25 de febrero de 2013

¿SON REVERSIBLES LOS PROCESOS REVOLUCIONARIOS EN AMÉRICA LATINA?


marcos roitman rosenmann. la jornada

Los triunfos electorales de la izquierda son el sello de identidad de los nuevos procesos revolucionarios en América Latina. El único proyecto socialista cuya legitimidad se asienta en la vía insurreccional es Cuba. Cumple medio siglo de existencia y su andadura ha estado sometida a procesos desestabilizadores. Nacida en el contexto de la guerra fría, sufre aún sus consecuencias. Un bloqueo económico, político y comercial, decretado en 1962 por la administración Kennedy, continúa, obstinadamente, siendo el buque insignia de la política exterior de Estados Unidos hacia la isla. El objetivo: aislar, ahogar y hundir la revolución. Los hechos demuestran que ha fracasado. Pero sus consecuencias han sido devastadoras. Igualmente, se trató de poner fin a la revolución enviando mercenarios. La invasión de bahía de Cochinos, en 1961, acabó en derrota. En medio, el sabotaje, el boicot internacional, los intentos de asesinato a dirigentes y una feroz campaña de mentiras. Campaña anticomunista, en la cual participan gobiernos, organismos internacionales, partidos políticos, comunicadores sociales, ideólogos, ensayistas y periodistas. La lista es larga. Se ataca por todos los flancos. Pero ahí sigue. Digna y gozando de buena salud. Desde luego no todo es color de rosa. Existen contradicciones. La revolución cubana está llena de errores, pero también de aciertos. Es lo que tiene construir un proyecto sin recetario. Los cubanos saben perfectamente cuales han sido sus virtudes y sus defectos. No hace falta darles consejos desde la barrera sobre qué hacer, cómo caminar y hacia dónde ir. Son mayores de edad y soberanos. Concluida la guerra fría, se le auguró su fin. De ello ha pasado un cuarto de siglo y sigue. ¿Algo tendrá para los cubanos, que la hace perdurar en el tiempo?

En el siglo XXI han surgido otros procesos políticos cuyo horizonte se enmarca en la revolución democrática, socialista y anticapitalista. Comparten haber nacido en los extramuros de la política institucional y ser resultado de una profunda crisis de representatividad de los partidos políticos tradicionales, sumidos en la corrupción y el descrédito. Son los casos de Venezuela, Ecuador y Bolivia.

Si hacemos historia, en Venezuela Carlos Andrés Pérez, adalid de la socialdemocracia venezolana y latinoamericana, acabó imputado por malversación de fondos. Para evitar el bochorno carcelario acabó exiliándose en Estados Unidos. En Bolivia, el ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada siguió el mismo camino, junto con algunos ministros. Hoy radica en Estados Unidos. En Ecuador sucedió otro tanto. Democracia cristiana y socialdemocracia entraron en crisis. Entre 1996 y 2007, triunfo de Rafael Correa, presidentes corruptos, exiliados y golpistas, como Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad, Lucio Gutiérrez, Alfredo Palacios o Gustavo Noboa.

Los tres países nadan contracorriente, en medio de una marea neoliberal de capitalismo depredador y excluyente. Son la excepción que confirma la regla. Han ganado elecciones, sabotaje, intentos de golpes de Estado, sufrido la ira de las trasnacionales y el capital financiero y el acoso de los medios de comunicación social de medio mundo. Una campaña destinada a desprestigiar, caricaturizar a sus dirigentes y desconocer los logros sociales de sus revoluciones. Sólo tienen ojos, oídos y voz para manipular y distorsionar, y señalar el carácter populista de sus medidas. Son ejemplo de cómo desestabilizar países.

Sin embargo, su estabilidad está sujeta al mantenimiento del apoyo popular y las políticas sociales redistributivas, así como a la inversión pública en salud, educación o vivienda. También del grado de organización y movilización política. Sin dichas condiciones los proyectos se verán sometidos a un lento y progresivo desgaste, siendo víctimas de una futura derrota electoral. En ello confía la oposición de derechas para desmantelarlos y acariciar nuevamente el poder político.

Seguramente nadie pude garantizar el destino de los tres gobiernos, menos si su legitimidad está ligada a la confianza ciudadana, el cumplimiento de sus programas y ganar elecciones de forma recurrente. Por ahora han logrado vencer los obstáculos y las resistencias. Pero las derechas se rearman, aprenden, adquieren experiencia en la retaguardia. Pero también disputan la vanguardia. No esperan pacientemente su turno. Salen a la calle, organizan y utilizan estrategias antes patrimonio de la izquierda. Movilizan y construyen plataformas en todos los espacios de la sociedad civil. Asociaciones juveniles, de género, étnicas, culturales, gremiales, ecologistas, antiabortistas, religiosas o empresariales. Se vuelven protagónicas. No se conforman con negociar en la trastienda. Allí obtenían los réditos políticos. Concertaban con las dirigencias políticas y las élites del resto de partidos los cambios y las concesiones a derecha e izquierda. Pactos de caballeros.

Los gobiernos de izquierda venezolano, ecuatoriano y boliviano no han caído en esta dinámica. No han traicionado sus programas, lo cual no descarta estas prácticas políticas ancestrales. Pero dichas costumbres no deben hipotecar el futuro en la nocturnidad de pactos espurios. Es por ello que su fuerza se convierte en su gran debilidad. En cualquier momento las mayorías sociales pueden cambiar de opinión. Sobre todos si son acosadas, hostigadas y llevadas al agotamiento de la paciencia política. Es decir, desabastecimiento, boicot, mercado negro, etcétera. Eso tiene ganar elecciones, que también se pueden perder. Sin embargo, no es lo mismo una derrota cuando está en juego un proyecto democrático, socialista y de justicia social. Las derivas son múltiples. Entre ellas, la involución política y pérdida de derechos ciudadanos, étnicos, económicos y culturales. Volver al pasado no es opción, pero sí una posibilidad para la derecha.

La involución y la reversibilidad son factor de riesgo que debe contemplarse si queremos que los actuales procesos de liberación anticapitalista, soberanía y democracia no sean un espejismo que se disuelva como un azucarillo en el agua. La pregunta es pertinente: ¿se podrán seguir ganando elecciones indefinidamente?

EL BAJO ÍNDICE DE DESEMPLEO ALEMÁN ESCONDE UN ALTO PORCENTAJE DE PRECARIEDAD LABORAL

Librered

Los bajos índices de desempleo en Alemania esconden un alto porcentaje de trabajo precario y un creciente número de empleados sometidos a turnos extremos.

Alemania registró en el último trimestre de 2012 una nueva cuota histórica de ocupación, con 41,9 millones de ciudadanos (de los 82 millones de habitantes) cotizando en la seguridad social, según cifras difundidas esta semana por la Oficina Federal de Estadística (Destatis).

La primera economía europea cerró 2012 con la tasa de desempleo más baja en 20 años (6,8%), una situación envidiable en medio de una Europa en recesión.

Pero algo de lo que no se informa demasiado es que cerca de 3 millones de personas con trabajo en Alemania perciben sueldos tan bajos que están amenazadas con caer en la pobreza y la marginalidad.

Entre siete y nueve millones de ciudadanos trabajan en régimen de mini-empleos (a tiempo parcial o hasta 40 horas mensuales), de forma que no son desempleados pero su cotización al seguro de jubilación es mínimo, por lo que en el futuro percibirán pensiones mínimas.

Horas extra no remuneradas, cada vez más
A esas situaciones, reveladas por un estudio de la Fundación Bertelsmann, se sumaron ahora cifras igualmente alarmantes, difundidas por el diario Süddeutsche Zeitung y que reflejan un panorama laboral desolador.

Cada vez son más los ciudadanos con jornada laboral completa que trabajan en turnos extremos, sean de fin de semana o nocturnos, que extienden su jornada laboral con horas extras no remuneradas o que sufren los efectos de la permanente libre disponibilidad “de facto”.

Consecuencia de ello es el creciente cómputo de bajas por agotamiento físico, según datos revelados esta semana por el informativo de la televisión pública ZDF: de los 33,6 millones de días de baja de 2001 se pasó a 55,5 millones en 2010.

Más trabajo en fin de semana
Este aumento discurrió en paralelo al del número de empleados que trabajan regularmente en fin de semana o en turnos nocturnos.

Más de una cuarta parte de los empleados en Alemania (un 25,3%) trabaja en fin de semana, según la estadística facilitada por el Ministerio de Trabajo. El porcentaje ha ido en aumento desde 2001 (entonces un 20,6%), como lo ha hecho el de las personas que trabajan de forma regular o ocasionalmente en turnos nocturnos (actualmente un 10%).

La ministra de Trabajo, Ursula von der Leyen, en unas declaraciones a ese canal público, atribuía la evolución a una “adaptación” a la realidad actual y a los imperativos crecientes del sector servicios. Durante décadas Alemania fue una especie de excepción entre las grandes potencias, con horarios comerciales muy acotados: los comercios cerraban a las 18h entre semana o a las 12horas en sábado, con prohibición estricta de apertura el domingo.

Estas leyes se empezaron a suavizar durante el gobierno socialdemócrata de Gerhard Schröder (1998-2005), quien en su segunda legislatura implantó una reforma estructural que amplió horarios comerciales.

Las condiciones de trabajo se han endurecido y ha crecido asimismo hasta dos millones el cómputo de empleados (un tercio más que en 2001) que prolongan su jornada más allá de las 48 horas semanales, de forma regular y no remunerada.

Los sectores más afectados por esta prolongación “de facto” de su jornada laboral son docentes, ingenieros y consultores, de acuerdo a las cifras del ministerio.

El departamento de Trabajo asume asimismo que esta evolución lleva implícito un incremento del estrés laboral y de las secuelas físicas, en forma de simple agotamiento físico, o psíquicas, en forma de “síndrome de ‘burn-out’ o de desgaste profesional”.