3 de mayo de 2016

SÓLO LA UNIDAD DE CLASE DERROTARÁ A LA REPRESIÓN

Por Marat

En los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40 años desde el inicio de la transición política.

Y hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto, ha hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.

Una combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana) amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que cotidianamente se ven sometidos los más débiles.

Y sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado, ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.

Para los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy autoritario y de que pretende imponer una política de recortes sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la lucha por sus derechos.

Vivimos inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal reducción de los salarios y costes laborales en general.

Desde la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral, como pretenden hacernos creer los minirreformistas vendedores de crecepelo para calvos.

El Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer resistencias a su sacrificio en esta crisis.

La combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando), legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad (versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, pretenden instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir, cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del capital) cualquier disidencia de clase.

Se entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del pensador liberal Max Weber que afirmaba que Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La política como vocación”)

Sin salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie su “confusión” intencionada entre “legalidad” y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas escritas por el órgano del Estado que ejerza la función legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau), que sería fuente de “legimidad”, en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa. En la dualidad legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.

En cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social” en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación disuasoria,…) y a la reacción cuando siente que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.

Si el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia, necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.

En paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia policial en una manifestación o una frase un poco más subida de tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una dictadura de clase.

Desde Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa absolutamente brutal en su condición de persona con limitados recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre 2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado, además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.

Los sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300 sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.

La situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637 personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que suman 437 años de cárcel.

Sobre los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de 70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.

Por fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y lograron su sobreseimiento.

En este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo último dan prueba de ello.

En el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones de delito que recaían/recaen sobre ellos

Más allá de la capacidad de presión resultante de las distintas solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas, prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde el otro lado y posibilitar el éxito.

Es cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un abrazo de todos los que luchan junto a él.

Por otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s trabajador@s en su conjunto, que ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s trabajador@s ante el dolor que experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión, aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.

Por otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades y de opresión, como si en los últimos años de la crisis capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o principalmente a su condición de moderno “Leviatán” burocrático.

Esta tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz socialdemócrata, hoy social-liberal.

Al desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas, expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de la explotación y la opresión,...).

La realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución social que impulsaban al mercado).

Por tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de clase media, negador de los antagonismos de clase, que no necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.

No se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. Las reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero si se emplean como arma luz de gas pequeñoburguesa para tapar la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante realidades que no deben solaparse.

De ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.

Diluir estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico, es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de todo tipo a sí mismos y caer en una especie de pseudoradicalismo estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que es aherrojada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas “prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.

En resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios sentidos:
  • Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en sus dimensiones policial, legislativa y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
  • Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
  • Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
Ello no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente por parte de quienes, desde una pretendida posición de “mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones, trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas globales en defensa de todos los que sufren la represión por defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les perseguían eran galgos o podencos.

En esta disputa,
llegando los perros
pillan descuidados
a mis dos conejos.

Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.”


LAS LESIONES NO TAN OCULTAS DE CLASE

Max Castro. Cubadebate

Los norteamericanos hoy en día están viviendo su vida a un ritmo no visto en tres décadas. Hay una epidemia de suicidios en curso en Estados Unidos y la gran pregunta es porqué.

La noticia proviene de un nuevo estudio del gobierno realizado por el Centro Nacional de Estadísticas de Salud. Los datos cubren el período de 1999 a 2014.

El New York Times publicó un extenso informe acerca de la investigación, en su edición del 22 de abril de 2016, que informa acerca de los aspectos más destacados del estudio y cita las hipótesis de varios expertos que han profundizado en las causas del aumento en las cifras de suicidios.

Antes de hablar de esas teorías, permítanme señalar algunas de las conclusiones más destacadas del estudio:

Las tasas de suicidio en Estados Unidos aumentaron 24 por ciento entre 1999 y 2014.

El incremento se produjo en casi todos los grupos demográficos con dos excepciones, hombres negros y personas de 75 años de edad y mayores.

Se observó un fuerte aumento en las tasas de suicidio entre los grupos que históricamente han tenido tasas muy bajas. Esto incluye a mujeres de mediana edad (45-64), cuyas tasas de suicidio aumentaron en 63 por ciento. En el otro rango del espectro de edad, el suicidio de las niñas entre 10 y14 años aumentó tres veces durante el período del estudio.

Los grupos que históricamente han tenido altos índices de suicidio también experimentaron un aumento, aunque algo menor que en los grupos con tasas tradicionalmente bajas. Por ejemplo, el incremento de suicidios entre hombres de 45 a 64 fue del 43 por ciento, un veinte por ciento más bajo que entre las mujeres de la misma edad. Aún así, hoy en día la tasa de suicidio masculino en esa categoría de edad es 3,6 veces mayor que entre las mujeres.

El aumento en el suicidio no puede ser explicado por el crecimiento de la población, ya que las tasas son de suicidio por cada 100 000 habitantes. Sin embargo, los números en bruto sí transmiten una idea de la magnitud del problema. En 1999, en Estados Unidos 29 199 personas se quitaron la vida. En 2014, la cifra fue de 42, 773.

Antes de que yo los insensibilice a ustedes con cifras, vamos a centrarnos en las explicaciones ofrecidas por los expertos consultados por el New York Times, seguidas de mi propio análisis.

Kathleen Hempstead, asesora principal de la Fundación Robert Wood Johnson, “ha identificado una relación entre el aumento de las tasas de suicidio y el aumento de la angustia acerca del empleo y las finanzas entre las personas de mediana edad”. Investigadores anónimos citados por el Times, “que revisaron el estudio… presentaron un cuadro de desesperación para muchos en la sociedad norteamericana”. Y Robert Putnam, profesor de política pública en la Universidad de Harvard, dijo: “Esto es parte del patrón emergente mayor de la evidencia de los vínculos entre pobreza, desesperanza y salud”.

Existe evidencia empírica para la elaboración de esta conexión. El Times cita el trabajo de Alex Crosby, epidemiólogo de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades, que ha estado estudiando la correlación entre la economía y el suicidio durante casi cien años. Crosby señala que la tasa más alta de suicidio fue registrada en 1932, el punto más bajo en el peor colapso económico de la historia norteamericana. La tasa de 1932 fue un 70 por ciento más alto de lo que es hoy en día. Eso no es sorprendente, ya que la Gran Depresión fue mucho peor y prolongada que la crisis económica de 2008. Por otra parte, Crosby encontró “un patrón coherente…; cuando la economía empeoró aumentaron los suicidios, y cuando mejoró descendieron”.

Este análisis es bueno hasta cierto punto, pero hay una pieza que falta; la forma en que la ganancia de la recuperación económica se distribuye entre la población. La ola de prosperidad que siguió a la Gran Depresión y a la Segunda Guerra Mundial fue ampliamente compartida relativamente. La clase media se expandió de manera enorme y los trabajadores manuales fueron capaces de tener cosas tales como una casa y un auto, privilegios antes disfrutados sólo por las clases media y alta.

Los beneficios económicos de las décadas más recientes no han sido ampliamente distribuidos. De hecho, el ingreso promedio de los norteamericanos hoy en día, en términos reales, es más bajo que en 1999. La mayor parte del crecimiento económico ha sido capturado por los ricos. Este fue el caso antes de la Gran Recesión de 2008 y después del inicio de la débil recuperación que siguió. No es de extrañar, por tanto, que las tasas de suicidio no hayan disminuido en los últimos años. De hecho, el aumento se aceleró entre 2010 y 2014.

Por supuesto, la economía no es el único determinante de las tasas de suicidio. Uno de los primeros trabajos de la sociología empírica, “Suicidio”, por el sociólogo francés del siglo 19 Emile Durkheim, arrojó que en los países con fuerte solidaridad social el suicidio era menor que en los lugares que tenían una cultura más individualista.

La explicación es sencilla. Las personas que pueden contar con fuertes lazos sociales que brindan apoyo emocional y económico son menos propensas a experimentar las más bajas profundidades de la desesperación que los individuos aislados. Tales personas son también menos propensas a enmarcar sus problemas en términos de fracaso individual y más en relación con las fuerzas sociales y económicas más generales, una interpretación que no afecta a una parte de su autoestima.

Nada en el análisis clásico del suicidio por parte de Durkheim contradice el enfoque de analistas contemporáneos acerca del factor económico. La solidaridad puede amortiguar los peores efectos de la miseria económica en el cuerpo y la psiquis. Pero aún así las privaciones cobran su cuota. Y la solidaridad es un bien escaso en la sociedad norteamericana –la palabra está prácticamente ausente del vocabulario común– como dan fe libros tan innovadores de la década de 1950 –de La muchedumbre solitaria (Riesman) – al pasado reciente –Jugando bolos solo (Putnam).

Por otra parte, la economía neoliberal de “perro come perro”, de las últimas décadas, ha significado que el estado ha optado por no hacer nada –o hacer cosas que lo empeoran todo– frente a los brutales choques económicos y la alucinante desigualdad económica característica del capitalismo norteamericano y mundial en el presente siglo. La creciente ola de muerte autoinfligida es sólo un daño colateral de la política económica que hemos estado siguiendo.

El suicidio no es la única cuestión de vida o muerte en torno a la cual las lesiones de clase se ven tan en claro como el cristal. Para dar sólo un ejemplo revelador. El hombre norteamericano promedio en el uno por ciento superior de los ingresos puede tener una esperanza de vida de 87 años. Un hombre con un ingreso de $30 000 al año muere con nueve años menos como promedio. El dinero afecta la posibilidad de vida, desde la cuna hasta la tumba. La ironía es que esta diferencia de mortalidad significa que el hombre rico puede acogerse a la seguridad social, un programa diseñado para ayudar en la vejez, durante nueve años adicionales, a personas de escasos recursos.

Allá por 1972, Richard Sennett y Robet Cobb pudieron escribir un libro titulado Las lesiones ocultas de clase. Hoy en día, como muestran las tendencias suicidas, las lesiones de clase apenas se ocultan. Son heridas abiertas que desmienten todas las pretensiones de un Sueño Norteamericano o de una Gran Sociedad.