7 de enero de 2015

CRISIS DEL CAPITALISMO E INCLUSIÓN SOCIAL

Mónica Peralta Ramos. Página 12

La temperatura política del momento que vivimos lleva, muchas veces, a perder de vista la esencia de los problemas que enfrentamos. Esta reside, en última instancia, en las formas de organización social y en los valores que engendran y reproducen diariamente. De dónde venimos, por qué somos lo que somos y hacia dónde vamos: éstos son los interrogantes que los seres humanos se formulan desde el origen del tiempo. En su búsqueda de respuesta, la humanidad se ha dado formas de organización social que cristalizan la identidad colectiva y plasman relaciones de poder específicas a cada época y lugar. En las sociedades modernas, la necesidad de maximizar ganancias individuales en el mercado es el principio que organiza la producción y la apropiación del excedente económico. Este principio ha configurado una estructura de poder cuyo núcleo central hoy reside en el dominio monopólico de distintos aspectos de la vida social. Los limites de esta estructura de poder salen a la luz del día a través de una crisis de índole económica, política y cultural. Esta crisis no nació de un día para el otro. Afecta al mundo entero, pero su esencia permanece fuera de discusión y muy poca información circula sobre ella.

El control monopólico de recursos estratégicos de la vida social pone en evidencia la prevalencia descontrolada de los intereses individuales por encima del interés general de la sociedad y la consiguiente erosión del contrato social que dio origen al Estado moderno. La búsqueda de ganancias ilimitadas ha dado lugar a una irracionalidad social que estalla en conflictos sin aparente salida. En lo que sigue intentaremos analizar algunas características del crecimiento económico de los países más desarrollados que, a nuestro entender, provocan una creciente irracionalidad social que afecta al mundo entero.

Acumulación intensiva en capital, restricción del mercado de trabajo, estancamiento y caída de los salarios, sobreproducción, deflación y caída de la inversión productiva son algunos de los rasgos que han caracterizado la economía de los países centrales en las ultimas décadas. La búsqueda de solución a estos problemas ha seguido distintas vías: desde las inversiones directas en regiones más atrasadas y la integración de la producción mundial a cadenas globales de valor, hasta el impulso dado al gasto militar, al enorme gasto superfluo y al consumo masivo a partir del endeudamiento creciente de la población.

Estos procesos desencadenaron un acelerado incremento de la especulación financiera y del endeudamiento de las economías centrales. La puesta en escena de una alocada ingeniería de transacciones con derivados financieros (instrumentos de distinto tipo cuyo valor deriva del valor de otro activo subyacente: acciones, bonos corporativos, bonos soberanos, swaps de tasas de interés, crédit default swaps etc.) produjo una acumulación de deuda “basura” imposible de respaldar con activos y llevó al sistema financiero norteamericano al borde del colapso en el 2008. (M. Peralta Ramos, Página/12, 15.7.2014)

Con el fin de superar la crisis, la Reserva Federal adoptó una política de facilitación monetaria (quantitative easing) cuyo resultado ha sido un aumento de la concentración del capital, del endeudamiento y del riesgo de default. En efecto, la deuda total norteamericana es hoy veintisiete veces superior a lo que era hace cuatro décadas y la deuda pública ha crecido exponencialmente pasando de cinco trillones y medio en el 2000 a los 18 trillones de dólares de hoy día (www.treasurydirect.gov). Desde el 2008 a la fecha han desaparecido mil cuatrocientos bancos y los activos de los seis bancos más grandes han crecido 37 por ciento. Hoy estos bancos concentran el 67 por ciento de los activos del sistema financiero y el 42 por ciento de los préstamos. Un solo banco tiene un tercio de los préstamos y otro banco controla el 12 por ciento del dinero en circulación (S. Gandel, fortune.com 13/09/2013). La deuda con derivados de los veinticinco bancos más grandes asciende a 236 trillones de dólares. La proporción de esta deuda en relación con los activos financieros de estos bancos es de 25 a 1. (OCC’s Quarterly Report on Bank Trading and Derivatives Activities, 2Q 2014). Sin embargo, estos datos subestiman la situación pues la mayor parte de estas transacciones no son reguladas y permanecen en la oscuridad.

La fragilidad del sistema financiero norteamericano se replica a nivel de las finanzas internacionales. Mientras el PBI mundial es de 72 trillones de dólares, la deuda global con derivados supera ampliamente los 700 trillones de dólares (Bank of International Settlements, 8 de mayo de 2014). El endeudamiento con derivados del mayor banco europeo, el Deutsche Bank, asciende a 75 trillones de dólares, monto que es veinte veces superior al PBI de Alemania (T. Durden www.zerohed ge.com, 29.4. 2014). La insolvencia de los principales bancos europeos ha llevado recientemente al Banco Central Europeo a adoptar medidas de salvataje similares a las que adoptara en 2008 la Reserva Federal en los Estados Unidos.

La actividad económica de los países más desarrollados está pues estrechamente ligada al endeudamiento masivo y a la especulación financiera con derivados. Los principales bancos del sistema financiero internacional están seriamente endeudados, con enorme exposición de sus activos. La intervención económica de la banca central de estos países no sólo ha salvado a los grandes bancos del default sino que ha impulsado el aumento de su control sobre el sistema financiero. Esta intervención destruye el mito capitalista de la “mano invisible” del mercado y expone la irracionalidad social de un sistema financiero cuyo único norte es la ganancia especulativa a partir del endeudamiento masivo.

La contrapartida de este casino financiero es la persistencia del estancamiento de la producción. Las inversiones productivas a nivel mundial son hoy un 40 por ciento inferiores a las existentes al momento de la crisis. La recesión y la deflación amenazan a las economías de los países centrales y tienen un impacto devastador sobre el empleo y los salarios. Esto ocurre conjuntamente con la introducción de alta tecnología e inteligencia artificial a los procesos productivos. La robotización del proceso de trabajo explica el 60 por ciento de la pérdida del empleo industrial en los Estados Unidos entre el 2000 y el 2010. Sólo el 20 por ciento de la pérdida de empleo industrial se debe a la relocalización de empresas en países con mano de obra más barata. (A Regalado, tecnhologyreview.com 16.1. 2013). Esta robotización se expande hoy a otras áreas de actividad, desde el transporte, logística y comercio hasta la ciencia y la ingeniería. Se estima que, dentro de veinte años, el 47 por ciento del total del empleo norteamericano será automatizado (C. Frey y M. Osborne, Oxford University www. futuretech.ox.ac.uk, 17 de septiembre de 2013). La introducción de alta tecnología persigue la disminución de costos, especialmente del costo laboral. Sin embargo, al impactar negativamente sobre el empleo y los salarios termina afectando a la demanda y a la propia inversión productiva. La necesidad de reducir costos bloquea la inclusión social y acelera la desigualdad en la distribución de los ingresos.

Por otra parte, estudios recientes de la distribución de las ganancias y del patrimonio en los países desarrollados a lo largo de tres siglos muestran que el capital genera creciente desigualdad social. Muestran además que la base de la riqueza ha sido y sigue siendo la herencia y la propiedad y que el progreso no depende del trabajo y del mérito individual. (T. Picketty, El Capital en el siglo XXI, 2014; E Saez y G Zucman nber.org/pa pers/w20625).

Hoy el 20 por ciento de la población de los Estados Unidos posee el 89 por ciento de la riqueza de dicho país. El 11 por ciento restante se distribuye entre el 80 por ciento de la población norteamericana. (G. Domhoff, Wealth Income and power, www.whorulesameri ca.net 16.7.2014). La concentración de la riqueza sin embargo es aún mayor de lo que indican estos datos: el uno por ciento del sector más rico norteamericano posee el 35.4 por ciento de la riqueza y ha capturado el 95 por ciento del total del crecimiento económico del país posterior a la crisis del 2008. Las tendencias a la desigualdad social se replican en los países más desarrollados de Europa (OECD, Directorate For Employment Labour and Social Affairs, mayo de 2014). Hoy día casi la mitad de la riqueza mundial es propiedad del 1 por ciento de la población (Oxfam 20.1.2014).

Es evidente, entonces, que no hay una “mano invisible del mercado” ordenando a la sociedad. Tampoco existe un “derrame” (trickle down) del progreso económico a partir del mérito y del esfuerzo individual. En lugar de estos mitos del capitalismo encontramos una activa intervención del Estado en la economía de los países centrales impulsando la concentración del capital y el endeudamiento masivo. Estos son los mecanismos que reproducen una estructura de poder asentada en una creciente desigualdad en la distribución de la riqueza y de los ingresos. El nudo gordiano que bloquea nuestro desarrollo (M. Peralta Ramos, Página/12 13/11/2011, 20/1/2014; y 14/3/2014) hunde sus raíces en esa estructura de poder mundial. Esta ha dejado su rastro indeleble en el control monopólico de sectores claves de la economía y de la sociedad, en la dependencia tecnológica de nuestro desarrollo industrial y agropecuario, en el ataque de los fondos buitres a la deuda externa reestructurada.

La estructura de poder local ha adquirido mucha visibilidad a lo largo del año que termina. El ataque del poder concentrado a la política oficial ha contribuido a mostrar los mecanismos económicos que se utilizan para desestabilizar políticamente. Sin embargo, más allá de lo que se piense respecto de lo que este gobierno podría haber hecho y no hizo o hizo mal, el liderazgo de CFK ha contribuido en forma decisiva a iluminar la estructura de poder. Con definiciones políticas cada vez más claras y apoyándose en la movilización de la militancia supo mantener la iniciativa política ante el embate corporativo. A fin de contrarrestarlo, en los últimos meses el Gobierno ha empezado a ejercer mayor control sobre las actividades ilícitas de los más poderosos en el mercado de cambios, en las finanzas, en el comercio exterior y en la cuestión impositiva. La investigación de las “cuentas suizas,” destino de una sangría de impuestos evadidos de enorme magnitud, constituye un hito inédito en la historia contemporánea.

La víspera electoral y el aleteo de los buitres internos y externos auguran un futuro inmediato complicado. De ahí la necesidad de contrarrestar el embate corporativo y mediático informando sobre lo que ocurre en los países centrales, meca de la “sociedad de consumo” a la cual aspiran vastos sectores sociales. De ahí también la importancia de impulsar la participación de la población en un amplio debate sobre la crisis, sus causas y su impacto, tanto en nuestro país como en los países desarrollados. Esta discusión trasciende el episodio electoral. Insumirá su tiempo y seguramente dará lugar a interrogantes cuya respuesta hoy desconocemos. Sin embargo, esto no puede desanimarnos. Atreverse a pensar es comenzar a conocer. Sólo conociendo las causas de nuestros problemas podremos eventualmente superarlos.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
"Hoy el 20 por ciento de la población de los Estados Unidos posee el 89 por ciento de la riqueza de dicho país. El 11 por ciento restante se distribuye entre el 80 por ciento de la población norteamericana", dice Mónica Peralta Ramos. El estúpido y falsario lema del "1% contra el 99%" de Occupy Wall Street, el 15M y otras franquicias indignadas pone en evidencia el carácter de disidencia controlada de estos movimientos, dispuestos a sacar las castañas del fuego a todo el sector de la burguesía capitalista -un 19% de la población USA según se desprende de este análisis- que no forma parte de la plutocracia económicamente más poderosa y que teme perder sus privilegios como clase también explotadora de la trabajadora, al ser laminada por el supuesto 1%. No debe formar parte esa fracción de la clase capitalista de ninguna alianza con la clase trabajadora, ya que pondría las luchas de esta al servicio de sus intereses, los cuáles pasan también por apropiarse de la plusvalía que genera nuestra clase para mantener su posición privilegiada y sus beneficios. 

Conviene recordar a los tontos que repiten consignas que ellos no han creado como loros aquellas palabras de Trotsky respecto a la composición social de los capitalistas, la política de alianzas y la reproducción de la explotación hacia la clase trabajadora dentro de los distintos estratos de la clase capitalista:

“El fascista Strasser dice que el 95 por ciento del pueblo está interesado en la revolución, que por lo tanto no es una revolución de clase sino una revolución popular. Thaelmann repite a coro. En realidad, el obrero comunista debería decirle al obrero fascista: por supuesto, el 95 por ciento de la población, si es que no es el 98 por ciento, está explotada por el capital financiero. Pero esta explotación está organizada de modo jerárquico: hay explotadores, subexplotadores, subsubexplotadores, etc. Sólo gracias a esta jerarquía pueden los superexplotadores mantener sujeta a la mayoría de la nación. Para que la nación sea efectivamente capaz de reconstruirse a sí misma alrededor de un nuevo núcleo de clase, deberá ser reconstruida ideológicamente, y esto sólo podrá conseguirse si el proletariado no se disuelve a sí mismo en el “pueblo”, en la “nación”, sino que, por el contrario, desarrolla un programa de su revolución proletaria y fuerza a la pequeña burguesía a elegir entre dos regímenes” (León Trotsky. “La lucha contra el fascismo en Alemania”)