30 de enero de 2018

56 AÑOS. A DISTINGUIR ME PARO LAS VOCES DE LOS ECOS (4):

Ni siquiera la que fue mi casa se parece ya a mi casa
Por Marat

Este martes 30 de enero me caen encima 56 años. Soy un viejo. Me jode pero lo asumo. No temo a la muerte porque no creo en nada después de ella pero admito que temo al dolor, a la pérdida de la memoria y a dejar de ser quien soy. Ya noto cómo va fallando mi cabeza y soporto una próstata poco compasiva Cada día soy un poco menos yo. A veces me pasan cosas que desconozco cómo suceden. Me asusta.

Según se hacen vacías mis mañanas, con mayor fuerza acuden a mi mente los recuerdos de aquellas tardes de invierno en las calles. Cuando el ábrego me regalaba el sirimiri en la cara antes de volver a clase.

Nací en un lugar al que llamaron barrio Venecia porque era un sitio de marismas y terrenos robados al mar (al desgraciado siempre le puede caer encima un sarcasmo), reconvertidos en casas para pobres. Ese tipo de edificios que los arquitectos de cuarta categoría diseñan con el fin de que no olvides que durante toda tu puta vida vas a ser un pobre hombre. Cualquiera que pasee por las zonas obreras captará la intención de ese diseño estético en el que lo de menos es la calidad de los materiales, siendo lo relevante el mensaje de la fealdad estética que uno nunca debería olvidar, salvo que sea un transfuga de su clase y de su barrio.

Vengo de un sitio en el que se gritaba ¡que viene la basura! para avisar de que se escapaba el momento de pillar algo en ella antes de que llegara el camión.

Las tetas de la Elo, que más tarde murió de cáncer, eran el motivo de nuestras mejores tempranas pajas.

Su madre despachaba el pan, después de darse la crema contra las erupciones de su enorme barriga.

En clase, mi compañero de pupitre, Eugenio el gitano, me daba collejas porque, según él, yo no debía dormirme. Aún lo hago en las situaciones menos oportunas. No he aprendido mucho pero todavía me acuerdo de Eugenio, el Gabarre, y de sus manotazos.

Al barrio Venecia nunca le llamamos así. Era, y aún es, Candina, el nombre de la fábrica en la que trabajaba mi padre. Enfrente, al otro lado de la carretera, la molturadora, que era la parte más industrial de la empresa. Por cada estuche de margarina una cucharilla de café que hubiera hecho las delicias de Uri Geler.

Recuerdo a pechoduro y a cabezabuque (mi padre era un peligro poniendo motes: te caían, como una maldición, para siempre), que vivían en mi escalera. Mi hermano mayor vivía con su mujer justo debajo de nosotros y en la entrada del portal había una vieja mancha que me asustaba porque parecía un gato muerto.

En el patio entre los dos edificios los chavales jugábamos a descalabrarnos. Cuando no estaba ocupado en esos menesteres le tocaba el culo a la niña que más me gustaba. Era la hija de un amigo de mi padre. Estaba enamorado de sus coletas. Ella me cogía furtivamente la mano cuando creía que no nos veían. No la he olvidado.

La antigua escuela unitaria, de primera cartilla hasta octavo (¿qué fue de señorita Piedad?), acabó convertida en asociación de vecinos y creo que también en albergue para pobres callejeros. Sospecho que ahora será un centro de acogida en el que harán estupideces tipo huertos urbanos para gente con pobreza habitacional porque los hijos de puta de los progres hablan raro y para académicos de tercera.

Desaparecieron la bolera y los cañaverales, los bares y la barbería en la que Gildo, empleado de la fábrica, me esquilaba por una pela. El cierre de la fabrica fue el primer paso

Ahora todo es vacío, calles muy anchas y polígonos en los que no sé quien soy al visitarlos. Se fue mi infancia y murió un barrio, también los obreros que habitaron el lugar. La memoria de un tiempo del que nadie quiere hacer historia.

Hace 10 años volví al barrio con mi hijo para explicarle de dónde vengo. Todo me pareció un sueño extraño. En él yo era un fantasma más de mi pasado. En las casas de la desaparecida fábrica, donde podías vivir hasta jubilarte, ahora vivían latinos, negros y otras etnias inmigrantes que, seguramente, ignoraban todo del pasado pero no dejan de ser personas que marcan con sus vidas el sitio en el que habitan.

Éste será otro buen sitio para hacer gentrificación, expulsar a la clase obrera de él, acabar con la memoria y dar unas buenas oportunidades de estúpida felicidad para una asquerosa clase media, real o ideológica

En algún lugar de mi memoria hay un chaval que cuenta aventis como los que contaba el Java de Juan Marsé.

22 de enero de 2018

UNA PELÍCULA MUY RECOMENDABLE: “EL JOVEN KARL MARX”

Por Marat

El domingo 21 fui a ver una película dividido entre un enorme deseo por asistir y el temor a que, una vez más, presentaran a un revolucionario desde la perspectiva romántica, como ha sucedido con figuras como Ernesto Guevara, o incluso una imagen violenta y hasta malvada, tan del gusto de productoras y distribuidoras cinematográficas. 

No me defraudó en absoluto. En realidad podía haberse llamado, no por la notoriedad que le hubiera aportado, sino por la importancia de 4 figuras centrales en ella: “El joven Marx y tres de sus camaradas: Engels, Burns y von Westphalen”. Obviamente, un título nada comercial pero muy próximo a cómo se presenta el filme: a través de 4 personalidades muy poderosas, cada una a su modo: las de Karl, Friedrich, Mary y Jenny, las dos últimas mujeres de los dos primeros y compañeras, sostenes emocionales y cómplices ideológicas y políticas de las luchas de los dos primeros.

El retrato cinematográfico del joven burgués y calavera, sensible y brillante agitador, Engels, me pareció muy cercana a lo que ya conocía de él. El de Marx, fieramente humano, finísimo estratega político, que sufre junto a la clase con la que ha elegido vivir y el mayor pensador político de todos los tiempos, me sedujo. De ambos se refleja bien la extraordinaria fuerza de su pensamiento y la integridad y coherencia de sus vidas, algo tan necesario para hablarle a nuestra clase, ganándose su respeto. Nada que ver con lo que históricamente ha sido la izquierda (los comunistas están hechos de otro material humano más valioso), ni con aquello en lo que ha degenerado hoy, ideológica y vitalmente.

Mary Burns, la obrera de la que no solo en la película se dice que marcó moral, humana y políticamente a Engels, impresiona. Una valiente agitadora socialista, de mente muy despejada. Es poco conocido que ella tiene mucho que ver en la descripción tan acertada de la obra de su pareja sobre “La situación de la clase obrera en Inglaterra”. Jenny von Westphalen, la esposa aristócrata de quien elige el camino de la persecución, el destierro y la miseria, de quien no se doblegó nunca, y que entendió que para ella ese era la vía de su libertad como ser humano, se agiganta en la cinta. Poco se ha dicho de esta mujer por parte de los biógrafos en cuanto a su papel de secretaria y transcriptora de la letra endemoniada de Marx.

Es un acierto que este film tenga el reconocimiento a las dos mujeres que impulsaron la vida de sus parejas, a través del amor, la coincidencia básica, no lacayuna (les “regalan” alguna puya que las engrandece como seres humanos), con sus pensamientos y con sus sus destinos.

Reivindicadas como merecen ellas, la película tiene muchos aspectos a reseñar.

Uno es situar muy bien a los cuatro personajes, Karl es el elemento central, pero sin restar papel a ninguno de los tres, como tampoco a nadie de los líderes republicanos, anarquistas y socialistas utópicos que en ella aparecen, dentro de su contexto histórico, la pujanza de una clase ascendente en la historia, al compás del desarrollo capitalista y la deshumanización del trabajo asalariado y esclavista, el proletariado.

En el film se señala muy bien el recuerdo de un desagradable desencuentro, luego convertido en reunión afortunada que dará lugar, para siempre, a una formidable e indestructible amistad, en la que no falta la realidad de la vida, instantes de desencuentro. Las escenas de brindis sucesivos y exaltación de la amistad en Paris, en el “Cafe de la Regence”. 10 días, con sus correspondientes noches, dan para mucho. Hasta para un boceto de texto a dúo. Entre copas y puestas al día se forjó la peor alianza que ha sufrido el capitalismo hasta nuestros días. No apto para puritanos de un comunismo de catequesis y museos.

Hay una faceta bien reflejada en la película, la del Marx deslenguado y valiente, que lo arriesga todo, incluido su menguado salario de director de “La Gaceta Renana” primero y, tras su cierre, de su por paso la revista “Anales Franco-Alemanes”, en la que él y Engels trabajarán ya juntos. En esa etapa vemos un periodismo de confrontación al poder político de la burguesía alemana, muy lejos en altura periodística de hoy. Sin esa etapa de combate nos costaría entender al Marx militante, no solo pensador. Su concepto de la libertad ha sido recogido en el compendio de sus artículos en “La Gaceta Renana”, presentados bajo el título de “En defensa de la libertad” . La cinta se inicia casi con imágenes que aluden a diversos artículos publicados por él relativos a “los debates sobre la ley acerca del robo de leña”. Las frases que acompañan a esas escenas son auténticas sentencias de condenas del periodista revolucionario sobre otro concepto de la propiedad y del robo. En ellas se insinúa la acumulación primitiva u originaria del capital (faltan referencias inevitablemente, es un filme), que explica el germen del capital inicial del empresariado desde el paso de los bienes comunales, también del “aniquilamiento de la propiedad privada que se funda en el trabajo propio, esto es, la expropiación del trabajador", a la apropiación por desposesión. Pero esta parte pertenece ya al Marx maduro de los capítulos XXIV y XXV del primer volumen de “El Capital”, que no veremos en la proyección porque ésta finaliza en su etapa juvenil, apenas llega hasta sus 30 años.

El joven Karl Marx” acaba cuando entregan él y Friedrich a la imprenta “El Manifiesto Comunista”, una obra de encargo de la Liga de los Comunistas que iba a llamarse “El catecismo comunista”, un término que repugnaba a ambos por sus resonancias cristianas.

Vemos desfilar cinematográficamente a personajes de la época más o menos conocidos, según la cultura política del espectador, como los Bauer, los Ruge, los Proudhon, los Bakunin, los Weitling y tantos otros, desde los republicanos hasta los anarquistas, desde los cristianos autodenominados comunistas (reaccionarios de fondo, “La sagrada familia”), los charlatanes y amantes del amor universal y conciliador entre clases (utópicos), hasta los primeros comunistas del socialismo científico, basado en la lucha de clases. Los que siguen a Marx son obreros, los que optan en el filme por Proudhon sobre todo artesanos, gente de etapas anteriores a la concentración fabril. Marx no hace prisioneros, combate, junto a Engels a sus contrincantes, nunca enemigos. Casi siempre hay respeto hacia ellos, a veces hasta un profundo afecto, excepto hacia los petulantes, a los que combate sin piedad.

Comprender a Marx y a Engels no es sencillo. Los rudimentos de su pensamiento, primero en un materialismo dialéctico, al que nunca designan como tal (fue Lenin quien le dio el acertado nombre) y también en su materialismo histórico (tan marcado en “El Manifiesto Comunista”) exige esfuerzo y estudio. Ellos, al hablar directamente a los trabajadores, lo hacían más asequible. Pero el militante comunista no puede conformarse con los retazos, colocados de la mejor manera que se puede expresar en una película, un medio muy diferente al de la reflexión. El comunista necesita, para tener algo valioso que ofrecer, ir mucho más allá de la ristra de citas que se ve en los escritos de quienes hoy se reivindican tales y en las redes sociales. Ello requiere la un autoformación colectiva de la clase, porque incendiar el viejo mundo para construir el nuevo es un esfuerzo coral, lo que se apunta en la cinta. Y para eso hace falta reunirse, debatir y comprender en conjunto y no en cacareo de redes sociales, donde nadie escucha a nadie que no esté previamente convencido y donde todo parece tener la misma importancia.

La fase de maduración del movimiento que crean Marx y Engels y que va desde su incorporación a la “Liga de los Justos”, en la que aún sus posiciones son minoritarias frente a las concepciones idealistas, aún hegelianas en parte y, en mucho anarquistas y cristianas, a la “Liga de los Comunistas” lo cambia todo. En la cinta tiene una resolución rápida pero suficiente para entender la gran transformación a la que ellos contribuyen tan poderosamente en la conciencia del proletariado. Estamos ante la lucha de clases y una concepción materialista y dialéctica de la historia. No hay una historia sagrada ni una fraternidad universal sino una solidaridad de los explotados frente a los explotadores y una superación de la mercantilización del ser humano para su elevación más allá de la necesidad de venderse como fuerza de trabajo. He ahí un humanismo radical, con una fuente muy distinta a la que crea una concepción idealista del mundo. Nada que ver con los viejos subproductos, hoy remaquillados bajo las nuevas formas de la Ciudad de Dios, vendidas ahora bajo conceptos como “el bien común” o el “ciudadanismo inclusivo” que nos colocan izquierdas, republicanos y perroflautas.

En cualquier caso, y mirando a lo que hoy puede extraerse de la película para el aprendizaje militante, dejo por aquí algunas reflexiones:

Sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria.

Bajo la conciliación de clases y la idea de los derechos para todos, que niegan la desigualdad básica de la relación trabajo- capital, no hay teoría revolucionaria sino farfolla cómplice del capitalismo. Entonces y ahora.

La agitación se hace en el mundo real. La idea de redes de Marx y Engels era de militantes en la vida a nivel internacional (no hay patria por ningún lado), dando la cara frente a la explotación, allí donde se produce, no en facebook o en twitter, lugares de refugio de inútiles y cobardes.

La clase trabajadora no necesita tribunos que, venidos de fuera, no estén dispuestos a compartir su destino y sus condiciones de vida y que les utilicen para medrar políticamente, como hoy sucede con esos parásitos que componen la izquierda realmente existente, no la que otros pretenden imaginarse como ideal en sus cabezas o la que dicen querer regenerar. La izquierda de hoy son los cristianos, los republicanos, los socialistas utópicos y los bienintencionados burgueses de ayer. Los trabajadores no necesitan más plañideras, ni paños calientes, ni timos ideológicos del tocomocho.

Sin organización, que no manifestaciones procesionales de beatas, no hay clase como tal sino estadística que a ningún trabajador que no lleve el escapulario enamora y que, menos aún, a ningún patrono asusta.

A la clase no la sustituye el partido, y menos el que ha fracasado. El comunismo es un movimiento en marcha constituido desde la clase y por la clase como partido.

Al contrario de lo que dice cierto sujeto que les da un enlace de la película para que sigan ustedes siendo vacas estabuladas dentro de su cubículo en el mundo-Matrix de las redes sociales e Internet, les propongo que vayan a verla con alguien (su novia, sus amigos, su hermano, un compañero de trabajo) y que, al salir, la discutan con quienes le han acompañado. Pregúntense qué aprendizajes les ha dejado.

Esta película debiera ser vista no solo por la vieja clase trabajadora, hoy en extinción, sino por la nueva que soporta la vuelta a las muy antiguas formas de explotación y de destrucción de las conquistas sociales, por la más golpeada por esta crisis, por la que ha sido desregulada laboralmente, por los parados sin esperanza de un empleo que les dé unas formas de vida siquiera dignas, por los seiscientoseuristas, por los jóvenes que pelean para encontrar un curro que les permita compartir un piso entre varios, por los que empiezan a ser conscientes de que lo que se nos vienen son pensiones de miseria, antes de pasarnos directamente a la beneficencia, por la clase trabajadora de hoy y, sobre todo, por la del abismo que asoma. Por todos nosotros.

Por eso la encontrarán en pocos cines de las grandes ciudades, menos aún de las pequeñas. Bájensela solo si no la ponen en su ciudad y véanla con su gente. Es peligrosa. Hay verdad y esperanza en ella porque “las ideas que se adueñan de nuestra mente, que conquistan nuestra convicción, y en las que el intelecto forja nuestra conciencia, son las cadenas a las que no es posible sustraerse sin desgarrar nuestro corazón” (Marx Engels Werke)

Ah, y al purista que le parezca comercial porque no refleja no sé qué dato histórico de la biografía política de Marx, no se menciona la cita exacta o falta no sé qué ruptura epistemológica, que nunca existió, que le den pomada. Es un film para acercarse a personas que incluso desconocen quién es Marx pero descubren la esencia emancipadora de su mensaje, no para sectarios ni pseudoeruditos de cafetería que intenten secuestrarlo.  

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG: Un breve apunte sobre la memoria afectiva que dejó aquél joven que murió mucho más tarde, en 1883, pero cuyo pensamiento y propuesta es, mientras hay capitalismo, inmortal.


16 de enero de 2018

LA NECESARIA, Y DESEABLE, DESAPARICIÓN POLÍTICA DE LA IZQUIERDA (LOS PROGRES)

Por Marat

Hablo de desaparición porque muerta ya está. Solo que, como los zombies, no lo sabe.

Aclararé porqué creo que es una necesidad perentoria la desaparición política de lo que tantos se empeñan en llamar la izquierda y que prefiero llamar progre-liberales, porque eso es lo que son en la práctica.

Son progre-liberales porque autodefiniéndose como izquierda (desde la radical de Syriza, hasta la transversal que ya no se reconoce en el concepto, o al menos no hasta hace dos años, como Podemos, pasando por el PSOE, que dice ser de centro-izquierda o por IU, que se autodenominaba hace tiempo como izquierda transformadora), allá donde han gobernado esas corrientes políticas lo han hecho traicionando sus programas (Syriza y el PSOE), aceptando la lógica de la austeridad del gasto, la privatización de la gestión de servicios municipales (el caso del Ayuntamiento de Córdoba no escapa a esta pauta) y la pérdida de soberanía de la institución en la aplicación del gasto (caso de Ahora Madrid en el Ayuntamiento de la capital de España). Conjugan una retórica progresista, o más o menos de izquierdas, con una gestión que no es transformadora en sentido progresivo sino en mayor o menor grado liberal o, en el mejor de los casos social-liberal (sometimiento a la lógica del capital conjugado con un clientelismo por cuotas o colectivos sociales, que no por clases).

Y aquí no vale el consabido “esos no son de izquierdas. La izquierda es otra cosa”.

Lo que aún se empeñan en llamar muchos izquierda es plural y conforma un mundo complejo en el que están desde progresistas, hasta quienes confunden República con izquierda, cuando el republicanismo es ideológicamente polimorfo, pasando por ideas de izquierda difusa, socialistas y socialdemócratas, algunas corrientes libertarias que se sitúan dentro de dicho espectro o quienes confunden ideología comunista e izquierda. No voy a volver sobre este último punto, ya que lo he explicado en artículos anteriores. En cualquier caso, ésta es una simplificación porque estamos ante una categoría no solo política sino también, y muy especialmente, sociológica, dentro de la cuál influyen aspectos de tipo cultural e incluso otros sujetos a las tradiciones políticas de cada país.

La tendencia a negar que sea izquierda lo que en la práctica es ésta bajo la aceptación tácita o expresa de las condiciones de juego del parlamentarismo burgués es algo tramposo porque elude la aceptación de la autocrítica sobre la práctica política y tiende siempre a descargar en el resto de las corrientes, salvo en la propia, la carga de la prueba.

La izquierda es lo que es, lo que quienes se definen tal creen ser y lo que la práctica política hace de ella y de ellos mismos. Aquí la normativa no vale. “Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico.” (Karl Marx. II Tesis sobre Feuerbach). Y en la práctica, la izquierda ha sido, en el mejor de los casos, honestamente socialdemócrata y, casi siempre, cómplice legitimadora del sistema capitalista. En el pasado con una posición monjilmente bienintencionada pero con una cierta perspectiva de clase. Hoy ya directamente negadora de la idea de clase, afirmadora de un ciudadanismo de derechos políticos y sociales demandados al Estado, como si éste fuese un aparato neutro dentro de una sociedad de dominación capitalista, a pesar de la ocultación, dividida en intereses opuestos. En cualquier caso, reivindicaciones hoy absolutamente desligadas de una perspectiva de clase en el marco del escenario de la producción capitalista en el que se produce la explotación, siempre asociada a las relaciones sociales de producción asalariadas.

Para la izquierda más consciente lo que los comunistas que, repito, no somos izquierda, llamamos explotación es salario digno -es decir, legitimación de la explotación nacida del plustrabajo, que se convierte en plusvalía-, justificando a sus ojos el trabajo asalariado, ligado siempre a la explotación. Lo que para los comunistas es sobreexplotación -horas trabajadas no pagadas ni declaradas por el patrón, incremento de la carga de trabajo y de la intensidad del ritmo de producción, etc.- es lo que ellos llaman simplemente explotación.

Para una parte de ese sector más consciente de la izquierda, lo opuesto a la desposesión de las conquistas sociales no es una sociedad socialista -quizá sí como liturgia nostálgica, no como proyecto real- sino la “democracia”, sin adjetivos (al menos en el pasado, cuando en su fuero interno su aspiración era el modelo nórdico la apellidaban democracia socialmente avanzada, pura socialdemocracia). Pero la democracia sin más connotaciones es lo que hay, democracia burguesa, mera representación de simulacro democrático en la esfera exclusivamente política. Y eso con limitaciones notables.

Para la menos consciente de lo que se llama la izquierda, y que en gran medida coincide con la práctica política de sus organizaciones, la perspectiva de clase es inexistente en sus postulados. La apelación a una política autónoma desde la clase trabajadora y para la clase trabajadora ha sido sustituida por la inclusiva ciudadanía o los términos pueblo o gente. Los dos primeros representan un concepto muy similar, que se triangula con la práctica totalidad de la nación, a partir de la Revolución Francesa. El discurso de la izquierda tiende a negar, dentro del todo ciudadano/gente/pueblo, la existencia de clases sociales con intereses antagónicos entre sí.

Pero si ambas izquierdas, la más cercana a las tradiciones de la socialdemocracia histórica, o con algunos rastros, casi del todo apagados, de conciencia de clase, y la ciudadanista, ya sin pudor interclasista e integradora en el sistema, son una evidencia de su papel en el marco de la democracia capitalista, su infección por la cultura política liberal post68 ha producido su plena degeneración. 

Entre buena parte de esos sectores menos conscientes y entre un sector creciente de los más concienciados sobre la clase, dentro de quienes se revindican de izquierda, ha calado de manera profunda, sin que atisbemos a adivinar en dónde acabará su descomposición en permanente metamorfosis, el relato posmoderno de las múltiples identidades que se fracturan en otras menores, chocando progresivamente unas con otras en antagonismos crecientemente acelerados. Dentro del feminismo, puede haber escaramuzas, más aparentes que reales entre el feminismo de la corriente hegemónica, la del “genero”, con el llamado “feminismo de clase”; la identidad etno-religiosa puede chocar con la feminista, la feminista con la transexual, como está empezando a suceder en determinados foros y ambientes, un sector de la homosexual masculina con “las locas”, determinados sectores del ciudadanismo con el nacionalismo crecientemente identititarista; entre los ecologistas, los decrecentistas frente a los partidarios de la economía sostenible; los veganos considerarán impuros a los vegetarianos, y así hasta la extenuación de un proceso hacia más identidades que personas que se identifican con ellas. Es el todos contra todos.


Esta izquierda, que ya se ha reconvertido literalmente en progre-liberal, desprecia a la clase trabajadora, de la que solo se acuerda para hacerle guiños elípticos en períodos electorales, mientras sus mediocres pseudointelctuales posmodernos la insultan y acusan de reaccionaria, al descubrir que no es como la habían fantaseado, sin asumir que son unos y otros quienes la han traicionado y no la representan.

El proceso acelerado de descomposición del cadáver de la izquierda, que da lugar a una ruptura metabólica en formas múltiples de degradación ideológica, se origina en la ruptura política respecto a la base social y material en la que se asienta. Al alejarse de la producción, la izquierda negó la lucha de clases, nacida de la realidad del trabajo asalariado que muestra la contradicción entre el carácter colectivo del trabajo y la apropiación individual del beneficio por el capital.

Frente al eje vertebrador de la clase como elemento que aglutina a la mayoría social de los asalariados, e incluso de otras formas contractuales derivadas de la desregulación laboral de la fase capitalista actual, como las del falso autónomo o el autónomo dependiente, lo que se ha producido es una involución ideológica, patrocinada y fomentada por la izquierda (a partir de aquí progres), que se fragmenta en miles de identidades, cada vez más individualizadas y contradictorias entre sí, sin que existan elementos trasversales, por mucho que se predican, que les aglutinen en una suerte de frente común. Es el paradigma de la individualización liberal.

Si estos argumentos no bastaran para explicar la muerte y desaparición de la izquierda, el asalto progre a la razón, la renuncia de la herencia de la Ilustración, al análisis materialista de la realidad social y a la ciencia amplian el escenario de su degradación. Es lo que podríamos bautizar con el nombre del progre Pachamama.

Se ha vuelto un reaccionario. Desconfía abiertamente del pensamiento y el progreso científicos. Se apunta a cualquier cursillo de algún charlatán disfrazado de chamán sobre crecimiento espiritual; le van los cuencos tibetanos; ha descubierto que en la pobreza de la India (siempre la de otros) hay “gran sabiduría” difundida por algún santón de nombre impronunciable, que hasta el año pasado trabajaba en un call-center; está dispuesto a difundir cualquier delirante conspiración de la mafia farmacéutica, siguiendo devotamente a la monja antivacunas; hace saludos al sol en “Cusco”, tras visitar las “Lineas de Nasca”, y busca ávidamente cualquier hierbajo por las tiendas de parafarmacia, aunque a veces lo encuentra en el chino del barrio, tipo la chia. Hace unos pocos años eran las bayas de goji; le encanta la filosofía new age; es un iniciado en el esoterismo y el ocultismo y cree firmemente que el cáncer hay que tratarlo con medicina homeopática. Se ha montado su propia religión mistérica “pret a porter”, a partir de un empacho de sándalo y setas alucinógenas, que le han dejado más pallá que pacá. Entre el reiki, la sofronización, la aromaterapia y las flores de bach pasa la mayor parte de su tiempo libre; algo muy pacífico y compatible con ser jefe de Recursos Humanos en una empresa en la que se abusa de los becarios y raramente se alcanza el tercer contrato temporal; desconfía radicalmente de la civilización y cree en el mito del buen salvaje; sí un día jugó a revolucionario en los fines de semana, porque durante los días laborales tampoco era cosa de ser un héroe y jugársela en el trabajo, actualmente tiene montado un huerto urbano por parcelas de jardineras en la terraza de su casa.

La última estupidez de estos progres Pachamama, versión pijos a lo Silicon Valley, el modelo de empresa “diáfana”, “colaborativa” y “humana”, es el “agua cruda”, un agua que no se trata ni analiza, y que se vende a 6 € el litro, con lo que podrían pillarse un bonito cólera de diseño. Gente guay de la Era de Acuario.



El progresismo practica el doble juego de epatar por la chorrada y la bufonada y sorprender, al incauto y desclasado, con una política directamente de derechas.

Entre las primeras señalaré las relativas a dos medidas tomadas recientemente:
  • Suiza prohíbe cocinar langostas vivas en agua hirviendo” . Se propone en su lugar que sean “aturdidas” por un golpe o bien electrocutadas en su cerebro. No parece que el electroshock sea una medida que respete los derechos humanos de la langosta, aunque sí cabe que pueda curarles alguna depresión severa. Por mi parte, soy más partidario del aturdimiento mediante un disco de Los Pekos.
  • Carmena paga 52.000 euros para un informe de impacto de género sobre el soterramiento de la M-30”. Dejando de lado que, como soy un machista heteropatriarcal, desconozco el término “impacto de género”, me pregunto cómo vincular dicho impacto “de género” y el soterramiento. Y no dudo que ha de haberlo porque, como ha dicho la mente clarividente de la concejal podemita Rita Maestre, "el soterramiento de M-30 tiene por supuesto impacto de género", aunque no ha concretado cuál. Me pregunto si buscará una relación entre hacer deporte en Madrid Río (con la peatonal y de recreo construida sobre parte de la M-30 soterrada) y ver cuál es el porcentaje de empoderamiento femenino que ello aporta o si, directamente, es una traslación de la metáfora sexual de la penetración representada por las escenas cinematográficas de trenes entrando en túneles que alguna mente aberrada puede ahora imaginar con los coches que circulan dentro de la M-30. En cualquier caso, puede que en realidad lo que esté mostrando son posibles corruptelas de financiar a amiguetes del 15-M, como parece sugerir la ampliación de la noticia. Esto ya lo han hecho con anterioridad en un Ayuntamiento tan grande como Alcalá de Henares, uno de los municipios de mayor población de la región de Madrid. De cualquier modo, y tras los recortes sociales que aceptaron de Montoro, tirar el dinero en tal gilipollez, cuando son tan evidentes las necesidades sociales que hay en Madrid en barrios populares y que no son atendidas por este equipo de progres, es del tamaño de la app para encontrar las bolsas de excrementos de perros en los barrios
Entre las segundas, las que no se diferencian significativamente de la política que aplicarían los representantes políticos del capital, cabe mencionar otras dos recientes:
  • La propuesta por Ahora Madrid, y apoyada por el PSOE, de Carlos Granados, uno de los fundadores de la Asociación Francisco de Vitoria, la más ultraconservadora de la judicatura, como director de la Oficina Municipal Antifraude de Madrid. Pero, como fue Fiscal General del Estado con Felipe González, está garantizado su progresismo.
  • Los líos entre IU y Podemos por la exigencia del primero de mayor visibilidad dentro de la coalición, una vez que el segundo pierde fuelle.  Añadamos cómo Carmena ha resuelto la crisis de Sánchez Mato, tras destituirle como concejal de Hacienda y darle el premio de consolación de la concejalía de un segundo distrito (Latina), además del que ya tenía (Vicálvaro). La suma demuestra que resuelven sus querellas internas en claves de intercambio de cromos, sillones y chalaneos que permitan a esta alianza de arribistas sin escrúpulos vivir del erario público, con las mismas malas artes de lo que ellos antes llamaban la “vieja política”. El debate político sobre proyectos no existe porque, además de no tenerlos, son intelectualmente mediocres.
A estas alturas debiera quedar claro que los progres son la quintacolumna contra la clase trabajadora y sus conquistas sociales, a los que han desdeñado mientras se ocupaban de salvar koalas, decidir qué cabalgata podría irritar más al carca del barrio que, en algunos casos, es un pobre desgraciado también explotado, en lugar de organizar a los trabajadores contra el capital, soltar alguna sandez en redes sociales y esperar que el parlamentarismo burgués cayera rendido a sus pies y les entregará al Ibex 35 (el capitalismo para ellos no es más que unas cuantas marcas grandes y no las relaciones patrón-trabajador) atado de pies y manos, como si fuera las murallas de Jericó.

El progre de hoy es el que ha actuado de escudero de un independentismo burgués catalán que, envuelto en su bandera, ha intentado dividir a la clase trabajadora. El progre de hoy, amparado en la ilusión de crear una crisis institucional en el sistema político de la burguesía española, ha recibido el golpe de lleno sobre su propia mollera y de sus organizaciones, tanto en Cataluña como en España. En estos momentos, anda dando vueltas intentando ver cómo se quita la patata de encima. Desde España, pasando la responsabilidad de cabalgar las contradicciones de período aquél del derecho a decidir tan criticado desde dentro y desde los aledaños del partido morado a sus socios de En Común, Podemos ha decidido hacer un mutis por el foro.

Del mismo modo, muchas de esas organizaciones autodenominadas “comunistas” consideraron una obligación “revolucionaria” sustituir la lucha entre capital y trabajo por la lucha entre burguesías centrales y periféricas, esperando convertir un choque de trenes entre conceptos de democracia burguesa enfrentados en una oportunidad para una desestabilización del orden burgués y han acabado por comprobar que ni tocaron un pelo del poder económico y social del capital ni hicieron otra cosa que reforzar su hegemonía política.

A estas alturas que nos autoreivindiquemos quienes avisamos de las consecuencias que tendría el juego de estos sucursalistas del enfrentamiento interburgués carece de sentido. Aquellos que quisieron conocerlo pudieron hacerlo. Como cuando el 15-M o Podemos eran invictus, progres y falsos “commies” y mantenían su dictadura del “proGretariado” contra quienes sosteníamos la eterna bandera comunista de ni guerra entre pueblos ni paz entre clases, en esta ocasión también era duro dar la cara y recibir los insultos de la troupe . Éramos, según esos grandes pensadores de la revolución del nunca jamás, nazbols, careciendo de todo conocimiento teórico y real acerca de lo que significaba tal palabra, e “izquierda tricornio”. Uno de esos partidarios de la tiranía de lo que entonces era “políticamente correcto” dentro de la fauna “izquierdista”, en el sentido que Lenin le dio al término, ha terminado por admitir dónde ha acabado su ensoñación, sin autocrítica alguna, por supuesto.



Aún así, ha sido mucho más valiente, dado que no representa a nadie (es decir a miles de seguidores twitter: nadie y nada en el mundo real) que la fauna progre que se dice de izquierdas y que incluso, en algunos casos, secuestra el término comunista.

No obstante, algún día habrá que analizar cómo la preeminencia del discurso emocional de las patrias ha conducido a que dentro de nuestra clase, y de sectores que se dicen comunistas, penetre la idea irracional, primitiva y nacionalista contra nuestra clase. A día de hoy creo que, como mínimo, hay que combatir contra dos: ésta y ésta. De la segunda diré que entiendo que en la lucha contra el fascismo era necesario desplegar toda energía humana capaz de aplastarlo pero también que emplearla dejó sus consecuencias posteriores y que traicionar la idea comunista de la lucha de clases entonces sigue significando algo hoy.

De la mezcla de una y otra vías, nace una corriente nacionalista, aquí falangista, allí defensora de Pedro El Grande, que hoy se encuentra con una idea de gloria representada en un caso por Blas de Lezo y en el otro por Yuri Gagarin. Pero a las realidades de ambos países, lo que les ha marcado en los siglos que hoy explican su devenir, tuvieron más que ver con los maestros de la República española y con los editores de la revista Iskra, con la primera CNT y con los bolcheviques, a pesar de todas las diferencias ideológicas entre ellos, que con visiones exaltadas de una idea de pueblo que no era otra cosa que la idealización de las élites económicas y políticas que las viejas y nuevas clases usaron en su momento en su provecho.

Quienes hoy aún seguís reivindicándooos de izquierda, progres sin posibilidad de ser otra cosa, porque decís que podéis cambiar algo que merezca la pena (un día discutimos qué merece la pena), asumís que el cambio es que la Iglesia Católica pague el IBI pero nunca la paga cuando gobiernan los vuestros (salen en procesión), defendéis el derecho a la palabra y os parece que irrumpe cuando os ofende. En realidad, no tenéis nada que ofrecer a los trabajadores desde vuestros gobiernos de la nada. Nada que la clase trabajadora recibiera como homenaje o regalo vuestro. Nada que agradeceros y que no hubiera que lograr sin amenaza de huelga o con ella. Como en el caso de cualquier gobierno burgués.

Lo que hoy queda de vuestro paso por los parlamentos, los ayuntamientos y alguna consejería autonómica, es un vacío superior al que dejó Felipe González, padre de los tahúres y engañabobos desclasados. Votar bajo el régimen burgués es casi siempre error. Venís de la estupidez de un Presidente idiota y oportunista, que solo actuaba con encuestas por delante, llamado Zapatero. Sois la consecuencia ideológica del “algo tiene que haber mejor que Aznar”. Pero Aznar solo era un sádico acomplejado. La opción estúpida de un capital que pasaba al ataque sin la sutileza que hoy nos prestan los Macron y los Rivera que ahora tocan. Finalmente, podemitas y progres de IU sois tan inútiles a la idea de “progreso” que ya ha diseñado la burguesía que os habéis quemado sin jugárosla políticamente. Al menos Tsipras tuvo el valor de atreverse a ser un traidor a los trabajadores. Vuestro asalto a los cielos solo es el de la rana que se queda en el charco sin intentar siquiera el brinco que simula acercarse a un gobierno que os atemoriza. Ese gobierno es sucio, es el que vende a los explotados pero, al menos, significa dar la cara. Os habéis rendido al capital antes que os insinuara siquiera la idea de compraros.

Estamos ante el más formidable ataque a las pensiones de todo el período de estabilidad democrática de la burguesía, Unos 600 hombres y mujeres serán la cifra de muertos en accidentes laborales cuando se contabilicen los datos de diciembre de 2017, sin que a casi nadie le importe, porque ni tienen sindicatos que merezcan el nombre ni lobbys mediáticos que se escandalicen por sus muertes y, por supuesto, culpar al capitalismo es más duro profesionalmente que culpar a asesinos individuales. Puedes perder el puesto de trabajo si lo haces. No es moderno. Del mismo modo que no lo es que sepamos que 8 de cada 10 alemanes temen ser pobres por no poder pagar el alto precio del alquiler de sus viviendas. No faltará el idiota que crea que lo mejor es comprarla, aunque quizá no pueda pagarla y acabe perdiendo el derecho a techo. Mientras tanto vemos en España como el gas o la electricidad se comen las subidas miserables de las pensiones o de los salarios mínimos interprofesionales o cómo cada vez más empresas invitan a sus trabajadoras a congelar sus óvulos e incluso ofrecen ayudas para retrasar su maternidad.

No dejan de ser datos cogidos al azar entre los cientos que podrían ser presentados pero que a los progres e izquierdas organizadas parece importarles nada, si no es con el fin de lograr unos una interpelación parlamentaria o una entrada, los extraparlamentarios, en alguna web aún más desnortada ideológicamente que ellos.

Es hora de enterrar los cadáveres. A la clase trabajadora no le le han sido de utilidad ninguno de ellos, ni los progres, ni los que supuestamente están a la izquierda de tal izquierda.

La respuesta de la clase trabajadora no vendrá de quienes la usan para medrar como forma de empleo ni de quienes creen que la respuesta frente al momento político que le afecta sea seguir organizando procesiones, como tampoco antifascismos que degeneran en violencia de tribu urbana y que carecen de vínculo alguno con la clase, allí donde se produce la explotación y hay que pelear en la empresa cada día.

Organizar a la clase trabajadora no lo harán ni de Podemos o sus próximos ex socios, IU, ni los que sacralizaban la mani/concentración cuanto mas marginal mejor. La naftalina y la pose no hacen clase. 

Organizar a la clase trabajadora es otra cosa. Es ser con ella. Escucharla antes de tener la osadía de soltarle la soflama rancia. Ser parte de ella: vivir su propia historia en carne propia. No ser un liberado profesional con sueldo generoso. Entender su propio lenguaje para no decirle tonterías que no entiende ni tiene porqué entender porque es jerga fosilizada. Tampoco idealizarla porque no es cierto que la clase nunca se equivoque. Lo hace y mucho. Pero para que sus miembros más conscientes puedan estar siempre pegados a ella es clave que sepan traducirse mutuamente. Es el militante más comprometido el que debe ser capaz de extraer de la clase la explicación de lo que ésta pudiera llegar a entender por, su liberación. Es ahí donde debe producirse el diálogo entre clase y comunistas como parte de la misma. 

Hoy no existe la vanguardia comunista. Si existiera, el militante que os habla no habría necesitado 8 páginas para aclararse a sí mismo y compartir con otros militantes y con una parte de los sectores conscientes de su clase su búsqueda de conclusiones que algunos trabajadores, incluso escasamente conscientes, obtienen de forma más directa.

La labor de un comunista es captar, como savia del árbol, la esencia de la realidad, pero también la percepción de cada trabajador sobre lo que es para él el trabajo, cómo lo vive, qué deposita en él y sobre cómo se evade de esa realidad, de las miserias, de las cotidianeidades, de las pequeñas y grandes esperanzas de nuestra clase y, pegados a ella, darle vida a su proyección humana más allá de lo inmediato para entender, con ella, qué significa, de verdad, la emancipación del ser humano del reino de la necesidad, nacido de la realidad de la explotación, que el trabajador no “siente” como tal.

A partir de ahí, existe todo un mundo de compromisos diarios, en el curro, en el centro de salud como “pacientes” (nos llaman usuarios, con mentalidad privatizadora), en la escuela/instituto/universidad (donde toque como padres, donde sea como alumnos, siempre que podamos juntos en ambas cosas), en el barrio, cuando peleamos por una cancha deportiva para nuestros hijos o por un parque para andar nosotros, en el centro de tercera edad, porque no hemos muerto y estamos muy vivos y con ganas de decir que las cosas no son así, en...Y tratando de organizar a nuestra clase porque lo que importa no es la victoria inmediata, ni la que pudieran cedernos, sino que los trabajadores sepamos que, si tomamos el poder en los centros de trabajo y en los barrios, el universo es nuestro