticos de los keynesianos radica en que obvian que el daño hecho por el capitalismo al que pretenden volver a regular es tan grande que para llevar a cabo una intervención suficientemente eficaz sobre la economía ésta ha de ser tan profunda, radical y audaz que desbordaría con mucho la legitimidad de las constituciones burguesas, tan respetuosas con la iniciativa privada, la libertad de empresa y la propiedad privada. ¿Se atreverían los señores keynesianos a apostar por un modelo de planificación económica de capitalismo de Estado tan avanzado como el que fue en su día el de la Francia de de Gaulle? Esperen, no me contesten. NO. Señores keynesianos, sus medias tintas en economía son tan pudorosas ante esta crisis como una cataplasma en el cuerpo de un enfermo terminal de cáncer.

Otra de sus hipótesis fallidas estriba en no comprender que los Estados se han quedado sin resortes legales para domeñar a un capitalismo que actúa contra ellos trasladándoles sus deudas, una vez rescatado, temporalmente, de su crisis financiera. Cualquier intento de controlar al capitalismo deberá ser por la fuerza.

Hay que añadir a todo lo anterior que los keynesianos no entienden que su llamada a que los principales gobiernos del mundo intervengan globalmente para regular el capitalismo desbridado va directamente contra su creciente tendencia a actuar bajo la doctrina Sinatra “My Way”.

La desconfianza entre gobiernos de países miembros de la zona euro (países más ricos frente a los PIIGS), de los miembros de la zona euro con los que no lo son dentro de la UE (Gran Bretaña frente a Alemania y Francia), de Europa frente a USA, de USA frente a China, de USA y Europa frente a los BRIC y otros países emergentes,...pronto se irá materializando en políticas crecientemente proteccionistas de unas áreas geográficas económicas frente a otras e incluso de unos países pertenecientes a dichas áreas frente a otros socios de las mismas. Las tensiones dentro de la UE y de las cumbres del G-20 son evidencias que así lo señalan. No parece esa la tendencia que marque un creciente clima de cooperación necesario para establecer acuerdos que supongan el renacimiento de un Bretton Woods II.

Cuando la amenaza de la crisis avanza en forma de efecto dominó sobre el conjunto de las economías nacionales del planeta y los gobernantes constatan que no parece haber antídoto conocido contra la pandemia, lo que se impone entre ellos es un conjunto de reacciones que integran el más variado abanico de comportamientos: pánico (de momento aún controlado), cautela excesiva, medidas desesperadas, improvisación, inmovilidad, confusión, enfrentamiento del todos contra todos,...Por más que se empeñen los keynesianos, la salida que escoge el capitalismo y sus gobiernos vuelve a ser de nuevo, como en la Gran Depresión, el conflicto y, posiblemente a corto-medio plazo, la guerra.

Ignoro si alguna de estas reflexiones pasó por la cabeza del señor Paul Krugman cuando trabajaba en Enron, la empresa energética que defraudó a USA mediante la creatividad contable de su ingeniería financiera, auténtico paradigma de las consecuencias de la desregulación, o al señor Ben Bernanke, neokeynesiano nombrado por George W. Bush (el hijo tonto del primer Bush que ocupó la Casa Blanca) Presidente de la Reserva Federal USA (FED); la misma FED que ha impulsado la liberalización del mundo bancario y de ese modo ha querido destruir el sistema bancario europeo (4) y el mismo señor Bernanke que fue acusado de falta de transparencia en su actuación como presidente de la FED y de presionar al “Bank of America Corp. –para que- completara la compra de Merrill Lynch” (5), comportándose él mismo como un lobbysta. Desconozco también si el señor Joseph Stiglitz ex vicepresidente y ex economista jefe del Banco Mundial, brazo bancario del FMI, y participante el pasado verano “indignado” en el I Foro del M 15-M, habrá pensado en cuestiones similares a las que señalo.

Sinceramente tengo la impresión de que los economistas keynesianos, neokeynesianos, postkeynesianos y toda la larga taxonomía de estos liberales moderados, no lejanos a la tradición de Stuart Mill, mantienen con los llamados neoliberales, los monetaristas y los seguidores de la escuela austriaca (anarcocapitalistas incluidos), muchos de ellos no lejanos al pensamiento de David Ricardo, una pelea amañada de antemano. Una pugna entre liberales moderados y radicales pero liberales, al fin y a la postre.

Ellos, los keynesianos, se han agarrado un berrinche descomunal al ser desplazados de sus espacios de poder –los que van más allá del ámbito académico- en las instituciones financieras, bancarias, organismos internacionales y, en general, cercanos tanto al poder económico como a los gobiernos, a los que rondan cantando bajo su ventana, en la espera de que estos comprendan, antes de que sobrevenga el desastre definitivo, que ellos son la última trinchera de defensa del sistema capitalista.

Olvidan que aquellos marxistas que no nos escondemos tras ninguna escuela económica enemiga de la lucha de clases vemos en la crisis sistémica actual del capitalismo la oportunidad para deshacernos no sólo del llamado neoliberalismo, que es la vuelta al liberalismo decimonónico y a lo que él representa para los trabajadores, sino directamente del capitalismo y de todas las tribus de economistas liberales que lo defienden, incluidos los keynesianos.


Si este es el retrato real de los keynesianos. ¿a qué juegan aquellas izquierdas que los reivindican?
Para entender esta cuestión cabría volver a la expresión “izquierdas sistémicas” que hice al principio del artículo y que definí en la nota (1) del mismo. Para acompañar esta categorización nada mejor que la distinción entre las izquierdas que hacía el tristemente desaparecido marxista Adolfo Sánchez Vázquez y que reproducía el miembro del PRD Adolfo Gilly en un artículo recientemente publicado (6). Decía así Sánchez Vázquez en relación con las izquierdas:

“Izquierda puede ser un término equívoco. Me parece preferible usarlo en plural: no la izquierda sino las izquierdas. Tendríamos así al menos cuatro izquierdas: una izquierda democrática, liberal, burguesa, connatural al sistema capitalista; una izquierda socialdemócrata, que quiere mejorar las condiciones sociales dentro de los marcos de ese mismo sistema; una izquierda social, que es crítica del capitalismo pero no le ve una alternativa, representada sobre todo por los movimientos sociales (el movimiento antiglobalización está dominado claramente por los keynesianos, como lo prueba su línea claramente reformista: el texto entre paréntesis es mío); y una izquierda socialista, opuesta al capitalismo, que propone una nueva organización de la sociedad.”

Actualmente la izquierda socialiberal, de abandonada matriz socialdemócrata, los excomunistas (pueden llevar el nombre comunista en su denominación) que abandonaron el marxismo, aunque periódicamente lo reivindican para satisfacer a una parte de sus bases situadas a la izquierda de la organización, y buena parte de la autodenominada “izquierda radical” –la de militancia social movimientista- recita los últimos gorgoritos del día de los Krugman, los Stiglitz,... y de sus respectivos delegados nacionales. El lector de cada país podrá poner el nombre que corresponda a esos discípulos de Keynes que pululan alrededor de las izquierdas sistémicas y dentro de ellas y que marcan sus partituras económicas y las letras musicales que ensalzan las leyes reveladas del maestro británico.


Las izquierdas keynesianas, muy mayoritarias en el conjunto de lo que culturalmente llamamos izquierdas, abogan por soluciones económicas de este tipo como alternativa a la crisis del capitalismo, aún a sabiendas de que no son viables al hacerlas imposibles la globalización, la ausencia de resortes reguladores de intervención y la carencia de poder de las instituciones políticas, porque si abandonaran a Keynes y a su apóstoles tendrían que asumir que la única posición coherente es lo que Marx nos recuerda de nuevo: la necesidad de una revolución socialista, hoy a escala mundial porque mundial es la crisis capitalista y es necesario oponer una fuerza tan poderosa como la formidable que aún mantiene el capital. Pero eso les obligaría a una autocrítica sobre la trayectoria que han seguido hasta ahora: unos social-liberales, otros reformistas, otros meros radicales coordinadores de movimientos antiglobalización en los que la Iglesia Católica, los movimientos tipo ATTAC y los que pretenden otra globalización “más justa” son la fuerza determinante.

Para las “izquierdas sistémicas” el keynesianismo es una cómoda parada a la espera de que la crisis capitalista escampe porque no creen que sea posible la revolución social y, probablemente, ni siquiera la deseen.

Esto explica la obsesiva y sistemática declaración de antineoliberalismo por una parte de esas izquierdas, sin aludir al capitalismo, como si lo que llaman neoliberalismo no fuera una de las muchas estrategias del capitalismo y una declaración de anticapitalismo vacía, por otro sector de las “izquierdas sistémicas” que, cuando se concreta en su programa económico, es puro destilado Keynes.

En su fuero interno aún confían en que sea posible una fase de recuperación económica mediante una etapa expansiva que permita abrir un ciclo de luchas reformistas y salariales que permita recuperar el nivel de vida perdido por los trabajadores y la restitución de un Estado del Bienestar que, en realidad, ha muerto para siempre.

Las izquierdas, si lo son, no necesitan en el momento actual presentar un programa económico de gestión de la crisis capitalista, que no podrán llevar a cabo porque la fuerza ya no está en las instituciones políticas, sino empezar a tomar en cuenta las palabras de la Secretaria General del Partido Comunista Griego (KKE), Aleka Papariga, seguramente uno de los que mejor está entendiendo la esencia real de la situación actual:
“Cuando decimos al pueblo que el sistema capitalista –refiriéndonos al sistema capitalista de Europa que ha cumplido todo su ciclo– hoy objetivamente no puede dar soluciones, que ha dado todo lo que podía dar, esto significa que no esperen que el KKE participe en el sistema político burgués, en un gobierno de gestión de un sistema que no puede dar nada.” (Entonces habla del derrocamiento del sistema, sugiere el periodista que la entrevista) “Por supuesto” (7)

Ignoran que cuando renuncian a preparar la revolución social, que cuando se centran en la demanda de reedición de un nuevo pacto social, que cuando emiten un discurso dirigido a las clases medias y el “ciudadanismo”, olvidando que los capitalistas han planteado una lucha de clases que nos lleva a la situación de la clase obrera en la Inglaterra de Engels, están abonando el terreno a cualquier salida progresista a la crisis, incluso reformista, porque han negado toda fuerza transformadora a un proyecto emancipador de los trabajadores. Y las banderas que no se levanten desde una izquierda revolucionaria se acabarán izando desde el color negro o pardo de los demagogos y oportunistas que agitarán un populismo reaccionario que ya no irá contra el capital, aunque lo haga nominalmente, sino contra aquellos sectores a los que sea posible satanizar –inmigrantes, minorías étnicas, mujeres, pobres y excluidos,...-para expresar una rabia colectiva que suelte presión a una olla que acabará por explotar.





NOTAS:
(1) En varios artículos he empleado la expresión “izquierdas sistémicas”. Hora es de que defina, siquiera provisionalmente y como primera aproximación al concepto, la misma.
Por “izquierdas sistémicas” entiendo aquellas cuyas identidades de origen se vieron metabolizadas por el pacto social tácito o expreso que establecieron con el poder económico y político en el proceso de creación y asentamiento de los Estados del Bienestar en los países centrales del capitalismo.
El desarrollo del Estado del Bienestar, a cuya edificación contribuyó el modelo keynesiano de estímulo a los mercados desde el Estado, exigía a cambio una paz social en lo sindical y político, paz social que fue garantizada por la socialdemocracia primero, buena parte de los partidos comunistas (fundamentalmente los de estrategia eurocomunista) después y, como última aportación desde finales de los años 90 del pasado siglo, de buena parte de la autodenominada “izquierda radical”.
De este modo, lo que en origen fue una izquierda de matriz marxista o influida por el marxismo, en mayor o menor medida, pasó lenta pero inexorablemente a integrar el keynesianismo como variante económica e ideológica de lo que Bernstein y otros reformistas habían postulado con anterioridad: que en el desarrollo del sistema capitalista la lucha pacífica de los trabajadores iría posibilitando la transición hacia el socialismo, ahora por la vía del bienestar. Lo cierto es que Keynes jamás pretendió el socialismo ni nada que se le pareciera sino la consecución de toda la potencialidad del capitalismo.
Pero el derribo y muerte del Estado del Bienestar a manos de un capitalismo globalizado que no necesita ni quiere un pacto social porque sabe que no tiene nada que temer de unas agónicas “izquierdas sistémicas” ha dado la puntilla definitiva a dichas teorizaciones y a las estrategias de mera acomodamiento al capitalismo de aquellas.
Es previsible que las “izquierdas sistémicas” desaparezcan con el propio Estado del Bienestar.

(2) http://dwt.oit.or.cr/images/stories/boletines/B4_informeMundialdeSalarios.pdf Datos oficiales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)
(3) http://www.espai-marx.net/ca?id=1091
(4) Entrevista al economista Marcello De Cecco: “La FED debilitó nuestro sistema”: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-185275-2012-01-12.html
(5) http://online.wsj.com/article/SB124597417288857355.html#mod=2_1362_leftbox
(6) http://www.jornada.unam.mx/2012/01/02/opinion/013a2pol
(7) http://es.kke.gr/news/news2012/2012-01-05-sinentefxi-aleka/





30 de diciembre de 2011

POR UNAS IZQUIERDAS QUE NO NOS AVERGÜENCEN

Continuación de “Construir el presente, dibujar el futuro”

Por Marat

“-¿Por qué empieza de pronto este desconcierto
y confusión? (¡Qué graves se han vuelto los rostros!)
¿Por qué calles y plazas aprisa se vacían
y todos vuelven a casa compungidos?
Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron.
Algunos han venido de las fronteras
y contado que los bárbaros no existen.

¿Y qué va a ser de nosotros ahora sin bárbaros?
Esta gente, al fin y al cabo, era una solución”.
(“Esperando a los bárbaros”. Kostantin Kavafis)

“El dolor es la verdad, todo lo demás está sujeto a duda”
(“Esperando a los bárbaros”. John Maxwell Coetzee)

Los bárbaros de Kavafis y Coetzee no lo son tanto por su fiereza ni por su tosquedad como por el significado original que les atribuyeron los habitantes del decadente Imperio Romano de Occidente: el de extranjeros o extraños a su sociedad.

Si trasladamos esa idea de bárbaros como extraños o ajenos y la extendemos a la estructura social y política, en el declinante Sistema Capitalista de Occidente no hay bárbaros que sean la solución para una sociedad enferma. No existe el sujeto político con voluntad de destruir el conjunto del edificio social, económico y político que, carcomido por dentro, amenaza con sepultar a la sociedad en el derrumbe controlado de sus salas más “dignas” –las que hasta hace muy poco tiempo albergaban sucedáneos de justicia social, igualdad y solidaridad- por parte de los globalistas del Nuevo Orden Mundial para lograr la más descomunal concentración de la riqueza en el mínimo de manos que la humanidad haya conocido.

En un mundo que agoniza, la ausencia de fuerzas que le den fin y que abran paso a otra forma de sociedad más habitable es el más grave de sus problemas porque supone la ausencia de salidas a la terrible expectativa del retroceso colectivo a un nivel en el que las condiciones de vida de la gran mayoría de la sociedad se degraden muy por debajo de lo que comúnmente aceptamos como humanas.

La inmensa mayoría de quienes hoy formulan una crítica al capitalismo lo hacen desde presupuestos económicos y políticos que no suponen una ruptura con el mismo sino un intento de ajuste frente a lo que hoy constituye la psicosis del sistema.

La inmensa mayoría de eso que culturalmente seguimos llamando por inercia las izquierdas hoy no son anticapitalistas, ni aunque se proclamen tal. Se conforman con declararse “antineoliberales”, declaran no a Marx su profeta sino a Keynes su santón. Frente al carácter incendiario de un capitalismo senil pero lo bastante poderoso para convertir a los asalariados en esclavos al borde de la supervivencia, las izquierdas optan por actuar como pudorosas guardesas y amas de llave de un pacto social (1) que ha sido unilateralmente roto por el capital y piden su reconstrucción, negándose a encabezar el llamamiento a una revolución social. Renuncian a declararse liberadas del contrato social al que se han mostrado sumisas durante tantos años del Estado del Bienestar -edificado sobre la pobreza y extracción de la plusvalía al Tercer Mundo- y a levantar un discurso de recuperación de su identidad original que no podría ser otro que la lucha contra el capitalismo.

Son “izquierdas sistémicas” metabolizadas por el Estado del Bienestar, hoy en proceso de voladura, y que corren el riesgo severo de agonizar con su muerte.

Hoy las izquierdas se han convertido en el último bastión conservador de un modo de vida, de unas relaciones sociales de producción, de un tipo de Estado ya quebrados definitivamente por la vuelta al decimonónico Estado liberal que vuelve a ser también Estado policía.

Los enemigos de la clase trabajadora han hecho girar tanto en unos pocos años la tuerca de la opresión económica y social que ya es imposible contar las vueltas de su rosca. Cada nuevo atentado contra las conquistas sociales de los trabajadores entierra en el olvido los anteriores retrocesos. Ante una situación tal, unas izquierdas que se mantienen fijas en el mismo punto, sin aceptar que ya no gestionarán el Estado social de la burguesía porque ésta le ha matado y que su crítica periférica, culturalista, democratista y altermundista es inútil porque no va a la raíz de la vieja/nueva realidad, se convierten, inevitablemente, en derechas reaccionarias; si entendemos por reaccionarias las ideas que pretenden restaurar un estado de cosas anterior al presente. Cuando el enemigo de clase destruye aquello que pactó a cambio de legitimación y paz social, la insumisión y la destrucción de su “orden” social es la única opción progresista legítima.

Pero ¿es cierto que las izquierdas se mantienen fijas en el mismo punto? En esto, como en muchas otras cosas de la vida, es necesario matizar.

Si rebuscamos en las corrientes social-liberales, herederas bastardas de una socialdemocracia que, al menos desde los años sesenta del pasado siglo, se había convertido en gestora del capitalismo, encontramos que en sus principales corrientes ya sólo queda una retórica vacía de contenido en la que es difícil de encontrar rastros de un discurso y de un proyecto que tengan algo de social.

Tomemos el caso de los PPSS que han gobernado hasta hace poco tiempo con la crisis capitalista azotando a las economías de sus países (España, Grecia, Portugal, Gran Bretaña,...en ninguno de ellos están ya en el gobierno, en un mapa europeo gobernado por conservadores y liberales). Han puesto en práctica políticas de recortes sociales y del gasto público y han sido fieles adaptadores de las recetas liberales, aunque en algunos casos con un aterrizaje en las mismas más suave que las derechas. Este matiz, como ya estamos empezando a comprobar los españoles con el Gobierno Rajoy no es poco, en términos de dolor y sacrificio humanos, pero no deja de ser frustrante que esto sea todo lo que nos pueden ofrecer los ex socialdemócratas.

Cínicamente, en cuanto pierden el poder empiezan a hablarnos de la necesidad de políticas expansivas y de inversión pública, de recuperar “una defensa clara de las políticas socialdemócratas”, ¡cómo si no la hubieran dejado de ser socialdemócratas muchos decenios antes de la crisis capitalista! ¿Cuánto tiempo hace que desaparecieron de los programas de la socialdemocracia el internacionalismo de clase, la nacionalización de la banca, la socialización de los medios estratégicos de producción y la participación de los trabajadores en las decisiones de gestión de los mismos? Esa era la socialdemocracia original y no todo el resto de basura impuesta en su nombre. El nombre socialista en esos partidos es hoy un sarcasmo que ofende a las personas decentes de izquierda. El arrepentimiento posterior a las políticas que primero pusieron en práctica es la cantinela a la que el mundo de la Internacional Socialista nos tiene acostumbrados, quizá un viejo residuo del hipócrita trámite del examen de conciencia previo a la confesión católica. Pero la estrategia para hacerse perdonar sus desmanes anteriores se agota cuando el capitalismo globalizado se ha merendado las últimas migajas que quedaban por redistribuir y ya no queda nada social que ofrecer ni que redistribuir.

Derecha liberal o conservadora e “izquierda” socialiberal, sola o en combinación con progresistas, excomunistas o verdes, alcanzan gobiernos no por sus programas sino por hartazgo del partido/s que está/n hasta ese momento en ellos. La cuestión programática es un asunto absolutamente banal porque ni se cumple ni marca nunca diferencias sustantivas respecto al “modelo de sociedad” y casi siempre tampoco frente a las terapias ante la crisis planteadas por la derecha oficial. La democracia se ha convertido no en el medio de elegir al gobernante sino, por desgracia, como decía el ultraliberal Karl Popper de “quitarse de encima los Gobiernos insoportables”. Poca cosa si los nuevos van a seguir haciendo más o menos lo mismo.

En el momento presente la corriente política que conforman los PPSS es un barco a la deriva, que ha perdido el timón, el palo mayor y tiene una profunda vía de agua en su costado. Pero discuten de cosas tales como qué rostro de timonel será más atractivo para la marinería, la recentralización de la democracia en su discurso, cómo retomar la cuestión de la igualdad -ahora que han perdido la oportunidad de ponerla en práctica desde sus gobiernos- cómo comunicar mejor a la sociedad, o cómo estar más cerca de ésta, aunque no tengan nada nuevo que ofrecerle. Los “expertos” politólogos de su órbita aluden a también a cuestiones relativas al marketing político: el perfil de un partido moderno del siglo XXI en una sociedad compleja, la elaboración de un discurso propio de un partido solvente, serio, riguroso, y la discusión del proyecto y del modelo de partido. Bla, bla, bla. Bazofia intelectual que avergonzaría a un estudiante de 1º de Ciencias Políticas y les aseguro que el temario es de lo más generalista y de baja exigencia formativa.

En cuanto a los excomunistas y a sus marcas electorales, muchos de los cuales mantienen el nombre en sus organizaciones, y a la mayor parte de la “izquierda radical” que se hace llamar a sí misma “alternativa”, quizá más por su deseo irrefrenable de serlo electoralmente frente a los primeros que por ofrecer una alternativa al capitalismo, se encuentran mucho más cerca de la crítica al capitalismo desde planteamientos neokeynesianos –rezan con ungida devoción a los Galbraith, entre los difuntos santones económicos, y a los Navarro, los Torres López, los Stigliz o los Krugman, los Lapavitsas,... entre los vivos, todos ellos reunidos en santo recogimiento por la reformista ATTAC- que desde el marxismo. Marx queda para ambos como un recurso para subir ocasionalmente el tono izquierdista pero se alejan de él avergonzados ante el primer señalamiento como seguidores de un pensamiento “desfasado” por parte de cualquier analfabeto político que les reproche su falta de “modernidad” o les exija un discurso que integre “lo nuevo”.

Señores excomunistas y también de la “izquierda radical” de la que luego hablaré, Keynes no era un socialista. Simplemente era un economista capitalista que buscaba incrementar la eficiencia del capitalismo y disminuir sus factores de inestabilidad mediante la intervención pública. ¿Es eso lo que pretenden ustedes, incrementar la eficiencia del capitalismo y disminuir sus factores de inestabilidad? Nos ahorraríamos mucho esfuerzo en saber qué queda en ustedes de izquierda conociendo su empacho keynesiano.

¿Qué ha aportado la corriente excomunista a la idea de la izquierda en los años anteriores y en los actuales de la crisis? Poca cosa propia, salvo la de intentar convertirse ellos mismos en los auténticos socialdemócratas, en la vieja idea de ocupar los espacios que los social-liberales dejan vacíos, lo que no deja de ser un viraje hacia su derecha.

No es original ni propio el copia y pega zafio y oportunista de hacer suyo el discurso “indignado” de “democracia frente al capitalismo financiero” (no socialismo frente al capitalismo global, ¿o es que el capitalismo financiero no es parte del capitalismo como sistema general), “revolución ciudadana” (no de clase) el uso abusivo del término “ciudadanos”, auténtica amanita faloides que envenena el concepto de clase social, disolviendo la lucha de clases en una macedonia ideológica en la que el enemigo se escamotea porque desaparecen tanto éste (la burguesía capitalista) como el sujeto social que ha de combatirlo, unidos ambos en una misma categoría “cívica”. ¿Tanto alejarse de la revolución de 1917, por eso de ser modernos y actualizar el discurso, para acabar retrocediendo hasta la Revolución de 1789? Si al menos hubieran adoptado la posición ideológica de los sans-culottes o de los cordeliers cabría pensar que aún puede esperarse de ellos algo provechoso para la izquierda, aunque fuera retrocediendo más de 200 años

¿Ignoran estos excomunistas que la categoría “ciudadanos” ha sido esgrimida por la derecha política y económica desde hace muchos años antes de la crisis capitalista para oponerla al de trabajadores? ¿Acaso desconocen cómo se han empleado a fondo desde esa derecha para desacreditar el ejercicio del derecho a huelga por parte de cualquier colectivo de trabajadores con capacidad de presión para defender los sacrosantos “derechos de los ciudadanos”? No les vendría mal la lectura de un libro muy esclarecedor y oportuno al momento actual de cómo se antagonizan los conceptos obrero-ciudadano. Escrito hace unos veinte años, el libro del tristemente desaparecido sociólogo comunista Andrés Bilbao, es“Obreros y ciudadanos. La desestructuración de la clase obrera”. Quienes tuvimos la fortuna de ser alumnos suyos nunca olvidaremos su rigor analítico, su compromiso político, su brillantez y su capacidad de aportar renovación al marxismo sin restarle un ápice de su contenido revolucionario.

Si hablamos de ese espacio político de difícil delimitación llamado “izquierda radical” o “izquierda alternativa”, en el que a título individual hay quienes se declaran comunistas pero raramente lo hacen sus organizaciones, tenemos un espectáculo devastador: gentes que se identifican políticamente con intelectuales que justifican los pasados bombardeos a Libia, economistas keynesianos de referencia como en el caso de los excomunistas, ideólogos que hablan de la transición al socialismo pero escamotean la idea de la toma del poder, militantes influidos por la izquierda postmoderna tipo Negri, Halloway, Hard, Slavoj Žižek, Guy Debord y los restos del naufragio situacionista. Cuando se nace al calor del 68 francés se acaba, como él, en el culturalismo de una ya vieja y aún más estéril postmodernidad. Deletérea formación político-ideológica en la que el texto descontextualizado sustituye al seminario de formación y la Universidad de Verano a la formación continúa y abierta a todo tipo de textos, sin restricciones, y no a los del marco teórico previamente establecido. Trotsky, Gramsci o Rosa Luxemburg sólo son para ellos referencia a la que acudir como principio de autoridad.

La izquierda postmoderna se alimenta de artículos autorreferenciales en lo ideológico, en la mayoría de los casos de escasa imbricación entre teoría y praxis, donde el brillantismo artificioso y la finta dialéctica sustituye al valor práctico de la tesis. Aquí sí que el arma de la crítica ha reemplazado a la crítica de las armas, corrigiendo a Marx en su tesis sobre Feuerbach, pero por exceso de teoricismo vacío.

No hay teoría de partido de vanguardia pero tampoco de partido de masas, no hay propuesta revolucionaria sino programa político reformista, no hay teoría económica marxista –seamos justos, quizá porque hay muy pocos economistas marxistas solventes en la actualidad- sino recurso a la nomenclatura de profesores keynesianos ilustres de universidades USA y asesores de fundaciones tipo Eleanor Roosevelt o de catedráticos de políticas públicas.

En este caso sí puede decirse que sin pensamiento revolucionario no hay acción revolucionaria y no la hay porque tampoco la esperan de verdad en ese entorno. Precisamente por ese motivo no se esfuerzan en anticiparla desde el pensamiento.

Al colmo de la degradación ideológica en un ámbito próximo a la izquierda radical llegamos cuando alguno de los intelectuales orgánicos de ese territorio político destaca tres grandes retos del socialismo: el machismo –lo será de la civilización humana, más que particularmente del socialismo-(la acotación entre guiones es mía), el carnivorismo (¡¡¡¡¡!!!!!) y el agonismo (¿¿¿¿¿??????). ¡Pa´habernos matao!

Algún día alguien debería hacer un análisis de cómo la influencia ideológica de sectas de diseño New Agee, místicos, conspiranoicos y otras especies integrantes de la fauna indignada ha dado en dañar la capacidad intelectual de gentes de izquierda que hasta poco antes sostenían un discurso mucho menos errático y más consistente.

A través de esta contaminante relación entre lo que debiera ser agua y aceite hemos visto cómo la izquierda radical integraba categorías conceptuales, aparentemente mediaciones entre el pensar y el hacer, que no aportan nada al proceso de la lucha de clases sino que más bien la desvirtúan al aparecer estos - transversalidad, horizontalidad, rechazo de los liderazgos, “ser inclusivo”- como valores “per se” de lo que ese mundo llama “lo nuevo” en lugar de los elementos impulsores de la conciencia, las vías de derrota del capital y la definición de la utopía que se busca. Lo medial es importante para lograr un objetivo, e incluso puede definirlo en parte, pero está siendo utilizado como narcótico de entretenimiento porque centra en ello el núcleo del debate político, cuando la clave está en cómo salir del capitalismo y hacia que sociedad avanzar, aspecto estos que se escamotean sistemáticamente.

En realidad, casi todos esos elementos son partes de la construcción de un sujeto colectivo amorfo ajeno a la identidad de clase en el que cabe el “ciudadanismo” integrador de todas las contradicccones sociales. Que nadie se engañe: transversalidad y “ser inclusivo” son la trampa del interclasismo- La horizontalidad es un corrector de lo vertical pero no la forma de organización pura de la democracia ni de la toma de decisiones. La delegación y la representación son formas permanentes de cualquier organización compleja y la sociedad actual lo es. Aunque la idea del rechazo al liderazgo tiene un origen progresista –el anarquismo- es necesario ya desmontar su falacia: todas las figuras emblemáticas del pensamiento libertario han marcado de uno u otro modo su impronta, bien como dirigentes, bien como intelectuales o pensadores del mismo, bien como ambas cosas y ello los ha hecho líderes. Que no lo sean en el sentido vertical organizativo no significa que sus tesis no se impusieran en muchas ocasiones más por el peso de sus figuras que por las posiciones defendidas.

No diré más de los libertarios. Prefiero dejarles fuera del análisis de las actuales izquierdas políticas, no sólo por su posición frente al Estado sino porque tampoco existe acuerdo pleno entre ellos mismos respecto a si son parte o no de la izquierda.

Por otro lado, tampoco es fácil la discusión con un sector del anarquismo –no todos, sería injusto afirmar tal cosa- después del subidón de asambleitis que los movimientos indignados les han producido. Están demasiado crecidos y despectivos para que los marxistas entremos al debate político con quienes pretenden arrojarnos al museo de la Historia, aquél al que van los que sí la han hecho y han dejado algún tipo de poso bastante más perdurable que alguna primavera. Cuando el 15-M sea un hecho del pasado –parece estar en ese proceso- y el general invierno lleve a los Occupy Wall Street al calor de sus hogares, les veremos probablemente más relajados y quizá sea posible discutir políticamente con ellos de un modo útil para todos.

En cuanto la izquierda comunista más clásica –la mayor parte de la marxista-leninista- mantiene una posición declaradamente revolucionaria y con centralidad en la lucha de clases y el derrocamiento del capitalismo pero le mata el relato. Éste está sobrecargado de un peso de la historia que no le impulsa sino que le oprime, a través de un fetichismo cuasi religioso, unos totems, una retórica y una concepción institucionalizada del socialismo rechazables desde una visión de la política laica y que demanda la participación social en los procesos de transformación. El problema no está tanto en lo que desean de un modo abstracto sino en el modo en que lo formulan y pretenden plasmarlo.

Su seguimiento de la teoría campista –que tuvo su correlato en la teoría norteamericana del “realismo político”de las Relaciones Internacionales- de la época de la Unión Soviética, cuando hoy ya no existen los campos o polos clásicos sino la tendencia a un mundo de poderes multipolar –irrupción de China, India, Brasil junto al papel declinante de Rusia y USA- les lleva a justificar regímenes y mandatarios enormemente alejados del papel progresista que en su día jugó el bloque socialista y que no cumplen un papel reequilibrador del peso del Imperialismo por mucho que sea justo oponerse a la amenaza y la agresión militar imperialista a esos países. El caso más paradigmático de mantenimiento acrítico de la teoría campista se está poniendo en evidencia en la defensa de la figura de un autócrata corrupto como Putin cuando el Partido Comunista de la Federación Rusa, heredero del PCUS, se le opone frontalmente buscando su derrota política en Rusia.

En su fidelidad a la transmisión generacional de un único modo de concebir el proyecto revolucionario presenta una grave incapacidad para asumir que socialismo y libertades democráticas –las que reivindica para su derecho al ejercicio de su actividad política- no son antítesis ni las libertades meras plasmaciones de la democracia burguesa sino elementos indisolubles porque sólo el socialismo es un auténtico régimen democrático –social, económico y político- y no hay auténtica democracia sin la socialización –no la simple estatalización- de los medios de producción y distribución y la libre discusión colectiva sobre el proyecto político.

Su mundo simbólico, su iconografía, la divinización de las figuras a las que rinden culto cuasi religioso, la representación proyectada del mundo que imaginan, su percepción de los procesos históricos como algo ineluctable, casi independiente de la voluntad expresada en las luchas, los convierten en fieles a la doctrina, no al método de análisis y transformación de la realidad –radicalmente laico-, contradiciendo la propia letra de La Internacional -“ni en dioses, reyes, ni tribunos está el supremo salvador”- y hace de ellos compañeros deseables en la lucha pero no en la dirección del proyecto.

Respecto a los verdes lo que tuviera que decir de ellos ya lo ha hecho con muchísima más inteligencia y brillantez Vicente Romano. Los verdes son –y el caso de EQUO en el Estado español es su paradigma más evolucionado- el modo en que un votante que se autocalifica de izquierdas intenta justificar ante sí mismo y ante los demás su giro a la derecha, como dentro del populismo nacionalista español pasa con UPyD. Significativo que ambas opciones sean escisiones por la derecha de izquierdas claudicantes y significativo también del giro a la derecha de la sociedad y de cómo con su actuación política lo han potenciado las izquierdas.


¡Basta ya de avergonzarnos!
Nos avergüenzan las izquierdas a las que el capitalismo y la derecha reaccionaria les ha perdido el respeto y el menor temor, viéndolas no como amenaza sino como inútiles compañeros de un simulacro de enfrentamiento inexistente porque no ofrecen un proyecto de sociedad radicalmente distinto.

Nos avergüenzan porque nos llevan a los trabajadores por un camino de perdición y derrota al habernos desarmado ideológica y físicamente con su falta de voluntad de lucha contra el capitalismo.

Nos avergüenzan las izquierdas que condenan lo que llaman pudorosamente neoliberalismo, cuando es sólo el capitalismo más auténtico frente al que se niegan luchar para derrocarlo y a proclamar con orgullo la superioridad moral del socialismo cuyo nombre les abochorna pronunciar.

Nos avergüenzan las izquierdas porque no creen en lo que dicen defender –justicia social e igualdad- y mendigan un nuevo pacto social que les restituya un “capitalismo de rostro humano” que el propio sistema ya no necesita porque quienes fueron sus opositores se han derrotado a sí mismos.

Nos avergüenzan las izquierdas que nos mienten y ocultan que el capitalismo no tiene salidas que nos devuelvan al momento anterior a esta crisis . Nos avergüenzan con sus espantajos de propuestas keynesianas, más irrealizables que un programa realmente socialista, porque el capitalismo no pacta con quienes desprecia porque no respeta; respeto que sólo puede nacer de las posiciones de fuerza, el único lenguaje que el sistema conoce.

Nos avergüenzan porque no han formado militantes conscientes sino hooligans irracionales ante las mínimas críticas hacia sus formaciones, con un orgullo de partido incoherente con la patética situación de sus organizaciones.


Esperando a los bárbaros
Las ideas de izquierdas necesitan de unos nuevos "bárbaros" –de una izquierda no sistémica- arrojados en la lucha, resueltos en sus decisiones, orgullosos de aquello en lo que creen, dispuestos no a mendigar indignamente un nuevo marco social de relegitimación del capital sino a luchar por derrotarlo.

Necesitamos unas izquierdas que, dentro de toda la actualización que sea necesaria, recuperen lo mejor de las tradiciones combativas que les dieron vida original, su espíritu irredento, insumiso frente al capital, rebelde contra este sistema económico depredador, capaces de asumir que el socialismo no lo heredaremos de un capitalismo senil que ceda amablemente el testigo sino que sólo puede ser construido mediante una revolución que tome el poder político, económico, social, cultural por la fuerza de los hechos.

Necesitamos unas izquierdas que no pretendan gestionar mejor un capitalismo que ya no permite el menor control por parte de los Estados; unas izquierdas que no nos hagan perder el tiempo en programas económicos para salvar un sistema que sólo merece ser destruido a manos de sus víctimas.

Necesitamos unas izquierdas que no teman atravesar el desierto de la incomprensión de amplios sectores de las clases medias y trabajadoras que hoy tampoco las comprenden porque en el mejor de los casos las perciben similares a las organizaciones del sistema.

Necesitamos unas izquierdas que recuperen su función pedagógica y de vanguardia entre las clases trabajadoras, que sean el elemento mediador de su toma de conciencia, que organicen a los trabajadores más allá de su filiación sindical, construyendo el tejido social de una nueva hegemonía de clase.

Necesitamos unas izquierdas que reconstruyan su identidad, que creen la teoría desde sí mismas, no que tomen conceptos ajenos inoculados por quienes nada tienen que ver con un proyecto emancipador: menos ciudadanismo y más clases trabajadoras, menos evolucionismo y más revolución social, menos asambleismo amorfo e interclasista y más democracia de base obrera, menos demanda de vuelta a una “democracia” idealizada que nunca lo fue frente a los “mercados” y más construcción de un programa socialista frente al capital.

Necesitamos de unas izquierdas en las que los social-liberales sean desplazados por quienes estén dispuestos a recuperar el mensaje de la vieja socialdemocracia, no de ese sucedáneo en cuyo nombre cometen sus tropelías.

Necesitamos de unas izquierdas en las que los comunistas que dejaron de serlo avergonzados de sus principios, sean sustituidos por quienes de verdad lo sean, orgullosos de recuperar su mejor pasado.

Necesitamos de unas izquierdas en las que la “izquierda radical” sea izquierda de verdad y no sólo radical al modo sesentayochista y altermundista.

Necesitamos de unas izquierdas en la que los comunistas ortodoxos no le teman a un socialismo que respete y practique las libertades democráticas porque no nos fueron regaladas sino que hubimos de arrebatarlas mediante una dura lucha y el socialismo será democrático o no será.

Necesitamos una nueva generación de sindicalistas honrados, generosos en la entrega, luchadores decididos por los derechos laborales de los trabajadores, combativos en la acción sindical que, desde su trabajo a pie de empresa, barran estos años de ignominia, entreguismo al patrón y pactismo sin más contrapartidas que el bienestar de las castas burocráticas de las estructuras sindicales y el sacrificio y la pérdida de derechos históricos de su base social.

En ese nuevo sindicalismo digno y de combate es fundamental impregnar a todas las formas de lucha –huelga, ocupaciones de empresas y tierras, huelgas de consumo, sabotajes,...- un carácter político y anticapitalista a las luchas que vaya preparando un proceso insurreccional contra el capital y que lleve en su interior el germen de las formas que ha de adquirir la nueva sociedad.

Necesitamos recuperar el espíritu de unidad por la base de las organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores en una nueva articulación supranacional que recupere el sentido original que tuvo la I Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores en la que fueron capaces de convivir marxistas y anarquistas del mismo modo en que mañana debieran serlo también auténticos socialdemócratas, comunistas de todas las corrientes y libertarios, desde el respeto mutuo a la discrepancia y la lealtad entre todos los que la conformen.

Los Estados no pueden parar solos, ni coordinados, el ataque de un capitalismo enloquecido (carecen de mecanismos y de poder coactivo y coercitivo sobre el capital globalizado) en su lucha por la máxima concentración mundial del capital y la eliminación de las estructuras políticas, tal como las hemos conocido; de un capitalismo que camina hacia un Nuevo Orden Internacional en el que toda estructura institucional dejará de ser pública y política para ser privada y económica.

Sólo la acción conjunta y solidaria a nivel internacional de los trabajadores del mundo puede parar ese golpe e iniciar un proceso de acumulación de fuerzas para pasar a la ofensiva. Porque sólo los trabajadores hacen que el mundo se mueva también pueden pararlo.

Remedando a Pirandello puede afirmarse que no somos seis sino cientos de miles los “personajes en busca de autor” que no hallamos un espacio de militancia organizada en las izquierdas actuales que nos satisfaga pero que podríamos llegar a ser millones si encontrásemos unas organizaciones en las que reconocernos y de las que no avergonzarnos sino sentirnos orgullosos.

Vendrán tiempos mucho más difíciles que los presentes pero sólo si llegan esos nuevos bárbaros –difícilmente del interior de las “izquierdas sistémicas” ya que aunque parte de sus militancias son sanas y luchadoras, la mayoría de sus miembros están escasamente formados y carentes del necesario sentido autocrítico hacia sus organizaciones- será posible una esperanza para la civilización humana que impida nuestra degradación como especie hacia una medievalización tecnológica en la que otros bárbaros –ejércitos y policías privadas neofascistas- impongan no la barbarie de la rebeldía sino el horror de su crueldad y las más groseras formas de opresión sobre los seres humanos.





NOTAS:
(1) Para quien aún le quepan dudas sobre lo que hoy defienden las izquierdas, en el siguiente párrafo del documento colectivo de “Hay alternativas”, de ATTAC España y elaborado colectivamente por Vicenç Navarro, Juan Torres López y Alberto Garzón Espinosa, se le aclararán: “la Unión Europea debería reestructurarse según una estructura federal que permitiera un pacto social capital-trabajo a nivel europeo. Tales cambios deberían hacerse con cierta urgencia, pues la propia viabilidad de la Unión Europea está en peligro” (Op. cit. Pág. 178)