1 de junio de 2014

CAN VIES: LA PROTESTA VIOLENTA COMO ÚNICA SALIDA

Antonio Maestre. Librered

El Ayuntamiento de Barcelona anunció este jueves que paraliza las obras de derribo de lo que queda de Can Vies y “mantiene su apuesta para encontrar una solución acordada y satisfactoria para todas las partes”. La asamblea de Can Vies, sin embargo, no tiene intención de negociar con el ayuntamiento y este sábado ha convocado una “jornada de reconstrucción” para rehabilitar el inmueble.

Can Vies llevaba 17 años ocupado por un colectivo que se dedicaba a la promoción cultural. La ocupación de este inmueble, propiedad del Ayuntamiento y por tanto de los barceloneses, nunca había provocado ningún disturbio en la ciudad. Su taller literario nunca había causado la quema de contenedores. Su ciclo de cine nunca había sido el detonante de lanzamiento de piedras contra entidades financieras.

Los disturbios que durante cuatro días han dejado una imagen desoladora de algunos barrios de la capital catalana se produjeron después y con el motivo del desalojo de un centro social, que durante 17 años había funcionado sin incidentes y coexistido en paz con sus vecinos dándoles una opción cultural que el Ayuntamiento había negado al barrio.

El estallido de violencia social vino precedido de un ejercicio de violencia estructural del Ayuntamiento de Barcelona, que con una actitud caciquil y autoritaria pasó por encima de los intereses vecinales. Xavier Trías, alcalde de Barcelona, menospreció e ignoró a los ciudadanos a los que debe servir y actuó de una manera soberbia, intransigente e irresponsable que provocó una reacción violenta al negarse a los vecinos cualquier otro canal de expresión y negociación.

De la violencia que se ha producido en el barrio de Sants estos días no sólo es responsable el que la ejerce, sino también el que en el ejercicio de su cargo de gobierno ignora todos los elementos de riesgo y actúa de forma imprudente. Valorar los peligros y las consecuencias de una decisión política forma parte de la responsabilidad de un dirigente.

Cuando la Comunidad de Madrid quiso poner una pantalla en la Puerta del Sol para que las aficiones del Real Madrid y el Atlético pudieran ver la final de la Liga de Campeones estaba actuando de un modo claramente negligente. Si las aficiones se hubieran juntado en un espacio tan reducido y hubiera habido incidentes violentos entre las aficiones, todos estaríamos de acuerdo en que los responsables habrían sido los que tomaron la decisión de unir a las aficiones de dos equipos rivales en torno a una plaza. La violencia no sólo se reprime, también se deben evitar las condiciones para que esta surja.

Pero no solamente hay que valorar la responsabilidad política en la sucesión de cuatro días de actos violentos y represión policial, sino también la innegable eficacia de la protesta, incluyendo actitudes violentas, a la hora de defender las posiciones sociales frente a los abusos de poder y las formas autoritarias. Porque la percepción de la violencia es un acto subjetivo.

Hay quien considera que desalojar por la fuerza un centro social, ejerciendo la violencia, es un acto legítimo y legal, porque tiene el respaldo de la ley, parte irrefutable del contrato social. Esta percepción se basa en el monopolio de la violencia por parte del Estado. Un elemento que no tiene en consideración la moralidad de la actuación, es aceptable por el simple hecho del elemento que ejerce la violencia. Es legal ergo es aceptable.

Esta apreciación de la violencia suele ir acompañada de la negación absoluta del ejercicio de ésta por todo aquel que no pertenezca a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Por lo tanto, quemar un contenedor, un daño mínimo, es completamente condenable sin entrar a valorar los motivos por los que ese acto se produce, no importa los objetivos que persiga la protesta, es inaceptable por el autor que la produce.

Sin embargo, la apreciación moral de la violencia no está sujeta a las leyes. Algo moralmente aceptable puede ser ilegal, y a la inversa. Desahuciar de forma violenta a una familia de un piso propiedad de una entidad financiera rescatada para dejarlo vacío es completamente legal, pero moralmente inaceptable. Hacer barricadas y quemar contenedores para protestar por el derribo de un centro social que promocionaba la cultura de un barrio es ilegal, pero moralmente aceptable. Al menos para el escribiente.

La violencia es un camino peligroso, sólo a algunos psicópatas les puede parecer la mejor forma de solucionar cualquier situación social. Nadie quiere que la violencia sea el camino para mantener las conquistas sociales y los espacios autogestionados que los ciudadanos se han otorgado. Pero la violencia en las protestas sociales y en la larga historia de la lucha obrera es reactiva.

Si no quieren violencia en las calles que no derriben Can Vies. Si no quieren violencia en las cuencas mineras que no mermen los derechos ni la seguridad de los mineros. Si no quieren violencia en los astilleros que doten de carga de trabajo a las miles de familias que viven de ellos. Si no quieren ciudadanos radicales, que les permitan vivir con dignidad y los poderes públicos pasen a estar a su servicio.

Las protestas violentas en Sants han conseguido parar el derribo del centro social. Otra victoria de las protestas violentas como ya ocurrió en el barrio de Gamonal en Burgos. Una violencia que no se hubiera producido si se hubiera mantenido el statu quo del centro cultural, si se hubiera escuchado a los vecinos. La protesta violenta ha vuelto a ser el único camino de expresión que han dejado a los ciudadanos, y mil declaraciones de condena de la violencia con voz afectada no cambiarán que cuando se presiona de forma sostenida a las clases populares, cuando se les impide ejercer sus derechos y no se escucha sus reivindicaciones pacíficas, acaba ejerciendo la violencia.

3 comentarios :

  1. A mí estos días me ha cogido muy de cerca el tema de Can Vies. Uno se alegra mucho de que pasen cosas que hagan ver que le es posible a cualquiera decidir el rumbo de las cosas, y también que hagan ver que la virtud no es nada sin terror. Sin embargo, por todos lados abunda una actitud como de tendero, como de asociación de privacidades que nunca pueden constituir lo público. Se detecta una gran desconfianza a, por ejemplo, los centros cívicos municipales, cuando, en realidad, un centro cívico municipal tiene unas responsabilidades con el pueblo que te autorizan a quemar contenedores si no las cumple, mientras que un centro cívico okupa nunca tendrá esas responsabilidades, y pretender que una supuesta abertura a todo el mundo hace que eso no sea un problema es engañarse. Al final se llega casi a substituir la figura del estado (o más bien de la institución pública en general) por la de la caridad del militante voluntarista: no es de extrañar que para la biblioteca que este movimiento montó hace un tiempo en una nave industrial que iban a derribar haya resurgido el nombre de "biblioteca popular", hasta ahora una reliquia de cuando las cajas de ahorros caritativamente mantenían bibliotecas porque el ayuntamiento no tenía (y sin embargo las bibliotecas públicas de Barcelona son numerosas y seguramente las mejores de todo el estado...)

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  2. Pero esto viene de largo: uno de los centros del movimiento en Sants, es por ejemplo, una zona del barrio donde abundan tiendas que son cooperativas. Es el comunismo de los pequeños tenderos y el huertecito, que siempre rechazará la esfera de lo público en cuanto llegue a unas ciertas dimensiones y a unas ciertas exigencias de coordinación: como ejemplo, otro de los centros de Sants, la arquitectura "alternativa" de la Col, que son quien se encargó de reformar la nave-biblioteca que antes decía. Como arquitectos, les faltan propuestas, les falta una Idea y por eso sus proyectos son malos. Eso se podría excusar porque sus intervenciones son más o menos de emergencia, pero ¿no hay algo de oportunista en esto? No buscan inventar la arquitectura de la ciudad comunista, sino maneras alternativas de buscarse la vida como arquitecto. Y sobre todo, rechazan lo que tiene de público el diseño de la arquitectura: el urbanismo a gran escala, hecho para el pueblo en general y desligado de un cliente concreto, sea un señor que se quiere hacer un chalet o un "colectivo de vecinos". Aquí ya no se trata de que las instituciones democráticas no funcionen, sino de que la propia forma de lo público y colectivo o bien se ha hecho imposible o bien es rechazada por quienes supuestamente la reivindican. ¡No sé qué es peor! ¿Que "cualquiera pueda presentarse" hace bueno que el destino de la arquitectura de la ciudad esté en manos de algunos "vecinos" que se mueven más que otros? No hay democracia si se usa para fines que al fin y al cabo son privados, por más horizontal que sea la estructura: los "vecinos", en tanto que "clientes de un arquitecto", no son el "demos", y esto es algo que hay que remarcar mucho. Por esto desconfío un poco de la fijación con el asamblearismo: no es necesariamente una forma de organización democrática aunque cualquiera pueda participar (supuestamente: aparte del tema del voluntarismo y de la repetición de lo que todos ya sabían y ya esperaban, antipolítica por excelencia, queda que la necesaria pequeña escala de las asambleas da lugar a la figura del "forastero", y también que muchas veces se produce una separación entre causas y efectos: un "movimiento" fabrica un producto de vocación pública y ese producto queda en manos de ese mismo movimiento, lo que dificulta que su destino sea decicido de una forma verdaderamente pública y que el producto se pueda poner en relación con la totalidad del "demos".) Conviene hacer decisiones teniendo en cuenta que el 15-M fue, en todo lo que no fuese dar visibilidad y conciencia, un fracaso, y que todo intento de democracia más o menos directa puede sacar lecciones de ello (yo, personalmente, cambié radicalmente mi opinión sobre el asamblearismo y los "movimientos sociales" a partir de entonces.)

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  3. No hay que olvidar que se trata en gran medida de socializar cosas que ya existen. Hay que tomar lecciones de la sociedad en su día industrial y ahora postindustrial y poner lo que han dado al servicio de otros valores. En esta línea no sé hasta dónde se puede esperar algo de los "espacios de independencia autogestionaria" y sus dos movimientos característicos, el rechazo y la particularización...

    Recuerdo también un vídeo que vi en el CCCB (no el museo, sino el Centre de Cultius Contemporanis) de Poble-sec. Este ya está fuera de la órbita de Can Vies. Se intentaba, con unos recursos un poco godardianos, evidenciar qué pasa detrás de la construcción de un parking municipal en el barrio. Tres personajes representaban tres llamadas, que se hicieron en la realidad, al servicio de información telefónica del parking. Uno era un sin techo al que más o menos mandaban a la mierda; otro era un "vecino de toda la vida", supuestamente de clase media, al que también mandaban a la mierda pero un poco menos; y la otra era una emprendedora que iba a montar un restaurante, a quien le daban todo tipo de facilidades. Hasta ahí bien, pero ¿no es un error mostrar a los tres personajes juntos como si estuviesen al mismo nivel? A cualquiera se le hace obvio que la emprendedora tiene un control sobre los medios de producción que los otros dos no tienen, así que en seguida se ve una diferencia; pero ¿no tiene el "vecino de toda la vida" toda una estructura a su alrededor? ¿no ha tenido durante muchos años una relación orgánica con los partidos políticos que han propiciado el reino de los emprendedores turísticos en la ciudad? ¿por qué se es tan acrítico con el "hombre bueno de clase media vecino de toda la vida"? Aún más, ¿por qué se siguen usando acríticamente palabras como "vecino" o "barrio", incluso a veces "comerciante"?

    Falta ese elemento utópico que hace pasar de decir "anticapitalismo" a decir "comunismo", ese elemento que nos hace no conformarnos con ser "vecinos" o con ser "todos contra la casta".

    Creo que, en el caso de Sants como en el caso de otras izquierdas, la convicción de "ser el pueblo" entorpece el trabajo de llegar a la claridad y la agudeza que necesitamos los trabajadores para llegar a cambiar las cosas. Pero es verdad que sólo se puede llegar a ella en la práctica, y sin que pasen estas cosas no hay sitio para que ni siquiera nadie la desee. Así que adelante: son sólo críticas amigables de un compañero.

    Salud.

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